Grover López Medrano
Bolivia es un
país que ha ganado notoriedad a nivel internacional por las luchas sociales que
se desataron desde el año 2000 y por la llegada de un indígena a la presidencia
de este país. Los movimientos indígenas bolivianos han logrado captar la
atención de muchos activistas e intelectuales, sin embargo lo que parece
desentonar tanto en el país como fuera de él es el papel de los intelectuales
indígenas ya que son los indigenistas (los no indígenas) quienes tienen la
palabra autorizada para hablar de los indígenas, sus luchas, sus ideas, o para
dirigir en su nombre. También es resaltable que quienes son considerados
intelectuales indígenas parecen producir ideas para contentar a un público
foráneo, asumiendo actitudes e ideas pachamamistas para lograr reconocimiento. A
pesar de lo señalado, es ya un hecho que se está formado otra generación de
intelectuales de origen aymara y que sus ideas van a contra pelo de lo que se
sostiene es “el pensamiento indígena”. Estamos ante la emergencia de nuevos
referentes intelectuales y entre ellos está Carlos Macusaya Cruz.
De un tiempo a
esta parte Carlos Macusaya Cruz, miembro del grupo MINKA, ha logrado formar un
prestigio como intelectual “indígena” (palabra que él rechaza), gracias a su
crítica al pachamamismo, critica expresada en su producción: una gran cantidad
de artículos y dos libros. Su trabajo circula por internet, siendo leído por
activistas e intelectuales tanto de Bolivia como de fuera del país y que están
interesados en acercarse a lo que pasa en Bolivia con relación a los
movimientos indígenas. Con la intención de conocer un poco más de Carlos,
presentamos una entrevista que le hicimos después de mucha insistencia y que permite
conocerlo un poco más como persona[1].
Grover López: Tu nombre cada vez suena más
en varios espacios pero es poco lo que se sabe de ti, cuéntanos un poco de tus
padres, de tu niñez, tu juventud y de aquellas experiencias que te marcaron en
relación a tus preocupaciones actuales.
Carlos Macusaya: Yo he nacido en la
ciudad de El Alto, pero he vivido la mayor parte de mi vida, y vivo, en una
ladera de la ciudad de La Paz, compuesta por migrantes e hijos de migrantes
aymaras. Yo no soy un señorito, yo vengo de una de las laderas de esta ciudad y
he vivido la vida que viven los niños y jóvenes hijos de migrantes. Así que mi
experiencia está marcada por aquello que para muchos es parte de un mundo
“sub-urbano”, pero que está muy vinculado a relaciones con el área rural y la
vida urbana.
Mi padre fue
Antonio Macusaya Apaza y nació en Waychu (Puerto Acosta), al norte del lago
Titicaca. Vino a trabajar a la ciudad de La Paz más o manos a sus diez años,
fue panadero y hasta cargador, pero al final se hizo zapatero. Mi mamá fue
María Sofía Cruz y nació en la provincia Los Andes; llegó a la ciudad muy niña,
a los 6 años aproximadamente, trabajando de “sirvienta”. Ya joven, conoció a mi
papá en un lugar muy tradicional de enamoramiento entre migrantes aymaras en
aquellos años: el parque Laykaqota. Se casaron y tuvieron siete hijos, de los
que murieron los dos primeros. Tengo un hermano mayor, Marco Antonio, y tres
hermanas menores, Sofía, Nancy y Silvia. Mi madre murió el 2005 y mi padre el
2014.
De mi niñez
recuerdo varios hechos que me impresionaron y que hoy tienen un sentido claro
para mí. En fiestas veía a personas migrantes en estado de ebriedad y que gritaban
con orgullo de que pueblo venían, por ejemplo: “¡achacacheño carajo!”, pero
cuando estaban sobrias nunca hacían eso. En una ocasión, cuando acompañe a mi
padre a hacer algunas compras y el pago de la luz, vi a un conductor de televisión
“en vivo y directo” y me llamó la atención, casi como un choque, su color de
piel, sus rasgos físicos, distinto al de mis padres, de mis amigo o de mis
vecinos; era diferente a las personas con las que yo compartía mi vida
cotidiana. También era común ver que un “caballero”, alguien de tez clara y con
“buena ropa” (como se decía), maltrate a
alguien de piel morena, insultándolo por no hablar bien el castellano, por ser
“indio”, por no darle paso, etc.; incluso se llegaba algún tipo de agresión
física. En general, un hecho era constante, la situaciones de racismo que
parecía todos vivían con naturalidad, aunque en una ocasión vi como un señor
migrante aymara, en un partido de futbol, le dijo negro a un jugador afro y
este jugador lo agarró a puñetazos diciendo que él no era negro; pero cuando vi
en muchas ocasiones que algún jaylon le decía “indio de mierda” a alguien de
piel morena, pómulos sobresalidos, ojos rasgados, etc., el agredido simplemente
agachaba la cabeza y asumía un carácter sumiso. Vi muchas veces como entre
gente de origen aymara se insultaban diciéndose “indio de mierda” o “t’ara
ignorante”, pero nunca vi que una de esas personas sea “paradorcito” –como se
decía entonces– con un jaylon. Siempre vi actitudes de sumisión de personas
aymaras con la gente blancoide.
En la escuela,
por ejemplo, a la hora del recreo salíamos corriendo al patio, escapando del
aula, y algo siempre pasaba: alguien se compraba algo del quisco para comer y
el resto de amigos se le abalanzaba y le quitaba un pedazo de lo que había
comprado diciendo “cosbichate…”. Tal vez se trataba de que éramos niños que no
comíamos bien en casa y estábamos hambrientos a la hora de recreo, pero lo que
con los años me puse a pensar fue que nunca teníamos esa actitud con algún
estudiante de piel clara. Es decir que teníamos un comportamiento de respeto
con relación a unos y con otros era distinto, en ello el color de piel, los
rasgos físicos, eran determinantes. Ya de niños asumíamos comportamientos en
los que diferenciábamos en nuestro trato a personas de piel clara y a los que
se parecían a nosotros.
