lunes, 24 de octubre de 2016

La apariencia de lo “ancestral” y la necesidad de la teoría

Carlos Macusaya



En Bolivia, en estos más diez años de “gobierno indígena”, se ha movilizado profusamente el prejuicio racista de que todo lo que tiene que ver con “indios” es “milenario” o “ancestral”, pues se supone que correspondería a seres que viven en un mundo aparte y donde estarían por fuera de la historia. En tal situación tendrían una cultura inmutable, radicalmente opuesta y ajena a la de los “occidentales”; cultura petrificada “desde tiempos inmemoriales”. En función de tales ideas se asumió que lo mejor que se debería hacer era ayudar “humanitariamente” a que esa petrificación continúe, manteniendo las diferencias culturales “propias de los indígenas”. Este trabajo “humanitario” (en el fondo racismo encubierto por buenas intenciones) se puso en marcha en el “proceso de cambio” y así la “descolonización a la boliviana”  fracasó de modo rotundo.

Cierto que estos prejuicios no son creación del “gobierno indígena”, aunque éste, al igual que varios operadores de ONG’s, ha sabido sacarle provecho. Además, el funcionamiento de dicho prejuicio no solo tiene que ver con el “proceso de cambio” y sus partidarios sino también con muchos de sus opositores, quienes en su desesperación suelen apoyarse en esas ideas para increpar al gobierno. Pero no se trata solo de una cuestión del gobierno y sus opositores, pues el problema fundamental no involucra directamente a estos, sino que tiene que ver con los nuevos actores que de a poco van emergiendo: la nueva generación de indianistas y kataristas.

Es esta nueva generación la que tiene ante sí una serie de retos y desafíos a encarar, y para ello debe clarificar su situación. En esta clarificación deberán consolidar el transito definitivo que va de la “defensa” ingenua y emocional de una identidad idealizada a la formación de una organización que no solo perfile posturas defensivas sino que despliegue un accionar de ofensiva, comprendiendo el contexto en el que le toca actuar. Para que esto sea posible es ineludible el trabajo de teorización, poniendo en acción una intensa actividad reflexiva y crítica, tanto sobre los “otros” y sobre aquello que asumimos como “nuestro” y “sagrado”. Es en esta perspectiva que quiero plantear algunas observaciones y consideraciones sobre los prejuicios que implica la apelación a un supuesto carácter “milenario” o “ancestral” con respecto a todo aquello que se considera como algo propio de los “indios”.

Se trata de un problema que ha tenido y tiene consecuencias prácticas, y no solo porque en el “proceso de cambio” haya funcionado de modo muy efectivo, sino porque para muchos “indígenas” la creencia en una “ancestralidad” clara y evidente de por sí, solo por tratarse de “ser indígenas”, ha sido y aun es (des)orientador en su accionar. Cuando alguien defiende la “cultura indígena” lo hace en nombre de una antigüedad indeterminada, resaltando ello en la apelación a lo “milenario” y “ancestral” de su naturaleza. Esta defensa ha pasado a tomar cierta apariencia académica. Por ejemplo, se han lanzado ideas sobre dos matrices civilizatorias, una “matriz milenaria” y otra “matriz centenaria”, siendo la segunda propia de los colonizadores y sus descendientes, mientras la primera correspondería a los “indígenas”. Una sería más antigua que la otra por su “aparición” en estas tierras y en esta antigüedad residiría su legitimidad, siendo el objetivo (ingenuo) que lo más antiguo prevalezca por ser antiguo sobre lo más reciente.

Esta candorosa forma de “entender” o buscar la legitimidad de una “matriz milenaria” en su antigüedad puede relacionarse, a modo de ilustración, con un gesto de amabilidad que ya no se ve mucho: que un joven ceda su asiento a un viejo por ser viejo. Es en el joven en quien recae la potestad de decidir dar o no el asiento que ocupa al viejo. Es decir que si el viejo recibe el favor de tomar el asiento que ocupaba el joven es porque éste último se lo cedió por su buena voluntad. Quienes buscan la legitimidad de “lo indígena” por su antigüedad, por ser “milenario”, tendrán que esperar que el “joven” que tiene el poder de decidir, pues se trata acá de relaciones de poder, ceda su lugar a quien está en una situación desfavorable en tal relación, y no solo es dudoso que esto suceda sino que de hecho nunca sucederá. Por lo tanto se trata de una “interpretación académica” que en nombre de lo “milenario” y “ancestral” inútil e ingenuamente espera la “buena voluntad” de los portadores de la “matriz centenaria”, los “q’aras”.

Pero además de ser una forma de mendigar “buena voluntad”, las apelaciones a lo “ancestral” y “milenario” conllevan algo que tiene relevancia, pues al referirse a una antigüedad indeterminada desplazan la atención que se debería tener sobre la historicidad de aquello que es “defendido”, atendiendo más bien la apariencia “ancestral” que tiene la “cultura indígena” y por lo tanto obviando los fenómenos que le dieron la forma en la que hoy podemos percibirla. Así se logra dejar de lado la historia que hace a las expresiones de esos “indígenas”. Se trata de un juego retorcido en el que el ejercicio histórico es anulado en nombre de lo “ancestral” y esto que se supone “ancestral” es dejado como algo claro y evidente por ser “ancestral”, permaneciendo a “salvo” de ser ubicado históricamente.

Un ejemplo de lo dicho, de los muchísimos que hay, es lo que se expresa en el primer párrafo del preámbulo de la Constitución boliviana: “Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas”. Se toma a los “indígenas” como seres que de por sí y desde que poblaron esta tierra forman y comprenden la pluralidad y diversidad, pues así fueron, así son y así deben permanecer. Es decir que vivieron fuera de los procesos históricos, manteniéndose tal cual fueron “desde tiempos inmemoriales”, siendo esto una “cualidad preservable”. Se trata de un discurso que ha estado muy de moda en los últimos diez años pero que surgió varias décadas atrás y se posicionó con fuerza después de que el “socialismo real” cayera, siendo el refugio de muchos “revolucionarios”.

Sí se asume que “desde tiempos inmemoriales” los seres considerados colonialmente como “indígenas” se han mantenido tal cual, entonces no tiene sentido ningún esfuerzo por determinar momentos específicos, configuraciones políticas o desplazamientos poblacionales, por ejemplo. Es más fácil decir que algo es “ancestral” que definir el cómo y cuando surgió, qué factores lo condicionaron, qué cambios ha sufrido desde su aparición, etc.  Queda claro que la apelación a lo “ancestral” y “milenario” es una manera muy cómoda de evitar referirse a los procesos históricos específicos en que emergieron ciertos elementos hoy considerados “milenarios”. Es una forma de encubrir y/o mantener el desconocimiento que se tiene de eso que se supone es “ancestral” y que por tanto se cree que “siempre fue así”.

Se han tomado referencias tan vagas sobre eso que se supone es “milenario”, y por lo mismo el pasado ha quedado desfigurado y mal comprendido, que se llegó al punto de creer que todo lo que hoy quisiéramos existió en ese pasado precolonial. La idea de que antes de la colonización “todos éramos hermanos, vivíamos en comunidad y en armonía con la naturaleza” y que incluso “fuimos plurinacionales” responde a que hoy vemos y vivimos confrontaciones, contradicciones y procesos de individualización que se dan a la vez de que la explotación de los recursos naturales deja más en claro la fragilidad de la relación del hombre con la naturaleza. Es decir que nuestra situación presente es invertida en una proyección que se dirige hacia el pasado, ubicando en ese pasado lo que hoy creemos nos hace falta, por lo que buscamos “recuperarlo” sin considerar como es que se ha formado esa idea sobre ese supuesto pasado, pues todo queda nublado por el efecto cognitivo que conlleva el prejuicio de lo “ancestral” y “milenario”. En algo se parece esto a esa forma de ver el pasado de muchos “viejos”: “en mis tiempos las cosas eran mejores”; pero en esta frase lo que se expresa es que los cambios ocurridos y que diferencian a este tiempo de esos “tiempos mejores” no son comprendidos.

Cabe cuestionarse no solo en qué tiempo emergieron esas “cosas” que hoy se consideran “ancestrales” y “milenarias” sino también en que tiempo emergieron las iniciativas que precedieron y condicionaron su aparición y qué tipo de relaciones se configuraron en ese entonces, y no solo en lo local. Por ejemplo: ¿Cómo explicar que en los años 50 los “campesinos” vivaban a Víctor Paz, mientras que en los 70 empezaron a decir “jallalla Tupaj Katari”? En este último caso, si no se esclarece el papel del indianismo en su primer periodo (1960-1971), la “resurrección” de Tupaj Katari y su introducción en el lenguaje político en los sindicatos campesinos no es entendible y se lo puede atribuir fácilmente a una imaginada “memoria larga”, misma que se articula sin problemas a los prejuicios de lo “ancestral”. Solo rastreando las huellas históricas del indianismo se pude comprender como Tupaj Katari fue “revivido” como un elemento central en las apelaciones discursivas que apuntaban a politizar la identidad entre los aymaras, y solo analizando los cambios que se operaron con el “Estado del 52”, y sus fracasos, se puede comprender la emergencia del indianismo y del katarismo.

Si queremos tatar el tema con seriedad no se puede pasar por alto los cambios y limitaciones que conllevó la instauración del “Estado nacionalista” desde 1952, los cuales formaron el escenario en el que surgieron los movimientos indianistas y kataristas, movimientos que trabajaron en el posicionamiento de discursos y de símbolos, de referencias históricas (“alargando la memoria”) y organizaciones políticas, aspectos en los que la identidad tenía un lugar preponderante. Solo en este marco se puede comprender no solo como se “resucito” a Tupaj Katari, sino como se confrontaron, por ejemplo, símbolos como la Wiphala a la bandera boliviana, ello en función de demarcar diferencias identitarias a partir de diferencias racializadas en las relaciones de poder.

Este proceso implicó a la vez la idealización del pasado y la elaboración de mitos movilizadores dirigidos a interpelar a quienes habían asumido su condición histórica de “indios” (de seres racializados) como una condición natural. Se trata de la formación de ideas y símbolos que aun hoy están muy vigentes, no tanto por su valides, sino por el terreno en el que funcionan. Mucho de este trabajo fue “cosechado” por varias ONG’s que por medio de sus operadores se encargaron de vaciarlas de su contenido político, reduciéndolas a expresiones culturalistas y articulándolas a otro tipo de movimientos, como al ecologismo surgido en “occidente”. Este proceder está íntimamente ligado al papel político que estas instituciones fueron juagando, papel determinante en definir no solo quién y que es “indígena”, sino en definir qué es lo que quieren esos seres llamados “indígenas”.

La misma alusión y defensa de la pluralidad y la diversidad que se hace en el texto citado de la Constitución, como aspectos propios de los “indígenas”, no se puede entender sin tomar en cuenta el papel de las políticas de la diferencia y de las ONG’s desde los años 80, años en que el llamado neoliberalismo se imponía no solo como una política que daba vía libre a la circulación de una multiplicidad de mercancías, sino como una forma de dar “vía libre” a una multiplicidad de identidades cuya defensa e invención eran comercializables y rentables para quienes “vivían bien” (y aun lo hacen) hablando (fabulando) sobre la “ancestral cultura indígena”. Por tanto, esa preocupación por la diferencia y la pluralidad nacen en un contexto y no son “ancestrales”, menos se la allá en la década de los 60, por ejemplo, en el documento de fundación del primer partido indianista, el Partido Agrario Nacional (PAN).

A estas alturas, lo que parece resquebrajarse con estos cuestionamientos es aquello que muchos han asumido como lo que da sentido a su identidad, colocándolos en algo así como una situación de vértigo, en la que el terreno sobre el cual se levantaron una serie de ideas, apuestas, organizaciones, etc., se desvanece. Así, el yo queda aparentemente en medio de la nada, en medio de una crisis y angustiado porque aquello a lo que se aferraba apasionadamente se deshace de modo irremediable. El problema del sí mismo, del yo, entra en juego en esta situación y se manifiesta como crisis de identidad, crisis que debe ser atendida para pasar a otro nivel en nuestra lucha, asimilando como “momentos contradictorios pero necesario a la vez” tanto la defensa sentimental y ciega de una identidad así como el paso a cuestionarla cuestionándonos a la vez nosotros mismos.

El confrontar estas “cosas” supuestamente ancestrales y milenarias implica necesariamente clarificar históricamente aquello que se considera propio y que nos constituiría. Esto va contra los prejuicios que funcionan en un tipo específico de relaciones sociales en las que los sujetos racializados como “indios” son considerados seres inmutables, ajenos a la historia, mientras que los otros son quienes personificarían los cambios y serían los portadores elegidos del devenir de la historia. Los unos, los “indios”, vivirían repitiendo como disco rayado una forma de vida desde quien sabe cuándo, mientras los otros vivirían de modo opuesto.

Cómo uno es definido y pensado y como uno se define y se piensa a sí mismo es fundamental en esta situación, más aun cuando quienes son racializados como “indios” se piensan de un modo inmediato como han sido pensados por los “otros” y en este pensarse a sí mismos asumen las categorías racializantes como referencias identitarias. No podía ser de otro modo pues se parte de una situación que no es clara ni evidente de por sí, sino que su clarificación conlleva de inicio el uso de esas categorías racializantes que están cargadas de esos prejuicios de lo “ancestral” y cosas por el estilo. De tal forma que el asumir la identidad “indígena” (“originaria” o “india”) funciona en muchos casos como momento de indignación y de denuncia de los procesos de racialización pero sin salir de las categorizaciones racializantes. Por lo mismo no es de extrañar que haya quienes sientan repulsión y miedo ante el trabajo de desvanecer lo “milenario” y consideren esto un ataque a la identidad que dicen defender, pues al haberse quedado apenas en el inicio de la clarificación de su condición histórica, y por tanto no han clarificado aun el asunto, solo tienen como punto de apoyo lo establecido como “indio”, aunque sea tomado, por inversión valorativa, ya no como algo negativo, sino como algo original, una particularidad en el mundo de la que habría que enorgullecerse.

En este enorgullecimiento los sentimientos de autosuficiencia entrampan a uno en el juego de cerrarse en sí mismo, rechazado todo aquello que se considera ajeno y distinto de lo que es asumido como propio; delimitando idealmente una imaginada disposición socio-natural en la que “lo que pasa en el mundo occidental no le pasa a mi cultura”. La mismidad de quien esta enredado en juego es tenida como algo inmaculado a diferencia de lo otro. Así, el simple sentimiento de seguridad sustituye tontamente la necesidad del conocimiento sistemático y certero, girando todo en función de autocomplacerse. A partir de esta situación se ha criticado acida y apasionadamente lo “foráneo” y a todo aquello que devela nuestros propios “desatinos” y contradicciones, por tanto este procedimiento “crítico” no afecta a quien critica y esta limitación “autoimpuesta” es la debilidad, a la vez que limite, de dicha crítica. Perdido en el dominio caótico de lo inmediato, este ejercicio crítico no ha sido más que sentimentalismo que rechaza ciegamente todo lo que hiere y con apasionamiento busca solo aquello que gratifica. Pero de lo que se trata no es de expresar lo que sentimos respecto a tal o cual problema sino de que superando la pura emocionalidad, más allá de lo hiriente o gratificante que esto entraña, se avance hacia el entendimiento frío del asunto (entre “la pasión razonada y la razón apasionada”).

La necesidad de hacerse un cuestionamiento radical incluso dirigido hacia quien cuestiona, es decir hacia uno mismo, es una condición para avanzar. Quien se cuestiona sobre su ser es quien ha sido racializado como “indio” y esta situación es una ubicación especifica que funciona muy a pesar de que el sujeto racializado tenga o no plena conciencia de ello. Cierto que se ha hecho algo con la conciencia de quienes han sido racializados como “indios” e ineludiblemente tenemos que partir de eso ya hecho para hacer algo con ello. Al cuestionarse la identidad no partimos de nada, pero si partimos es para no quedarnos ahí y el esclarecimiento de la identidad es una trampa si se la toma desvinculada de otros factores, e incluso se llega a creer que todo se trata de “recuperar” algo que creemos tuvimos. El explicar los procesos en los que estamos involucrados no es posible si queremos hacerlo a partir de fundar dicha explicación en lo que no hay, en lo que falta o en lo que habría que recuperar, si no que tal explicación debe hacerse necesariamente por lo que hay en eso que llamamos muestra realidad, por las relaciones sociales que nos configuran.

Ciertamente que nuestras preocupaciones e inclinaciones por buscar alguna particularidad que nos permita diferenciarnos de los otros, asentando en ello nuestra mismidad y nuestra pasión por lo propio, es un fenómeno muy recurrente pero tiene que quedar claro que puede ser tramposo si no se va más allá, pues podemos quedar enredados en los aspectos particulares, esforzándonos por delimitar esa particularidad en sí misma de tal forma que aislada de otros elementos se hace incompresible. Ir más allá de lo inmediato de esa particularidad, comprendiendo como las relaciones que le dan forma como fenómeno y, además, que condicionan esa forma inmediata de aparición, son problemas que pueden resolverse encarando el trabajo teórico sobre eso que asumimos como propio o “milenario”.

Hace falta teorizar sobre todos estos procesos y relaciones que condicionan y constituyen el yo y lo propio, rebasando la experiencia inmediata y sus limitaciones. Se trata de que todos esos procesos y experiencias, que se nos muestran caóticamente, dejen de ser solo apuntes sueltos sin vinculación y sean objeto de teorización. No se trata de un simple ejercicio de “pura teoría” o de satisfacer algunos requisitos académicos para validar algún trabajo aislado, sino de dar contenido y forma a un movimiento de ideas que se nutran y surjan de las experiencias de lucha, de los problemas y contradicciones, de los avances y fracasos. Estos procesos deben ser la sustancia a partir de la cual puede y debe emerger un proceso de generalización teórica que permita que esas experiencias de lucha, con su contradicciones, y que han pasado a ser teorizados (incluido el “proceso de cambio”), se conviertan en ese estado, como teoría, en una condición que nos permita llegar a otro nivel en nuestra lucha.

Si no asumimos esos procesos como “cosas” que deben ser esclarecidas por medio de la reflexión teórica será muy dificultoso el que superemos una situación específica en el accionar político: buscar recuperar una identidad milenaria ilusoria y un mundo ancestral imaginado que nunca existió, ocultándonos de, y ocultando, nuestros problemas y debilidades. Sin embargo, la fuerza de los hechos se impone y de a poco nos vemos obligados a reconsiderar aquello que era asumido ciegamente como “ancestral”; muchos simplemente se desilusionan y se alejan de lo que se va desplomando, pero otros empiezan a asumir que en todo esto debe forjarse una explicación coherente y que articule los distintos fenómenos y sus relaciones. Si por buen tiempo se atacaba a la teoría por ser “racionalismo occidental” y se privilegió los sentimientos, muchas veces de culpabilidad o de víctima, hoy la necesidad de teorización obliga no solo a pensar lo que mueve esos sentimientos sino fundamentalmente las posibilidades de lucha que tenemos.

Cierto que si se desvincula el sentido práctico que tiene la teoría en la lucha podemos caer fácilmente en los juegos del pachamamismo, como ha sucedido. La relación entre aquello que es objeto de teorización y sus resultados como forma de conocimiento teórico deben ser necesariamente articulados en otro nivel de lucha, donde la idealización del pasado o las expresiones simplemente simbólicas son comprendidas en sus condiciones de formación y en su funcionamiento. Entonces se trata de dar con el sentido concreto de esas experiencias y procesos, y con ello se desvanece la apariencia de “ancestralidad” que ha estado nublando el pensamiento de muchos. Se trata de entender los fenómenos de autonegación en las poblaciones racializadas y como al tomar conciencia de su situación pasan por la idealización. Así podemos llegar a explicarnos cómo es que las expresiones más racistas contra los “indios” son proferidas por gente que por su origen y  rasgos físicos pueden ser considerados “indios”, podemos explicar cómo del desprecio de los propio y la negación del sí mismo se pasa a idealizar aquello que se negaba como una el modo en que germinalmente la conciencia política va emergiendo. Y los más importante, el reflexionar sobre estos procesos nos permitirá mapear nuestro recorrido histórico, ubicar momentos específicos de distinta naturaleza pero que hacen parte de ese recorrido, y todo ello en función entender que lo que hoy vivimos no es descifrable sin analizar los hechos que presidieron y configuraron este hoy.

En general, los distintos fenómenos aludidos expresan condiciones de vida históricamente determinadas y que deben ser clarificados para tener mayor efectividad en las acciones políticas, pues éste  accionar se pone en juego en un contexto en el que las relaciones de los distintos actores es determínate para identificarse e identificar a los otros, lo que implica una noción mínima de la diferencia entre esos actores. En el despliegue de éste accionar el conocimiento certero de sí mismo es fundamental y puede lograse solo a condición de que se entienda ese sí mismo como algo en el que se entrecruzan varias relaciones con los otros, a quienes diferenciamos a partir de nuestro posicionamiento en relación a ellos. Las ideas que apuntan a una supuesta naturaleza ancestral propia de los “indígenas” bloquean la comprensión de estas relaciones, llegando incluso a creer que la mismidad nuestra sea asumida como algo al margen de dichas relaciones, como algo predeterminado, como si respondiera a un orden de pre-social y natural, por lo que los procesos concretos y específicos son simplemente evacuados por ser incómodos, “sucios” y desperdicios inútiles.

En este trabajo de teorización se irá pasando de las ideas vagas y generales, por ejemplo, sobre la dominación colonial. No solo se identificará aquello que es general en el proceso que se ha dado desde la colonización hasta el presente, si no que se establecerán las diferencias que se han ido danto tanto en el tiempo como en el espacio en ese tipo de dominación. Las ideas generales, vacías de ese contenido que emerge del análisis escrupuloso, no explican nada y se vuelven en frases huecas. Se debe hacer comprensible el problema determinando aquellos elementos que no son generales y que se presentan solo en determinados momentos dándole especificidad y diferenciándolo de otros momentos. La formación de grupos; sus relaciones en el orden de la producción y las jerarquías de mando; los cambios que se han ido dando a lo largo del tiempo en cuanto a la gestión y propiedad de la tierra; los movimientos poblacionales y la ocupación de nuevos espacios; los cambios en las relaciones sociales en cuanto a los tipos de vínculos con la economía mundial; qué tipo de relaciones sociales se están generalizando, etc.; son aspectos que deben ser trabajados para una mejor compresión de nuestra situación.

Nuestros problemas se desarrollan en un terreno en el que debemos desenvolvernos y por lo mismo no podemos negar la existencia de ese terreno ni pretender que estamos al margen de él, menos aún en nombre de una “ancestralidad” que no explica nada pero que tratada con seriedad puede ser explicada. La realidad es un conglomerado de hechos que de modo inmediato pueden parecer caóticos y de esta forma se impone el problema elemental de determinar cuáles de esos hechos son relevantes. Si nos alejamos de los procesos que han dado forma a lo que hoy es nuestra realidad, alejamiento que se ha dado en nombre de lo “milenario”, dejaremos las experiencias que, luego de un trabajo de reflexión serio y sistemático, nos permitirán determinar aquello que es relevante para dar forma a un cuerpo teórico que sea un dispositivo para futuras acciones de lucha.


Nuestra situación actual debe ser clarificada y comprendida por la nueva generación de indianistas y kataristas, y para ello deberán ir a contra corriente de toda esa moda que, a pesar de la “buena voluntad” de sus partidarios, ha nublado el pensamiento movilizando prejuicios “ancestrales”. Se trata de ir más allá de aquello que puede ser objeto de denuncia o de “homenaje” y pasar a hacerlo objeto de nuestra reflexión, cuyos resultados puedan ser elementos de fundamentales para el accionar político. La crítica debe extenderse a eso que consideramos propio, ubicándolo históricamente, buscando no una esencia inmutable e inalterada a pesar de los procesos económicos y políticos a lo largo de la historia (como si fuera una pieza de museo que debe recibir mantenimiento), sino apuntando a identificar la capacidad que los sujetos racializados tienen para rehacerse a sí mismos en determinadas condiciones, reinterpretando y resinificando su cultura, expresando en ello la capacidad que tienen de aprender de sus experiencias con los “otros”, posicionándose en distintos espacios.

Nota: el presente artículo fue publicado originalmente en el periódico Pukara nº 120.

Génesis y ocaso de un movimiento “indio”: MITKA

Por: Carlos Macusaya



Uno de los libros que sin duda debe ser estudiado para comprender la formación y el desarrollo de los movimientos “indios” durante la segunda mitad del siglo XX en Bolivia es “El indio en Escena” de Felipe Quispe Huanca, el cual fue escrito cuando su autor estuvo en la cárcel y fue publicado el año 1999.

Felipe Quispe es un líder aymara, conocido principalmente por su protagonismo en los movimientos sociales de los años 2000 al 2003; pero, lo que menos se conoce de él es su faceta intelectual de escritor y académico. Felipe Quispe, el Mallku, destruye el estereotipo pachamamista de que el “indio” para ser tal debe ignorar la ciencia contemporánea, no debe leer en los libros y solamente “en las arrugas de los abuelos”, como señalara el actual Canciller de Bolivia.

En el libro que indicamos, Quispe nos relata lo que “ha pasado en el proceso del MITKA, desde su nacimiento, apogeo y decadencia”[1]. Siendo que es poco lo que se conoce sobre el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA), ese pequeño libro nos acerca a algunos aspectos de esta organización indianista desde el punto de vista de uno de sus militantes, por lo mismo es un documento valioso e insoslayable en la descuidada tarea de investigación sobre eso que llamamos nuestra historia.

