lunes, 18 de noviembre de 2019

Entre revanchismo y movilización



Por Carlos Macusaya

Los actores que pueden llevar al país a una salida no violenta de la actual crisis están esforzándose por todo lo contrario. Jeanine Añez y su equipo apuestan por el revanchismo y “le meten nomás”, mientras que los ahora opositores, los masistas, han volcado a sus bases a las calles, buscando generar un escenario de “resurrección”. En todo ello, el racismo como justificación de la anulación del otro, lo cual ya se venía perfilando en el periodo electoral pasado, ha tomado mayor notoriedad. Tristemente, hasta ahora, ninguna de las partes muestra voluntad política para superar esta situación.

El gobierno transitorio prioriza cualquier cosa menos llevar adelante la única tarea que tiene: llamar a elecciones. Está más ocupado en justificar la represión que en generar condiciones de diálogo y negociación. No extraña que en sus primeras declaraciones la ministra de Comunicación, Roxana Lizárraga, haya advertido a periodistas “sediciosos” que iba a “tomar las acciones pertinentes”, lo que fue criticado y con justa razón. En esa misma línea se ubica la intención de crear un “aparato especial de la Fiscalía” contra legisladores “subersivos”, anunciada por el ministro de Gobierno Arturo Murillo (El bolas), sin dejar de lado el decreto que exime de responsabilidad penal a los militares (¿licencia para matar?). ¿Y los esfuerzos por llamar a elecciones?

Bueno, con una Jeaniane Añez que antes descargaba su bronca contra los “indios” en varios de sus tuits, que ahora ocupa un cargo que le cayó no por mérito propio y que parece olvidar que el país se gobierna con la Constitución y no con la biblia, no es muy alentador el panorama para salir de la crisis.

Por su parte, el MAS, que ha pasado a ser oposición, trata de salir del shok que la renuncia de Evo Morarles y Álvaro García le causó, apelando a la movilización de sus bases, pero sin clarificar un objetivo que pueda ayudarle a cohesionar a los movilizados, lo que además, empieza a generarle efectos contraproducentes en algunos sectores que antes le eran simpatizantes. Con estos esfuerzos busca lograr torcerle el brazo al gobierno, pero, lamentablemente, ya se han perdido varias vidas en Sacaba, lo cual solo agudiza más aún el conflicto.

Hay que resaltar que las acciones claramente racistas expresadas, por ejemplo, en la quema de la wiphala, poco después de que Mortales renunciará, indignaron a mucha gente. Está indignación dio lugar a movilizaciones de protesta, principalmente en El Alto, el lunes 11 de noviembre; las mismas fueron aprovechadas por la dirigencia del MAS para rearticularse en los siguientes días. Sin embargo, estos dirigentes no supieron darle dirección a esa protesta y, por el contrario, la han estado deslegitimando.

Esta dirigencia, carente de ideas, se quedó en la consigna del “desagravio”, sin afectar a autoridades que negaron este símbolo reconocido en la Constitución, como el comandante departamental de la policía de Santa Cruz, Miguel Mercado, quien en el programa La revista de Unitel desconoció la wiphala como símbolo del Estado. Hubiera sido un objetivo más práctico pedir, en las movilizaciones, la renuncia de este tipo. También bien hubiera sido más concreto movilizarse para pedir una sesión parlamentaria con cuórum (al final de cuentas, el MAS tiene dos tercios). Pero se quedaron en el inofensivo “desagravio” que ya se ha desgastado.

Caminando de acá para allá, durante algunas las movilizaciones que fueron gasificadas en el centro paceño, puede percibir la poca cohesión de los movilizados. Algunos hablaban de que había que pedir la renuncia de la alcaldesa del El Alto, Soledad Chapetón; otros aludían a temas más locales, pero también había quienes decían que la demanda debía ser la renuncia de gobernador Patzi o el veto político a determinadas personas; además de señalar el riesgo de que Añez, desde el gobierno, sea una operadora política del posible candidato L. F. Camacho. Es decir, un abanico de consignas que no terminaban de cuajar en un espíritu común, lo que evidencia la ausencia de liderazgo y claridad política.

Por otro lado, entre otras cosas, me tocó ver en una de esas movilizaciones como una marchista le reclamó a una vendedora el hecho de no poner una wiphala en su puesto. Se armó una pequeña discusión que terminó cuando la vendedora dijo: “¿cómo nos vamos a pelear entre nosotros si somos hijos de la misma pollera? Hay que ir a la zona sur a bloquearles”. Es decir que la movilización no ha logrado articular a sectores que podrían sumarse y más bien va generando rechazo. En la propia ciudad de El Alto las diferenciaciones sociales inciden en las limitaciones que esta movilización tiene para ampliarse.

Además de lo dicho, hay que considerar que en este conflicto el racismo se va haciendo cada vez más explícito en las opiniones de muchas personas. Los “otros” vistos como “naturalmente” diferentes son: “hordas”, “saqueadores”, “delincuentes”, “narcotraficantes”, “vándalos”, “indios de mierda”, etc. Pero además, “hay que meterles bala”. Es decir, se trataría de seres moral y bilógicamente inferiores, sin educación y barbaros. Por lo mismo, el matarlos no podría ser condenable; al contrario, sería un acto de “patriotismo”. Estas ideas racistas insinúan que si esos inferiores fueran “depurados” de Bolivia el país estaría bien. Algo similar a las ideas nazis que justificaban la matanza de judíos.

Claro que se debe notar que, muchas de estas personas, prefieren tener a la indiada en una foto de postal a la vez de decorar su hogar con algún elemento étnico (de esos despreciados indios). Y es que el aceptar la “riqueza cultural” del país tiene una trampa racista: que los indios no molesten y se queden en “su” lugar, porque ahí se ven bonitos. Los indios movilizados les dan asco, les dan miedo y esto es lo que hoy se hace más evidente en ciertos sectores de la población “democrática”.

Es indudable que las movilizaciones han sido aprovechadas por muchos delincuentes, pero sería irresponsable decir, como se viene haciendo, que todos los movilizados son delincuentes. Eso solo sirve para descalificar y descargar, en muchos casos, un odio visceral bien “cultivado”, pero no es útil para comprender la situación y afrontarla.

Pero, desde el otro lado, por ejemplo, es resaltable que en la reivindicación de la wiphala había un espíritu de igualdad, muy alejado de los esoterismos y romanticismo de algunos grupos. Oí a una señora decir, respecto a la quema de la wiphala, “si eso hacen con la wiphala, ¿qué me van hacer a mí?”. Ella pedía respeto a este símbolo de lucha como muestra de que todos podían ser considerados iguales en el país. Una aspiración de la inmensa mayoría de quienes son catalogados como indígenas, aunque está claro que esta aspiración incomoda, por decir lo menos, a sectores que han gozado (y aún gozan) de privilegios de casta.

Entonces, estamos en una crisis en la que el racismo va tomando cada vez más preponderancia, pero ni el gobierno transitorio ni el MAS dan señales de buscar salir pacíficamente de esta situación. Los primeros siguen en su línea revanchista, mediante lo que ya algunos llaman “política del terror”, y solo han decorado su gabinete con el clásico gesto racista de incluir a una indígena en asuntos culturales, lo que se enmarca en las pachamamadas a las que ya nos había acostumbrado el anterior gobierno. Por su parte, el MAS ha degenerado la reivindicación de la wiphala en el abuso, la amenaza y el miedo, obligando a que muchas persona coloquen este símbolo en sus negocios o vehículos para no ser agredidos (lo que es condenable).

En todo esto, la mayoría de los medios contribuyen a la violencia gubernamental difundiendo una imagen negativa sobre los movilizados, en un sentido que apunta a justificar las acciones represivas. ¿Cuánto tiempo más puede seguir el gobierno transitorio con esa actitud? ¿Será suficiente con que los medios, en el afán político de darle estabilidad al gobierno, difundan noticias destinadas a descalificar las movilizaciones, omitiendo otros aspectos? ¿El MAS podrá proyectarse dejando la evodepedencia? ¿Saldrán de su escondite los luchadores por la democracia?

Lo cierto es que el gobierno debe llamar a elecciones, conformando previamente, un nuevo Órgano Electoral. Pero para ello debe sentarse con quienes son la mayoría parlamentaria, pues la elección de vocales debe hacerse con dos tercios del parlamento y esos dos tercios los tiene el MAS. Entonces, estos señores, gobernantes y opositores, deben asumir que son los responsables de brindar una salida pacífica a la crisis que vivimos.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Esto no empieza con Evo ni termina con él



Por Carlos Macusaya

Algunas personas me han dicho que “si Evo se va los indígenas van a ser marginados otra vez”. Este tipo de ideas parecen florecer en la desesperación de varios militantes del “proceso de cambio”. He oído cosas similares antes y lo curioso es que tales ideas van justificadas con la apelación a los “avances históricos” que el MAS habría logrado para los “indígenas”, como el reconocimiento de símbolos y rituales así como la apertura de universidades indígenas y cosas por el estilo.

Recordemos que el reconocimiento de ciudadanía a los “indígenas” (a nuestros abuelos), con muchas complicaciones en su aplicación, se dio desde 1953, no en el gobierno del MAS. La gente practicaba sus rituales, por ejemplo, las wilanchas y las ch’allas, sin pedir permiso ni autorización. El reconocimiento de símbolos “indígenas” ha servido para remplazar a las personas de carne y hueso.
Por otra parte, ha sido una tontería, por decir lo menos, la apertura de universidades indígenas en un contexto en el que las universidades públicas y privadas están repletas de “indígenas” (con complejos identitarios que el propio Estado les ha inculcado). Téngase en cuenta que hay profesionales aymaras desde inicios de los años 70 del siglo pasado y eso no es obra del MAS. 

Además, el gobierno del MAS ha fomentado una imagen folclórica y racista sobre los “indígenas”: seres congelados en la historia que, de cuando en cuando, son utilizados como masa movilizable. Sus “indígenas” en cargos visibles, diciendo y haciendo payasadas para turistas, solo han reforzado las ideas racistas y se han vuelto en referentes de lo que no se quiere ser: “¿eso es ser indígena? Yo no soy eso ni quiero serlo”. Con esos “aciertos” gubernamentales no debería extrañar que muchos jóvenes nieguen y renieguen de sus orígenes.

Pero entonces, ¿“si Evo se va los indígenas van a ser marginados otra vez”? No. El avance de las poblaciones racializadas como indígenas, rompiendo barreras sociales, no empieza con Evo ni terminará con él. Sin embargo, es necesario hacer notar que esta dramatización sobre “los indígenas sin Evo” tiene que ver con la victimización en crisis electoral del gobierno y en esa situación buscan refugio en la denuncia del racismo de la oposición.

Aquí hay que notar que se convierten en “defensores de los indígenas” cuando les conviene. ¿Por qué no se pusieron como defensores de los “indígenas” cuando se conformaron los gabinetes ministeriales? ¿Por qué no se pusieron como defensores de los indígenas para posicionar nuevos liderazgos “indígenas” en el MAS? ¿Por qué no se pusieron como defensores de los indígenas cuando salían denuncias de racismo contra “indígenas” del propio gobierno?

Pero también se puede preguntar: ¿por qué condicionar todo en la figura de Evo? A todas luces, los jerarcas del gobierno se han ocupado, no inocentemente, en endiosar al presidente, evitando cualquier renovación “indígena” de liderazgo. Claro, con soportar a un “jefe indio” les bastaba; pero también, bajo la imagen de Evo, podían formar, en base a la dominación blancoide, sus bloques de poder dentro del propio gobierno, reproduciendo jerarquías racistas con los “indigenas” pero a título de “inclusión”.

Si bien el gobierno logró frenar procesos de renovación de liderazgo entre las poblaciones racializadas como indígenas, es necesario que se dé está renovación de liderazgo y para ello el fin del evismo es una condición, en un proceso más amplio. Tengamos claro que Evo no es el comienzo ni el fin de las transformaciones sociales que viene protagonizando la “indiada” desde hace décadas, transformaciones que no apuntan a reforzar las diferencias racializadas entre ciudadanos del país (“indígenas” y “no indígenas”), sino que las están erosionando.

Claro que esta erosión de barreras sociales racistas no es un proceso libre de fricciones, pero, desde mi punto de vista, es un proceso que debe ser fortalecido y para ello no sirve la búsqueda de legitimidad en una existencia anterior a la llegada de que tales o cuales a estas tierras, señalando sufrimientos centenarios, muchas veces solo por conveniencia. Y es que esforzarse por generar lástima para tener legitimidad solo refuerza la imagen racista de “pobrecitos e incapaces”; pero, tristemente, esto es lo que ha promovido el gobierno.

¿Necesitamos que nos den un espacio por lástima? ¿Queremos ser valorados solo por sufrir 500 años? ¿Nos vamos a conformar con ser el folklore del país? Ni nuestros padres ni nuestros abuelos han buscado eso. Y no se trata de negar la historia, se trata de superarla, de esforzarnos por construir una sociedad donde se nos valore por lo que hacemos, no por el color de nuestra piel o por nuestro apellido; una sociedad donde no sea raro que jailones e indios formen familias; una sociedad donde uno pueda ser ciudadano del país en cualquier punto del territorio, independientemente del lugar en el que nació.

Y en esto no estamos en “punto cero”, pero también hay mucho por hacer. Además, esto no empieza con Evo ni termina con él.