Recuerdo que
cuando iba a clases, en el camino o al retornar, era normal oír a una madre
decirle a su hijo: “ponte gorra o quieres ser negro feo” y no se refería a los
afros cuando decía “negro” sino que siempre era una referencia a las personas
aymaras que trabajan en el campo y que tienen la piel quemada por el sol. También
era normal oír que un padre o una madre le reproche a su hijo o hija sobre su
pareja: “como vas a estar con ese, tienes que mejorar la raza”. Es decir que
los padres se creían de raza inferior y esperaban que su hijo o su hija mejoren
esa situación. Entonces todo el tiempo, desde la niñez, se vivían situaciones
en las que los prejuicios sobre superioridad racial estaban presentes y eran
fundamentales en la formación que se daba a los hijos y eso llegaba a la
escuela, donde eran reforzados, así lo viví yo.
Cuando era
adolecente me introduje en el mundo de los grupos de baile “techno”, grupos
identificados como pandillas y que bailaban en el programa Sábados Populares.
Armar coreografías, conseguir temas, pensar en el vestuario eran preocupaciones
constantes, pero además había otros aspectos, como el hecho de que muchos se
hacían padres y madres muy jóvenes, el consumo de alcohol, las rivalidades y peleas
entre grupos. Recuerdo que en una ocasión fuimos a la fase final de un concurso
en una discoteca que había cambiado de local, pasando de la Garita de Lima a la
Ceja de El Alto; participamos y nos retiramos por lo complicado de las
tensiones entre grupos; al día siguiente nos enteramos por el periódico Extra,
si mal no recuerdo, que un muchacho de otro grupo había sido asesinado con más
de catorce puñaladas.
También en ese
ambiente habían categorías racializantes. Por ejemplo habían grupos de baile
que eran identificados y se identificaban en oposición a otros, así unos tenían
“pinta”, por ser “blancones”, y otros, los morenos, eran llamados “fallados”.
Claro que alguien considerado fallado podía usar esa categoría con otra
persona, o alguien visto un poco “blancon” y con “pinta” entre los “fallados”
podía ser considerado “fallado” entre los “blancones” o jaylones. En esto el
color de piel, el dinero, el qué lugares se frecuentaba y donde se vivía eran
aspectos importantes. Así, alguien de piel morena, de origen aymara y con
dinero era llamado “jaylon alteño”, aunque no fuera de El Alto; es decir que
podía tener dinero, pero le faltaban los rasgos físicos blancoides y era de
origen aymara. Era inevitable que el mundo juvenil en La Paz lleve la marca de
la racialización y las relaciones jerárquicas que ello implica, lo que también
tenía que ver con el lugar en el que uno vivía.
Cuando estaba
por los veinte años más o menos y vivía la vida “sub urbana” de los migrantes e
hijos de migrantes aymaras en un barrio marginal de La Paz, entre mis amigos
algunos perdieron la vida en circunstancias relacionadas al consumo de alcohol
y esas cosas. Recuerdo que uno murió asesinado, no muy lejos de su casa; lo
encontraron con marcas de ahorcamiento y una puñalada en el cuello, no le
robaron nada. En una ocasión, pasando la media noche de repente se aparecieron
dos tipos conocidos por ser “punteadores” y con quienes varios días atrás yo
había tenido problemas. Me acorralaron, me pusieron contra la pared y uno de
ellos me amenazaba con un cuchillo. Me dije a mi mismo: “aquí me van a medir el
aceite”. Para mi fortuna unos amigos pasaron por esa calle y gracias a ellos no
me paso nada. Era un mundo de muchos riesgos, pero también de mucho cariño
entre amigos; algunos se perdieron en el alcohol y las drogas, “viviendo en la
calle”, aun hoy veo a alguno de ellos; también hubo quienes hicieron su familia
y uno que otro se profesionalizó. Cuando pienso en esas vivencias y en lo que
muchos dicen de la apacible vida “indígena” no sé si reír o llorar.
Pero mientras
vivía esas experiencias se dieron los bloqueos aymaras el año 2000 y el nombre
de Felipe Quispe resonaba. Desde entonces el tema de la identidad aymara empezó
a ser un elemento que me problematice mucho en relación a mis padres, al
racismo que había vivido y visto desde niño, etc. Una de las forma en que esta
problematización se expresaba en mi fue haciendo diseños de grafitis en papel
con elementos tiahuanacotas, lluch’us y elementos andinos; lo que trataba de
hacer era vincular mi situación juvenil de bailarín de música moderna con
aquello que estaba emergiendo: el “indio” como sujeto político. Incluso, tiempo
después, llegué a usar pantalones anchos, ch’uspa, canguros y abarcas, algo que
hoy me causa gracia, pero que muestra como el tema de identidad empieza a ser
problematizado: buscando referencias rurales y que entran en conflicto con lo
que uno es en términos contemporáneos.
G. L.:
Mencionaste
el año 2000 y los bloqueos aymaras liderados por Felipe Quispe, ¿es desde
entonces que empiezas a introducirte en la lucha indianista y katarista?
C. M.:
No exactamente. Los bloqueos aymaras del año 2000 serán para mí el primer
batacazo en mi conciencia con respecto al problema que había vivido desde mi
niñez y que empezaban a tener claridad. Pero además, el hecho de ver, aunque
solo haya sido por la tv, a un aymara como Felipe Quispe diciéndole a Banzer
“vamos a hablar de presidente a presidente…”, luego de yo a ver vivido desde mi
niñez como aymaras asumían actitudes de sumisión, pues fue para mí algo que me
impacto mucho. Pero en general, los bloqueos aymaras de ese año lograran ir posicionando
el discurso indianista y el orgullo de “ser indio” florecerá, llegando a ser un
elemento fundamental en los siguientes años.
