viernes, 14 de octubre de 2016

Identidades coloniales en Bolivia

Carlos Macusaya Cruz
Desde el año 2000 lo que ha marcado simbólicamente la lucha política en Bolivia ha sido la confrontación de los “indígenas” contra los “no indígenas”,  los “mestizos” (entre quienes antes muchos se consideraban “blancos”). Los actores políticos han ido asumiendo tales identidades en tanto fundamento básico y hasta como una determinación ontológica. La confrontación marcada por este aspecto identitario ha hecho evidente el carácter racializado de las relaciones sociales en este país y desde que un “indígena” fue elegido como presidente (2005) estas identidades se han confrontado en el proceso de “descolonización” que ha llevado adelante el “gobierno indígena”. En esta disputa, unos, los de la “oposición” (en nombre de la “identidad nacional”) y los otros, los del MAS (en nombre de la “descolonización”) se enfrentan entrampados en taras que aún nos perturban: identidades coloniales tales como “indígena” y “mestizo”.

En este proceso las identidades consideradas étnicas se han confundido con identidades ideológicas y hasta se las ha llegado a considerar como  determinaciones “raciales”. Así los “q’aras” han sido percibidos como naturalmente opuestos a los “indígenas” y en esto cada componente de tal oposición, encarna a la vez una identificación ideológico-política “natural”. Los “q’aras” son capitalistas, occidentales, individualistas, etc., y en contrapartida, los “indígenas” son lo absolutamente opuesto. Esta forma de ver a los sujetos no es simplemente engañosa, sino que funciona a partir de una configuración social en la que los “signos raciales” indican posiciones de unos respecto a otros. El color de la piel, además de otros aspectos, en un espacio social racializado como es Bolivia tienen un significado político muy marcado: nos “dicen” quienes pueden o no ocupar un lugar, identifica situaciones de poder de un alguien respecto a un otro.

Este mundo simbólico fue violentado con la elección de un “indígena” como presidente de este país el año 2005. El “color del poder” en la historia de Bolivia se hizo evidente por el contraste entre el nuevo presidente y los anteriores. El antes y el después quedo marcado no solo por la elección de un “indio” como presidente sino también porque se entiende que el “indio” es absolutamente distinto de los “blancos” y en este caso, en política. Al identificar a unos como indígenas y a otros como mestizos, en la confrontación política, las diferencias sociales entre grupos, o mejor dicho entre castas, son entendidas como naturales y en sí mismas propias a tales grupos, sin considerar sus relaciones con los “otros”. En tal forma de entender a los sujetos en confrontación se puede percibir la herencia colonial.

Las formas de identificar a unos como “indígenas” y a otros como “mestizos” son en general propias de los tiempos coloniales, pues es el colonizador quien identificó a “sus” otros de esa manera, en tanto él se diferenciaba de ellos. Si bien indígena refiere al colonizado en general, ya sea en Asia, África o América, “indio” fue la denominación genérica con la que se nombró a los habitantes del “nuevo mundo”. Por lo tanto, indio especifica una generalización dada respecto a poblaciones indiferenciables para los colonizadores en América y que por los usos sociales dados en el contexto boliviano  se trata de una palabra repelida en los ámbitos públicos formales, pero muy usada en situaciones de violencia verbal y física, develando así un rasgo del orden social.

Retomando la identificación como “indígenas” a poblaciones determinadas, en general, los habitantes de los espacios colonizados eran vistos como naturales del lugar, es decir como “indígenas”. Una de las primeras diferenciaciones en la colonia se dio por el origen y pertenencia “natural” de colonizadores y colonizados a espacios distintos: unos como naturales del territorio conquistado (“indígenas”) y otros como ajenos a ese espacio (“alienígenas”). La estructura colonial se reprodujo a partir de mecanismos de selección que funcionaban fundamentalmente configurando un espacio social en el que el acceso a los puestos en la estructura de mando y en la estructura de producción estaba determinado por el origen de los sujetos. Se trató de un tipo de división del trabajo en el que el resultado de la conquista era axiomático en dicha división.

En esta estructuración, las posibilidades de desenvolvimiento social estaban limitadas según se identificaba a los individuos en relación a la polaridad colonizadores-colonizados. Los españoles fueron el referente máximo de superioridad en el orden social mientras que los  indios eran lo contrario, el escalón más bajo y por ello representaban el punto de referencia de máxima distancia respecto a los hispanos. Entre estos “polos” había una gradación que se conoce como “mestizaje” como producto de la “mescla” y cuyo carácter ontológico, si se puede decir algo así de esto, obedece al orden colonial.

