martes, 17 de noviembre de 2020

Bajo el lamento contra los jailones

 


Por Carlos Macusaya

Luego de que Luis Arce posesionó a su gabinete de ministros se generaron varias reacciones, muchas de ellas tenían un carácter crítico y apuntaban a que se había marginado, una vez más, a los alteños, a los “indios”. Desde entonces he podido conversar con algunas personas que militan en el MAS (en niveles “medio bajos”) y de quienes he oído todo tipo de comentarios en los que la tónica general ha sido, desde un posicionamiento de víctimas, el lamento sobre cómo “los jailones se han loteado el gobierno”.

Con esos “lentes” uno creería estar viendo una situación en la que, como siempre, los malvados y todo poderosos q’aras, levantando la wiphala y jallallando a las mujeres de pollera, embaucaron, nuevamente, a los inocentes indiecitos. Claro que muchos de quienes lamentan esa situación son personas que, tras trabajar en la campaña electoral, esperaban obtener un trabajo en alguna institución gubernamental, pero, tal cual se dieron las cosas (cómo se fue definiendo la correlación de fuerzas en el gabinete), ven imposible concretar esa aspiración.

Desde luego, la inmensa mayoría de los “indígenas” no espera acceder a algún trabajo en este o en cualquier otro gobierno (seguro no rechazarían una oportunidad, pero no están ocupados en buscarla). Simplemente quieren que se generen las condiciones mínimas para trabajar y así tratar de salir de la situación económica que ha dejado el anterior gobierno y la pandemia.

Empero, habría que considerar ese señalamiento sobre el proceder jailón en el gobierno ya que en él hay algo que quienes lo realizan no quieren encarar y que atañe directamente no a los señalados sino a los señaladores, incluso más allá de la militancia del MAS: los q’aras en el gobierno se imponen sobre los indios en la medida en que estos últimos, de distintas maneras, dan pie a esa situación. Es decir, denunciar que los jailones siempre terminan dirigiendo a los indígenas, incluso en nombre de un “gobierno indígena”, es solo contar la mitad de la película y a estas alturas eso ya es solo un pretexto para eludir responsabilidades.

Los grupos jailones en el gobierno de Evo Morales fueron promovidos desde espacios muy concretos (como la Vicepresidencia) y nunca fue un secreto. Lo hacían abiertamente. Distintos personajes q’aras, que fueron rodeando a Evo Morales, formaron sus bloques de poder en el “gobierno indígena”. Eso hicieron los “no indígenas” a vista y paciencia de “la plebe”. ¿Qué hicieron los indígenas?

David Choquehuanca, actual vicepresidente y que por varios años ejerció el cargo de canciller, ¿promovió o apoyó a algún grupo o equipo de jóvenes indígenas que se proyectarán como la renovación de su proyecto? Él estaba en un cargo importante y podía influir desde ahí para formar a los “relevos”, como lo hizo la izquierda jailona en el gobierno o como lo haría cualquier grupo político que pretenda seriamente ir más allá de lo inmediato. 

El Viceministerio de Descolonización, que por un buen tiempo fue dirigido por Félix Cárdenas, ¿formó cuadros políticos “descolonizados descolonizadores” que hagan un contrapeso a las iniciativas q’aras en el MAS? Si lo hizo, ¿dónde están? Lo cierto es que desde esa instancia solo se hizo shows para divertir turista y de eso no se podía esperar renovación de liderazgos indígenas en el “gobierno indígena”.

Los demás originarios que sermoneaban sobre su papel estelar en el gobierno del MAS y que ocupaban cargos medianamente importantes, ¿qué hicieron para que la relación entre “no indígenas e indígenas” deje de ser una relación de subordinación?

En general, los indígenas del MAS en posiciones de poder, teniendo posibilidades de generar y promover relevos políticos desde sus núcleos sociales, no lo hicieron y de esa forma dejaron el terreno libre a los jailones, quienes le sacaron provecho a la situación. Los especímenes étnicos del “proceso de cambio” estuvieron muy a gusto en algunos cargos, recibiendo adulaciones de los “no indígenas” y cobrando sueldos por su inercia política; pero no hicieron nada serio en favor de lo que pregonaban.

Eso me recuerda que hace varios años conocí a un tipo que se jactaba de ser un “indianista radical” y que llegó a dirigir una carrera en la Universidad Publica de El Alto (UPEA). Como autoridad, como alguien que podía definir o influir en decisiones nunca hizo algo que fortaleciera la postura política que asumía, nunca buscó armar equipos de trabajo y simplemente se esforzó por calentar el asiento de su oficina y cobrar su sueldo.

Y es que no se trata ni se reduce a un aspecto que caracterice a los indígenas del MAS en situaciones de poder. Por ejemplo, Víctor Hugo Cárdenas, siendo vicepresidente del país entre 1993 y 1997, no hizo nada por renovar al Movimiento Revolucionario Tupaj Katari de Liberación (MRTK-L) o por formar relevos políticos más allá de su organización y no lo hizo porque eso hubiera significado perder ciertos privilegios que obtuvo siendo “el indígena multicultural” de los q’aras.

A partir de varias experticias y de observaciones sobre la política en el país, me queda claro que los indígenas que se las dan de ser grandes líderes o ideólogos insuperables y que llegan a ciertos cargos de poder nunca apuestan por formar un proyecto, por armar estructuras o articular equipos. En muchos casos y en distintos niveles su objetivo es ser “el indígena” entre los q’aras y ven como competencia a otros indígenas, de tal manera que se esfuerzan por cerrarles puertas para preservar el “privilegio” de ser mimado por algunos jailones. Se las ingenian para “gambetear” a sus bases y buscan descabezar a quienes, desde su mismo grupo, van perfilando algún liderazgo.

De hecho, es muy notoria una actitud en los dirigentes indígenas, de organización grandes y pequeñas, y que puede resumirse así: “si no soy yo, no es nadie”. Buscan tener el vínculo directo en algún espacio, recibir las ordenas de algún q’ara sin intermediarios de su mismo origen social. Así, ven a los jóvenes, muchos de ellos profesionales, como rivales que pueden desplazarlos del lugar que ocupan, como “competencia”, y les hacen guerra, les cierras puertas.

Entonces, quienes en primer lugar han conspirado contra los indígenas, contra la posibilidad de que sean protagonistas de primera línea y no segundones, han sido los indígenas en cargos de poder. Desde luego, en ello también “colaboraron” jailones; pero la responsabilidad recaía no en estos últimos, quienes hicieron lo que cualquier grupo de poder y con aspiraciones de reproducirlo hubiera hecho. Hay que recordar que Eva Copa “apareció”, a finales del pasado año (2019), fue atacada sistemáticamente por grupos jailones del MAS. En esto hay que notar que son grupos respaldados, no actúan aislados y son parte de estructuras de poder. ¿Hay cosas similares entre los indígenas del MAS? ¿Hubo indígenas alteños del MAS que organizaron alguna defensa contra los ataques que recibía Eva Copa? Copa se vio huérfana, pero no se achicó (su mérito). Sin embargo, queda claro que los indígenas del MAS solo se quedan en disfrutar su pasó momentáneo por algún cargo, mientras los “otros” arman estructuras.

Y claro que hay “jailones revolucionarios” que son unos racistas de mierda y solo esperan que los indios los aplaudan y sean su masa movilizable. Pero la cuestión no es lograr que los q’aras “se pongan la mano al pecho” y que los espacios que acaparan los entreguen a los indios por lástima, como si se les estuviera pidiendo limosna. No se trata de esperar que los jailas, en un arrebato inesperado de “conciencia de casta”, den un par de ministerios a “los alteños”.

El problema es que quienes son racializados como indígenas y que buscan cambiar las relaciones de subordinación con los “otros” formen estructuras políticas más allá de las apuestas individuales. Que construyan alianzas entre sí, a partir de objetivos concretos, formando bloques que hagan frente al poder de casta y que prevean los relevos políticos necesarios. En esa perspectiva, la vieja dirigencia y los “reconocidos” intelectuales indígenas (reconocidos por su funcionalidad a la dominación blancoide) son una muralla que hay que derribar. Así mismo, en el afán por cambiar las relaciones de dominación entre “indígenas y no indígenas”, hay que partir afianzándose en el grupo social desde el cual se procede  (la “indiada”), pero teniendo bien claro que hay que construir alianzas con los “otros” y que para ello hay que tomar, como criterio de selección, lo que esos otros hacen en favor de construir un país en el que “indios y q’aras” se relación “de tú a tú”. Lo mismo para quienes tienen origen indígena.

Visto así, la cuestión no recae en la buena voluntad de los jailones (hay muchos que la tienen) sino en el papel de quienes son racializados y subordinados como indígenas.

jueves, 24 de septiembre de 2020

miércoles, 16 de septiembre de 2020

El racismo en la crisis...