Algo que
recuerdo de esos años es como mi mamá, mujer que vestía pollera, entro a la
escuela nocturna, no busco a “sabios” ni a “amautas”. Ella fue interpelada por
el proceso que se vivía en Bolivia y decía “ahora nos toca a mostros” y por eso
entró a la escuela. Con algunas amigas suyas de la zona en la que vivimos hizo
un frente para llegar a dirigir la junta vecinal y lo consiguieron. Las señoras
se cansaron de que los varones sean dirigentes y de que no rindan cuentas.
Hasta donde sé esa directiva formada por madres de familia fue la única que
terminó su gestión haciendo rendición de cuentas, además de lograr, entre otras
cosas, la construcción de la sede social. Mi madre fue la encargada de manejar
el dinero y lo hizo con la colaboración de mi hermana Sofía, quien entonces era
estudiante de Trabajo Social en la UMSA. Una semana antes de morir se festejaba
el 6 de agosto y ella me decía que iría a clases y le diría a su profesor que
nuestros héroes no eran ni Simón Bolivia ni José Antonio de Sucre, sino que
nuestros héroes eran Tupaj Katari y Bartolina Sisa; yo le había dado algunos
folletos que compré en la Plaza de los Héroes y ella los leía con mucho
interés.
También mi
papá fue interpelado por esos procesos. Él solía llegar a casa con algunos
folletos que había comprado en la Plaza de los Héroes, pues también frecuentaba
ese lugar. Empezó a comentar las noticias referidas a política. Empezó a decir
con orgullo “somos aymaras”, algo que no hacía antes. A veces, cuando yo
llegaba de algún lugar, encontraba a mi papá dormido en su cama con un libro
mío entre sus manos. Fueron años de una intensidad impresionante, pero las universidades
no eran espacios de clarificación de ideas y el indianismo había ganado terreno
en otros espacios, como las plazas o ferias en pueblos, en esos espacios la
gente “de a pie” se alimentaba de ideas.
G. L.:
Cómo
fue tu experiencia universitaria en relación a tu posicionamiento indianista y
katarista.
C. M.:
Una decepción total. La universidad para mí nunca fue un espacio de debate, de
clarificación de ideas, por lo menos en la Carera de Comunicación Social, que
fue a la carrera a la que ingresé. Siempre me sentí asfixiado en el aula, donde
la monotonía era la regla, donde los temas planteados por el indianismo y el
katarismo nuca eran tratados, ni siquiera se sabía de la existencia del
indianismo o del katarismo, lo que muestra hasta qué punto se trataba de una
carrera alejada de los procesos sociales que se estaban dando. Aunque cabe
mencionar que alguno que otro docente era muy serio, pero eran poquísimos.
Francamente yo muchas veces me salía de clases porque no soportaba ese ambiente
y prefería ir a la Plaza de los Héroes a debatir. Era un contraste fuerte entre
como había “hambre” por ideas en la Plaza de los Héroes y como en la “u”, por
lo menos en mi carrera, pasaba lo contrario.
Pero además,
mi experiencia con la izquierda en la universidad, siendo yo alguien
posicionado como indianista y katarista, me ha hecho un desconfiado con las
personas que se dicen “revolucionarias”, socialistas o de izquierda. Siempre
tomaban el “problema indígena” como algo secundario; nunca lo trataban con
seriedad. Si en los años 60 y 70, grupos de izquierda escupían su desaprecio
por el indianismo y por los “indios”, y no hacían esfuerzos teóricos ni
organizativos con respecto a las poblaciones racializadas, la izquierda con la que
yo tropecé en la “u” era más recatada y modulaba su racismo; cuando se trataba
de “indios”, en un escenario en el que el carácter racializado de las
relaciones sociales era un elemento central en lo que se estaba viviendo en el
país, lo más que hacían era agregar al final, a la cola de su consigna la
palabra “originario”: “gobierno obrero campesino y originario”. Igualmente de
patético era ver como algún docente autotitulado “revolucionario” lograba que sus
estudiantes repitieran dos o tres frases, como “los ricos y los pobres” o
“estructura y superestructura”; cuando el estudiante repetía esas ideas vagas,
el docente lo asentía con algún gesto y el estudiante se regocijaba. Era un
ambiente insoportable y donde la reflexión estaba ausente. He tenido varias
experiencias con esa izquierda y francamente ello me ha llevado a tenerles
menosprecio.
La verdad en
cuestiones de reflexión o de análisis, la universidad y en especial la carrera
a la cual ingresé no fueron nada valioso para mí. Las ideas que he ido
desarrollando nunca han sido motivo de reflexión en la “u” y yo he buscado
otros espacios donde si había reflexión y de hecho yo ya era parte de un
espacio así: la Plaza de los Héroes, lugar al que concurría con mucha
frecuencia. Fue a finales del año 2002 que muy ocasionalmente me acercaba a la
Plaza de los Héroes, donde varios activistas solían hablar de coyuntura, de
Tupaj Katari, de indianismo, etc. Recuerdo como el 2003, gente de esa plaza
había formado el Movimiento Originario Popular de Liberación (MOP-L) y se
movilizaron contra el impuestazo. El 2003 ya empecé a frecuentar el lugar, pero
solo oía, era yo muy tímido y tenía miedo a hablar en público, aunque ganas no
me faltaban. Con el tiempo participaba muy constantemente en los debates,
formando un estilo muy agresivo y apasionado en mis participaciones.
En esa plaza
conocí a personas interesadas en compartir ideas, muchos de ellos eran jóvenes.