Si, como se ha dicho, los colonizadores en general se diferenciaban de los colonizados en sentido de no ser del lugar al que colonizaban, es decir por ser alienígenas con respecto a un espacio y con relación a los que lo habitaban, los sujetos que habitaban el espacio colonizado eran definidos por la relación con los colonizadores y a partir de su posición, por tanto se los considero como indígenas. En esta relación entro el juego ideológico de las purezas y mesclas. Los que se sentían puros (positivamente), los colonizadores, veían a la vez como seres puros (de naturaleza maligna) a los “indígenas”, como algo que puede dañar lo que se es y por lo tanto se creyó dañina y degenerativa (lo que no impidió) cualquier “mescla” con ese algo que contamina y degrada. Esta mescla se entiendo, como hoy, como “mescla de sangres”, de “razas”, y se dice “mestizo”: el alejamiento de la buena pureza y la degradación que acerca a lo indigno, al “indígena”. La identidad indígena y la mestiza con expresiones de la dominación colonial, son la expresión de la clasificación social racializada de ese contexto y que aun condiciona los tratos y comportamientos en lo contemporáneo.

Sin embargo, cabe dejar señalado que esas ideas de pureza y de mezcla que funcionaron en la colonia –y aun funcionan– tienen antecedentes en el periodo en que España fue dominada casi ocho siglos por los árabes. Por entonces, entre los españoles se creía que la diferencia entre cristianos y moros era algo dado por la sangre y por lo mismo se pensaba que la mescla de cristianos con árabes, quienes los sometían, era algo degenerativo. Hoy sabemos que la religión de cualquier persona no es algo que se encuentre en la sangre pero esta referencia a la negativa de “mesclar sangre” cristiana con la de moros era entonces una idea defensiva frente a la dominación que vivían, en tanto se trababa de demarcar diferencias entre unos y otros en un proceso de lucha por liberarse del dominio árabe.

Los Españoles del tiempo de la colonización en América salían de un dominio árabe de casi ocho siglos, periodo en el que se dieron “mesclas”, pero al llegar a estas tierras no se llamaron a sí mismos (ni lo hacen hoy) “mestizos”. Trajeron a estas tierras no solo la sífilis y otras enfermedades, sino también esa idea de la determinación por la sangre y esta operó en la diferenciación social entre los “indios” y los españoles, dando lugar a un orden racializado.

Ni con la independencia de Bolivia, en 1825, ni con la “revolución nacional” de 1952 se puso fin al orden racializado que la colonia dejó y por lo mismo no “desaparecieron” las formas de identificación que operaban en ella. Es más, el Estado boliviano se apoyó en esta racialización de los sujetos y este elemento ha sido el fundamento de su existencia[1]. La estructura social de la colonia no se vio afectada sustancialmente con la “independencia” de Bolivia sino que fue base del orden estatal boliviano y por lo mismo las identidades se demarcaban en función de las jerarquías sociales racializadas.

La incorporación del “indio” como campesino, como “nuevo” ciudadano, desde la “revolución nacional”, fue un acto que implicó la renovación de los mecanismos de diferenciaciones coloniales. La incorporación se realizó mediante un acto de trasferencia de la carga racializante que llevaba la palabra indio. Esta carga se “depositó” en la palabra campesino, por tal razón hoy decir “indio de mierda” es casi igual a decir “campesino de mierda”. Esta transferencia fue mimetizada por una acción estatal discursiva cosmética, “mestizaje”, que expresaba no la identidad nacional, sino los prejuicios a partir de los cuales se pensaba la nación o lo que se quiera que fuera la nación. Lo “mestizo” fue y es una “apariencia ideológica”, una ilusión fantasiosa que se la pretende vivir como algo verdadero, como lo “indígena”.

Se supuso una unidad sanguínea (“sangre de mestizos” es expresivo de esto) que habría surgido de entre los colonizados y los colonizadores. Pero en el fondo esta reivindicación de las “sangres mescladas” fue, como hoy, la negación tacita de quienes pasaron a ser “campesinos” (fundamentalmente aymaras y quechuas), pues lo mestizo entre las capas dominantes blancoides era una afirmación de su distancia o “no relación” con los “indios”, como diciendo: “mis abuelos ya hicieron el terrible sacrificio de mezclarse con los indos por lo tanto yo ya no tengo por qué hacerlo”. El mestizaje fue (y es) una reivindicación de un hecho siempre ubicado en el pasado pero que no podía ni debía repetirse en el presente. Así, el proyecto nacionalista del MNR y de quienes le siguieron fue hacer una “nación mestiza” sin mezclarse con los “indios”. Si en países como Argentina mestizo remite a la cercanía con los “indios”, en Bolivia será lo inverso, se referirá a la cercanía con los “blancos” y a la vez la mayor distancia posible con los “indios”. Por eso decirse mestizo en este país tiene un sentido de superioridad.