Es importante tener en cuenta que la historia que en gran parte nos ofrece El indio en Escena, se desarrolla en un tiempo en el que Bolivia estaba gobernada por la dictadura del general Hugo Banzer Suarez (1971-78). Además, en aquellos años, a diferencia de este tiempo, lo “indio” era algo del pasado y cualquier intento de organización política que tuviera como centro a este sujeto era visto como “arcaísmo” o, paradójicamente, como “racismo”. Otro aspecto que no hay que perder de vista es que en aquellos años se fueron delineando las diferencias entre dos tendencias que para la gran mayoría (indiólogos incluidos) son indiferenciables: indianismo y katarismo. Por entonces, el katarismo tendió más a lo sindical y el indianismo a lo partidario.

Formalmente, el MITKA se fundó el 27 de abril de 1978, pero operaba desde 1975 y usaba la radio para poder contactar a posibles militantes. Ese mismo año (1975) y después de regresar de Santa Cruz, Felipe Quispe, tras escuchar una radio novela sobre Tupaj Katari en “San Gabriel”, se dirigió a esa emisora, pues también se invitaba a los oyentes a opinar sobre la lucha de Katari y de su esposa, Bartolina Sisa. Quispe fue a expresar su palabra y así conoció a Jaime Apaza, quien interpretaba el papel de Katari en ese programa. Apaza le propone sostener una reunión en otro lugar. Quispe recuerda que en ese nuevo encuentro planteó una proposición: “le propuse a Jaime estructurar una organización de carácter políticomilitar”[2], pero Apaza le hace saber que él ya era parte de una organización que se llamaba Movimiento Indio Tupaj Katari.

El trabajo radial funcionó como “camuflaje” en el proceso político de formación del Movimiento Indio Tupaj Katari. Ya siendo parte de lo que después sería el MITKA y en los primeros meses de 1977, Quispe viajaba junto a Apaza a varias provincias de La Paz a realizar trabajo político encubierto de trabajo radial:

“...teníamos intrínsecamente un ‘camuflaje’ como radialista. De esta manera, se realizaba grabaciones magnetofónicas de los conjuntos autóctonos y entrevistas a los comunarios sobre su triste situación socioeconómica. En las noches se convocaba a toda la comunidad, con el propósito de discursar —en nuestra lengua materna— sobre la cuestión política-económica-social del indio y del país”[3].

El año 1977 el Centro de Investigaciones y Promoción del Campesinado (CIPCA), organizó un concurso de poesía, Felipe Quispe cuenta: “En este concurso participé con un pequeño poema y gané el premio de una miserable picota para mi trabajo agrícola”[4]. Sin embargo, el concurso fue visto como una oportunidad para reclutar militantes, por lo que se convocó a varios de quienes participaron en el concurso a una reunión donde se les puso al tanto del MITKA y de que dicha organización había nacido “para reivindicar, los innumerables problemas socioeconómicos y políticos”[5].



En 1978 ya había varias organizaciones que reivindicaban la figura de Tupaj Katari, pero no por eso trabajaban juntas, pues tenían discrepancias entre sí. Sin embargo, por iniciativa del Comité Político del VII Congreso de la CNTCB-TK, conformado por Jenaro Flores Víctor Hugo Cárdenas y Macabeo Chila, se reunieron: Constantino Lima, Jaime Apaza, Luciano Tapia[6] y Felipe Quispe del MITKA; Tomás Santos y Faustino Condori del Movimiento Revolucionario Campesino Tupaj Katari (MRCTK); los miembros del Comité Político de la Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CNTCB) y Teodomiro Rengel Huanca, Julio Tumiri, Samuel Coronel, Luis Ticona y Mario Gabriel Aduviri, miembros del “MINK’A” Centro de Coordinación Campesina. La intención de los miembros de la CNTCB era “unir a todos los grupos indianistas kataristas en un frente campesino, para las próximas elecciones generales de junio de 1978”.[7]

En esta reunión y ante la postura indianista del MITKA, Macabeo Chila se molestó y dijo: “los del MITKA están negando a la clase campesina, al socialismo, y han tomado una posición etnicista y racista”[8]. Al parecer, esta reunión fue muy importante en lo que en adelante sería la relación entre indianistas y kataristas. Quispe dice: “llegamos al final de la reunión sin ningún provecho, de modo que no llegamos a un acuerdo de unidad, pues, salimos enemistados, hechos unos enemigos políticos entre hermanos de raza.”[9]

El 22 de abril de 1978, el MITKA se reúne con el sector de Jenaro Flores con el propósito de “unificar la dualidad de fuerza representativa”[10]. Esta reunión “En su carácter era la más reñida y conflictiva; hasta casi se llega al pugilato”.[11] El sector de Flores propuso al MITKA: “1) Que se suspenda el ‘Primer Congreso Histórico Indio’ del Qullasuyu (Bolivia) a realizarse en Wisk’achani, los días 25, 26 y 27 de abril de 1978. 2) Que se cambie el nombre y sigla del MITKA… exigen el inmediato cambio del término ‘indio’ por el de ‘campesino’”.[12] La propuesta genera una discusión muy fuerte entre Constantino Lima y Macabeo Chila y al final el intento de unidad fracasa.

El resultado de esas reuniones muestra que “Los sindicalistas-kataristas y el MITKA, no han sido inteligentes y buenos para negociar”[13]. En adelante estas corrientes se enfrentarán no sólo como rivales, sino hasta como enemigos.

El “Primer Congreso Histórico Indio” se realiza en las fechas y lugar previstos y es en tal evento que el MITKA se funda oficialmente, el 27 de abril de 1978. Mientras que Luciano Tapia afirma que el MITKA se fundó en 1972 (en Alto Beni) y Eusebio Tapia dice que fue en 1975, Quispe los contradice: “nos hemos puesto a investigar por nuestra propia iniciativa de manera que en Alto Beni no existe documento alguno de la fundación, ni tampoco testigos oculares de la supuesta creación del MITKA”[14]. Además, hace notar que “el autor principal que inspiró e influyó fue el Amawt’a Fausto Reinaga mediante su libro La Revolución India y de ella los pseudo-fundadores lo extraen el nombre de movimiento indio’ y sobre eso lo agregan el título de ‘Tupak Katari’ en su honor y gloria eterna…”[15]

El hecho de que quienes se consideran y se presentan como ideólogos del MITKA omitan la influencia de Reinaga es algo que molesta a Quispe: “Los que se autodenominan ideólogos no son más que se han alzado ese INDIANISMO masticado como la coca sagrada. Es decir, ese bagazo lo han vuelto a recoger (como si fuera el vómito de Reinaga) para meterse a la boca y rumiar un poco”.[16] Es interesante notar que Quispe resalta la influencia ideológica de Reinaga en el MITKA, pero no nos dice nada sobre la relación personal de éste con la organización indianista, pues si bien Reinaga influyó ideológicamente, no fue parte de tal organización.

A decir del autor, la inexperiencia política pesó mucho en el “Congreso Histórico Indio”:

“...por causa de nuestra ignorancia en el campo político no podíamos ni cómo cuestionar, ni delinear una línea correcta indianista-katarista. Es por eso, que el MITKA nace y crece con una ideología doctrinaria híbrida y de fácil destrucción”.[17]

A pesar de ello, es el mismo Quispe quien entonces propone que el MITKA “debe llevar sus propios candidatos en las próximas elecciones generales y no debemos prestarnos candidatos ajenos al campesinado”[18], propuesta que será aprobada y llevada a la práctica.

Poco tiempo después, para participar en las elecciones generales que debían realizarse a mediados del 78, Luciano Tapia, quien era secretario de organización, fue nombrado candidato a la presidencia y no así Constantino Lima, quien en el congreso fue oficialmente electo como líder del partido. Esta decisión apuntaba a evitar la división del MITKA por las pugnas de liderazgo entre Tapia y Lima. Sin embargo estas disputas internas, el caudillismo y la inexperiencia política llevarán inevitablemente a la división, ya que después de “un año y seis meses el MITKA se divide y luego se subdivide. Finalmente, en 1985, muere asesinado como movimiento indio por Tapia y Lima”.[19]

La división se da luego de dos congresos, el primero en Tolata, el 30 de noviembre de 1979 y el segundo en Oruro, el 15 de diciembre del mismo año. A estos eventos no se hace presente el “jefe” del partido, Constantino Lima, a dar su informe y rendición de cuentas. “el congreso se manifiesta y plantea la inmediata expulsión de las filas del MITKA a Constantino Lima, Julio Tumiri, Ramiro Reynaga [hijo de Fausto Reinaga] y Samuel Coronel. Con esta expulsión el MITKA se parte en dos fracciones”.[20] Antes de que esta división se diera, en las elecciones de 1978 el MITKA obtiene 13.281 votos (0.71%) y en las de 1979, 28.344 votos (1.67%), más del doble de la anterior elección. Para las elecciones de 1980 el MITKA se divide en MITKA, liderado por Tapia y MITKA-1 liderado por Lima. El MITKA saca un total de 15.852 votos y el MITKA-1, 17.022 votos, haciendo un total en porcentaje entre ambos de 2.5 %[21].