Cuando el debate nos parecía no muy interesante nos dirigíamos a los libros
usados, detrás de lo que entonces fue el Mercado de las Flores. Ahí encontrábamos
materiales de distinta índole y la verdad no teníamos un criterio formado
sólidamente para seleccionarlos, pero si juntábamos el dinero para poder
comprar libros que despertaban nuestro interés. También solíamos dejar los
debates de la plaza para ir algún seminario, foro o presentación de libro. Fue
un lugar valioso para mí, aunque también con limitaciones, pues si bien había
debate no se podía hacer un trabajo sistemático y las discusiones con facilidad
pasaban de un tema a otro. También en la plaza, además de la universidad,
solíamos reunirnos quienes después formamos el MINKA y con varios de ellos nos
conocimos ahí.
En mi
posicionamiento indianista influyó los debates en la plaza de los Héroes y
algunos materiales que ahí pude obtener y que no se encontraban en otros
lugares, como La Revolución India.
Una de las cosas que me llamó la atención desde un principio en la plaza fue
que no faltaba algún q’ara que por casualidad pasaba por ahí y se tropezaba con
esos debates. Mientras alguien desarrollaba sus ideas el q’ara interrumpía sin
importarle escuchar, simplemente se las daba de alguien que debía enseñar a los
indios diciéndoles que estaban equivocados o que eran ignorantes. Pero nunca
faltaban quienes le salían al paso y le mencionaba algún dato histórico, otro
apuntaba algún elemento de coyuntura; el q’ara quedaba con la cara
“desfigurada” porque no se esperaba que los “indos” le respondan y con
argumentos.
Con el paso
del tiempo y ya en la primera gestión de MAS, la Plaza fue perdiendo su sentido
de reflexión y lo que tomó fuerza fue el apoyo ciego al “gobierno indígena”:
las ideas pachamamistas fueron ganado terreno en desmedro de las reflexión
políticas. Vi como gente muy lucida, que estaba al día en los temas de
coyuntura, en leyes aprobadas y las discutía, esa gente empezaba a dejar esa
lucidez y se refugiaba en cuestiones esotéricas y místicas, en simbolismo. Pero
con todo y esa degeneración, esa plaza fue muy importante en mi posicionamiento
indianista.
G. L.:
Tú
haces mucho hincapié en criticar el pachamamismo y aquello que en Bolivia se ha
presentado como descolonización en el gobierno de Evo Morales. ¿Cómo llegas a
asumir esa postura?
C. M.:
Fueron varios factores los que influenciaron en mí para desembocar en la
crítica que suelo hacer a la “descolonización a la boliviana”. Uno de esos
factores fue la experiencia que tuve con personas y grupos que se decían
indianistas, comunitarios, kataristas, etc., y que siempre terminaban y en una
actitud personalistas, sin proyectar nada serio, haciendo cosas entre paredes,
y luego decían que todo era decisión “comunitaria”; hoy en día siguen con esa
retórica y también siguen con sus actitudes. Entonces, el problema era que los
defensores del “comunitarismo” eran todo lo contrario de lo que decían
defender. Podía yo decir que se trataba de gente “alienada” o que estaba
“occidentalizada” e imaginar que en algún lugar, no sé donde, el verdadero
“indio” vivía sin “pecados occidentales”, o podía tomar a estos “comunitarios”
muy críticamente como objeto de estudio para desmitificar al “indio”, opté por
esto último. Claro que fue decepcionante, además de la careta comunitaria y
antioccidental, como esa gente, que se volvió en mi objeto de análisis, se
perdía en simbolismos estériles como “reconstituciones espirituales” mientras
el análisis serio de la condiciones de lucha contemporánea no parecía
impórtales.
También el
vivir los procesos anteriores a la elección de Evo Morales como presidente me
sirvieron, en tanto me puse a reflexionar sobre ellos; en esos procesos, en las
movilizaciones, en los debates en vía pública, etc., no se hablaba del “vivir
bien” ni de “estado plurinacional” y sin embargo estas ideas han sido
presentadas como aspiraciones “indígenas”. Realmente fue un cambio dramático en
relación a lo que sucedía antes, pues, como suelo decir, pasamos del “indio
guerrero” al “buen salvaje”; para poner como ejemplo la decadencia de Fausto
Reinaga, pasamos del indianismo al “pensamiento amáutico”; ósea que en el
“gobierno indígena” pasamos de plantear problemas concreto de la racialización
a satisfacer los gustos de exotismo de los “occidentales”. En el gobierno del
MAS vi como toda la problemática que se debatía y que hacia parte de las
movilizaciones entre el año 2000 y el 2005 era folklorizada, como el indianismo
y el katarismo eran ninguneados, como los indiologos y sus indígenas armaban
shows bien financiados para divertir turistas y eso lo presentaban como
“revalorización de la identidad indígena”.
Por otro lado,
viendo la farsa que se promovía desde el gobierno y la farsa de personas que se
decían comunitarias, volqué mi mirada en lo que pasaba en mi alrededor, entre
la gente aymara que vivía el día a día sin dárselas de “sabios” ni de
“comunitarios”, personas que no estaban preocupadas en divertir turistas. Es
decir, empecé a observar a mi familia, a mis vecinos, a la gente en el minibús,
en las ferias y las fiestas, en la universidad, en las calles, etc. Esta
observación la hacía tras ponerme a dudar de las ideas que eran sostenidas por
el indianismo y así también pase a ver críticamente al indianismo en contraste
con las observaciones que hacía. Puede sonar muy obvio el señalar que
deberíamos observar la vida cotidiana de la gente que no está disfrazada ni se
dedica a buscar reconociendo de ONG’s, pero la verdad es que la vida de esas
personas “del común” no importa a quienes dicen ridículamente que “para los
indígenas están primero las hormiguitas”. Siempre fue llamativo para mí que
muchas personas que hablaban del “verdadero indio” se referían a un ser ideal,
inexistente, mientras evadían hacer este ejercicio de observación.
Ese ejercicio
tan básico me ayudo mucho, pero además, desde el 2007 o 2008 empecé a viajar al
sur del Perú, por invitación de pequeños grupos y esta experiencia me permitió
conocer como se veía al “movimiento indígena” de Bolivia: de manera mitificada,
con referencias ciegas en lo que salía en tv (rituales “ancestrales” y
“sabios”) e incluso se tomaba esas referencias como lo que había que hacer, se
imitaba la imagen de exportación que se vendía desde Bolivia. Pero también,
quienes iban desde Bolivia como representantes indígenas y que tenían alguna
relación con el gobierno alimentaban esa imagen. Pude ver como grupos que
estaban dando lugar a debates políticos sobre los aymaras en el sur de Perú de
a poco fueron pasando a adoptar el pachamamismo, por la influencia del discurso
propalado desde Bolivia y que era replicado por activistas e instituciones. El
ver lo que pasaba en Bolivia desde fuera del país fue muy útil, pero además, el
ver como al cruzar la frontera con el Perú las relaciones comerciales entre
aymaras era muy fluida me obligaba a cuestionarme muchas cosas y replantearlas.
Esa experiencia también influyo en mí para ir madurando mis ideas y mi crítica,
pero también el hecho de contar con un grupo, MINKA, me permitió contar con
personas con las que se podía reflexionar sobre estos problemas.
G. L.:
Cuéntanos
algo sobre cómo nació el grupo MINKA, pues se está convirtiendo en un grupo
referente.
C. M.:
Nos juntamos varios muchachos que veníamos de distintas experiencias, pero el
común denominador era el tema de la afirmación identitaria y el haber vivido en
distintos lugares lo que paso en Bolivia, en especial en el departamento de La
Paz, desde el año 2000. El año 2013 escribí un artículo sobre el MINKA[2], en el que cuento algo de
cómo nació. Formalmente conformamos el MINKA para un congreso que se realizó en
Puno (Perú) en mayo del 2009. Al poco tiempo se trató de hacer del grupo algo
así como una coordinadora de organizaciones indianistas y kataristas. Se
realizaron reuniones muy concurridas con otros grupos en Achacachi, pero al
final no se logró el propósito. Había una diferencia fundamental entre quienes
formamos el MINKA y los otros grupos: nosotros teníamos una inclinación por el
trabajo intelectual, por clarificar muchos temas que en el indianismo y el
katarismo eran generalidades e idas vagas e incluso no eran serias, mientras en
los otros grupos asumían esas generalidades como verdades incuestionables. Así
los otros grupos estaban más preocupados por la acción política inmediata,
mientras en el MINKA había una preocupación por clarificar ideas.
Creo que esta
inclinación del MINKA por la clarificación de ideas lo diferenció desde sus
inicios con respecto a otros grupos. Y esto tiene que ver con que veíamos que
había muchos temas que no estaban claros y que nosotros mismos como personas
teníamos muchas limitaciones en nuestra formación. En muchos casos esta actitud
de nuestra parte hizo que nos ganemos comentarios, a espaldas nuestras, de ser
“solo teóricos” o de estar “occidentalizados”. En la actualidad muchas de esas
personas que hacían esos comentarios y que incluso se negaban al uso de celular
o del internet por ser aparatos “occidentales” desde hace un tiempo atrás están
dando cuerpo a debates teóricos y clarificaciones políticas, usan el internet,
etc., lo que en verdad me alegra.
También tengo
que mencionar que si bien en el grupo hay una inclinación por la reflexión,
esto no quiere decir que hayamos trabajado de manera formal y planificada. De
hecho se puede decir que ha sido más por cuestiones de fuerza mayor las que han
condicionado esta inclinación. Ello porque por un lado lo que ha pasado en
Bolivia en relación al “indio” y en distintos ámbitos, era tratado de manera
muy flklorizada y por tanto hacia falta una crítica que tenga argumentos
serios. Por otra parte, nosotros como miembros del grupo teníamos muchos vacíos
respecto al indianismo y al katarismo, por tanto era una tarea ineludible
reflexionar sobre estos movimientos y sus ideas, lo que nos obligaba a buscar
información sobre estos asuntos y a generar espacios en los que podíamos
conversar con militantes “viejos” de estos movimientos.
Creo que otro
aspecto destacable del MINKA ha sido el trabajo en internet. En la manera en
cómo se entendía lo y al indígena en Bolivia, como un ser que nada tenía que
ver con la vida moderna, con lo “occidental”, por tanto muchos de quienes
asumían estas premisas rechazaban el hacer reuniones en la ciudad o el uso de internet,
porque creían que eso era “occidentalizare”. Tal vez hoy el uso que MINKA ha
hecho del internet, de nuestro blog, nuestro facebook, etc., puede parecer algo
sin importancia, pero logramos que muchas personas vieran que se traba de una
herramienta que bien usada podía contribuir a nuestra lucha.
Mediante
nuestros espacios en internet logramos que mucha gente tenga acceso a distintos
tipos de materiales referidos a los temas de nuestro interés. Subimos textos digitales,
videos audios de nuestras actividades,
también artículos nuestros. Hay personas que siguen nuestras publicaciones,
tanto investigadores y gente que es parte de alguna organización, pero lo mejor
es que jóvenes están atentos a lo que publicamos y se han ido alimentando de
esos materiales. Creo que hemos logrado articular algunas experiencias pasadas
del indianismo y del katarismo, ya sea en libros o videos de nuestras
actividades, y que eran desconocidas por la mayoría de jóvenes que se
identifican con estas líneas de pensamiento. Hemos logrado generar algunos
vínculos de pensamiento y de experiencias que pueden desembocar en trabajos
rigurosos y que sean una gran contribución. En este uso del internet por parte
del MINKA fue fundamental el papel de Wilmer Machaca, un “excombatiente” de la
Plaza de los Héroes y miembro de nuestro grupo.
G. L.: Que podrías decir sobre la experiencia del MINKA con grupos de
izquierda o grupos del MAS.
C. M.: Antes de formar el MINKA, pero
entre quienes después lo formamos tuvimos varias experiencias. Recuerdo que nos
presentamos para las elecciones la Federación Universitaria Local (FUL) en la
UMSA. En aquella ocasión había grupos de izquierda, básicamente en la Facultad
de Ciencias Sociales, entre estos grupos, en el mejor de los casos, se referían
hacia nosotros así: “no conocen la ciencia” o “no tienen ideología”. Nosotros
frecuentábamos el Centro de Estudiantes Campesinos (CEC), tratando de hacer de
ese espacio un lugar de articulación política. Los izquierdistas que tenían
comentarios despectivos hacia nosotros, cuando vieron que no podían lograr nada
en las elecciones a la FUL nos buscaron como “fuerza bruta” para boicotear esas
elecciones. Eso éramos para los izquierdistas: personas menospreciables,
carentes de conocimientos y “fuerza bruta”.
En esas mismas
elecciones también participaron quienes formaban Juventudes del MAS, claro que
con otro nombre. Solían venir al CEC para que los apoyemos, pues pensaban que
como éramos estudiantes que decían ser “indios”, hacíamos actividades
enarbolando la wiphala, etc., creían que debíamos ciegamente sumarnos a ellos.
En el CEC habían otras personas que reivindicaban más lo rural y no eran
partidarios de hacer formación o debates, ellos solían sumarse a quienes eran
parte del MAS en la “u”. Nosotros éramos muy reacios a entablar relaciones con
los masitas, pues en la “u” nunca eran protagonistas de nada que perfile a los
jóvenes aymaras como actores centrales, ni siquiera ellos se preparaban, solo
buscaban juntar gente para elecciones en la “u” o para llevarlas a alguna
concentración del gobierno. No es de extrañar que en la actualidad Juventudes
del MAS no tenga ningún papel protagónico y que sean otros jóvenes, de otra
procedencia social, los que hayan logrado escalar muy rápidamente en el
gobierno.
Recuerdo que antes
y cundo ya formamos el MINKA, algunos muchachos del grupo salíamos a algunas
concentraciones o movilizaciones que se hacían. Como habíamos aprendido en la
Plaza de los Héroes, íbamos con libros, folletos, fotocopias etc., todos
materiales relacionados al indianismo y a lucha anticolonial. Hacíamos rondas y
exposiciones, dando lugar a debates. Mucha gente se mostraba muy motivada por
nuestro trabajo, pero cuando se acercaban jóvenes vinculados a juventudes del
MAS, con sus poleras de “Che” y alguna wiphala en la mano, nunca se interesaban
en los materiales que llevábamos, sea La
Revolución India, algunos folletos sobre Tupaj Katari o el EGTK. Era muy
llamativo como esos jóvenes, de origen “indígena”, reivindicaban el “ser
indígena” de Evo Morales, pero ellos nunca se interesaban por interiorizarse en
las luchas anticoloniales, del indianismo o del katarismo. Eran jóvenes que
podían decir “Evo es aymara”, pero ellos mismos tenían complejos para ver su
propio origen, su color de piel y asumirlo, los pocos que asumían su origen, lo
hacían muy al calor del la moda pachamamista.
En general
antes de formar el MINKA y cuando ya lo formamos, los temas que a nosotros nos
preocupaban no eran tratados seriamente ni en la izquierda tradicional ni entre
los jóvenes vinculados al MAS. Esto ha condicionado mucho nuestra percepción sobre
estos grupos y que forjemos muy distanciados de ellos nuestro trabajo,
concentrándonos en historia, autores como Fausto Reinaga, ideas sobre
descolonización, etc.
G. L.: Mencionaste a Fausto Reinaga
y tú eres uno de los entendidos en su obra, ¿puedes decirnos como te interesas
en Reinaga y porque tus dos libros se concentran en este personaje?
C. M.: Creo que como MINKA fuimos el
grupo más comprometido con la difusión del pensamiento de Reinaga, incluso uno
de los miembros del MINKA es quien logró que se publicaran sus obras completas,
Pablo Velázquez. Yo escuche mencionar a Reinaga en los debates de la Plaza de
los Héroes y también fue ahí donde pude comprar La Revolución India, aunque el primer libro indianista que leí, fue
el de su hijo, Ramiro Reynaga Burgoa, Tawantinsuyu.
Creo que el leer La Revolución India,
por lo que he observado en varias personas, es como cuando toman algún trago
para “darse valor”, pues de repente personas aymaras que no se interesaban en
los problemas del “indio”, luego de leer este libro, empezaban afirmar su
“indinaidad” y con mucha agresividad. Ese libro lograba deshacer las certezas
nacionales que el estado boliviano había propalado.
Creo que La Revolución India tiene la fuerza de
vincular experiencias de racismo que vivió quien lee ese libro con toda una
serie de antecedentes, dando lugar a una desnaturalización de la realidad que
se vivía casi calladamente, realidad en la que el racismo era pasado por alto,
aunque era sufrido. Sin duda es el mejor libro de Reinaga. Pero en algún
momento, cuando empecé a ver críticamente muchas cosas y cuando el pachamamismo
ganó terreno en los lugares que yo frecuentaba me nació una reacción de fuerte
rechazo a Reinaga, pues muchas personas lo endiosaban, muy en especial cuando
se referían a eso llamando “pensamiento amáutico”. Me di cuenta que lo peor era
dejar las cosas así, en simple rechazo de mi parte, como muchos otros hacían, o
en un endiosamiento absurdo. Lo que correspondía era “separar el trigo de la
paja” en el pensamiento de Reinaga. Nunca pude hacer esto de manera continua y
teniendo todo a disposición, sino de modo intermitente, apuntando cosas en
hojas sueltas (muchas se perdieron), conversando con personas, etc.