(Este texto es parte del libro “En Bolivia no hay racismo, indios de mierda”. Apuntes sobre un problema negado)

Por: Carlos Macusaya

Me gustaría dejar en claro, aunque es una obviedad, que lo sucedido en Bolivia entre octubre y noviembre del 2019, que dio lugar a la renuncia de Evo y a la conformación del actual gobierno, es objeto de disputa. Empero, hay una versión que se ha ido promoviendo desde el nuevo bloque de poder y varios medios de comunicación; versión en la que, omitiendo hechos de racismo, violencia y negociaciones con miembros de las fuerzas del orden, se presenta aquello como una “recuperación de la democracia” mediante una “revolución pacífica”.

Considero que aquellos hechos fueron el inicio de una crisis que aún no se ha resuelto. En esta sección voy abordar el racismo en esa crisis irresuelta. Entonces, para concertarme en el tema me veo obligado a dejar muchos aspectos fuera del análisis, otros los voy a tomar solo de manera tangencial en relación a un par de hechos que, desde mi punto de vista, expresan cómo el racismo es parte de esta crisis. Previamente voy a hacer una contextualización escueta, pero necesaria.

Del proceso electoral al inicio de la crisis

Las elecciones del 20 de octubre del 2019 fueron precedidas por varios hechos importantes. En el referéndum del 21 de febrero del año 2016, por una mínima diferencia y en medio de denuncias de corrupción, además de “el caso Zapata”, el MAS perdió la posibilidad de modificar la Constitución para habilitar a Evo Morales como candidato en la siguiente elección. Esa victoria antimasista fue llamada, posteriormente, “21 F” y se la enarboló contra la candidatura de Morales.

Ante esa derrota, el entonces gobierno del MAS, valiéndose de su situación de poder, buscó la manera de justificar una nueva reelección de su líder, a pesar que la Constitución no lo permitía. A finales del mes de noviembre del 2017, el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), mediante una Sentencia Constitucional, habilitó a Evo Morales y a García Linera para que puedan terciar en las elecciones, hecho que, en varios sectores, generó una temprana desconfianza en el proceso electoral venidero.

Asimismo, el MAS impulsó la realización de elecciones primarias bajo el argumento de democratizar la designación de los candidatos en los partidos. Estas elecciones, inéditas en el país, se realizaron a finales del mes de febrero del 2018. Sin embargo, más allá de la “democratización interna en los partidos” que se decía buscar con las elecciones primarias, estas fueron un recurso del MAS para darle aura de legalidad a su candidatura.

Con todo eso y más, el proceso electoral siguió su marcha. Las campañas electorales que los diferentes partidos desarrollaban fueron de las más pálidas que se han dado en el país y en esa situación el único que llamó la atención fue el entonces desconocido Chi Hyun Chung, candidato a la presidencia por el Partido Demócrata Cristiano (PDC). La candidatura oficialista, muy confiada, se limitó a ofrecer estabilidad. Por su parte, el candidato más fuerte de la oposición, Carlos Mesa de Comunidad Ciudadana (CC), no se esforzó mucho por ganar votos en su campaña, sino por recordar que Evo Morales no estaba respetando el “21 F”. Su slogan de campaña, “ya es demasiado”, muestra que no apuntaba a ganar, sino a tratar de desgastar al MAS. De hecho, CC no mostró interés ni se esforzó por llegar a otros sectores sociales.

En todas las encuestas el MAS era el favorito, aunque con porcentajes bajos respecto a sus anteriores participaciones electorales. En esa situación a Mesa y a sus circunstanciales aliados no les quedó otra que apelar al “voto útil”, como diciendo: “está bien, no creen en mí; pero por lo menos denme su voto para que Evo Morales no siga en el poder”. En otras palabras, no estaban preocupados por ganar las elecciones porque no tenían la fuerza para ello, a pesar de tener un importante apoyo; querían llegar a una posible segunda vuelta para aglutinar el voto antimasista que no lograban cautivar en primera vuelta.

En Santa Cruz, a pocos días de realizarse las elecciones, los cívicos dieron un giro e hicieron campaña por el “voto castigo” al MAS. El candidato cruceño Oscar Ortiz estaba en el tercer lugar en la intención de voto en su propia ciudad y en esa situación fue dejado de lado y se apostó por el “voto castigo”, que, por las circunstancias, favorecía a Mesa; pero no porque los convencía, sino porque no tenían otra opción. En ese momento su apuesta era sacar a Evo Morales como sea, aunque para ello tuvieran que votar por Carlos Mesa.

Llegó el día de las elecciones y todo transcurrió con normalidad y mientras se conocían los resultados preliminares, que favorecían al MAS, Evo Morales se dio por ganador. Por su parte, Mesa, sus partidarios y ocasionales aliados, empezaron festejando una segunda vuelta, que para ellos era un triunfo. Es decir, festejaban el segundo lugar con una posible diferencia favorable para un balotaje. Empero, la Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP), una medida que no tenía ningún valor legal y que había sido implementada para generar confianza en el electorado, dejó de actualizar sus datos cuando la diferencia entre el MAS y CC se iba acortando. Este hecho fue tomado y denunciado por grupos opositores al gobierno del MAS como una evidencia de fraude electoral, idea que había empezado a ser posicionada varios meses antes.

El ambiente se fue saturado de desconfianza, lo que se incrementó al pasar los días. Los opositores al gobierno de Evo Morales llamaron a movilizarse y a defender su voto. Se dieron movilizaciones de sectores sociales que no suelen hacerlo, las llamadas “clases medias”. Estas movilizaciones fueron radicalizándose y pasaron de pedir la segunda vuelta a la renuncia de Evo Morales, quien era calificado como “dictador”. Se convocó a un paro cívico, el cual se imponía en varios lugares, como en Santa Cruz, mediante una especie de dictadura cívica, pues grupos de choque iban con armas a zonas identificadas como “masistas” para obligar a los habitantes de esos lugares a acatar el paro. Así se produjeron enfrentamientos que dejaron dos muertos.

La violencia era parte de muchas de esas movilizaciones y un ejemplo de ello es que a inicios de noviembre grupos de choque incendiaron la alcaldía de Vinto, en Cochabamba, y ultrajaron a la alcaldesa de ese municipio, Patricia Arce Guzmán, del MAS. La situación se iba complicando más para el gobierno y los movilizados se ponían cada vez más violentos.

El viernes 8 de noviembre se producen motines policiales, lo que debilita enormemente al gobierno del MAS. Por su parte, los opositores piden la renuncia de Morales. Al siguiente día se reportaban quemas de viviendas y amenazas de muerte a personas relacionadas al gobierno y a sus familiares. Al siguiente día se denuncia que varias personas procedentes de Potosí y que se dirigían a La Paz para pedir la renuncia de Morales, fueron torturadas en el municipio de Vila Vila (Oruro). El domingo 10, muy temprano por la mañana, un informe preliminar de la OEA señala que habrían existido “irregularidades” en los comicios del 20 de octubre. Al poco tiempo, Evo Morales plantea llamar a nuevas elecciones. La Central Obrera Boliviana (COB), que era aliada del gobierno, le retira su apoyo y las Fuerzas Armadas, mediante el comandante en jefe Willimas Kaliman, le piden la renuncia a Morales, lo cual se concreta poco después.

Se produce una espacie de vacío de poder y se genera un ambiente de incertidumbre. En esa misma fecha, pero ya por la noche, grupos de delincuentes, de manera sistemática, atacan distintos barrios en La Paz y El Alto. No había gobierno, la policía estaba amotinada y los ciudadanos, en distintos puntos, recurrieron a autoorganizarse, haciendo vigilias, para velar por su seguridad. En La Paz esto duró un par de días, pero en El Alto se extendió por más tiempo.

Masacre de indios: el caso de Senkata

Las movilizaciones de la “clase media” no lograron articular a otros sectores. En las ciudades de La Paz y El Alto, la vida transcurría casi con normalidad, salvo en algunos puntos en los que se concentraban estas movilizaciones en el caso de la hoyada paceña. Por ejemplo, no había desabastecimiento de alimentos. La fuerza de la “clase media” no alcanzaba para sacar a Morales de la presidencia, a la vez que la mayoría de la población permanecía indiferente y solo contemplaba lo que pasaba; pero la situación cambió con los motines policiales y el pedido de las Fuerzas Armadas. Fue esto lo que determinó la renuncia de Morales. Hoy sabemos (por videos que han circulado y porque personajes involucrados, como Luis Fernando Camacho, lo han reconocido) que hubo negociaciones entre quienes promovieron esa movilizaciones y altos mandos de las fuerzas del orden. No fue, por lo tanto, “un acto heroico por la recuperación de la democracia”.