Bolivia cono Estado ha propalado con cierta eficacia una identidad nacional “mestiza” desde 1952 pero el hecho de que hoy hablemos de “indígenas” muestra que no logró plenamente su cometido, pues para funcionar como Estado propio de una casta renovó los mecanismos de racialización. La nación “mestiza” como ideal, que presupone el reconocimiento de la existencia de “razas”, sólo fue una buena forma de encubrir las contradicciones coloniales que aun arrastra este país. En el naciente siglo XXI, el año 2000, estas contradicciones se hacen más evidentes y desde entonces se habla “públicamente” del problema del Estado que propugnaba una identidad “mestiza” contra las naciones sin Estado[2].

Con la elección de Evo Morales como presidente de Bolivia, lo “indígena” pasó a ser adoptado casi de forma improvisada por el MAS, fundamentalmente como elemento discursivo y que fue utilizado para “evidenciar” que, como gobierno, se era diferente a los “tradicionales”, como se les dice a los viejos partidos políticos en Bolivia. El MAS, antes de ser gobierno, tenía un discurso anti-imperialista y campesinista, la descolonización o el problema de las naciones sin Estado no fue parte de su “aparato discursivo” y menos aún de su lucha práctica. La lucha del MAS no se concentraba en lo “indígena” sino en el cultivo libre de la hoja de coca y en nombre de defender el “consumo tradicional”, el cual tiene sus raíces en la colonia, pues para los españoles era más económico dar coca a los “indios” en lugar de comida.

Pero está claro que el MAS desde que es gobierno enfrentó y enfrenta a sus opositores enarbolando una identidad colonial: “indígena”, y se presenta como “gobierno indígena”. Asume una identidad que le ha sido útil para “cautivar a las masas”, pues en Bolivia, las experiencias de procesos de racialización que tienen la mayoría de las personas, de ser vistos y tratados como de otra “raza”, es tan común y constituyente que puede ser usada política y electoralmente. Sin embargo, es más que notorio que las personas consideradas colonialmente como “indígenas” tienen un papel secundario e irrelevante en el “gobierno indígena” y los “no indígenas” cumplen el rol de conductores en nombre de los “indígenas”.

Es bueno considerar que los sujetos que sufren la colonización y consecuentemente la condición de seres racializados, parten de tal condición y empiezan su lucha reconociéndose, buscando identificarse y esto a partir del lenguaje que la dominación impone: indígena, originario[3]. La palabra usada para ofender es tomada y resignificada; esta toma y resignificación, que se da en procesos de lucha aunque dentro de un marco general del que no sale,  tuvo lugar en este país en los años 60 y 70 y se partió usando la nominación que más carga política negativa lleva: Indio, así el movimiento que nació fue el indianismo. Se usó el lenguaje de los dominadores, pues la palabra nos permite identificar mecanismos de dominación. La carga política de este movimiento y de sus planteamientos fue vaciada desde los 80 por varias instituciones de “apoyo” a los “indígenas”, “domesticando” sus elementos discursivos y simbólicos, y así forjaron el indigenismo posmoderno que ha dominado en Bolivia en la última década.

Ante la emergencia “indígena” como atentado contra la nación, contra la posición de quienes creen ser la encarnación de la nación, los “mestizos” buscaron, y aun lo hacen, descalificar tal emergencia aduciendo que “todos somos mestizos” y que hablar de “indígenas” o identificarse como “indígena” no tiene sentido y es irracional porque no hay “razas puras”. Sin embargo esta descalificación contiene su propia descalificación, pues se sabe que no hay razas, por lo que no puede haber mescla de algo que no hay. No hay razas puras ni mescladas porque simplemente no existen razas. Lo que sucede es que se asume que ciertos rasgos somáticos, comportamientos, vestimentas, etc. son “signos raciales” y esto, esta manera de asumir, no funciona biológicamente, como suponen los que creen en la existencia de razas, sino de manera cultural y política. Hablamos de problemas en el orden de las relaciones sociales y no de problemas de carácter biológico.

En su funcionamiento, esta racialización de las relaciones sociales, desplaza el problema a lo biológico y lo mimetiza en el discurso de la “cultura mestiza”.  Se dice que “aunque tengamos color de piel diferente, tenemos la misma cultura”.  La cultura “mestiza” seria supuestamente el común en el que nos encontramos todos y del que participamos. Esta cultura “mestiza” es ante todo una cultura en la que participamos como seres racializados: la “mestiza” “cholita” participa en un tipo de evento de belleza y otras “mestizas” participan de otro evento que califica lo mismo: belleza. Hablo de la “Cholita paceña” y mis La Paz, en estos eventos el criterio es ante todo racial, no por que hayan razas, insisto, sino porque se juzga que ciertos rasgos físicos como bellos y se crea otra categoría de belleza para conformar a las “indias”. No hay “mestizos” en este juzgamiento de belleza, lo que funciona es la valoración colonial respecto a los “indios”. Similar es lo que pasa con la solicitud de trabajadores con buena presencia: se pide que se parezca más a Pizarro que a Atahualpa antes de calificar las cualidades de los postulantes. La “identidad mestiza” como apariencia ideológica solo encumbre esta radicalización.