Tapia y Lima siendo candidatos “indios” a la presidencia logran diputaciones en las elecciones del 80, pero por el golpe de Estado de García Mesa del 29 de junio de ese mismo año no toman sus curules, lo que recién será posible desde octubre 1982. Para Quispe la participación de Tapia es intrascendente en el parlamento y considera que “estaba sentado como un triste monolito de Tiwanaku y no pasaba de ser un ‘alza mano más’”[22]. En cierta medida esto es explicable, pues Tapia estaba en un ambiente nuevo y desconocido para él y no contaba con los recursos para desenvolverse en el mismo. La participación de Lima como diputado deslumbra a Quispe por la forma en que les habla a los “q’aras”: “Lima era el único Diputado que hablaba y hasta el extremo de hacerle temblar a los q’aras”[23]; pero Constantino Lima sólo ocultaba, tras frases altisonantes y alzando la voz cada vez que podía, sus propias limitaciones, aunque hay que resaltar que atreverse a gritarles en la cara a los “q’aras” en aquellos tiempos fue un hecho importante, aunque a todas luces insuficiente.

Tapia y Lima en el parlamento son dos expresiones de las limitaciones de los movimientos indianistas. La forma en que ejercieron el cargo de diputados los fue alejando de sus bases, lo que fue agravando los problemas internos en el MITKA y el MITKA-1. El que dos organizaciones indianistas lograran tener un diputado cada una en el parlamento, en lugar de fortalecerlas las debilitó, lo que se sumó a los problemas que ya se arrastraban desde antes. No es que la política sea una maldición, sino que la inexperiencia tiene su costo y este fue pagado por los indianistas. Por eso es importante estudiar al MITKA y otras experiencias de lucha, pues sus aciertos y sus errores pueden transformarse en lecciones para encarar las luchas actuales y así no “tropezar con la misma piedra”.



Antes de cerrar debo mencionar un aspecto que nos relata Quispe en su libro, se trata de la fuerte carga simbólica en la lucha del MITKA. Siendo una lucha que se desenvolvió en tiempos en los que la inmensa mayoría de los “indios” renegaban de su origen, además de que la izquierda “q’ara” era tan racista como la derecha criolla, los militantes indianistas fueron objeto del racismo que denunciaban, incluso por parte de los kataristas:

“...los militantes del MITKA por izar más alto la sagrada wiphala (desenterrada de gruesas capas de tierra de siglos y siglos), sufrimos el acoso y la agresiva represión de los pseudo-kataristas [se refiere al sector de Jenaro Flores] y de la izquierda señorial por el año de 1979. Ellos hermanados nos rompían las wiphalas, nos escupían a nuestra cara”.[24]

Felipe lchuta, un militante indianista, en una ocasión y con motivo de las agresiones que sufrían dijo premonitoriamente:

“‘Jichhurunx kunayman lurapxistu, uka uñiskhuch kataristanakax, ukhamaraki uka lluq’inakas aka wiphal apnaqipan. Aka wiphalasax qhipurunst, kuna anus, phisis uka laphapayirikiniw. Jichhap ampatxitatax jilatanak kullakanaka’. (Hermanos y hermanas, hoy en día nomás nos abusan y nos hacen toda clase de abusos los kataristas y los izquierdistas por manejar estas wiphalas. En el futuro cualquier perro y gato flameará nuestra wiphala, haber se acordarán)”.[25]

Hoy ver flamear la wiphala es algo muy normal, pero en los tiempos en que emergió el indianismo y en los que se formó el MITKA esto no fue así. En aquellos años los “indígenas” no usaban este símbolo. Hoy este símbolo de lucha indianista flamea no sólo en Bolivia, pero muchos de los que la enarbolan ignoran lo que costó a los indianistas el posicionarla.

Ya para concluir hay que decir que en 1986 el MITKA vive su final, pues el VIII Ampliado Extraordinario de la CSUTCB, que se realizó del 24 al 28 de febrero de 1986 en la ciudad de Sucre, es aprovechado para “dejar en suspenso la sigla del MITKA y labrar otro movimiento”[26]. Varios integrantes del MITKA se reúnen en la casa de Clemente Pimentel, militante indianista que vivía en Sucre, y consolidaran la Ofensiva Roja de Ayllus Tupakataristas (ORAT) que tendrá su expresión militar en el Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). El “trazado de este nuevo mapa políticoradical”[27] es otro capítulo que debe ser esclarecido.




Nota: el presente artículo fue publicado originalmente en el periódico Pukara nº 94.
[1] Felipe Quispe, El indio en escena, Ed. Pachacuti, Chukiyawu-Qullasuyu, 1999, p. 7.
[2] Ibíd., p. 11.
[3] Ibíd, p. 14.
[4] Ibíd, p. 20 (Nota 8).
[5] Ibíd, p. 22. Los poetas concursantes que asistieron fueron, entre otros: Ascencio Bautista, Celestino Choquehuanca, Fermín Apaza, Manuel Mamani, Adolfo Chambi y Rufino Paxsi, quien tiempo después por la influencia indianista de varios jóvenes será transformado en “amauta” y dirigirá las primeras ceremonias del “año nuevo aymara”.
[6] Luciano Tapia, quien fue uno de los fundadores del Movimiento Indio Tupaj Katari y candidato a la presidencia por dicha organización; nació el 13 de diciembre de 1923 en la provincia Pacajes (La Paz) y murió a los 86 años de edad el 10 de julio del 2010; en agosto del mismo año, tras su muerte, fue objeto de “reconocimiento” por parte de la cámara de diputados y la cámara de senadores, también se hizo un homenaje en su memoria en el Hotel Torino en 31 del mismo mes. Escribió su biografía titulada Ukhamawa Jakawisaxa (Así es nuestra vida), libro que se publicó en 1995. Es bueno hacer notar que el objetivo de El indio en Escena de Quispe “es para dar respuesta a la autobiografía de Luciano Tapia” (p. 7).
[7] Felipe Quispe, op. cit., p. 31.
[8] Ibíd, p. 32.
[9] Ibíd, p. 33.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd., p. 34.
[14] Ibíd., p. 35.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd. La frase entre paréntesis es de Quispe.
[17] Ibíd., p. 36.
[18] Ibíd., p. 39.
[19] Ibíd., p. 37.
[20] Ibíd., p. 49.
[21] Los números de votos y los porcentajes han sido extraídos del libro El katarismo (1986) de Javier Hurtado, página 265.
[22] Felipe Quispe, op. cit., p. 55.
[23] Ibíd, p. 56.
[24] Ibíd., p. 50.
[25] Ibíd., p. 50.
[26] Ibíd., p. 58.
[27] Ibíd, p. 59.

Forma, fondo y trasfondo del foro permanente indígena

Redacción Pukara


En la ONU se discute bastante sobre la cuestión indígena, ¿cuál es su relevancia para con nuestra lucha?

Pukara: En América del Sur se conocen las actividades del Foro Permanente pero no sus antecedentes y proyecciones. ¿Qué es en realidad el Foro Permanente?

Iván Ignacio[1]: El nombre verdadero de esta instancia es «Foro Permanente de la Organización de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas» (UNPFII, sigla por su nombre en inglés), y depende de la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Su origen se remonta a 1924 cuando por primera vez un Jefe indígena, Cayuga Deskaheh, levanta la voz pidiendo ser escuchado ante el concierto internacional. Luego en 1957 se adopta un primer concepto sobre los derechos indígenas a través del primer instrumento legal que trata sobre la protección al indio, la Convención ILO/OIT- 107, en la que nos definen como «Poblaciones Indígenas, Tribales y Semi-Tribales en los países independientes». En 1989 se actualiza esta Convención, hoy más conocido como Convenio 169 de los Pueblos Indígenas y Tribales. En los años 70 e inicios de los 80, el Relator de apellido Martínez Cobo, apoyado de valiosa información, influye para la creación, en 1982, del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas, el mismo que trabajó y emitió el Proyecto de Declaración de los Pueblos Indígenas, proyecto que hasta el presente aun no ha sido adoptado por la Asamblea General de la ONU. Luego en 1993, que fue declarado como «El Año Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo», se hace un primer llamado para el establecimiento de un Foro Permanente para los Pueblos Indígenas dentro el sistema de las Naciones Unidas, pero sólo 9 años después, en mayo del 2002, mediante resolución del Consejo Económico y Social (ECOSOC) de la ONU se logra instalar el Primer Período de Sesiones del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas. Fue un momento histórico para los pueblos indígenas del mundo, pero también hay que ser sinceros en decir que este Foro adolece de una serie de limitaciones y falencias.

Pukara: ¿Cual es la visión que se tiene de los derechos indígenas en el Foro Permanente?

Iván Ignacio: Mira… Te voy a detallar lo que establece la forma, o sea el mandato institucional de las Naciones Unidas a través de su instancia llamada Foro Permanente para Cuestiones Indígenas, sin distorsionarlo ni plantear mi punto de vista. Este mandato establece que el Foro Permanente debe solamente discutir y examinar los temas indígenas específicamente en el ámbito de las atribuciones del ECOSOC relativos al desarrollo económico, social, cultural, medioambiental, a la educación, salud y derechos humanos. Pero que también debe prestar asesoramiento especializado y debe formular recomendaciones al ECOSOC y a otras instancias especializadas de las Naciones Unidas. Y le asigna, además, como tarea importante, el difundir y promover la inmersión indígena en el sistema de las Naciones Unidas.

Pukara: Hablabas de limitaciones y falencias...

Iván Ignacio: Bueno, que allá, en el Foro Permanente de la ONU, solo podemos discutir y hacer recomendaciones y no tomar decisiones. Ni el mismo Foro puede tomar decisiones, porque es un proceso burocrático enorme, primero tienen que pasarla al ECOSOC, éste a otro organismo de consulta, que es donde ahora está estancada la Declaración de los Pueblos Indígenas por ejemplo, y finalmente a la Asamblea General para su adopción definitiva. Generalmente tienen que pasar demasiados años para que tal vez algunas de nuestras recomendaciones sean adoptadas por los organismos de la ONU y la Asamblea General. Pero… hasta lo que discutimos y recomendamos, el Foro Permanente los controla, los puede manipular y los puede adoptar a su modo en sus sesiones privadas, pues recordemos que los Estados casi siempre tienen mayoría garantizada en el Foro Permanente.

Pukara: ¿Quiénes conforman el Foro Permanente?

Iván Ignacio: Tiene 16 integrantes titulares sin suplentes, y son expertos independientes en asuntos indígenas que actúan a título personal, tienen un mandato de 3 años de duración como miembros y pueden ser ratificados por otro periodo adicional más. Ellos no son asalariados y hacen su trabajo bajo el estatuto legal de «expertos de la ONU en misión» y gozan de los preceptos especificados en la Convención de 1946 sobre los Privilegios e Inmunidad de las Naciones Unidas. De esos 16 miembros, 8 son propuestos por los Estados y nombrados por el ECOSOC, y 8 por las ONGs y organizaciones indígenas de acuerdo a las regiones socio-culturales ya pre-establecidas, elegidos por el Presidente del ECOSOC. Los gobiernos generalmente nombran a «expertos indígenas» no indígenas, y las ONGs y organizaciones generalmente nombran a expertos indígenas que son también indígenas. Este Foro se reúne durante 10 días al año sea en Nueva York, Ginebra, o en algún otro lugar propuesto por el Foro.


                                                                                              Iván Ignacio

Pukara: ¿Tiene este Foro alguna importancia en la consecución de los derechos indígenas?

Iván Ignacio: Aquí hay un serio problema de representatividad, porque de una u otra forma la representación real está neutralizada por los gobiernos y por las ONGs: son ellos quienes hablan en nombre de nosotros mediante sus delegados. Alrededor de 1000 delegados indígenas del mundo se reúnen anualmente en Nueva York, en periodo de sesiones, en torno a los 16 miembros titulares, este año fue el 6to. Período. Los delegados generalmente son patrocinados o financiados por gobiernos y ONGs, pero como el 99% de éstos casi siempre están al servicio del sistema neoliberal y neocolonial, poco se puede hacer: Ahí está el fondo del problema del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas. Por ejemplo, a este 6to. Período de Sesiones el gobierno boliviano envió a 10 delegados, pero en nombre de las organizaciones que él mismo los tiene bien controladitos, y éstos lo único que hicieron es repetir de memoria el mandato que les dictó su gobierno: que todo está bien y que hay que seguir ese ejemplo. Lo grave es que hablaron en nombre de «un gobierno indígena», cuando tener sólo un presidente y algunos pocos ministros indígenas no quiere decir que sea éste un gobierno indígena ¿no?, ¡menos que tenemos el poder! Por lo tanto, el Foro Permanente, tal como está andando ahora, influye muy poco en la consecución de los derechos indígenas y por eso hay que trabajar mucho para revertir este proceso, sino vamos a seguir perdiendo mucho para conseguir sólo algunas migajas.

Pukara: De todas maneras la Declaración de los Pueblos Indígenas es un paso positivo…

Iván Ignacio: En primer lugar, esa Declaración aun no fue adoptada. Han pasado casi 25 años de su inicial propuesta y seguimos luchando para que la Asamblea General la adopte. En segundo lugar, aún si fuera adoptada, tendrá simplemente un carácter aspiracional y no decisorio, como el actualmente famoso Convenio 169 que no obliga a que los Estados lo ratifiquen. Para que sea decisorio, seguramente tendremos que luchar otros 25 años o mucho más, ese es el trasfondo del Foro Permanente y del sistema de las Naciones Unidas. No quiero desanimarle, estimado hermano periodista, pero somos sinceros al decir que ésto no deja de ser una migaja, aun cuando se la adopte. Estamos luchando por algunas migajas en determinados ámbitos, otros hermanos y hermanas estan luchando por otras migajas en otros ámbitos, así quizá hagamos el pan para poder vivir bien ¿no? Pero para eso no tenemos que estar engañando al pueblo, porque así, ni migajas vamos a conseguir.

Pukara: Hizo alusión al gobierno de Evo Morales, ¿Cómo lo caracteriza?

Iván Ignacio: No solo el actual gobierno del MAS (Movimiento al Socialismo) en Bolivia, sino también sus antecesores y todos los gobiernos de América del Sur, no sólo han mentido y chantajeado al pueblo, sino también le han echado flores y tendido alfombras a los que han robado y siguen robando descaradamente en nuestros pueblos: las grandes multinacionales.

Pukara: Hablando del 6to. Período de Sesiones, ¿han mostrado los Estados acercamiento hacia las reivindicaciones indígenas?

Iván Ignacio: Los Estados, mediante sus gobiernos, se ven forzados hacerlo, pero sólo en la retórica, incluido en cierta medida el gobierno boliviano, porque en la práctica siguen una bien diseñada supra-estrategia anti-india, pro-neoliberal y pro-colonial, que es la de ejercer mayor control político para que los indios no rebasemos las limitaciones del actual sistema de las Naciones Unidas. Principalmente quieren neutralizar los avances en las regiones donde los indios somos mayoría como los pueblos andinos y mayas: Bajo banderas neocoloniales republicanistas pretenden hacernos olvidar nuestra ciudadanía pre-latino-hispánica, nuestra ciudadanía pre-boliviana en nuestro caso nuestra ciudadanía qullana, waraní, mosetén, chipaya, etc.

Pukara: Usted mencionó la influencia de las ONGs en el sistema de las Naciones Unidas...

Iván Ignacio: No sólo las ONGs, sino también la iglesia y sectas religiosas de una u otra forma están metidos en esto. Manejan una cantidad inmensa de recursos y los disponen en función a sus propósitos utilizando las reivindicaciones del mundo indígena. Estas agencias internacionales tienen tal poder económico que hasta manejan gobiernos pro-izquierdistas. No son organismos independientes como se quieren hacer ver, sino parte de la estrategia sistémica encabezada por USA y el poder transnacional para controlar a los pueblos. Estas instituciones tienen en su mayoría, pequeños tentáculos en los organismos de las Naciones Unidas a título de organismos con estatus consultivo, son los que monitorean en gran medida los pasos a seguir. Son muy raras las ONGs que apoyan a los pueblos indígenas incondicionalmente.



Nota: El presente artículo fue publicado originalmente en el periódico Pukara nº 21, del 7 de julio al 7 de agosto de 2007.
[1] Originario de la comunidad Chullpa Alkjaya, Ayllu Watari, provincia Cabrera, Oruro. Fue uno de los dirigentes históricos del Movimiento Campesino de Bases, MCB, de los años 80 y principios de los 90. Actualmente es militante indianista. Ausente en Bolivia durante los últimos 10 años y de retorno desde principios del 2007, es impulsor de una red internacional con experiencia en el ámbito internacional, principalmente en sus relaciones con el mundo indígena del hemisferio norte.

domingo, 23 de octubre de 2016

Los indianistas de la Plaza de los Héroes

Carlos Macusaya


Si el indianismo es una corriente muy poco estudiada, y en buena medida “escondida” por “los abuelos”, uno de los capítulos más ricos de esta corriente, de la que acá hablaremos, es casi un misterio. Más aun, quienes se presentan como portavoces de lo “ancestral”, muchas veces no tienen ni idea de la significación y de los avatares de quienes fueron promotores de esta corriente, desconociendo así la importancia de los movimientos indianistas. En específico me refiero aquel indianismo que se desarrolló en lo que fue la Plaza de los Héroes de la ciudad de La Paz y en lugares similares de otras ciudades de Bolivia entre los años 2000 y 2005. El indianismo por aquellos años se propaló desde este tipo de espacios y logró influir en las movilizaciones que en ese periodo se dieron y a la vez se diferenció de los anteriores antecedentes indianistas.

La ex Plaza de los Héroes en La Paz, la Plaza de la Revolución en la Ceja de El Alto y otras plazas en pueblos cercanos en las que se realizaban ferias, fueron espacios de discusión política en vía pública en los momentos de mayor efervescencia en Bolivia. En estos espacios, el discurso dominante, no único, era el indianismo. Hablamos de lugares en los que varios activistas y personas interesadas en discutir o simplemente oír reflexiones sobre historia, coyuntura y temas relacionados, se concentraban. Entre los “oyentes” y los “ponentes” se podía encontrar a artesanos, lustrabotas, albañiles, carpinteros, zapateros, alguno que otro abogado y muy ocasionalmente, algún universitario de la UMSA. Fueron espacios en los que los partidos y organizaciones que se presentan como revolucionarias, y que en algunos casos aún sobreviven en las universidades, no tuvieron ninguna influencia.

Quienes dinamizaban estos lugares eran aquellos activistas que instalaban un nylon en el piso y sobre este colocaban varios libros y fotocopias. Algunos de esos materiales estaban en venta y otros no. Quienes armaban “su qhatu[1] animaban el debate exponiendo algún tema que previamente habían preparado, sea relacionado a la coyuntura política o relacionado a temas históricos. Para respaldar sus aseveraciones los expositores usaban los materiales que exhibían, tratando de darle autoridad a sus afirmaciones con tales materiales, los que estaban relacionados la temática planteada. Concluían la exposición preguntando si alguien tenía alguna duda u observación, lo que conducía a entablar una discusión, en algunos casos áspera, con parte del público. Dadas las características de estos espacios, los debates se desarrollaban al calor de las circunstancias y por ello sin ningún trabajo metódico y riguroso sobre el tema de discusión, así que con facilidad se podía dejar el asunto y pasar a otro. Por lo general, el final de una polémica se establecía cuando el expositor terminaba vendiendo algunas fotocopias que contenían parte de lo que había expuesto, aunque no faltaban quienes seguían con la polémica. Así era el desenvolvimiento cotidiano en La Plaza de los Héroes.

Pero la cosa no se reducía a los debates, sin negar la importancia de este aspecto, sino que en estos espacios se planteaban la necesidad de movilizaciones, y de hecho se las realizaba. La Universidad Pública de El Alto, en los momentos en los que luchaba por ser autónoma, recibió apoyo de los activistas y personas relacionadas a la Plaza de la Revolución de la Ceja de El Alto. Esto no es de extrañar, pues algunos de los activistas en esos espacios eran estudiantes de la UPEA. Así, por medio de estos personajes, la lucha universitaria específica de la UPEA se articulaba con otro espacio no académico, pero de intercambio de ideas[2]. Otro ejemplo que se puede citar es la movilización que se dio por parte de la gente que se concentraba en La Plaza de los Héroes en contra del llamado “impuestazo” el año 2003, como también en “la guerra del gas”. Se trataba de una combinación de movilización y discusión en un tiempo de crisis política y económica en el país.

Debe resaltarse que los bloqueos llevados adelante por la CSUTCB, a la cabeza de Felipe Quispe, el año 2000 y 2001, lograron posicionar el discurso indianista como el discurso interpelador más potente en ese entonces y donde pudo dársele continuidad y mantener su vigencia, más allá del momento glorioso del indianismo (los bloqueos ya mencionados) fue en los espacios como La Plaza de los Héroes. En tales lugares, la búsqueda de referentes histórico-culturales, mediante lecturas políticas, para darle algún sentido a lo que se vivía hacía de esos mismos espacios el lugar por excelencia de debate y análisis político de los “indios”. Los libros de Fausto Reinaga, que no se encontraban en librerías y que aún no habían sido pirateados[3], tuvieron su lugar de difusión en tales lugares y de hecho, el indianismo forjado en estos espacios tuvo más relación con las obras de Reinaga que con las organizaciones indianistas o personajes relacionados al MITKA, por ejemplo.

Pero, ¿qué haría diferente a esta corriente indianista de las anteriores?

Recordemos que el indianismo, en términos ideológicos, tuvo un gran hito con las obras de Reinaga, en especial La Revolución India, y que adquirió cuerpo en forma de varios partidos, empezando con el Partido Agrario Nacional (PAN), en 1960, pasando por el Partido de Aymaras y Kechuas (PIAK), en 1962, que luego se volvió en el Partido Indio de Bolivia (PIB); años después, en 1978, nació el Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA), organización que se fracturó y perdió vigencia en los 80. El más cercano de los partidos indianistas, en términos temporales, es el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP), que fue encabezado por Felipe Quispe, quien en su momento militó en el MITKA[4]. En general, se puede decir que una de las preocupaciones de los movimientos indianistas “clásicos”, fue la de articular una organización político partidaria, lo que implicaba el problema nada menudo de quien debería dirigirla. En términos de posicionamiento ideológico, desde La Revolución India de Fausto Reinaga, y por la influencia de la idea de Lenin sobre la relación entre espontaneidad y conciencia, el indianismo planteó la necesidad de formar un partido a partir de la condición de los “indios” como sujetos racializados.

En La Plaza de los Héroes, la urgencia de realizar movilizaciones, por la forma en que la dinámica social se daba en medio de la crisis que se vivía en Bolivia, no iba de la mano con la idea de formar un partido político, como en el indianismo “clásico”. Esto no quiere decir que no haya habido intentos de esa naturaleza. Por ejemplo, cabe mencionar que en la Plaza de los Héroes se formó una organización pequeña, pero muy activa, que se llamó Movimiento Originario Popular de Liberación (MOP-L) y que estaba encabezada por Carlos Jofré, activista muy conocido en la plaza mencionada[5] y uno de los que más empeño puso en difundir los libros de Reinaga; lo secundaba Cleto Choque, que en varias ocasiones reiteraba ser alumno de Jofré. Sin embargo, esta organización no repetía los problemas de las anteriores organizaciones indianistas o por lo menos no en el nivel en el que se dio entre los “antiguos”: las peleas constantes entre quienes se sentían la resurrección de Tupaj Katari por ser el “jefe” del partido. Tal vez no había ese problema porque tal organización no se proyectaba a enfrentar contiendas electorales. La formación de un partido y la disputa por el liderazgo de tal partido, algo característico del indianismo “clásico”, no se dio en el indianismo formado en La Plaza de los Héroes. Esto no quiere decir que en estos espacios no había conflictos.

Lo que más ocupaba a la gente identificada con el indianismo en estos lugares, en un contexto muy agitado, era poder explicar lo que pasaba y lo que podría suceder en adelante. Lo que interesaba era poder “nutrirse” de información y así, los puestos de libros “usados”, ubicados muy cerca del lugar (en lo que fue el pasaje de la Flores), vieron crecer sus ventas y los materiales que en esos puestos se conseguían eran rápidamente fotocopiados e incluso se los podía ver luego en la feria de algún pueblo. Así la Plaza de los Héroes era como un centro de acopio de materiales y difusión de los mismos.

Recuerdo que uno de los materiales que más se vendió fue el Pukara nº 9 (2006). Al agotarse los ejemplares de este medio, Carlos Jofré, al ver el interés de la gente que por ahí pasaba y eventualmente se quedaba, vendió fotocopias de uno de los artículos de ese número, el que titulaba: Murillo y la represión a Katari, cuya autoría estaba firmada por Redacción Pukara. Este mismo material, que cuestionaba la imagen que de Murillo se había construido, se regó por otros lugares, pues mucha de la gente que lo compraba, una vez adquirido el producto, lo fotocopiaba y lo llevaba a sus pueblos. Cosa similar pasaba con otros materiales.

Otro aspecto a resaltar sobre estos espacios y lo que en esos lugares pasaba, tiene que ver con algo que hoy es un problema: “los abuelos”. En tales lugares, en esos espacios de discusión con hegemonía indianista (no orgánica), eran los mayores (“los abuelos”) quienes buscaban a los jóvenes para poder saber sobre nuestra historia, sobre lo que fuimos antes de la llegada de los españoles y saber, a la vez, cómo nos enfrentamos contra la dominación colonial. Eran los jóvenes, unos más que otros, quienes encarnaban el indianismo y no por herencia de “los abuelos”, sino por su formación en un proceso de lucha y movilizaciones que se dieron en aquel entonces. Solo después, y como queriendo desviar la atención de los “indios”, llegaron las especulaciones de Fernando Huanacuni, quien venderá el cuento de “los abuelos”. Lo mismo se puede decir de otros temas, por ejemplo, el suma qamaña, hoy considerado ancestral[6], no era parte del debate en los procesos de lucha, sólo después será posicionado en desmedro de la discusión seria sobre la condición colonial en los Andes.

Sobre “los abuelos” y la Plaza de los Héroes me tocó vivir una experiencia en un viaje a Cusco, a un evento realizado en año 2008 y organizado por algunas pequeñas agrupaciones que estaban muy entusiasmadas con lo que pasaba en Bolivia. Asistí a ese evento con la experiencia que tenía en la Plaza de los Héroes, es decir exponiendo materiales y vendiéndolos para cubrir con los gastos de pasajes (la alimentación y el hospedaje los bridaban los organizadores). Al inicio del evento hubo una ceremonia en el Koricancha y fue entonces que pude ver como muchos, con una actitud de “aprendices”, se acercaban a un “abuelo” de Bolivia, quien estaba vestido con poncho y pantalón de bayeta. El “abuelo” de Bolivia era un Aymara que ya pasaba los 60 años y que conocí un par de años antes en la Plaza de los Héroes, él, como muchos otros, asistía a la Plaza… a comparar folletos y libros, además escuchar los debates y de entablar largas conversaciones, preguntando sobre historia e identidad. En la Plaza de los Héroes este señor era un “alumno”, pero en Cusco era “un “abuelo” y por ello un “sabio”, además venía de Bolivia, lo que tenía mucha fuerza simbólica para quienes asistieron al evento.

Retomando el asunto, los indianistas que se forjaron y a la vez forjaron espacios como el de La Plaza de los Héroes y que respondían a otras condiciones de lucha, no tenían muy claro el propio proceso indianista del cual eran parte. La mayor referencia era Fausto Reinaga y su hijo Ramiro “Wankar” Reinaga[7]. Pero casi nada se sabía sobre el MUJA, por ejemplo. No había claridad a la hora de diferenciar entre indianismo, indigenismo y katarismo. Los libros escritos por quienes fueron parte del proceso indianista y katarista eran casi desconocidos para la mayoría. Por lo mismo, no era posible hacer una lectura del proceso propio de formación, de organización, proyección y limitaciones del propio indianismo. Aun así, este indianismo fue el más activo en los últimos años, aunque no fue el más organizado.

Para ir cerrando este bosquejo a mano alzada, debo hacer notar algo muy importante. El indianismo que se fraguó en La Plaza de los Héroes y en lugares similares, fue forjado por personas que no estaban vinculadas a los “cursos de liderazgo indígena”. Vale decir, no eran beneficiados por la discriminación positiva de las políticas de la diferencia. Se puede afirmar que hay quienes se forjaron en los proceso de lucha indianistas entre los 60 y 70 (entre otros: Luciano Tapia, Constantino Lima, Felipe Quispe), mientras que otros fueron la hechura de las ONG’s que incursionaron con fuerza desde los 80 (Fernando Huanacuni, Rafael Quispe, Adolfo Chaves, David Choquehunca, entre otros, son hijos de las políticas de la diferencia, no son la expresión de la lucha real del “pueblo indio”). Pero también hay otros que se forjaron en las luchas de los años 2000, 2001, 20003 y 2005 y que no responden al indianismo “clásico”, pero que tampoco son fruto de las ONG’s. En este último periodo, la única referencia de organización indianista era el MIP, pero este partido no jugó en rol importante en la formación de este indianismo. En cierta forma, este indianismo tenía una formación independiente del “clásico” y del indigenismo de las ONG’s.

Quienes asistían a la Plaza de los Héroes se curtieron en debates callejeros, en movilizaciones, en una lucha real que no tenía que ver con esa idea vulgar de “los abuelos”[8], ni trataban de remedar el pasado; buscaban aprender de ese pasado, pero para entender el presente, no para esconderse en un pretérito, muchas veces inventado. Este fue un episodio del cual yo forme parte y muchas de las personas del grupo MINKA[9]. Creo que en la tarea de comprender “lo que somos”, no hay que escaparle a nuestra historia real en nombre de “los ancestros” o lo “ancestral”. Episodios como el que he relatado, hacen parte de esa historia, que de seguro no se parece a la idea de “la comunidad” y de los “comunitarios”. Sin embargo, es bueno ver nuestras huellas en el pasado y no dejarnos llevar por la sombra que sobre ese pasado proyectan algunas instituciones y “sabios” que “viven bien” estafando a quienes buscan afirmar una identidad “indígena”.


Nota: el presente artículo es una versión revisada y aumentada de un artículo que se publicó con el mismo título en el periódico Pukara nº 89.
[1] Qhatu en aymara se usa para referirse a un puesto de venta o mercado. Es normal que cuando alguien quiere vender algo dice por lo general, “me pondré mi qhatu”.
[2] El caso y el papel que jugaron los activistas indianistas de la UPEA es particular, pues en la UMSA nunca hubo una relación de tal naturaleza.
[3] Recuerdo que en la segunda mitad del año 2005, salieron las primeras versiones piratas de La Revolución India. Esto, en buena medida, por la demanda que se tenía sobre tal obra: el público buscaba ese libro.
[4] En 1980 Felipe Quispe viajó junto, a Jaime Apaza (otro de los fundadores del MITKA), a Cuba y centro América, recibiendo en esos lugares formación guerrillera, en 1986, cuando ya retorno al país, junto a varios militantes del MITKA forman la Ofensiva Roja de Ayllus Tupakataristas (ORAT), que en 1989 será el Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). Sobre el EGTK hay un trabajo escrito por el hijo de Quispe, Eusebio Quispe y titula Los Tupakataristas Revolucionarios, disponible en: http://grupo-minka.blogspot.com/2015/06/los-tupakataristas-revolucionarios-de.html
[5] Incluso fue invitado para ser candidato a diputado por el MAS (cuando a este partido le faltaban candidatos), pero rechazó la invitación.
[6] Moisés Gutiérrez, quien militó en el katarismo, nos da una pista para investigar: «el suma qamaña ha empezado a perfilarse a través de una consultoría en la GTZ, donde estaban Simón Yampara y Javier Medina, obviamente era éste último quien dirigía ese proyecto. Entonces suma qamaña lo han
tratado de asimilar a lo quechua, al guaraní con expresiones equivalentes como sumaj kawsay, ñandereko, y, bueno, hasta el ámbito mapuche o inclusive algunos lo estiran hasta donde pueden imaginativamente». Moisés Gutiérrez, El suma qamaña como concepto funcional al poder colonial, en http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-70.pdf
[7] En noviembre del 2005 —no estoy seguro si el 9 o 10 de ese mes— Ramiro Reynaga disparó un arma de fuego contra Carlos Jofré en plena plaza de los héroes y a la luz del casi medio día. Reynaga acusaba a Jofré de haberle pirateado su libro Tawantinsuyu. Este hecho fue el que puso a luz pública, mediante los medios de comunicación, los debates que se daban en aquella plaza. En la primera gestión del MAS, en esta plaza se formó un Comité Cívico Popular en respuesta a las acciones propiciadas por el Comité Cívico Pro-Santa Cruz. Algunos miembros de este Comité Cívico Popular, salían por la TV aprovechando las movilizaciones, aunque no eran parte activa de la dinámica de la plaza, sólo aprovechan la oportunidad.
[8] Esta idea hoy es asumida como “lo propio” por muchos grupos. Lo he visto de manera dramática en Argentina. En ese país, mucha gente, que buscar referentes culturales, ha caído en la trampa del indigenismo y se dedican a buscar a “los abuelos” o a “cuidar” al “abuelo fuego”. El padre de estos abuelos es Fernando Huanacuni.
[9] Sobre el grupo MINKA puede verse un artículo mío en el Pukara nº 80. http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-80.pdf