En un programa de la feminista María Galindo, trasmitido por Radio Deseo en enero de este año, Waldo Albarracín, entonces Rector de la UMSA, mencionó que fue convocado a una reunión, poco después de la renuncia de Evo Morales, “a instancias de la iglesia católica” en la Universidad Católica; reunión en la que, al margen de la Asamblea Legislativa, se definió que Jeanine Añez sea posesionada en el cargo de presidente. Además de él, en aquella reunión habrían participado Jerjes Justiniano (allegado a Luis Fernando Camacho), Ricardo Paz (allegado a Carlos Mesa), e incluso el embajador de Brasil, entre otras personas (en una columna censurada por el periódico Página Siete, Galindo menciona, además de arreglos económicos, que también habría estado presente Jorge “Tuto” Quiroga).

De esa manera, Añez pasó de ser una desconocida senadora mediocre y opositora al MAS a ser posesionada, por un militar, en el cargo de presidente del país el martes 12 de noviembre. Iniciaba así un gobierno que se ha pospuesto “sentar la mano a los indios”, intención que marcó las movilizaciones previas y que se puso de manifiesto cuando en distintos lugares varios civiles y policías retiraron y quemaron la wiphala. Era una “declaración de guerra” a los indios. Lo sucedido con la wiphala era una negación de la igualdad y, por tanto, una agresión a grandes sectores de la población por su origen. Esto generó protestas espontáneas en varios puntos del país.

La situación había cambiado con respecto a las movilizaciones previas a la renuncia de Morales y ya eran otros actores los movilizados. Se empezó a generar desabastecimiento de alimentos y muchas actividades económicas se paralizaron, algo que muestra la diferencia en incidencia y fuerza con las movilizaciones de la “clase media”. Un epicentro de las protestas fue la zona de Senkata, en la ciudad de El Alto (Sacaba, en Cochabamba, fue otro epicentro). En el lugar se encuentra una planta de gas y la misma fue bloqueada, como medida de protesta, para cortar el abastecimiento de ese insumo.

El 16 de noviembre Jeanine Áñez promulgó el Decreto Supremo 4078, mediante el cual eximía de cualquier responsabilidad penal a los militares. La noche anterior ya se contaban diez muertos en Sacaba. Se dijo que esas bajas eran fruto de enfrentamientos con “fuego cruzado”, pero en el bando militar no hubo ningún muerto (¿Fuego cruzado con bajas en un solo bando?). Un par de días después, el 19 de noviembre, el nuevo gobierno decide enviar un contingente de policías y militares para desbloquear la planta de Senkata. El resultado fue una masacre. Inicialmente se reportaron tres fallecidos y una treintena de heridos, pero la cifra fue creciendo. El Ministro de Gobierno, Arturo Murillo, dio una conferencia de prensa en la que aseguró que los movilizados eran terroristas que querían hacer estallar la planta con dinamita, pero no presentó ninguna prueba que respaldaran sus acusaciones (y hasta el día de hoy no se ha demostrado).

Al siguiente día, el miércoles 21, en la zona Sankata se realiza el velorio de los asesinados. El jueves 22, los vecinos del barrio y de otras zonas de El Alto, protagonizan una marcha masiva con los féretros de los muertos y se dirigen a la plaza Murillo, donde se encuentra el palacio de gobierno. Varios vecinos de las laderas de la ciudad de La Paz también se suman. La movilización fue multitudinaria, pero se la reprimió un par de cuadras antes de llegar a la plaza. Producto de ello, tras resistir las agresiones, los manifestantes se fueron dispersando con una bronca intensa (estuve ahí y quedé con la impresión de que esa bronca podría estallar en otro momento). Este hecho dio paso a que las movilizaciones fueran disminuyendo y a que se generara una “calma tensa”.

Por otro lado, es pertinente notar que la masacre fue justificada construyendo la imagen de un enemigo colectivo. Tanto la retórica de los nuevos gobernantes como la de los “informativos” apuntaron, deliberadamente, a señalar como enemigo a los movilizados, calificándolos de “hordas” y “terroristas”, entre otros. Ello asentado en el sentido racializado que se tiene sobre la población de El Alto, permitió al nuevo gobierno avivar aún más, en varios estratos poblacionales, el rechazo a los “indios”. En esa situación de racismo exacerbado, el gobierno no necesitó probar que los masacrados eran terroristas. Ya muchos estratos estaban convencidos de la animalidad de “los alteños”.

Pero, además, la masacre de indios fue de la mano con la “masacre informativa”, la que permitió su justificación y sin la cual el nuevo gobierno no hubiera podido imponerse. Así cómo el ministro Murillo no probó ninguna de sus acusaciones, los informativos tampoco buscaron corroborar lo que decía en tanto eran parte de la “pacificación”. El ejemplo más claro de ello es la supuesta intención de hacer estallar la planta de Senkata y que sintetiza como operaron conjuntamente el poder político y mediático.

Recordemos que un muro perimetral de la planta había sido derrumbado y Murillo afirmó que eso lo habían hecho los “terroristas” mediante el uso de dinamitas, para luego hacer estallar la planta; por eso los militares habrían actuado “heroicamente” quitándoles la vida. Sin embargo, en redes sociales circulaban videos en los que se ve, claramente, que ese muro fue tumbado a empujones y no con dinamita (además de algunos testimonios que cuentan que tumbaron el muro con la intención de rescatar a algunas personas que habrían sido detenidas por lo militares y conducidas al interior de la planta); lo que echaba por el suelo las acusaciones de Murillo.

La mayoría de los medios, empero, estaban en la tarea de justificar lo que decía el gobierno y por ello “masacraban” toda información que pudiera desmentir lo que era el discurso oficial. No solo ignoraron, deliberadamente, las evidencias que mostraban que lo que decía Murillo era totalmente falso, sino que, además, publicaron “notas informativas” en las que se decía lo que hubiera sucedido si los “terroristas” lograban su supuesta intención. Así avalaban la versión del gobierno, a pesar de las evidencias que la desmentían. Ese tipo de “información” estaba destinada a generar simpatía por el accionar militar y desprecio por los movilizados y asesinados. Tristemente, ese fue el papel de muchos periodistas y medios de comunicación en la masacre de indios (sobre lo incoherente de “los terroristas querían hacer estallar la planta” sugiero leer el esclarecedor artículo de Guido Alejo, titulado La masacre de Senkata: consideraciones sobre la legitimación estatal de la represión)

Es “curioso” que cuando se masacra indios, en una situación saturada de racismo, se da por hecho que son culpables y, por tanto, se merecen tal suerte. No haría falta probar nada porque siendo considerados inferiores, irracionales, inmorales, subhumanos, es creíble que sean “capaces de…” y, por lo mismo, no merecerían un tratado justo, presunción de inocencia, debido proceso, etc., aspectos que no se les negaría a muchos “q’aras”. Además, no hay que perder de vista que el Decreto que eximía a los miliares de responsabilidades se promulgó para masacrar indios y así infundir miedo en sectores que, potencialmente, podían movilizarse. Los medios masacraron la información para lograr justificar la masacre y evitar la “solidaridad étnica”. De ese modo el gobierno “pacificó” el paús, mandando a “descansar en paz” a los indios “terroristas” y para ello no solo contó con los militares, sino con varios medios de comunicación.

Del disimulo a la explicitación del racismo

El racismo pasó de ser “disimulado” en las movilizaciones que predicaron la renuncia de Evo Morales a ser explicito luego de ella y esto ha marcado al gobierno de Áñez.

Quienes se habían movilizado contra la reelección de Morales, pidiendo, posteriormente, su renuncia, no eran grupos homogéneos, pero lo que los articulaba era el ser antievistas. Entre ellos habían ecologistas, ultra religiosos, feministas, indigenistas, trotskistas, liberales de todo tipo, etc.

Aproximadamente, una semana después de las elecciones del 20 octubre tuve que ir a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) para hacer un trámite. Fuera de la universidad, en el atrio, se estaba concentrando gente para protestar contra el “fraude electoral” de Morales (hasta ahora no se clareció el caso en instancias oficiales). Pude notar una cosa que grafica cierto aspecto de la composición de los movilizados en esos días: vi a un grupo de muchachos que, enarbolando el marxismo, estaban hablando apasionadamente sobre lo neoliberal que era el gobierno del MAS; un poco más abajo, vi a otro grupo que hablaba sobre lo comunista que era el mismo gobierno y sobre la necesidad de un golpe de Estado “para salvar la patria”. Estos dos grupos, que uno supondría diametralmente opuestos, confluían en las movilizaciones de protesta contra el MAS. No se cuestionaban entre sí y se toleraban, en tanto asumían tener un enemigo común.

En esas movilizaciones se dieron hechos marcados por gestos de racismo, desde el lenguaje hasta la violencia física. Varias personas, por sus rasgos físicos o por su forma de vestir, fueron objeto de agresiones racistas (circularon varios videos al respecto en redes sociales). En muchos casos, entre los movilizados se hacían llamados tales como: “no digas indio, di masista”. No excluían de las movilizaciones a los racistas, sino que les pedían que disimulen su racismo, como si estuvieran diciendo: “todavía no… todavía no…” (Esperando el momento en el que no haga falta disimularlo).

Los medios de comunicación se ocuparon en no mostrar esos hechos o, en los pocos casos en los que sí lo hicieron, tuvieron el cuidado de presentarlos como hechos aislados y en los que los agredidos eran culpables de las agresiones que sufrían. Y es que la “línea informativa” era generar una imagen en la que esas movilizaciones parezcan ser pacíficas. Por su parte, dirigentes del MAS se movilizaron protagonizando, en varios casos, hechos de violencia que fueron bien explotados por sus opositores y varios “informativos”. Sin embargo, cuando los actores que se movilizaron fueron otros, después de la renuncia de Morales, la situación cambió.

El retiro y la quema de la wiphala, el mismo día que Morales dimitió a su cargo, era la “señal” para el momento de dejar de disimular el racismo; la hora del racismo explicito había llegado. Las movilizaciones espontaneas que se generaron, principalmente compuestas por jóvenes, en protesta por lo sucedido con la wiphala, un día después y que se extendieron por varias jornadas, fueron descalificadas y fueron acusadas de ser solo de “masistas” y delincuentes. Ciertamente, como suele pasar en momentos de crisis y aglomeración, más aún en esa situación en la que había un vacío de poder, muchos delincuentes vieron una oportunidad y no la desaprovecharon; pero esas movilizaciones no se pueden reducir a ello como no se podría decir que la Entrada Universitaria es una entrada de delincuentes porque muchos delincuentes aprovechan la aglomeración que en ella se da para hacer lo que saben: delinquir. Sin embargo, muchos medios de comunicación se ocuparon, afanosamente, en sobredimensionar un aspecto en estas movilizaciones, dejando de lado muchos otros; pero así cumplían su “abnegada” labor de “construir al enemigo” ante la “opinión pública”.

Respecto a que eran movilizaciones promovidas por el MAS habría que recordar que este partido, ya antes de la renuncia de su líder, había perdido la capacidad de movilizar a sus bases. En las movilizaciones en defensa de la wiphala, que se desarrollaron con recursos precarios (como altavoces, que no eran muy útiles en las concentraciones para hablar a miles de personas), los dirigentes del MAS aún estaban en “shock”, “paralizados” y temerosos por lo que significó la renuncia de Morales. Pero lo que en está descalificación hacia las movilizaciones se hacía notorio, y que persiste hasta ahora, fueron las ideas racistas, que los “indios” serían incapaces de movilizarse por sí mismos y solo podrían hacerlo si alguien los “utiliza”.

A su vez, en aquellas movilizaciones se volvió a usar el estribillo “ahora sí, guerra civil” que, por lo menos en mi caso, lo oí por vez primera en las movilizaciones de octubre del 2003. El dato es importante porque en las movilizaciones en defensa de la wiphala, este estribillo se usó en referencia a que estaban dispuestos a luchar como lo hicieron el 2003. Posteriormente, muchos “defensores de la democracia” usaron ese estribillo, en memes y comentarios racistas, para justificar la masacre.

Desde aquellas movilizaciones la figura de “masistas” se fue usando de manera más intensa como sinónimo de “indios de mierda”. Comentarios y publicaciones en redes digitales se dirigieron a señalar a los “masistas” como quienes hablaban mal el castellano (con acento aymara, principalmente), quienes vestían poncho o pollera, quienes vivían en El Alto, quienes tenían piel morena, ojos rasgados y nariz aguileña, etc. Es decir, se identifica a los “masistas” de manera racializada: indios (desde luego, muchísimos de quienes hacían esta identificación entre indios de mierda y masistas tenían “cara de indio”). Ello, a su vez, por parte de quienes así los identificaban, supuso presentarse como superiores moralmente, cultos, modernos, etc. En ese esquema se justificaba las masacres, ya que, los indios, por su inferioridad y por el peligro que representaban para “los buenos”, eran gente desechable. “Métanles bala”, decían.

Es bueno notar que estas agresiones racistas, además de ser toleradas y hasta avivadas por muchos “defensores de la democracia”, expresaban también la diferencia que suele hacerse entre los “verdaderos indígenas” y los “indios de mierda”. Cuando alguna imagen aparecía en la que algunos movilizados vestían, ropa tradicional, jeans y tenis, se hacían comentarios y hasta memes en los que se ponía en duda su “autenticidad indígena”; asimismo, esas mismas personas, en otras publicaciones y refiriéndose a las mismas movilizaciones, las catalogaban de “t’aras”, “indios ignorantes”, “masiburros”, etc. Es decir que no los reconocían como “auténticos indígenas”, pero si los consideraban “verdaderos indios de mierda”.

Si bien con la “pacificación” las movilizaciones fueron cesando, las expresiones de racismo seguían inundando las redes sociales y, en muchos casos, llegaban a manifestarse en distintas situaciones en las calles, donde personas fueron agredidas, no solo verbalmente, por su apariencia física o procedencia.

Un momento que expresa la intensidad del racismo se dio a inicios de marzo. Con motivo del aniversario de la ciudad de El Alto, la Cámara de Senadores instaló una sesión de honor en la sede vecinal de la zona 25 de Julio de esa misma ciudad, el 5 de marzo por la mañana. Familiares de los masacrados en Senkata y activistas por los derechos humanos se reunieron a las afueras de la sede para protestar y la policía los reprimió usando gases lacrimógenos. Algunos de esos gases fueron a dar a una escuela ubicada muy cerca del lugar. Circuló un video donde se veía a niños de esa escuela llorando e incluso uno de ellos sangraba.

Pero las reacciones que más se dieron ante ese material fue la burla, con comentarios racistas y “me divierte”. Todo ello dejaba claro que en varios segmentos de la población hay una disposición a la violencia militar y policial para “sentar la mano” a los indios, sin importar si son niños o ancianos, culpables o inocentes de lo que se les acusa. Así como muchos alemanes, en su momento, vieron como justo el trato nazi a los judíos e incluso lo festejaron, hoy en Bolivia se ve como justo y se festeja la violencia contra los indios.

El ingresar a cuarentena para evitar la propagación del coronavirus permitió que mucha gente tenga más tiempo para expresar su odio a los “indios de mierda” en redes sociales. Abundaron comentarios y memes racistas en los que se animaliza a los “masistas”. Y es que se fue normalizado decir masista, como sinónimo de indio de mierda, a cualquier persona que critica al gobierno de Áñez. Descalificar a alguien, sin importar lo que diga o lo que vaya a argumentar, se hace diciéndole “debe ser masista” o “masista eres pues, fíjate tu cara” (claro que cuando uno se fija en la cara de quienes suelen hacer ese tipo de comentarios, muchos tienen “cara de masistas”).

Se puede decir que la pandemia del coronavirus fue precedida en nuestro país por la pandemia del racismo y que en la cuarentena se agravó. Siendo Bolivia un lugar en el que la “economía informal” es más grande que la formal, el gobierno dispuso una cuarentena como si fuéramos Inglaterra o Alemania, sin considerar cómo la mayoría de las personas en el país se ganan el pan de cada día. Muchas familias rompían la cuarentena, lo que se notó más en algunos lugares de El Alto, pero esto no sucedió solo en esa ciudad.

El Alto, así, en general, ya era el principal blanco de las agresiones racistas en redes sociales y con los casos de infectados en la cuarentena, esto aumentó. No faltó un desubicado que aseguraba que el coronavirus no le podía afectar por comer chuño, lo que se usó hasta el cansancio para ridiculizar a los habitantes de esa ciudad. Incluso se daban comentarios como “hubiera sido bueno que hagan estallar la planta de Senkata” para no tener que soportar a los alteños; pero, para estas personas, el coronavirus podía ser útil en ese propósito y así lo expresaban. Los alteños fueron catalogados, de distintas maneras, como un peligro para la salud; sin embargo, la mayoría de los casos de contagios de covid-19 en el departamento de La Paz se han dado en la ciudad de La Paz y en barrios “jailones”, barrios de “no indios”. Claro que los “defensores digitales de la salud”, que condenan a los alteños, no hicieron memes racistas contra los “blancos” ni los ridiculizaron.

El Alto es una ciudad con más habitantes que La Paz y, a pesar de ello, cualquier hecho que sucede ahí, sea negativo o no, es a tribuido a “los alteños”. En esto opera la racialización, tomando a los habitantes de esa urbe como un conglomerado indiferenciable y determinado por un sustrato: el ser “indios de mierda”.

Un par de días después que retiraran y quemaran varias wiphalas, en noviembre del 2019, mientras me encontraba en un transporte público, oí a una señora de pollera decir, entre otras cosas: “si eso hacen con la wiphala, ¿qué van a ser conmigo?”. Ella, que seguro no era profesional y tal vez ni pasó por la universidad, tenía claro lo que ese acto significaba.

El gobierno de los revanchistas

El carácter del gobierno de Añez ha sido claramente revanchista e incluso ha mostrado intenciones y gestos de “desciudadanizar”, retroactivamente. Es decir, quitar derechos a poblaciones que ha identificado como sus enemigos, los “salvajes”, sobre hechos ya dados. Empero, esto no se reduce a los miembros del gobierno, sino que deriva del grupo social al cual representa, donde no están dispuestos a soportar que “los indios se aprovechen de ser mayoría”.

Un aspecto que muestra esas intenciones de desciudadanización se expresa claramente en calificar los catorce años de gobierno de Evo Morales de “dictadura”, como lo han hecho miembros del gobierno actual y varios de quienes en sus inicios fueron sus aliados. Recordemos que el MAS ganó las elecciones del 2005 con más del 50 % de los votos en un momento de fuerte politización de la identidad étnica. En las siguientes dos elecciones superó ese porcentaje; también se vio muy favorecido en las elecciones para la Asamblea Constituyente y en la aprobación de la nueva Constitución que hoy está vigente (bueno, “más o menos”). En estos procesos, la autoidentificación indígena tuvo relación con el voto mayoritario que favoreció al MAS (Puede verse al respecto Eje del MAS: Ideología, representación social y mediación en Evo Morales Ayma, de Rafael Loayza).

Calificar de dictadura los catorce años del gobierno del MAS apunta a desconocer el voto de esa población que además de apoyar a Evo Morales se autoidentificó, mayoritariamente, como perteneciente a un pueblo indígena. No es lo mismo decir que Morales, desconociendo los resultados del “21F”, usó el poder para violentar la Constitución y habilitar su candidatura para las elecciones del 2019 (lo que es totalmente cierto) que decir “fueron catorce años de dictadura”. Además, digo que apunta a desconocer ese voto porque tienen la intención de “volver a la República” sin importarles que, en un referéndum (un acto democrático) se aprobó la actual Constitución en la que se define al Estado como Plurinacional. Es como si dijeran: “no importa lo que hayan decidido los indios con su voto”.

En lo personal, me parece que la retórica y política plurinacional que el MAS promovió están llenas de pachamamadas, además de medidas que en lugar de contribuir a luchar contra el racismo lo han acentuado, por ejemplo, abriendo “universidades indígenas” cuando las universidades públicas y privadas están “inundadas” por los “hijos de los indígenas” (Véase al respecto mí: Dejar lo plurinacional e Indigenización y desindigenización). Sin embargo, me queda claro que, por una parte, muchísima gente asume lo plurinacional como respeto y “garantía” a no ser discriminados por su origen; por otra parte, el cambio que pueda hacerse sobre la definición del Estado como Plurinacional no puede ser capricho de unos cuantos incapaces de “seducir” el voto indio, sino que debe pasar por la “voluntad popular” y en esa situación deberían esgrimir los argumentos (si los tienen) para “volver a la República”.

Uno de los principales portavoces de esta intención de desciudadanización es Jorge “Tuto” Quiroga, quien no pierde oportunidad para calificar de dictadura los catorce años del gobierno del MAS. Bueno, no se puede esperar mucho de un tipo que viene a turistear a Bolivia cada vez que le pica o se le antoja ser presidente. Pero si llama a Evo Morales dictador, ¿por qué no llama, por ejemplo, a Carlos Mesa “vocero del dictador”? Recordemos que Mesa fue vocero de la demanda marítima, desde el 2014, ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya.

Es curioso que, en este tormento por los catorce años de gobierno del MAS, muchas personas presentan la situación más o menos así: antes de Evo todo era maravilloso y el país era un paraíso. Es curioso porque se parece a la idealización que se hizo sobre el pasado precolonial y que fue muy explotada en el gobierno del MAS: antes de la llegada de los españoles todo era maravilloso y estas tierras eran un paraíso. Pero el mundo precolonial no fue un paraíso: se producían guerras entre diferentes grupos, existían formas de jerarquización y sometimiento, había un patriarcado autóctono, etc. “Antes de Evo”, guste o no, el país estaba sumido en la pobreza, se hablaba de esa pobreza mientras “los de siempre” se enriquecían, los partidos políticos no representaban a la población, etc. Estos aspectos (y varios otros) condicionaron que Morales llegue a ser electo como presidente. Si el país hubiera estado bien “antes de Evo”, pues Evo no habría llegado ser presidente; no se habrían dado las condiciones para elegir a alguien distinto, en su origen social, a “los de siempre”.

Asimismo, los constantes ataques racistas contra los habitantes de El Alto también tienen que ver con lo anterior. Se trata de una revancha porque “los alteños” no solo han dado su voto mayoritariamente al MAS, sino que tuvieron el “atrevimiento” de hacer que Gonzalo Sánchez de Lozada renuncie al cargo de presidente, en octubre del 2003, y pedir la nacionalización de los hidrocarburos. Estos hechos abrieron la posibilidad de que Evo Morales llegue a la presidencia, a pesar de que él ni siquiera jugó un papel destacado en ellos; pero es algo que no se les perdona a “los alteños”.

Una clara evidencia de ese revanchismo en el gobierno de Añez, además de las masacres, fue el “humanitarismo selectivo”, en plena cuarentena. Por un lado, impidió que muchos ciudadanos bolivianos ingresaran al país por Pisiga (frontera con Chile), mientras que, por otro lado, daba vía libre a “vuelos humanitarios” procedentes de Estados Unidos. Desde luego, existen diferencias de procedencia social entre quienes habitualmente viajan a Estados Unidos y quienes lo hacen a Chile por tierra. Los “indiecitos”, por lo general, son quienes viajan a Chile por tierra y fue a las personas de esa procedencia a las que se les impidió ingresar al país, negando sus derechos como ciudadanos; mientras otros gozaban del trato humanitario que se les negaba a ellos.

La ministra de relaciones exteriores, Karen Longaric, incluso justificó el que se impida ingresar al país a esas personas aduciendo que Bolivia era un país pobre. Empero, el gobierno no consideró que Bolivia era un país pobre a la hora de brindar vehículos del Estado para la realización de “misas áreas” en cuarentena; tampoco les importó la pobreza del país a la hora de facilitar vuelos para festejar el cumpleaños de la hija de Añez. Además de ello, el alcalde de La Paz, Luis Revilla, socio político del gobierno, firmó un contrato millonario con un Hotel de lujo para atender casos de Covi-19. No vio la pobreza que veía Longaric.

Otro caso que puso en claro el racismo en este gobierno, fue el que protagonizó a finales de mayo el ahora exministro de Minería, Fernando Vásquez, quien declaró que siendo él “blanco y de ojos verdes” no cumplía los “requisitos para ser masista”. La asociación entre rasgos físicos y militancia política es un aspecto del racismo: se supone la posición política de una persona a partir de sus rasgos somáticos. En este caso es como si Vásquez dijera: “mírenme, no tengo cara de masista (indio), no me parezco, afortunadamente, a la mayoría de los bolivianos”. Bolivianos que se consideran blancos en el país suelen pasar a la categoría de “personas de color” cuando van a Europa o Estados Unidos. Seguramente, en esos lugares, muchos podrían ver a Vásquez como un “sudaca” que siente cierto consuelo al asumirse “blanco” en un país de “indios”.

Si bien Vásquez fue destituido por Añez (con la intención “salvar” su imagen) debe quedar claro que su designación no fue un accidente. No es que “recién se dieron cuenta que era un racista”. Este tipo hizo una gran cantidad de publicaciones racistas en su cuenta de Facebook y Twitter, lo cual no pudo pasar por alto entre quienes decidieron su designación como ministro. De hecho, se puede afirmar que precisamente ese odio a los indios fue una de las razones para su nombramiento. Lo pusieron como ministro, entre otros aspectos, por compartir el desprecio racista hacia la mayoría de los bolivianos, a los que el propio Vásquez afirmó no parecerse. Puso en claro, de esa manera, la visión del gobierno sobre el país.

lunes, 29 de junio de 2020

La candidatura que se hunde



Por Carlos Macusaya

Cuando Áñez fue posesionada (por un militar) como presidente de Bolivia, era aún “cara no conocida”. Era una senadora mediocre de la que la mayoría de los bolivianos no sabía nadan y que pasó a dirigir el país militarizándolo con la Biblia en la mano (dudo que la haya leído). La manera que tuvo para afianzarse fue mandando a “descansar en paz” a decenas de “ciudadanos de segunda”. El mensaje era claro y se dirigía a esa población: “si no agachan la cabeza los baleamos”.

Poco después pasó de “presidente transitoria” a ser “presidente candidata”. El ser “cara no conocida” y su inclinación por el show del fanatismo religioso le permitieron generar cierta expectativa en varios segmentos poblacionales medios. Además, quienes la empujaron a lanzar su candidatura tenían claro que, en su situación de poder, les era posible sacar ventaja con los recursos del Estado.

Sin embargo, a estas alturas, en tiempos de crisis e intensidad política, Áñez ha formado su imagen. Ya es “cara conocida”, no solo por las masacres, sino también por los escándalos de corrupción en su gobierno y porque ha tratado de usar, sínicamente, la pandemia para prorrogarse, dejando la salud de los habitantes del país en último lugar.

El momento político es otro respecto de cuando empezó su gobierno. El bloque de poder que la puso en ese cargo está dividido y su gobierno tiene rechazo, no solo entre sectores identificados como “masistas”, sino también entre muchos “no masistas”. Esta situación de decadencia desespera al gobierno de Áñez y por ello, en varias ocasiones, se han preocupado por atacar al TSE con la intención de posponer las elecciones.

Y es que la candidatura de Áñez se está hundiendo gracias a las acciones de su gobierno. Contrariamente a lo que habían calculado, la administración gubernamental y el cálculo político sobre la pandemia, con un “gran equipo” de ineptos y "rabiosos" ministros, además de las masacres y los escándalos de corrupción, le van pasando factura. Su política de enviar policías y militares a distintos barrios periurbanos, y no así, médicos o insumos para enfrentar la pandemia, solo remacha su decadencia.

A ello se suma su “estrategia” de cautivar al electorado culpando de todo lo que hacen mal (que es lo único que saben hacer) al MAS. La población, en una situación de alta sensibilidad frente a los problemas de salud y corrupción, no va inclinar su apoyo por personas que, ejerciendo el gobierno, no se hacen responsables de sus actos y solo saben culpar a otros.

Sin embrago, no es descabellado pensar que, a toda costa, vayan a intentar hacer “un milagro” electoral en base a la coerción y a las prebendas. Empero, en la situación en la que el país se encuentra, eso sería explosivo. De hecho, pasar de la cuarentena rígida a la dinámica le significó al gobierno de Áñez cierto oxigenamiento, pues la bronca que se ha acumulado y que estaba entrando a una fase de “tentativa de movilización”, quedó en el congelador porque las personas están priorizando ganarse el pan de cada día, pero con la idea clara de que este gobierno es un problema para salir de la crisis.

En esa situación, la disyuntiva entre derecho a votar y derecho a la salud es falsa porque, de hecho, la permanencia del gobierno de Áñez es ya un atentado contra la salud. Esto está muy claro en varios segmentos de la población. Pero así como su candidatura se está hundiendo, por mérito propio, su gobierno también está hundiendo al país.

viernes, 8 de mayo de 2020

Rafael Quispe, el tata-mamón



Por Carlos Macusaya

Rafael Quispe, el “Cholo Juanito” de la política boliviana, ha jugado a sacarle provecho a los estereotipos racistas. Consciente de que al poder de casta no le incomoda el indio “bufón” y oportunista, el indio que resguarda el orden racializado con tal de obtener beneficios personales, ha apostado por ser el decorado étnico de la dominación blancoide en este gobierno. Sin embargo, la situación de Añez y compañía, por mérito propio, se ha tornado crítica, lo que la obliga echar algunos floreros para tratar de “mejorar” su deteriorada imagen.

No hay que olvidar que Rafael Quispe aprovechó la marcha en defensa del TIPNIS (2011) en beneficio propio. Él no fue dirigente del TIPNIS ni oriundo de ese espacio; sin embrago, usó esa movilización como trampolín para aparecer en los medios, medios que le daban cabida a la vez que no mostraban a ningún dirigente del TIPNIS. Fue después que “descubrieron” a Fernando Vargas, quien sí era dirigente y portavoz legítimo de los movilizados de ese lugar.

La “defensa” de los indígenas y de la madre tierra solo fueron pretextos del llamado “tata” Quispe, el tata-mamón. En el transcurso del presente año se han registrado más incendios forestales que en el mismo periodo del 2019; sin embrago, el tata-mamón defensor de la madre tierra, siendo parte del actual gobierno, no ha dicho ni ha hecho nada al respecto. Incluso hay denuncias de “privatización” de tierras fiscales (Erbol, 26/04/20) y Rafael Quispe no dice “ni chis ni mus”, pues él ha usado eso de la “madre tierra” solo para pachamamar.

Cuando a mediados del mes de enero de este año, el grupo paramilitar Resistencia Juvenil Kochala, en un acto de violencia racista, desalojó a cholas k’ochalas de la plazuela Cala Cala (en Cochabamba), el defensor de indígenas no dijo nada. Y es que la defensa de los indígenas solo es, para este personaje, una excusa y la usa, según la ocasión, por pura conveniencia. Pero, además, él estaba preocupado por no poner en riesgo el cargo que ocupaba y por ello se desentendió de todo lo que incomoda a sus “tatas” (patrones).

La más reciente “hazaña” del tata-mamón, tras violar la cuarentena, ha sido lograr suspender una audiencia recurriendo para ello a declarar en aymara (Es “curioso” que, por lo menos en un inicio, contrató a Jerjes Justiniano como su abogado defensor; no contrató a un abogado indígena). No es la primera vez que lo hace. Si bien su gesto muestra una falencia (entre muchas otras) del sistema judicial, en este caso respecto al uso de idiomas en el país, cabe preguntarse si Quispe le habla a Añez o a otros miembros del gobierno en aymara para así obligarlos a buscar traductores o aprender un poco el idioma. Con los periodistas no lo hace. Entonces, usa el aymara no como parte de una lucha por sacar de lo “subalterno” a este idioma, sino para evitar rendir cuentas ante la justicia: “oportunismo étnico”.

Pero la cosa no queda ahí. Como es propio de su carrera política, se victimizó y escribió en su cuenta de Twitter (23 de abril) “Al indio lo acusan, lo coaccionan, lo intimidan, lo amedrentan, parece que tiene xenofobia a los indios”. Cómo si el tipo no hubiera violado la cuarentena. Muy a su estilo, se escudo en ser víctima por indio para no responsabilizarse de sus actos. De esta calaña es el tata-mamón.

¿Ha hecho algo respecto a los indios masacrados en Senkata? El gobierno dijo, por ejemplo, que eran terroristas y que habían dinamitado un muro para ingresar a la planta y hacerla estallar (lo que los medios oficialistas reprodujeron hasta el cansancio). Hasta ahora no se ha presentado ninguna prueba de ello. Y no solo eso. Circularon videos en los que se ve cómo varias personas tumbaron el muro empujándolo con sus propias manos (lo que lo medios oficialistas no mostraron), no con dinamita. Fruto del tratamiento mediático (premeditado) y en redes (con bots, trolls y fakes de por medio) sobre este tema, se ha desatado una campaña de racismo que no conmueve al “tata” Quispe. Tampoco dijo nada sobre el trato discriminatorio de parte del gobierno de Añez a ciudadanos bolivianos que buscaban ingresar al país por Pisiga. Y es que a este defensor de “indios” no la importa lo que pase con los indios, sino lo que a él le beneficia o perjudica.

Rafael Quispe, el tata-mamón, es puro oportunismo. Es el payaso étnico que para contentar a sus patrones se la pasa payaseando por donde se pueda y cuando el chistecito le sale mal, pues, se hace a la víctima, aunque ahora le tocó ser destituido. Esta claro que este gobierno fue muy contemplativo con Quispe, por pura conveniencia, claro. Sin embrago, en la dominación blancoide el florero étnico puede ser desechado, mientras el ministro de los vuelos “humanitarios” (Yerko Núñez) sigue en su cargo.

Personajes de la calaña de Rafael Quispe no son casos excepcionales entre las poblaciones racializadas. Personajes que, viniendo de grupos discriminados, usan el racismo para sacar provecho personal han pasado por distintos niveles en instituciones gubernamentales y no gubernamentales. Ser parte de una población que sufre racismo no es garantía de idoneidad. Es más. El ser parte de esa población, el vivir las barreras racializadas, las jerarquías de poder en función al origen étnico, ha hecho que varios individuos de estas poblaciones cultiven hábitos como los de Quispe. Él no es el único en estas artes. Ya vimos a otros similares en el gobierno del MAS.

Pero, en general, los “tata” Quispe de antes y de hoy, con sus “hazañas”, tienen el “mérito” de lograr que las luchas contra el racismo sean objeto de burla y, en muchos segmentos, pierdan credibilidad, al mismo tiempo de promover la idea de indígenas igual a payazos útiles; tienen el mérito de lograr que las poblaciones que sufren racismo sean “reducidas” simples oportunistas de la talla del tata-mamón. Y eso es lo que representa Rafael Quispe.

lunes, 4 de mayo de 2020

¿La salud es primero?



Por Carlos Macusaya

Jeanine Añez, el 30 de abril, publicó en su cuenta de Twitter: “En defensa de la vida y la salud de los bolivianos, rechazo las elecciones que ha convocado el MAS. Hay que hacer elecciones cuando no sean un riesgo de salud. La salud es primero”.

A estas alturas del partido sus palabras son más que cínicas. La salud no ha sido primero para su gobierno. La salud es pretexto para prorrogarse en el poder.

Ya en marzo varios médicos protestaban por la falta de equipos de bioseguridad y capacitación para enfrentar el Covid-19; pero el gobierno los descalificaba tildando esas protestas de “políticas”. Hace varios días gremios de médicos denunciaban “menosprecio y dedocracia”. Entonces, ¿la salud es primero?

El 22 de abril salía una nota en Pagina Siete (medio que se esforzó por dale estabilidad al gobierno de Añez) en la que se resaltaba que “Bolivia es el país de la región que menos pruebas realiza”, pruebas de Covid-19. Ese mismo medio, unos días después (6 de abril), publicaba una nota titulada “En el sistema estatal no hay rastros de compras de salud para la crisis”. Claro, con menos pruebas, menos casos en los papeles, lo cual solo es cálculo político: “así parecen ser eficaces en la lucha contra el Covid-19”. Pura apariencia a costa de la salud de la ciudadanía. Entonces, ¿la salud es primero?

No hay que olvidar los “vuelos de bendición” en helicópteros de la F.F. A.A., que habrían costado no menos de $us 15.000 (Pagina Siete, 29/04/20). Esta payasada no vino sola, pues a Jeanine Añez se le ocurrió llamar a ayunar y rezar para derrotar al coronavirus. ¿La salud primero?

Además, el hijo de la diputada Ginna Torres vino a La Paz desde Tarija, en un avión de la Fuerza Aérea de Bolivia, al cumpleaños de la hija de la “sacrificada” Añez. Este hecho, que muestra el mal estado del Estado en manos de quienes hoy gobiernan, ha sido justificado, en un acto de alcahuetaje infinito, por Arturo Murillo.

No se tuvo la misma consideración con bolivianos varados en la frontera con Chile. Incluso Longaric, para justificar la inoperancia deliberada del gobierno al respecto, dijo que Bolivia era un país pobre. Pero Bolivia no parece ser un país pobre cuando se trata de “ayudar” al hijo de una amiga de Añez.

La pobreza es un pretexto para desentenderse de las responsabilidades gubernamentales con cierta población. Aunque la pobreza suele ser olvidada por los mismos socios políticos del gobierno, por ejemplo, cuando se trata de contratar un hotel de lujo.

Volviendo a “La salud es primero”, es bueno recordar que el gobierno priorizó incrementar el salario de los policías mediante el D.S. 4202. Fue más importante para Añez que las F.F.A.A. y la Policía puedan hacer compras de armas de manera confidencial (Opinión, 09/03/20).

Se podrían señalar otros hechos que muestran que eso de “La salud es primero” es pura cháchara. A este gobierno no le interesa la salud de los bolivianos, en especial de los bolivianos “salvajes”; le interesa prorrogase.

domingo, 12 de abril de 2020

Fin e inutilidad de la “crítica” al “indianismo”



Carlos Macusaya

El pasado sábado (11 de abril del presente año) salió un artículo titulado “El fin y la inutilidad del indianismo”[1], del sociólogo boliviano Franco Gamboa. El autor trata de mostrar que “el pensamiento indianista llegó a su fin” y para ello lanza algunas caracterizaciones sobre lo que considera indianismo y sobre la instrumentalización de la que ha sido objeto en el gobierno del MAS. Vengo de una militancia indianista, desde la cual indagué sobre algunos aspectos del indianismo y, a partir de ello, algo sé sobre el asunto.

Encuentro en la opinión de Gamboa algunas observaciones que comparto, por ejemplo, sobre el ejercicio del poder y la “viveza criolla”; pero en general, carece de precisión y entra en confusiones entre lo que quiere criticar y lo que termina criticando. “A primera vista” sus afirmaciones entran en consonancia con lo que se ve en el escenario actual. Se ha hecho habitual llamar a cualquier cosa con la que se está en desacuerdo: neoliberal, socialismo, derechismo, masismo, comunismo y, en este caso, indianismo.

1) Según Gamboa, el indianismo se caracterizaría por su pretensión de reconstituir el Tawantinsuyu, como sociedad idealizada, y “conservar diferentes costumbres de carácter pre-moderno”. Ello le hace afirmar que en el indianismo existe un “rechazo irracional al desarrollo histórico”.

Si uno revisa los documentos indianistas, en especial los de los años 60 y 70, puede encontrar, ciertamente, idealizaciones sobre el pasado precolonial y la exaltación de ciertas prácticas rurales. Sin embargo, no es lo único que se puede encontrar[2]. También hay explicitas referencias y exigencias de ciudadanía plena, en el sentido liberal de la palabra, a la vez que se señala que los q’aras rechazan la “evolución” de la historia y se aferran a privilegios de casta (pre-modernos). Y en relación a esta última idea, se puede identificar un núcleo en la interpretación y denuncia indianista: el racismo como ordenador de las diferencias sociales (aspecto que Gamboa pasa por alto). 

Entonces, de la lectura indianista no se sigue única y exclusivamente la reconstitución del pasado precolonial idealizado ni la preservación de prácticas pre-modernas (los “no indios” también presentan y defienden prácticas pre-modernas), aspectos que han marcado a otros movimientos surgidos entre poblaciones racializadas que han asumido tal condición (no es exclusivo del indianismo). Para que quede claro, en el indianismo, el problema central es el racismo y su superación podría lograrse con la reconstitución del Tawantinsuyu o con la articulación nacional de Bolivia (superación de las dos Bolivias), pero a partir del papel político del quien sufre el racismo: el “indio”. La reconstitución de un pasado idealizado, considerando lo central del indianismo, no es su única posibilidad y, por lo tanto, no se lo puede definir a partir de ello. 

2) Gamboa tiene la ocurrencia de que “la democracia representativa (…) le dio una oportunidad al indianismo para contribuir a la búsqueda de políticas igualitarias y acciones democratizadoras”. Digo “ocurrencia” porque existe material empírico que, en manos de sociólogos que hacen sociología (porque hay sociólogos por tener un título pero que no hacen sociología) pueden ayudar a entender que el indianismo surge en un contexto en el que la “democracia representativa” era un concepto vacío e incluso un pretexto para ejercer una práctica concreta de “democracia” fundada en privilegios “representativos” de casta y que la lucha indianista (en su práctica, no solo en su discurso) fue muy importante para “democratizar la democracia representativa”.

Claro que esto no quita que en el indianismo haya aspectos que, según el posicionamiento, puedan ser considerados negativos; pero no se lo puede reducir a eso, omitiendo, por descuido o por cálculo, su papel en la democratización de algunos aspectos en la vida del país.

3) Gamboa señala el papel del “sindicalismo indianista y campesino” y la instrumentalización del indianismo en el gobierno del MAS. 

Fui un militante indianista apasionado y, entre otras cosas, solía asistir a varias de las distintas actividades sobre “indígenas” que se desarrollaron durante del gobierno de MAS, en especial, en sus dos primeras gestiones. En muchas de estas actividades participaban, de manera masiva, dirigentes sindicales relacionados al gobierno de entonces. Cuando se daba la palabra al público, como buen indianista molestoso, solía participar para contraponer “la línea indianista” y solo encontraba indiferencia, rechazo e incluso mofa. En mis andares de indianista por aquellos años nunca conocí un “sindicalismo indianista”. Entonces, ¿de qué habla Gamboa?

Consideremos que los dirigentes que solían participar en aquellas actividades sobre “indígenas”, que fueron quienes componían lo que Franco Gamboa llama “sindicalismo indianista y campesino”, jugaron el papel de cajas de resonancia de la retórica “indígena” que el MAS promovió, encubriendo a la vez, en muchos casos, el ejercicio corrupto de sus cargos. Además, tengamos en cuenta su falta de precisión al caracterizar al indianismo, que es señalando por su instrumentalización en el anterior gobierno. Con esas puntualizaciones puede asumirse que Gamboa se refiere a las pachamamadas promovidas por el MAS y a los pachamamistas (muchos de ellos pachamamones). Pero, en este caso, su crítica contra lo que él llama indianismo, sería más coherente si se dirigiera a lo que organismos internacionales promovieron como “identidad y lucha indígena”, fundamentalmente desde los años 80 del pasado siglo, y que varios de quienes se hicieron partidarios del MAS “operativizaron” desde cargos en ONG’s ya en aquellos años. 