La lucha política que se ha dado en el país ha dejado la impresión de que los opositores, ante los alardes “indígenas” del gobierno, gritaban como desesperados: “todos somos mestizos, menos los del gobierno indígena”. Lo que queda claro en esta apelación a la identidad mestiza es que se niega rotundamente algo que sería un componente suyo: lo “indígena”, o solo funciona en el pasado que no afecta ni tiene que afectar el presente. No es la “mescla de razas” lo que se evidencia, sino la sustitución del “blanco” por el “mestizo”, ambos como presentaciones del poder racializado. Es la negación de lo que se presenta como “mestizaje” y la afirmación de la racialidad del poder. No es una cultura mestiza lo que está en juego, sino una construcción ideológica que reproduce el poder y las jerarquías racializadas.

En esta negación hacia el “gobierno indígena” no se trata de que “todos somos mestizos”, incluido el presidente que se dice “indígena”, sino que todos somos… me nos él o ellos. Es como lo expresa la famosa y popular frase “si pero no”: “si, todos somos mestizos, pero no ellos, menos ellos”. Al final, en esta catalogación colonial siempre queda lugar para un “otro” que es diferenciado de modo racializado: los “indígenas”, los “indios”. Acá se evidencia que no se trata de unos contra otros por naturaleza. Se trata de delimitar quien es el enemigo recurriendo a los mecanismos de racialización que están vigentes tras la apariencia de “mestizo”.

La oposición ha gruñido apasionadamente lo “mestizo” para contraponerlo al “gobierno indígena”. No se le ha contrapuesto un proyecto distinto, pues no lo tiene y ante esta falta tontamente ha opuesto al MAS otra identidad colonial, deambulando en el mismo marco ideológico signado por las taras coloniales. Esta reacción “mestiza” se da ante el “gobierno indígena” que difunde una imagen que nada tiene que ver con esos seres llamados “indígenas”.

Lo “mestizo” y los “indígena” se enfrentan como taras del pasado que nos atormentan hoy, pero reflejan problemas que no fueron resueltos. Además, es bueno hacer notar que, en el mundo no hay un solo Estado que se posicione como “mestizo” o “indígena”. España que fue dominada por los árabes o la India que en su momento fue ocupada por los mongoles no se definen como “mestizos”. Parece ser que ésta identidad es una peculiaridad del colonialismo interno en América e inevitablemente remite a ese otro “indígena”. Hay que considerarla en su sentido colonial y racializante a la hora de plantearse el tema de la identidad nacional, pero también hay que considerar la migraciones de los andinos por todo el territorio Boliviano (y más allá), ciñendo las identidades regionales, articulando distintos espacios en términos económicos. Si nos pensamos en el mundo y buscamos proyectarnos y posicionarnos en él, dejando atrás la mentalidad provinciana reinante en el país, lo indígena y lo mestizo no tienen sentido ni relevancia alguna.


Nota: este artículo es una versión retocada del trabajo publicado en el periódico Pukara nº 83 con el título de “Lucha política e identidades coloniales en Bolivia”.
[1] Para el caso peruano Mariátegui dice algo que es extensible a Bolivia: “los privilegios de la Colonia habían engendrado los privilegios de la Republica”. José Carlos Mariátegui “Siete Ensayos de Interpretación de la realidad Peruana”. Colección obras completas, volumen II, Biblioteca Amauta.
[2] Los primeros en poner el tema del carácter colonial del estado y las relaciones sociales racializadas, aunque de forma muy elemental, fueron los indianistas en los años 60 y 70. Ante estos planteamientos tanto izquierdistas y derechistas reaccionaron de la misma manera: negaron que tales cosas sean problemas reales o, en el mejor de los casos, que tales problemas sean serios. Tal reacción solo vino a confirmar la idea que los indianistas tenían acerca de los “blancos”.
[3] Es poco apropiado usar el término originario. Hasta donde se sabe, los restos más antiguos de seres humanos se han encontrado en África, por lo que la humanidad sería originaria de África. No hay originarios de Los Andes o de Europa. Además, en la colonia esta palabra sirvió como categoría tributaria para diferenciar a “indios”  que eran del lugar y los que no lo eran, en función de tributaciones diferenciadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario