miércoles, 13 de junio de 2018

A propósito del Inti Raymi


Por Carlos Macusaya



Las fiestas conocidas como  Willka Kuty (o Machaq Mara para otros) e Inti Raymi han provocado una lluvia de imágenes por facebook. Casi la totalidad de éstas venían acompañadas de frases referidas a “identidad”, “ancestralidad”, “cultura” y socas por el estilo. Las más compartidas de estas imágenes han sido las de la fiesta hecha en Cusco, Perú. Vale la pena plantear algunas observaciones a este respecto.

Lo más llamativo para mi es que se relacione ese espectáculo desplegado en Cusco, lleno de exotismo, pensado y armado para satisfacer los gustos de turistas, como la expresión de la “lucha indígena” por “su” identidad. Claro que esta observación se puede extender a otros espectáculos en otras partes, como en Bolivia o Ecuador, por ejemplo. En general, la forma en que han circulado las imágenes de esta fiesta para turistas, con frases referidas a “ancestralidad” y esas cosas, muestran un rasgo de suma importancia desde mi punto de vista: muchos confunden la folklorización que se hace de lo “indígena” en función de los apetitos de turistas como la expresión de la “identidad indígena”.

Las imágenes de construcciones precoloniales en las que se despliegan danzas, personas vistiendo “trajes típicos” y muchos colores desperdigados en el paisaje, son para muchísimos ¡“recuperación de la identidad”! Algunos han tenido la oportunidad estar en estos espectáculos y comparten con mucho orgullo las fotografías que han sacado en la ocasión. Pero cabe plantear un problema con respecto a cómo se asume este festejo y otros actos similares: ¿Qué papel juegan los “indígenas”?

Para responder a la pregunta planteada de manera contundente debemos llevar nuestra atención nuevamente a Cusco. El espectáculo turístico llamado Inti Raymi que ahí se desarrolla no es dirigido por los quechuas (los “descendientes de los incas”) sino que éstos solo son la imagen de portada de algunos afiches, además de material humano del espectáculo étnico para gringos. Los “indígenas” son el pretexto turístico del Perú pero “no tocan pito” ni en la dirección ni en la administración de este y otros espectáculos hechos a su nombre. ¿Cómo se puede tomar este tipo de fiestas como “recuperación de la identidad”, como expresión de la “lucha indígena”? En realidad estas fiestas son la clara expresión de cómo se usa a los “indiecitos” para hacer shows que diviertan a los gringuitos.

No quiero descalificar a quienes con muy buena intención, y con mucha inocencia también, buscan algún referente identitario que afirmar. Muchas personas que por su origen y sus rasgos físicos han sufrido distintas formas de racismo buscan rehacer su autoestima con algún tipo de ritual que es pensado como “herencia milenaria” y por ello participan en estos actos u organizan otros similares. Siendo que los procesos de lucha de los aymaras y quechuas ha degenerado en exotismo y actos folklóricos, en especial desde que Evo Morales llegó al gobierno de Bolivia (y este país es tomado por activistas “indígenas” de otros lugares como referente), no es de extrañar que muchos hayan caído en la trampa de los rituales y el simbolismo hecho para “cazar” turistas.

No quiero decir que entre los aymaras y quechuas, como en otros pueblos, no haya elementos rituales y simbólicos. Lo que quiero remarcar es que en la situación en la que nos encontramos estos aspectos, vaciados de su contenido histórico y desfigurados hasta el ridículo, sirven para que otros nos mantengan en juegos turísticos: divirtiendo a los “occidentales”. Pero además, y para decirlo en cierta forma metafórica, es como si nos emborracharan con nuestro propio trago. Me explico: imagínense que tenemos un bar u boliche y vendemos bebidas a nuestros clientes. Hasta ahí el negocio anda bien. Pero si nosotros nos ponemos a beber nuestra mercadería, y peor aún, hasta emborracharnos, terminamos regalando las bebidas. En esa situación, el negocio deja de ser negocio, dejar de ser lo que era. Así no vale la pena poner un bar pues todo sería pérdida.

¿Qué tiene que ver lo dicho anteriormente con el tema que estábamos tocando antes, el de jugar el papel de cosa turística? Decía que en los eventos tipo Inti Raymi nos emborrachan con nuestro propio trago. Imaginen que inventamos una serie de historias, aspectos simbólicos y rituales para lograr armar un negocio y obtener ganancias con el dinero de los gringos. Les hacemos cuentos sobre piedras u otras cosas que les vendemos para hacer que esas cosas sean más apetecibles para el cliente de ocasión. Si nosotros nos creemos los cuentos que hacemos para vender nuestra mercadería somos como el dueño de un bar que se emborracha con su propio trago y así el negocio no funciona. Si nos creemos los cuentos para atraer turistas estamos bebiendo un trago que era para hacer negocio y terminamos emborrachados.

En cierta medida esto es lo que ha pasado. Toda una serie de mitos formados desde los años 60, en el caso de Bolivia, se ha vuelto como un trago que nos emborracha. Pero la cosa no es tan simple, para que esto sucediera muchas organizaciones internacionales han metido su mano en estos “licores” y le han dado un toque más embriagador y esterilizante, casi narcótico. Tristemente esto es lo que ahora muchos toman como algo “propio” y lo defienden ciegamente.

Nuestra lucha no es cuestión de hacer rituales y levantar símbolos para divertir a “occidentales”. Cuando muchos niños aymaras mueren por desnutrición en el área rural, por ejemplo, el problema no se resuelve haciendo rituales (ni rezándole a la virgen María ni a dios). O cuando los jóvenes que han pasado por las escuelas de quinta son tratados como seres inferiores, el problema no se resuelve vistiendo “ropa típica”. Las mujeres del norte de Potosí que vienen a La Paz a pedir limosna, junto a sus wawas (niños) no resuelven su vida con “amautas” o fiestas para gringos.

Nuestra realidad es compleja y problemática pero la encubrimos, la esquivamos con ideas románticas que se “apoyan” en fiestas como el Inti Raymi. Ciertamente que el papel de lo simbólico fue muy importante en una etapa de la formación de un conciencia política entre nuestra gente pero en la actualidad estos aspectos son degenerativos. En cierta forma, el papel de lo ritual y lo simbólico son parte de un periodo que podría llamarse pre-político. Estos elementos en manos de la casta dominante se han vuelto contra nosotros y están dando lugar a que terminemos entretenidos en actos turísticos en lugar de clarificar nuestra lucha.

Imagínense que los quechuas que aparecen en las imágenes del Inti Raymi, vistiendo ropa “tradicional”, rompan el show turístico y empiecen a jugar un papel político, exigiendo administrar el acto, dirigir los números y determinar cómo funciona todo (la hotelería, los viajes, etc.). Eso sería un acto que echaría por tierra el rol que se les ha asignado, sería un buen síntoma… ¡sería “descolonizador”!

¿De qué sirve llenar de colores, aguayos o wiphalas, los espectáculos pensados y armados para turistas si no definimos nuestra vida política y económica? ¿De qué sirve vestir a algún “indígena” de inca si somos simple pretexto turístico?


Ante la forma en que muchos usan lo “indígena” (para entretener “indios” y así alejarlos de las verdaderas acciones políticas) y el cómo esto es algo que los propios “indígenas” defienden, lo hacen sentir a uno como solo en el “desierto”, deambulando en un terreno que causa miedo a otros.


Nota: el presente artículo fue escrito y publicado el 2015.

jueves, 7 de junio de 2018

En mis pasos por Perú


Carlos Macusaya Cruz


Hace una par de días tuve la oportunidad de conocer un poco de Lima, Perú. La ocasión me llevó a pensar en varios aspectos que pude percibir las veces que había pasado, en mis tiempos “internacionales” (no tan lejanos) de activista, por varios lugares del sur peruano, como Puno, Tacna, Cusco, Arequipa e incluso Abancay. Cómo que me puse a halar conmigo mismo y decidí escribirlo. Por ello, en esta ocasión, quiero compartir algunas observaciones e ideas que me han dado vueltas por la cabeza durante mi paso por Lima (también por Junín), las que se fueron alimentando de las charlas que tuve con varias personas que conocí en las distintas actividades en las que participé.

No puedo decir todo ni recordar todo, así que solo me detendré en algunos aspectos y por lo mismo dejaré muchos otros sin mencionar. Entre lo dejado se quedan anécdotas de todo tipo y experiencias muy productivas, además de vivencias en las que pude ver gran cariño por esas tierras.

Los “secretos” de mis viajes

Empecé a viajar al sur de Perú desde el 2008 me parece, asistiendo por un par de años a distintos eventos referidos a “movimientos indígenas” en el sur de ese país. No me fue muy difícil llegar a esas actividades: tomaba un microbús o un minibús cerca del Cementerio General de La Paz hacia Desaguadero, la frontera con Perú. Los pasajes estaban entre 10 a 15 bolivianos y los trámites en Migraciones Bolivia costaban, al principio de mis viajes, 10 bs aunque luego subieron a 15 y ahora creo que están por los 17 bs. Desde el lado peruano de Desaguadero hasta la ciudad de Puno había transporte desde 6 soles (como 12 a 15 bs) y ese es el que yo solía tomar por ser bastante económico. Desde Puno a Cusco, por ejemplo, se podía encontrar pasajes desde 18 soles, como 45 bs.

En general, si uno no toma los servicios de transporte turístico, que son muy costosos, puede encontrar otras opciones bastante accesibles económicamente hacia el sur peruano y este tipo de servicios fueron los que yo use. Asimismo, el tema del transporte solía cubrirlo con varios materiales (generalmente libros, como aprendí en la Plaza de Los Héroes, y algunas artesanías) que siempre llevaba conmigo para sostener mis viajes. Por otra parte, en la mayoría de esos eventos se brindaba “hospedaje comunitario” así que uno podía “acomodarse en un rinconcito” con una bolsa de dormir; pero además, se brindaba alimentación en los días de la actividad. Estos aspectos, como podrán suponer, bajaban los costos de los viajes y los hacían más accesible aún.

Pero además, nuca faltaban las personas que muy amablemente le ofrecían a uno quedarse en su casa. También en ello jugaba el hecho de que uno venia de Bolivia y en esos eventos, el proceso boliviano era la máxima referencia por lo que tener a alguien de ese país era algo que se valoraba mucho. En cierto sentido, uno se veía favorecido por esa situación aunque cabe señalar que quienes recibían los tratos más privilegiados eran los miembros de alguna organización boliviana vinculada al MAS (CSUTCB, CONAMAQ, “Bartolinas”, etc.). Pero no puedo quejarme, siempre encontré brazos abiertos en el sur peruano y recuerdo eso con mucha alegría, realmente me sentí querido por esas tierras.

Me viene a la mente una anécdota: en Cusco, a principios del 2009 (febrero o marzo), un amigo que era parte de la organización de un evento en el cual estaba yo presente, me dijo algo que grafica un poco mi paso por ese tipo de actividades. Sus palabras fueron: “Tú, Carlos, dices cosas más interesantes que los dirigentes de Bolivia que invitamos; además, haces despertar al público”. Por entonces yo era un tipo que venía del activismo en plazas y tenía un discurso incendiario antes que analítico pero me sentí muy orgulloso al escuchar esas palabras. Sin embargo, el mismo amigo, sin proponérselo, me hizo pisar tierra: “los dirigentes de Bolivia nos piden pasajes en avión y buenos hoteles, en cambio tú no, por eso te invitamos”. Ósea que yo les salía más barato pues no pedía hoteles y mis pasajes los cubriría con lo que vendía (aunque también hubo una que otra ocasión en la que se me pagó los pasajes, pero fueron casos muy excepcionales). Cuando recuerdo que me dijeron eso río mucho.


De la efervescencia política al culturalismo pachamamista

Lo primero que me llamó la atención en estos eventos, en los primeros a los que asistí en Puno y Tacna, fue la marcada influencia del discurso de Felipe Quispe sobre la identidad aymara. Además, tenían una gran concurrencia, llenado los distintos locales en los que se realizaban e incluso había mucha gente que quedaba fuera. Empero, con el pasar del tiempo, la influencia que más noté ya no era la de Felipe Quispe sino la de David Choquehuanca y ello marcaba un cambio muy significativo: se había pasado de la efervescencia política en la que las discusiones perfilaban problemáticas organizacionales y cuestionamientos al Estado peruano (y al discurso que había propalado para legitimar su existencia) a una cantaleta sobre la “diferencia cultural” acompañada indefectiblemente de rituales cada vez más exóticos. Si bien la figura central de exportación de Bolivia ha sido (como hoy) Evo Morales, era David Choquehuanca quien tenía el “discurso auténtico” para muchos activistas del sur peruano. La tragedia fue que se pasó de Felipe Quispe a Choquehuanca, por decirlo de alguna manera.

Recuerdo que al primer evento al que fui se realizó en Acora, una población cercana a la ciudad de Puno, y en esa ocasión escuché a jóvenes principalmente –que con el tiempo asistieron cada vez en menor cantidad a este tipo de actividades– expresar su orgullo por ser aymaras, además de señalar la necesidad de organizarse políticamente y encarar un proceso de lucha. Para mí era emocionante pero eso duro poco pues el “choquehuanquismo” se fue imponiendo, me parece, gracias a la imagen de exportación que se vendía desde Bolivia y que era recibida con mucho entusiasmo por varios activistas en Perú.

En esa situación, los rituales fueron el espacio para expresar el “ser” de los indígenas. En una ocasión me dirigí a un pueblo del norte del lago Titicaca (en el lado peruano) junto a varias personas y asistimos a un evento que, con la muy recurrente idea de que las raíces están intactas en las comunidades, fue inaugurado mediante una ceremonia dirigida por algunas personas que eran consideradas amautas y que vivían en la ciudad de Puno; mientras eso pasaba, las personas de pueblo miraban extrañados y de lejos el ritual (no participaban de él), además de hacer algunos gestos de mofa y hablarse al oído en medio de risas. Era evidente que se trataba de un ritual ajeno a los pobladores de esa comunidad pero que se lo realizaba en nombre de ellos.

En varias ocasiones y lugares fue triste para mí cuando me tocaba hablar con algunas personas que estaban muy afanadas en saber cómo eran “los rituales que habían llevado al poder a los indígenas en Bolivia”. Uno trababa de hablar sobre los procesos de lucha, las movilizaciones, la crisis política y económica que dieron lugar a la emergencia del “indio” pero no a muchos les interesaba esos temas sino que estaban buscando “rituales mágicos” antes que experiencias de lucha (Claro que también habían personas con perspicacia política y muy lucidas). Desde Bolivia se exportaban imágenes con indígenas haciendo rituales para todo y para nada y ello era asumido como lo “auténticamente indígena” y a la vez como el camino para “descolonizarnos” en el sur peruano (como en  otras partes del continente). Empero, para mí era una forma muy efectiva de distraer a los indígenas, era una forma de esterilizar y anular los potenciales de lucha. Esto explica en cierta medida que me haya dedicado mucho a atacar visceralmente al pachamamismo (vi sus efectos tanto en Bolivia como fuera del país: en Perú, Argentina y Chile).

Para desgastar: debates inútiles entre inútiles

De estos viajes recuerdo como con náuseas los estridentes debates entre algunos personajes que se las daban de “sabios” e “incas”, quienes solían acaparar la atención de los participantes en estos eventos por su retórica sobre el Tawantinsuyu y por su vestimenta “ancestral”. Sus discusiones giraban en torno a, por ejemplo, la legitimidad de cada uno de ellos por descender de tal o cual panaca, la “correcta y verdadera” forma de saludar al sol, el gesto apropiado para hacer este o aquel ritual, entre otras tantas estupideces (los casos más patéticos los vi en Cusco). Mucho del tiempo de las actividades se iban en estas “brillantes discusiones” y el público que empezaba con mucha atención terminaba cansado y sin concretar nada.

Algo de esta experiencia que me fue dando vueltas en la cabeza, muy en especial desde que fui a Cusco después de un tiempo el año 2016, tiene que ver con que en las primeras actividades a las que asistí estaban repletas, llenas de asistentes y cuyo entusiasmo se dejaba sentir, aunque los “sabios” inútiles y sus debates solían desgastar estas actividades. Pero con el pasar del tiempo, los eventos se hacían cada vez menos concurridos. Siendo franco, la falta de asistentes me hizo dejar los viajes pues ya no podía cubrir los costos, no tenía a quienes vender mis materiales. Pero quienes no dejaban de asistir a esos eventos eran los “sabios” e “incas”, quienes continuaban con sus discusiones, que cada vez se hacían más y más ridículas.

Para mí fue llamativo que las personas que antes llenaban los eventos y que tenían mucha expectativa de lo que se podía hacer para confrontar sus problemas concretos (pude conversar con muchas personas que me hablaban de esos problemas) ya no asistieran pero quienes se la pasaban discutiendo sobre cosas inútiles seguían acaparando estos espacios. La gente que tenía voluntad política por concretar algo fue abandonando estas iniciativas y quienes se la pasaron de espaldas a esas personas y a sus problemas seguían machacando con sus estupideces: debates inútiles entre inútiles. De hecho se puede decir que no solo jugaron un papel distractivo sino que se encargaron (consciente o inconscientemente, no lo sé) de evitar que algo serio llegue a concretarse en esas actividades. Ese fue su rol en los hechos.

Me viene a la mente un evento en una pueblo cerca de Puno en el que tres personas (“sabios andinos”) se la pasaban sacándose fotos saludando al sol o haciendo poses bastante exóticas mientras varias mujeres, a pocos metros, estaban cocinando. Estos "sabios" luego se la pasaban discutiendo con otros “sabios” sobre la complementariedad entre hombres y mujeres en la civilización andina. Lo más chistoso y patético era que luego esas fotos, publicadas en facebook, recibían comentarios halagadores para quienes ahí aparecían. Les decían que eran “guardianes de la sabiduría de nuestros abuelos” y cosas así. Muchos de los que comentaban eran de otros países, como Argentina o Chile (muchos de quienes comentaban también eran parte de mis contactos en esa red).

Contra la sagrada burocracia académica del indigenismo

Otra cosa que me llamó la atención en Perú, en relación a mi experiencia con el indianismo, fue que los activistas “indígenas” de ese país tomaban muy gustosamente la retórica de los indigenistas peruanos y, en general, la imagen turística que el Estado del Perú forjó para venderse al mundo. No pasaba como con los indianistas en Bolivia, que habían denunciado ácidamente al indigenismo y la imagen del indio usada por el Estado boliviano.

En Perú hay una gran producción indigenista sobre lo que fue el Tawantinsuyu y ese material a nutrido el discurso de los “movimientos indígenas” en ese país. La glorificación del pasado inca es parte del discurso indigenista del Estado y de los “movimientos indígenas” peruanos (de muchos de ellos por lo menos) y en ese sentido no hay una confrontación como pasó en Bolivia desde el indianismo contra el  indigenismo.

Incluso hay una especie de feudalidad académica en torno a los “indígenas”. Se trata de los autores que se la pasan diciendo que fueron o no los incas y lo grandioso de su cultura. Es decir, son personajes que idealizan el pasado y glorifican a los incas pero se olvidan, muy convenientemente, de la situación contemporánea de los “indígenas”. Por las conversaciones que tuve con algunas personas en Lima me quedó claro que estos autores indigenistas, con aires de grandeza y casi endiosados, forman grupos en los que se autoriza o no lo que se debe decir de los “indígenas”. Quienes no se subordinan a ellos, quienes no los citan pues tienen las puertas cerradas en la “academia indigenista”.

Es muy problemático para mí que los activistas en Perú tomen a los indigenistas sin considerar el papel político venenoso de su producción: exaltar el pasado para olvidarse del presente. Como suelo decir, no creo que en la “primavera árabe” los egipcios hayan estado muy preocupados en glorificar a los faraones sino en confrontar su situación contemporánea. Creo que aún hace falta una postura radicalmente critica desde Perú contra el indigenismo peruano.

Nuevos actores, retos y desafíos

Tengo que confesar que mientras exponía en mi primera participación en Lima me llamó la atención muy gratamente como algunas de las cosas que decía eran recibidas con cierto entusiasmo por varios jóvenes. De hecho, me dio la impresión de decir coas que ellos también las dirían o que las estaban pensando. Como que “sintonicé” con ellos. Pero, más importante que eso, fue el hecho de conversar con varios jóvenes que estaban en distintas iniciativas que buscaban proyectar un trabajo que podría considerar, desde mi experiencia en Bolivia, como indianista y katarista en un sentido inicial y prometedor a la vez.

En mis distintos viajes al sur del Perú, vi que los jóvenes iban “desapareciendo” gradualmente de las actividades. Una agrupación que recuerdo por el gran dinamismo de sus miembros (amigos entrañables) es el Movimiento Thunupa, el cual se formó y trabajó en Tacna (también recuerdo un grupo en Abancay). Lamentablemente no fueron muchos los grupos de jóvenes que conocí y por lo general quienes dirigían y participaban en las actividades a las que asistí eran adultos. Por ello me fue grato ser invitado recientemente a Lima por un grupo de jóvenes (Hwan Yunpa), quienes además perfilan un trabajo que puede llegar a marcar diferencia con otras generaciones, forjando referentes que guíen un proceso de reflexión y de lucha. Algo similar se puede señalar de otro grupo que conocí en la Universidad Nacional de San Marcos. Pero me atrevo a decir que estos jóvenes son una muestra simplemente de una nueva generación (incuantificable) que se está problematizando su situación y su papel en Perú. Sus logros, sus fracasos, sus esfuerzos y utopías, se podrán discutir mediante su trabajo.

No soy quien para decirles que hacer pero me atrevo a señalar algunas ideas a modo de sugerencias y esperando les puedan ser un poco útiles y que podrían ser consideradas como retos o desafíos:

1. Desenmascarar el papel político colonial del indigenismo poniendo atención en las problemáticas contemporáneas en contraposición a la idealización que se ha hecho del pasado incaico.

2. Romper con la idea de que los “asuntos indígenas” son cosas del área rural y en la que los citadinos no tiene nada que ver. Para ello, y de forma complementaria, sería útil poner el acento en el papel que los migrantes “indios” han tenido y tienen en la formación de las urbes.

3. Trabajar en la formación de un sentido común en la que las ideas oficiales sobre los “indígenas” sean combatidas a la vez de ir posicionando otros referentes simbólicos. El empleo de los medios digitales con creatividad puede ser de mucha ayuda en esto.

4. Establecer vínculos con otros grupos e instituciones. Se trata de formar alianzas en función de determinados objetivos. Trabajar aislados, por muy valiente que eso sea, lleva a que un proyecto se desgaste rápidamente.

Me vienen a la mente muchas ideas y creo que me la pasaría escribiendo más sobre todo esto, pero mejor lo dejo acá.



martes, 5 de junio de 2018

Del campo a la ciudad: desde los 50’s, más de medio siglo de “indianización”


Carlos Macusaya

No hace mucho, las llamadas clases medias en Bolivia y su papel político frente al gobierno del MAS fueron objeto de varias discusiones. En el intercambio de ideas e insultos a este respecto, más insultos que ideas, el sentido histórico de los cambios en la “composición social” del país simplemente no importaba. Incluso se hablaba de “nuevas clases medias” surgidas de entre las “clases populares” pero como si hubieran aparecido de modo repentino en el “proceso de cambio”. Muchos fenómenos, sin embargo, ocurridos entre las “clases populares” y que en la actualidad han adquirido cierto volumen y densidad no tienen su origen en las políticas del gobierno, aunque éste trate de presentarlos de esa manera.

En Bolivia se pueden percibir cambios, sin lugar a dudas, pero que no guardan relación con las ideas que, hasta no hace mucho, el gobierno promovía en el país (por fuera aún lo hace): vivir bien, madre tierra, plurinacionalidad, economía plural, etc. Incluso estas ideas hicieron “invisibles” ante los mismos gobernantes, sus partidarios y sus opositores, esos cambios. Claro que “echar humo” sobre estos procesos con ideas extravagantes no es algo que haya empezado con el gobierno del MAS.

¿Aparecieron como por arte de amautas, en el “proceso de cumbia (chicha)”, esas llamadas “nuevas clases medias” de origen “indígena”? Para ir más allá de la miopía de opositores y oficialistas habría que poner atención al sentido histórico de los cambios implícitos en lo que hoy a muchos les parece una “aparición”. El asunto es muy grande y por lo mismo, en esta ocasión, solo me limitaré a plantear observaciones generales sobre algunos aspectos de un fenómeno histórico que tiene más de 50 años.

Hace más de medio siglo Bolivia era un país rural. En 1950, la población alcanzaba la cifra de 2.704.165 habitantes, de los cuales el 26,2 % vivía en áreas urbanas mientras que el 76,8 % estaba desperdigada en áreas rurales, fundamentalmente en la parte andina. En contraste, en el Censo del 2012, la población urbana, de un total de 10.027.254 habitantes, llegó al 62,5 %, mientras la rural alcanzó un 32,5 %[1]. Es dudoso que en 1950 se hayan obtenido datos exactos pues no había medios de comunicación que permitieran llegar a todos los espacios habitados del país, por lo que se puede suponer que la población rural era mucho mayor. Con respecto a los datos del 2012 hay que considerar que muchas personas suelen ir de las ciudades, donde residen normalmente, a sus pueblos de origen para ser censadas, por lo que la población urbana debe ser mayor a los datos señalados.

Hasta mediados del siglo XX Bolivia era un “país de indios” que no tenían condición de ciudadanos y que estaban gobernados por una casta “criolla” que gozaba y defendía privilegios heredados de la colonia. En el Censo de 1950 se catalogó como indígenas (la manera aceptada en lo formal para referirse a los “indios”, a los diferenciados “racialmente” dentro de Bolivia de los bolivianos) al 61.4 % de la población, 1.790.370 de habitantes, mientras el restante 38,9 % habrían sido no indígenas[2]. Además de la dificultad señalada sobre los medios de comunicación por aquel entonces (que impedía llegar a lugares donde muchos “indios” vivían), el criterio de catalogación es otro problema a este respecto pues “En 1950 imperaba en el criterio político del Gobierno de Bolivia la tendencia a hacer aparecer la población de este país como formada de un gran porcentaje de ‘blancos’ y un número decreciente de indígenas”,[3] lo que continuo en las décadas posteriores.

Pero además, no hay que perder de vista los estereotipos de aquellos tiempos (que hoy continúan vigentes) para definir quién era o no indígena. Un par de años antes de ese Censo, la “autenticidad indígena” en el Congreso Indigenal (1945) era un problema no para quienes asistieron al evento sino para los “no indígenas”, como se expresa en una nota de prensa que se refiere a los participantes de dicho Congreso: “hablan correctamente el idioma nacional y visten a la moderna, dando la impresión de que no son propiamente indígenas, sino mestizos; pero ellos expresan que son legítimos autóctonos”.[4] Observaciones tan “brillantes” como la citada abundan actualmente y ha pasado más de medio siglo desde entonces.

Según el Censo del 2012 la población “indígena” llegó al 42 %, lo que significa una diferencia de 20 puntos menos con respecto al Censo del 2001, donde esa misma población llegó al 62 % (en 1950, 61.4 %). El 2001, la “identidad indígena”, en un escenario de crisis económica y política desde los bloqueos aymaras que abrieron el siglo XXI, se asociaba a la lucha y resistencia de la mayoría de la población, que no hacía parte de las decisiones en el Estado. La wiphala, por ejemplo, era entonces un símbolo de confrontación contra el poder establecido y representaba la esperanza de que algo nuevo podía surgir.

En 2012 esa identidad ya no se asociaba a la mayoría sino que, a partir de la retórica del MAS, era cuestión de minorías étnicas aisladas en áreas rurales, hurañas a los cambios históricos y aferradas fatal y ciegamente a sus tradiciones (algo que se trabajó en organismos internacionales desde décadas atrás y se adoptó en Bolivia en el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada). Pero además, sus símbolos ya eran parte del poder y pasaron a representarlo (muestra de ello es que en las movilizaciones de Achacachi del 2017 se decidió dejar de usar la wiphala). Por otra parte, el país vivía una situación económica muy favorable y, para decirlo de modo muy simplificado, muchos pobres pasaron a ser ex-pobres y como la pobreza históricamente se acentuó sobre quienes han sido considerados “indígenas” (no es normal ver mendigos o barrenderos “blancos” en este país) esos ex-pobres pasaron a  “ex-indígenas”.

En general, y tras los efectos del proceso de modernización estatal dirigido por el MNR desde 1952, Bolivia pasó de forma gradual de ser un “país de indios” desparramados mayoritariamente en áreas rurales de su parte andina a ser un país urbano por la migración de esos “indios” a las ciudades, aunque en este proceso estarían perdiendo peso demográfico (discutible por lo que sería lo auténticamente “indígena”). Muchos suponen que lo que sucedió fue que esos “indios” pasaron a ser mestizos, cultural y/o “racialmente” (los q’aras, del gobierno o de la oposición, no se casan con migrantes indios, ni con sus hijos o nietos, pero hablan de ser mestizos en tanto alguno de sus antepasados se habría mezclado en tiempos remotos y no están dispuestos a repetir tal hecho: endogamia y castas en la estructura de poder). Acá entra la cuestión de las “nuevas clases medias”, que en realidad son parte de una reconfiguración medio antigua.

Los despreciados indios llenaron las ciudades en muchas “oleadas” y formaron “a pulso” y sin planificación urbana barrios periféricos que dejaron de serlo (se volvieron “zonas populosas”) porque llegaron otros indios que formaron otros barrios “más periféricos” y que luego pasaron a ser no tan periféricos porque llegaron otros indios… y así hasta el presente. En La Paz, aunque muchos jóvenes no lo crean, hubo un tiempo en el que Tambladrani (barrio donde se encuentra el Estadio del club Bolívar) era una periferie en la que se podía encontrar ovejas y chanchos criados por algunos vecinos del lugar, además de que también sembraban papa y se hablaba un castellano “saturado de aymara”[5]. Hubo un tiempo en el que la Garita de Lima y el Cementerio General estaban por fuera de la pequeña ciudad pero con las migraciones terminaron absorbidas por el crecimiento de la macha “india” urbana.

También hubo un tiempo en el que las personas de ojos rasgados, pómulos pronunciados y pelo “rebelde” (los “indios”) eran lunares en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) pero hoy, no hace 500 años, son la inmensa mayoría. No hay que perder de vista que si en los años 50 y 60 la UMSA era un espacio “q’ara” fue paulatinamente “tomada” por los “no q’aras”, no solo en lo estudiantil sino también en el área de la docencia. Eso que le pasó a la UMSA hace un par décadas lo ha estado viviendo dese hace varios años la Universidad Católica y otras universidades privadas (con entrada folclórica incluida).

Considérese que por mucho tiempo la ciudad de La Paz fue la más poblada del país y era el espacio principal al que se dirigían los desplazamientos poblacionales. En esa situación era el escenario de procesos de resignificación y trasformaciones culturales en los que los protagonistas eran los “indios” migrantes. Es de resaltar, por ejemplo, algunas expresiones “post 52” entre los “indios” y que empezaron a darse ya en la década de los 60, alcanzando gran existo entre los migrantes, sus hijos y, en muchos casos, entre sus nietos: los Huaycheños (fundado en 1965) y los Kori Huayras (fundado en 1968). Pero también a finales de esa misma década, en el barrio aymara Ch’jini, barrio periférico entonces (hoy conocido como zona Gran Poder), bajo el marco rítmico del huayño andino se creó la hoy famosa danza de los caporales (que muchos creen es originaria de los Yungas). Tanto los grupos musicales mencionados y la danza del caporal no encajaban en la idea de lo tradicional que debía ser la cultura de los despreciados indios y por lo tanto no podían ser de ellos, pero eran expresión de los procesos históricos que sus protagonistas vivían.

La importancia que iba adquiriendo la presencia de los ex-indios en la ciudad tenía que ser algo a problematizarse inevitablemente por quienes ya estaban asentados en ella. Una expresión de esto en sentido artístico fue el grupo Wara (que presentó su primer disco titulado El inka en 1973) y muestra como por entonces hubo algunos sectores que tuvieron cierta sensibilidad con algunos aspectos de los procesos que entonces se daban en el país e incluso les dieron forma musical.

También en los 70, la fiesta del Gran Poder pasó de ser la celebración de un barrio despreciado por su “composición étnica” a tomar las principales calles de la urbe hasta convertirse en la fiesta más grande de la ciudad. Es sintomático que en 1988 la UMSA, cuando ya muchos migrantes e hijos de migrantes habían ingresado a ella en gran cantidad, sucumbió al “alud folclórico andino” de los ex-indios (como pasa en la actualidad en toda Bolivia) y empezó a realizar la hoy famosa Entrada Universitaria (es indicativo que la “u” sea más conocida por su entrada y no por lo que debería hacer). Pero además, también por esos años, Discos Cóndor se hacía una empresa exitosa con la cumbia chicha y grupos de origen “indígena” que empezaron haciendo música disco en los 80, como Maroyu (que se dividió recientemente), Iberia o Ronisch, trabajaron con esta disquera y se hicieron muy populares, especialmente en los 90 (y aún lo son). Los “indios” en las ciudades formaban un mercado muy importante en el que estos grupos lograron posicionarse e incluso en la actualidad, los migrantes “indígenas” bolivianos en Argentina o Brasil, además de “indígenas” del sur del Perú y norte de Chile, contratan muy habitualmente a estas históricas agrupaciones.
La fuerza de esta migración ha marcado en otros aspectos de la ciudad (en relación a la debilidad del Estado). Por ejemplo, la mayoría de la gente cruza las calles sin mirar los semáforos, como han hecho y hacen las personas que nacieron y crecieron en áreas rurales, donde no hay semáforos. Pero además, “contagiaron” esta forma de comportarse a sus hijos, que nacieron en la ciudad, y en general se hizo una conducta cotidiana hasta el presente; incluso se la suele tomar (esto es muy significativo) como algo que distinguiría a los bolivianos (a la mayoría). Por otra parte, uno podría ir a la fiesta de alguna Carrera de la UMSA y ver que los muchachos bailan en dos filas, una de mujeres y otra de varones, como en los matrimonios de migrantes o como se lo hace “en el campo”. Además, cuando se bebe, todos deben tomar “por igual” y el que llega tarde debe “igualarse” (“bailan y chupan a lo indio”). En contraste, si uno va a un boliche jailon o medio jaylon, las personas no bailan en filas y cada quien bebe lo que desea, no está obligado a beber como los demás. En el caso de la UMSA se ve que en la población estudiantil actual el desarrollo del sentido de individualidad no es tan marcado como entre los “q’aras” porque aún hay un peso muy fuerte de lo rural (pero que va diluyéndose gradualmente).

Pero este vuelco poblacional del campo a las ciudades y de ocupación de distintos espacios estuvo marcado por el racismo que sufrían “los recién llegados” y no solo por parte de los “q’aras” sino de los “indios” que habían llegado antes y que buscaban diferenciarse de los que recién lo hacían. La migración está relacionada a los procesos de movilidad social y las aspiraciones de ascenso y en Bolivia ésta se entiende como “mejoramiento racial”, por ello no es de extrañar que quienes migraron antes tengan un trato despectivo y racista con quienes llegaron después. Este comportamiento marca a la vez a los hijos y nietos que también buscan ascender “racialmente” más allá de la situación de sus padres y abuelos.

La identificación de los “t’aras” como aquellos de los que uno busca diferenciarse es algo significativo en las relaciones entre “indios” de distintas migraciones (y sus hijos). Además, estos migrantes eran objeto de otra catalogación que les permitía diferenciarse de los “verdaderos” t’aras: al no encajar en la imagen folclórica oficial, los “indios urbanos” eran clasificados como “cholos”, siempre en función de los prejuicios de la casta dominante. En los años 70 y entre bandas rockeras de La Paz "se denigraba a algunos grupos de barrios populares, particularmente a los Four Star, del barrio de Tembladerani, a los que se llamaba despectivamente ‘T’ara Star’ haciendo referencia a su origen cholo”[6].

En los 90, cuando el programa Sábados Populares de RTP llevaba adelante un concurso de baile techno, entre los grupos que participaban se tomaba como de estatus elevado el que un grupo sea de la zona central de La Paz o “pare por el  centro” (la zona sur era vista como un espacio de “hijitos de papá” que no sabían de “las jodas de la calle”) y los que eran de zonas de “más a arriba” eran considerados ch’ojchos, fallados y/o t’aras, pero éstos, a su vez, consideraban de esas mismas manera a otros que estaban en barrios más arriba del de ellos… y así hasta llegar a El Alto. Cuando bailaba el grupo Tecnotronic de esa ciudad, la mayoría coincidía en llamarlos “t’aras”, incluidos grupos de Tembladerani, que en los 70 era una zona “t’ara” y El Alto apenas era un barrio. En todo esto el racismo era aceptado y los grupos de “chocos” (“los blancones”, los “con pinta”) eran los que estaban arriba en la escala valorativa. Curiosamente, la película Blood in Blood outh (Sangre por sangre) era muy popular entre estos grupos, pero mientras en ella los morenos expresaban un “orgullo de raza” (en relación a ser descendientes de los aztecas) frente a los blancos, entre los jóvenes bailarines de La Paz era normal el desprecio por alguien más moreno (“más indio”) que uno, incluso adoptando el lenguaje de dicha película.

Pero entre la población migrante hubo sectores que se problematizaron el racismo que sufrían como elemento central en este proceso de ocupar las ciudades y no solo lo denunciaron sino que dieron cuerpo a un proceso de “politización de la etnicidad”: los indianistas y los kataristas. Éstos eran ya la expresión inicial de la formación de una capa intelectual entre los “indios” en la ciudad desde los años 60. De hecho, la primera asociación de universitarios y profesionales “indios” se formó en 1969: MINK’A, y la primera organización de estudiantes “indios” en la UMSA se formó también en ese año: el Movimiento Universitario Julián Apaza (MUJA). Uno de los veteranos del MUJA, Constantino Lima, recuerda esos tiempos: “En esa época la cantidad de indios en la universidad era poca y había mucha discriminación. Cuando popularizamos la wiphala en la universidad, eso nos costó sangre. Ir con la wiphala era hacerse corretear a patadas por izquierdistas y derechistas”[7].

Entre las preocupaciones de indianistas y kataristas, hasta la década de los 70, estaban tanto la situación de los “indios” en el campo como en la ciudad. No se pensaban como población exclusivamente rural y menos como minorías étnicas. En 1964 Fausto Reinaga señalaba que entre los indios “hay clases económico-sociales antagónicas. Decir campesino al indio, es una estupidez”[8]. Doce años después, en 1976, Juan Condori, uno de los fundadores de MINK’A, hacía notar que “el aymara hoy es obrero, minero, campesino, clase media e intelectual”[9]. Asimismo, no es de extrañar que se empezara a problematizar el tema de una burguesía propia entre los “indios", como sucedió en el Movimiento Nacionalista Tupaj Katari (MNTK) (del que fue parte Mario Urdininea, de “la burguesía qhiswa”[10]); pero este tipo de ideas también encontraron rechazo entre los indianistas que tenían una influencia marxista (no admitida y no eran pocos): “esta lucha de liberación no ha de ser pues vanguardizada por la burguesía india ni siquiera por los campesinos indios sino más bien por la clase obrera india”[11].

Lamentablemente, esa atención inicial en la realidad rural y urbana de los “indios” fue echada al basurero desde la década de los años 80 en favor de ideas impuestas por organismos internacionales y que muchos indianistas y kataristas terminaron asumiendo, ideas que además se articularon, por ejemplo, en el Convenio 169 (1989). Desde entonces al presente, las ideas sobre “indígenas” como minorías étnicas que estarían ubicadas muy lejos de las ciudades son las que han dominado en las instituciones estatales y ONG’s, dejando de lado no solo las experiencias históricas y reflexiones que surgieron de entre los “indios” sobre su situación más allá de lo rural, sino fundamentalmente la misma realidad. Si hace más de 50 años la mayoría de los “indos” estaban entre ayllus y haciendas, trabajando en esos espacios, hoy han llenado las ciudades, formado grandes redes “informales” de economía, ocupando el trasporte público, el magisterio, las universidades, barrios “no indios” (como Miraflores, Sopocahi, San Miguel e incluso Calacoto, en La Paz), etc., etc. Hoy entre la “indiada” hay literatos, músicos, empresarios, docentes, agricultores, abogados, ingenieros, médicos, albañiles, mendigos, delincuentes, futbolistas, expertos en internet, etc.

Todo lo señalado es inentendible a partir de la noción que el gobierno impuso: “indígena originario campesinos”, o de la expresión (políticamente correcta) de “clases populares”. A la vez, este proceso de más de medio siglo de “indianización” de las ciudades bolivianas conlleva una serie de diferencias económicas entre las poblaciones racializadas que hace imposible un proyecto político único entre ellas. Pero además, muestra lo fantasioso de la “inclusión indígena” en este gobierno e implica elementos que echan por tierra la idea de que las “nuevas clases medias” serían un logro del “proceso de cambio”, pues se trata de una tendencia que no empieza con el gobierno del MAS y que incluso contradice su proyecto plurinacional ¿o tal vez el socialismo comunitario sea lograr una “sociedad de clases medias”?

Empero, vulgarmente se entiende que alguien es de clase media cuando no es rico pero tampoco es pobre. Entonces, un pobre puede encontrar a alguien más pobre que él y sentirse así de “clase media”. Es decir que las referencias son tan ambiguas que uno siempre encuentra algo para consolarse (en Bolivia, a este respecto, también juega el color de piel y “la pinta”). Pero los técnicos tratan de salvar esa ambigüedad amparándose en algún tipo de indicador: ingresos, consumos, lugares de estudio, grados de formación, etc. Sin embargo, estos indicadores solo expresan lo primero (los ingresos) destinados a diferentes aspectos y ello no necesariamente es expresión directa de diferencias de clase, pues las clases se constituyen en una relación de explotación (fuera de esa relación no son clase). En ese sentido ¿qué lugar ocuparían en esa relación las llamadas “clases medias”? Cuando se busca identificarlas no se lo hace por su ubicación en una relación de explotación sino que simplemente se buscan diferencias por ingresos (y los usos de esos ingresos), es decir por indicadores de estrato social, no de clase[12].

Si bien hay cambios de clase y de estrato en Bolivia, cabe preguntarse si los espacios que antes eran exclusivos de “q’aras” y que hoy están inundados de “indios” no han sufrido, además de abandono de los primeros en unos casos, una nueva jerarquización al interior en la que la racialización sigue siendo un factor activo. Pero además, cabe preguntarse también, teniendo en cuenta la descripción sociológica objetiva del Vicepresidente Álvaro Gracia Linera, si la situación de la “vieja” clase media dentro del “gobierno indígena” es de “decadencia”, considerando la relación con “sus indígenas”. Sergio Choque, diputado alteño oficialista, graficaba algo del asunto el pasado mes de febrero de esta manera: “Dentro del MAS existe racismo entre los mismos diputados, hay sectores que responden a esas clases ‘a medias’, como dice el  presidente, que a la hora incluso de servirse una comida se separan, se hacen a un lado, y piensan que por el color que tienen, que son más blancos, piensan mejor que nosotros”[13].



[1] Datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
[2] Monografía estadística de la población indígena en Bolivia. Citado por Jorge Ovando en Sobre el problema nacional y colonial en Bolivia, Editorial “Canelas”, Cochabamba, 1961, p.  2.
[3] Jorge Ovando, Sobre el problema nacional y colonial en Bolivia, p. 3.
[4] El Diario (18/5/1945, 5); citado por Elizabeth Shesko en “Hijos del inca y de la patria. Representaciones del indígena durante el Congreso Indigenal de 1945”. Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, La Paz, año 9, vol. 4, nº 6, 2010.
[5] Hace un par de años conocí a una persona que fue exiliada del país muy joven, en los años 70, y que hasta entonces vivía por Tembladerani. Fue él quien me comentó cono era esa zona por esos años.
[6] Giovanni Bello, Contracultura, marxismo, indianismo, “La Tal” Ediciones, 2014, p. 66 (Nota 42).
[7] Citado por Pedro Portugal en “Memorias de un luchador indianista”, Pukara n° 32, 2008, p. 7.
[8] Fausto Reinaga, El indio y el cholaje boliviano. Ed. PIB, La Paz, 1964, p. 10.
[9] Juan Condori Uruchi, “Quienes somos en Qullasuyu”. En: Boletín Chitakolla, Año 2, nº 16, enero de 1985, p. 7. Este artículo fue publicado originalmente con el título de “Respuesta de un joven aymara a Fernando Vaca”, el 4 de junio de 1976 en el periódico Última Hora de La Paz.
[10] Felipe Quispe, El indio en escena, Ed. Pachacuti, Chukiyawu-Qullasuyu, 1999, p. 9. También fue parte del MNTK el profesor de inglés José Ticona, nacido en la provincia Aroma de La Paz, además, uno de los fundadores del Partido Agrario Nacional (PAN) en1960 y uno de los primeros en romper con Fausto Reinaga.
[11] Boletín del Frente de Liberación Indianista Tupaj Katari. Citado en Diego Pacheco, El indianismo y los indios contemporáneos en Bolivia, Ed. Hisbol-MUSEF, La Paz, p. 54-55.
[12] Este tipo de observaciones se encuentran en Proposición de un marxismo hegeliano (2013) de Carlos Pérez Soto.