Ciertamente, quedándose con la idealización que se puede identificar en el indianismo, y tomada como lo única cosa que ofrecería, saltándose el papel de las políticas multiculturalistas por medio de sus operadores locales, puede parecer coherente lo que dice Gamboa. Pero, como he dicho antes, el núcleo central de indianismo no es ese aspecto. Incluso, esta idealización puede encontrase en autores que desprecian y menosprecian abiertamente al indianismo. 

El MAS, cuando estuvo en el gobierno explotó a su favor las pachamamadas que los organismos “occidentales” promovieron previamente, formando a “sus” indígenas para que legitimen su discurso. Estos legitimadores fueron, en muchos casos, dirigentes sindicales en el gobierno del MAS y nunca enarbolaron el indianismo; enarbolaron, con respaldo económico y político, la retórica “indígena” que les permitía “reconocimiento” de organismos no gubernamentales y gubernamentales.

Entre ellos nunca conocí personas que puedan ser llamados, como hace Gamboa, “defensores del indianismo”. Incluso señala al indianismo por “el pragmatismo de aceptar acríticamente cargos bien pagados”. En este caso, aunque sea por limitación conceptual o por intencionalidad, dice indianismo cuando en realidad está hablando de indianistas, de quienes no da nombres y hubiera sido útil que los dé. No he conocido, insisto, militantes indianistas en el MAS. No digo que no hubiera militantes indianistas en el MAS, simplemente digo que yo no conocí uno. Si Gamboa hace una afirmación como la señalada, con todo y la confusión conceptual, debería identificarlos.

4) Considerando la manera limitada (por decir lo menos) en la que entiende lo que quiere criticar, su afirmación de que “el pensamiento indianista llegó a su fin” puede ser tomada, siendo condescendiente, como “prematura”. Hoy vemos como las expresiones de racismo abundan, animalizando a sectores que en el indianismo son identificados como indios. El propio “trato humanitario” que el gobierno ha tenido con unos, abriendo las fronteras, pero no con otros, evidencia que el problema que dio origen al indianismo, y que fue señalado por él, está vigente. Y es que en este gobierno se ha visto no solo tolerancia a grupos abiertamente racistas, como la “Resistencia Juvenil Kochala”, sino respaldo a los mismos.

Se ha hecho normal lanzar agresiones racistas con el pretexto de “defender la democracia”. Se puede ver comentarios de “liberales” y “revolucionarios” afanados en preservar privilegios “feudales”, pre-modernos. Se puede decir, en otras palabras, que hay “condiciones para el indianismo” y es factible pensar que en las condiciones sociales que vivimos, con la explicitación del racismo, se está generando la posibilidad de una reemergencia del indianismo. Pero, ojo, se trata de una posibilidad, no de algo garantizado.

De todas maneras, la afirmación de Gamboa, considerando el contexto, queda más como deseo del autor que como algo definitivo. Además, se puede advertir en su crítica, como en otras similares, el “resentimiento” que le achaca al indianismo. No se preocupa por tomar seriamente aquello que va a criticar, pues lo menosprecia y lo juzga a partir de los que “se supone” (prejuicios) es el indianismo.


5) En síntesis, su crítica tiene la finalidad de señalar la defunción (el fin) de una ideología a la que no puede caracterizar con precisión y de la que, por lo que dice, sabe poco. En esa condición, su crítica es inútil, más aún, considerando que ni siquiera le pone atención a las condiciones sociales que posibilitan la formación del indianismo o que lo producen.

Criticar al indianismo a partir de “se supone que…” suele ser cómodo y preferible a criticar a la academia o a las instituciones no gubernamentales que promovieron las pachamamadas. Claro, criticar lo que se supone fue el indianismo no solo permite quedar bien con cierto público, sino que, además, no implica el riesgo de cerrarse puertas laborales en la academia o en otras instituciones que se dedicaron a pachamamar en nombre de la “revalorización cultural indígena”.  

6) Finalmente, retomando la idea de la posibilidad de una reemergencia del indianismo, y más allá de la opinión de Gamboa, cabe hacer algunos apuntes. Qué una cosa sea posible no quiere decir que vaya a ser, inevitablemente. Su realización depende, en este caso, del papel que los propios indianistas tomen, a partir de las condiciones sociales actuales. Pero también podrían darse casos en los que otras corrientes asuman el problema que da sentido al indianismo y que desarrollen un accionar sobre él. En esto el indianismo podría ser tomado o no como un antecedente o referencia; pero también los indianitas podrían ser aliados (posibilidad, insisto).

Como vengo de una militancia indianista voy a poner énfasis en la posibilidad de la reemergencia del indianismo considerando el papel que puedan jugar los indianistas. Previamente se debe dejar en claro que, si bien el indianismo tiene su núcleo central en la identificación de las jerarquías racializadas, no se puede dejar de lado, visto históricamente, las etapas y procesos por los que ha pasado y en los que han destacado ciertos aspectos. Por ejemplo, los años 80 y 90 fueron años de subordinación por parte de militantes del indianismo (y kataristas) al multiculturalismo y, además, en ese tiempo se promocionó mucho de lo que hoy algunos consideran “indianismo”.

Si uno toma lo que pasó y se produjo entre los indianistas en los años más recientes, durante el gobierno del MAS, podría encontrar que el indianismo no fue inútil, sino que confrontó al pachamamismo, señalando, a la vez, la reproducción de la dominación blancoide a título de “inclusión indígena”. Pero luego de este momento, que fue el momento “estelar” del indianismo en tiempos del “Proceso de cambio”, siguió una etapa de decadencia en la que muchos indianistas parecían competir por ver quién dice una tontería mayor que la que dijo otro, o quien “superó” al indianismo repitiendo taras indianistas, aunque, con otras palabras. Fue una etapa de (en muchos casos) esfuerzos inútiles, incluso de inútiles. Hubo una preocupación tormentosa por parecer ideólogos o importantes e indispensables, publicando cualquier cosa para dar la impresión de ser intelectuales; componiendo frases radicales que, en muchos casos, solo eran ridículas; o inventándose glorias pasadas que no pasaron. Luego vino la etapa actual (desde antes de las elecciones del 2019), en la que lo bullicioso de la anterior etapa dio paso, en la mayoría de los casos, al silencio o el refugio culturalista (claro que hay algunas expresiones y muy importantes) y en una situación en la el racismo, tema central en el indianismo, anda “vivito y coleando”.

Yo diría que el indianismo está en una situación en la que puede ser reinventado o pude rehacerse y no por virtud propia, sino por las condiciones sociales que lo determinan. De hecho, muchos indianistas suelen pasar por alto esas condiciones, refugiándose, al mismo tiempo, en teorías de conspiración o de “superación”. Es inútil esperar que de entre estos salga algo serio. 

Sin embargo, la posibilidad de la remergencia del indianismo, de su propia resignificación, podría realizarse a partir de otros (nuevos) actores o de actores ya posicionados, hasta cierto punto, y que toman la problemática indianista de modo serio; asumiendo que no alcanza con el develamiento de la racialización de las jerarquías sociales, que se deben considerar, las aspiraciones de quienes son racializados, los movimientos poblacionales, la estratificación y las diferencias de clase, el mercado laboral y las formas de agregación, etc. En estos aspectos, y en otros, considerando las condiciones contemporáneas, las jerarquías racializadas no han desaparecido, sino que operan de manera más sutil y, en consecuencia, la articulación política se hace más complicada. 

Esta reemergencia no tendría la fatalidad de llamarse indianismo, porque el problema no es cómo se llame, sino su núcleo, que puede (y debe) ser robustecido con otras consideraciones. Será en lo venidero que “veamos” cómo se desarrollan las cosas.



[2] Pedro Portugal y mi persona escribimos un libro que aborda la historia de los movimientos indianistas y katarista: “El indianismo katarista. Una mirada crítica” (2016). Pienso que ese texto puede ser útil para despejar muchas confusiones. Pueden descargarlo en el siguiente enlace: https://jichha.blogspot.com/2016/03/el-indianismo-katarista-una-mirada.html?fbclid=IwAR0eiPrkxc3J1fWdF3Tx1XbaTpmeStrygZGWc52vXXxHXb8ygl0miiPHucQ

Una versión más sistematizada y breve del proceso histórico indianista y katarista, que puede ser usado como “introducción” o guía de lectura del anterior texto, se puede encontrar en el libro “Batallas por la identidad. Indianismo, katarismo y descolonización en la Bolivia contemporánea” (2019); disponible en: http://carlosmacusaya.blogspot.com/2019/12/batallas-por-la-identidad-carlos.html