En todo ese
trabajo discontinuo y con problemas, me hice una idea sobre la obra de Reinaga,
que de manera general es la siguiente: Hay un elemento constante en la obra de
Reinaga, la influencia del indigenismo, la idealización indigenista del pasado
precolonial. Teniendo en cuenta esta constante se puede hacer una primera
división en su obra, en la que hay dos bloques, uno en el que la preocupación
fundamental se centra en el Estado, lo nacional y el imperialismo y abarca los
libros desde Mitayos y yanaconas
hasta Tesis india; el otro bloque
está marcado por el tormento que le causa al autor la posibilidad del fin del
mundo por la bomba atómica, a este bloque corresponden los libros desde América india y occidente hasta Pensamiento indio.
Pero se puede
hacer una tercera división general en función de cómo entiende al indio, a
partir de lo cual se podría hacer la siguiente división: una primera etapa
pre-indianista, de Mitayos y yanaconas
(1940) hasta El sentimiento mesiánico del
pueblo ruso (1960); una segunda etapa propiamente indianista, desde El indio y el cholaje boliviano (1964)
hasta Tesis india (1971); y una
tercera etapa, post-indianista, que abarcan los libros desde América india y occidente (1974) hasta
el Pensamiento indio (1991) En esta
división se puede identificar al indianismo como eje a partir de cual definir las
etapas del pensamiento de Reinaga, pues si en el indianismo el indio es el
sujeto político quien encarna la lucha por su propia liberación, en sus libros
anteriores, pre-indianistas, el indio es la referencia básica de la nación,
pero no es pensado como sujeto político y en su “pensamiento amáutico” o
post-indianismo, lo que le interesa a Reinaga es escribir para “occidentales”,
dándoselas de ser el “verdadero indio”, sobre esto último escribí algunas
consideraciones en mi segundo libro: Del
indianismo al pensamiento amáutico. La decadencia de Fausto Reinaga (2015).
Para mí, lo
mas resaltable de Reinaga es su pensamiento indianista y por ello escribí el
libro Desde el sujeto racializado. Consideraciones
sobre el pensamiento indianista de Fausto Reinaga (2014), que además fue un
homenaje de mi parte a este autor. En ese libro resalto cinco elementos
fundamentales en el indianismo de Reinaga: 1) las Dos Bolivias, o sociedades yuxtapuestas, como modelo de análisis
que remite a la violencia de la colonización y a la institucionalización de
dicha violencia como orden estatal, 2) el indio
como sujeto racializado cuyo estatus es político, lo que condiciona su papel en
el proceso de producción, 3) el Partido
indio como imperativo histórico, pues en tanto organización política que
articula al sujeto racializado y organiza su lucha, busca desestructurar la
yuxtaposición social, 4) la Epopeya india
como “contra historia”, como la historia no oficial y “oculta” del indio, que
logra articular experiencias de racismo presentes con hechos del pasado de la
colonia y la república develando el carácter colonial de las relaciones
sociales del presente y 5) la Revolución
India pensada como revolución del tercer mundo y en la que al carácter
racializado que la dominación europea ha imprimido sobre poblaciones en el
mundo funciona como eje articulador y desde donde se puede proyectar una
revolución.
Creo que, de
manera muy escueta, esos son los elementos centrales del indianismo y tal vez
Reinaga los planteó de modo muy visceral, pero son su metrito el haberlos
formulado allá por 1970. Si duda este autor ha sido fundamental en cómo se ha
formado una identidad política entre los “indios” y su influencia ha sido y es
muy fuerte entre los aymaras. Fausto Reinaga fue muy importante para mí,
básicamente su pensamiento indianista, aunque creo que lo que logra es
problematizar situaciones que no eran consideradas con seriedad en su tiempo y
aun hoy. Lo mejor es tomar en serio a Reinaga es decir no descalificarlo
tontamente ni alabarlo a ciegas, sino analizar críticamente su trabajo.
G. L.: Además de Reinaga ¿qué
pensadores han influenciado en tus reflexiones?
C. M.:
Pues varios autores, pero mi formación ha sido muy aleatoria, con los
materiales que podía conseguir, muchas veces desvinculados temáticamente. Una
de los autores que leía por aquellos años y porque algunas de sus ideas se
vinculaban a mis preocupaciones fue Álvaro García Linera. El primer trabajo que
leí de él fue Indianismo y marxismo, el
desencuentro de dos razones revolucionarias, trabajo que se publicó en la
desparecida revista Barataria. También sus ideas sobre ciudadanía o re-proletarización
me interesaron mucho, hasta el presente, cuando me refiero a los movimiento
sociales lo hago influenciado por las ideas de García. Otra persona de quien
también aprendí fue Pedro Portugal. Solía leer sus artículos y asistir a los
seminarios en los que él estaba de invitado, también como MINKA hicimos varias
actividades con él. Mucho de mi crítica al pachamamismo se inspiró en ideas de
Portugal, con quien ahora tengo una muy buena amistad. Otra persona que
influenció en mi fue Fernando Untoja, despreciado por muchos, de él me llamó
mucho la atención que nunca jugaba a victimizarse, pero además sus reflexiones
sobre el Ayllu, el comercio y el capitalismo fueron muy provocadoras para mí.
Me viene a la mente uno de sus libros, uno pequeño, Ensayos para una rebelión Kolla, en el que encontré ideas que me
invitaban a reflexionar sobre lo que vivimos hoy sin idealizar el pasado.
Seguro debe sonar incoherente mencionar a las personas aludidas como
influencias mías, pero siendo honesto, de ellas he aprendido mucho.
Por otra parte
también he aprendido de pensadores de otros países como Zizek. Lo primeo que
leí de él fue En defensa de la
intolerancia, luego El sublime objeto
de la ideología, El espinoso sujeto
y alguno que otro más. Algo que me llamó la atención de este autor fue que
usaba chistes o situaciones cómicas para explicar algún concepto filosófico o
de psicoanálisis, esto me recordó mucho a como en la Plaza de los Héroes no
faltaba quien al tratar de explicar una idea lo hacía con metáforas o algún
chiste. También Georges Balandier ha influido mucho en mí, aunque solo leí el
libro Teoría de la descolonización, que
ha marcando mucho de lo que pienso. Podría mencionar un par más de autores,
pero uno de los que realmente me impresiono fue Carlos Marx, en especial su
libro El Capital (tomo I). He leído
ese libro un par de veces y realmente la primera parte, el análisis de la
mercancía es muy complejo pero la forma en que se detiene el autor a analizar
las relaciones implícitas es brillante, un ejemplo de trabajo intelectual. Yo
no me considero marxista, pero he aprendido mucho de Marx y tengo la intención
de seguir estudiándolo.
Bueno, creo
que esas serian mis influencias más claras, aunque quiero mencionar que en una
situación en la que el pachamamismo se ha impuesto hacían falta herramientas
teóricas para forjar una crítica seria, por
ello busque alimentarme de distintos pensadores. Creo que eso me ayudo mucho y
hace falta que nos nutramos de reflexiones de otras latitudes, claro, sin
desvincularnos de nuestros problemas específicos.
G. L.:
Cuéntanos
un poco sobre tu trabajo, tus motivaciones e inquietudes.
C. M.:
Muchas personas me han dicho que escribo de manera muy visceral, pero la verdad
yo al escribir he dejado mucho de la agresividad que antes me caracterizaba en
los debates. Cualquier trabajo lleva el sello de quien lo hace, así que mi
visceralidad también marca lo que hago, aunque, insisto, he dejado mucho de
eso.
Pero más allá
de esa observación, lo que he tratado de hacer en mi trabajo, de modo no
sistemático y con falencias incluso en mi redacción, es dar “bofetadas” a la nueva
generación de aymaras indianistas y kataristas que estaban atrapados, como lo
estuve yo en su momento, en idealizaciones que esterilizaban sus potenciales
intelectuales y políticos. He escrito teniendo en mente a esta nueva
generación, apuntando a plantear algunas cuestiones para superar las
limitaciones heredadas de los viejos indianistas y kataristas, pero a la vez he
tratado de provocarlos para que sus esfuerzos se concentren en clarificar
nuestras condiciones actuales de lucha. En general, y con baches y
“cortocircuitos”, a esto ha respondido mi trabajo. Francamente me he propuesto
escribir para “destrabar” la mentalidad de quienes sabía me estaban leyendo y
creo que en buena medida lo he logrado. Eso me llena de alegría.
Mis
inquietudes también se reflejan en dos cosas me he propuesto: 1) trabajar sobre
lo que ha sido el indianismo y el katarismo en términos históricos,
ideológicos, de organización etc. Esto porque a pesar de que se oye mucho
hablar de indianismo y katarismo, poco se sabe de estos movimientos y creo que
el clarificar esto que esta borroso ayudará a asumir experiencias y superar
etapas, pero en tanto este trabajo sea hecho por otra generación que vincule
sus ímpetus de lucha con las experiencias pasadas para llegar a un proceso de
maduración. 2) Además de clarificar lo anterior, hace falta también concentrase
en como los hechos del pasado condicionan y configuran una situación actual, en
relación a otros aspectos, como las reconfiguraciones de clases entre los
“indios”, las inserción en circuitos comerciales a nivel internacional, la
importancia de la cualificación intelectual, las nuevas formas de racismo que
se presentan como inclusión, etc.; en general, se trata de pensarnos en nuestra
situación contemporánea, clarificarla para que nuestras acciones políticas no
sean ciegas y tengan mayores posibilidades de tener incidencia. Estas son mis
motivaciones y en que se concentra mi trabajo, aunque me he dedicado más en lo
primero, pero siempre teniendo en cuenta que es un trabajo que debe ser útil a
otra generación.
G. L.:
Que
proyectos tienes para el futuro.
C. M.:
Pues creo que hay mucho por hacer. Un asunto pendiente es el de lograr formar
espacios de reflexión en los que estén presentes los representantes más
destacados de esta nueva generación de aymaras, esto para ir formando un
movimiento intelectual articulado, pero no meseraicamente un proyecto político,
lo que se podrá ver con el tiempo y el trabajo. Esta intención la teníamos hace
tiempo en el MINKA, por varias razones ha quedado truncada. Esperamos que este
año podamos empezar a concretizar estas intenciones. En lo personal tengo algo
pendiente: escribir un libro en el que me avoque a reflexionar sobre
situaciones contemporáneas, actuales y relacionadas a la racialización y nuestra
lucha. Desde las formas contemporáneas de racismo “amable”, pasando por la
cumbia chicha, el pachamamismo, el comercio, el facebook, el “proceso de
cambio”, las reconfiguraciones de clase entre los aymaras, etc. Mi idea era
escribirlo el pasado año (2015), pero por las cosas del día a día no he podido
hacerlo; espero en este año ponerme manos a la obra en este proyecto.
Pero en
general, lo que me interesa es logar que surjan jóvenes aymaras como
protagonistas. Hoy por hoy, los analistas en los medios son por lo general “no
indígenas” y esto en un tiempo en el que se dice que los “indígenas” son los
protagonistas. En el “gobierno indígena”, las personas que tienen los cargos
más importantes no son “indígenas”. Entonces creo que es un problema actual el
papel simbólico y secundario que se les da a los “indígenas”, por lo que
la lucha actual tiene que ver con forjar
nuevos referentes políticos e intelectuales aymaras que no acepten ser
ninguneados como hoy pasa. Un proyecto para el futuro y que tiene que ser trabajado
ahora, es la formación seria de una intelectualidad aymara que no juegue a la
diferencia cultural ni se refugien en la victimización, sino una
intelectualidad aymara que sea una vanguardia y que clarifique los caminos que
nos han de llevar a nuestros objetivos. Entonces el futuro hay que forjarlo
hoy.
Nota: esta entrevista fue publicada en una versión recortada en el periódico Pukara nº 115.
[2] Se refiere a: Génesis del Movimiento
Indianista Katarista, MINKA, en Pukara nº 80: http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-80.pdf
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