martes, 5 de junio de 2018

Del campo a la ciudad: desde los 50’s, más de medio siglo de “indianización”


Carlos Macusaya

No hace mucho, las llamadas clases medias en Bolivia y su papel político frente al gobierno del MAS fueron objeto de varias discusiones. En el intercambio de ideas e insultos a este respecto, más insultos que ideas, el sentido histórico de los cambios en la “composición social” del país simplemente no importaba. Incluso se hablaba de “nuevas clases medias” surgidas de entre las “clases populares” pero como si hubieran aparecido de modo repentino en el “proceso de cambio”. Muchos fenómenos, sin embargo, ocurridos entre las “clases populares” y que en la actualidad han adquirido cierto volumen y densidad no tienen su origen en las políticas del gobierno, aunque éste trate de presentarlos de esa manera.

En Bolivia se pueden percibir cambios, sin lugar a dudas, pero que no guardan relación con las ideas que, hasta no hace mucho, el gobierno promovía en el país (por fuera aún lo hace): vivir bien, madre tierra, plurinacionalidad, economía plural, etc. Incluso estas ideas hicieron “invisibles” ante los mismos gobernantes, sus partidarios y sus opositores, esos cambios. Claro que “echar humo” sobre estos procesos con ideas extravagantes no es algo que haya empezado con el gobierno del MAS.

¿Aparecieron como por arte de amautas, en el “proceso de cumbia (chicha)”, esas llamadas “nuevas clases medias” de origen “indígena”? Para ir más allá de la miopía de opositores y oficialistas habría que poner atención al sentido histórico de los cambios implícitos en lo que hoy a muchos les parece una “aparición”. El asunto es muy grande y por lo mismo, en esta ocasión, solo me limitaré a plantear observaciones generales sobre algunos aspectos de un fenómeno histórico que tiene más de 50 años.

Hace más de medio siglo Bolivia era un país rural. En 1950, la población alcanzaba la cifra de 2.704.165 habitantes, de los cuales el 26,2 % vivía en áreas urbanas mientras que el 76,8 % estaba desperdigada en áreas rurales, fundamentalmente en la parte andina. En contraste, en el Censo del 2012, la población urbana, de un total de 10.027.254 habitantes, llegó al 62,5 %, mientras la rural alcanzó un 32,5 %[1]. Es dudoso que en 1950 se hayan obtenido datos exactos pues no había medios de comunicación que permitieran llegar a todos los espacios habitados del país, por lo que se puede suponer que la población rural era mucho mayor. Con respecto a los datos del 2012 hay que considerar que muchas personas suelen ir de las ciudades, donde residen normalmente, a sus pueblos de origen para ser censadas, por lo que la población urbana debe ser mayor a los datos señalados.

Hasta mediados del siglo XX Bolivia era un “país de indios” que no tenían condición de ciudadanos y que estaban gobernados por una casta “criolla” que gozaba y defendía privilegios heredados de la colonia. En el Censo de 1950 se catalogó como indígenas (la manera aceptada en lo formal para referirse a los “indios”, a los diferenciados “racialmente” dentro de Bolivia de los bolivianos) al 61.4 % de la población, 1.790.370 de habitantes, mientras el restante 38,9 % habrían sido no indígenas[2]. Además de la dificultad señalada sobre los medios de comunicación por aquel entonces (que impedía llegar a lugares donde muchos “indios” vivían), el criterio de catalogación es otro problema a este respecto pues “En 1950 imperaba en el criterio político del Gobierno de Bolivia la tendencia a hacer aparecer la población de este país como formada de un gran porcentaje de ‘blancos’ y un número decreciente de indígenas”,[3] lo que continuo en las décadas posteriores.

Pero además, no hay que perder de vista los estereotipos de aquellos tiempos (que hoy continúan vigentes) para definir quién era o no indígena. Un par de años antes de ese Censo, la “autenticidad indígena” en el Congreso Indigenal (1945) era un problema no para quienes asistieron al evento sino para los “no indígenas”, como se expresa en una nota de prensa que se refiere a los participantes de dicho Congreso: “hablan correctamente el idioma nacional y visten a la moderna, dando la impresión de que no son propiamente indígenas, sino mestizos; pero ellos expresan que son legítimos autóctonos”.[4] Observaciones tan “brillantes” como la citada abundan actualmente y ha pasado más de medio siglo desde entonces.

Según el Censo del 2012 la población “indígena” llegó al 42 %, lo que significa una diferencia de 20 puntos menos con respecto al Censo del 2001, donde esa misma población llegó al 62 % (en 1950, 61.4 %). El 2001, la “identidad indígena”, en un escenario de crisis económica y política desde los bloqueos aymaras que abrieron el siglo XXI, se asociaba a la lucha y resistencia de la mayoría de la población, que no hacía parte de las decisiones en el Estado. La wiphala, por ejemplo, era entonces un símbolo de confrontación contra el poder establecido y representaba la esperanza de que algo nuevo podía surgir.

En 2012 esa identidad ya no se asociaba a la mayoría sino que, a partir de la retórica del MAS, era cuestión de minorías étnicas aisladas en áreas rurales, hurañas a los cambios históricos y aferradas fatal y ciegamente a sus tradiciones (algo que se trabajó en organismos internacionales desde décadas atrás y se adoptó en Bolivia en el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada). Pero además, sus símbolos ya eran parte del poder y pasaron a representarlo (muestra de ello es que en las movilizaciones de Achacachi del 2017 se decidió dejar de usar la wiphala). Por otra parte, el país vivía una situación económica muy favorable y, para decirlo de modo muy simplificado, muchos pobres pasaron a ser ex-pobres y como la pobreza históricamente se acentuó sobre quienes han sido considerados “indígenas” (no es normal ver mendigos o barrenderos “blancos” en este país) esos ex-pobres pasaron a  “ex-indígenas”.

En general, y tras los efectos del proceso de modernización estatal dirigido por el MNR desde 1952, Bolivia pasó de forma gradual de ser un “país de indios” desparramados mayoritariamente en áreas rurales de su parte andina a ser un país urbano por la migración de esos “indios” a las ciudades, aunque en este proceso estarían perdiendo peso demográfico (discutible por lo que sería lo auténticamente “indígena”). Muchos suponen que lo que sucedió fue que esos “indios” pasaron a ser mestizos, cultural y/o “racialmente” (los q’aras, del gobierno o de la oposición, no se casan con migrantes indios, ni con sus hijos o nietos, pero hablan de ser mestizos en tanto alguno de sus antepasados se habría mezclado en tiempos remotos y no están dispuestos a repetir tal hecho: endogamia y castas en la estructura de poder). Acá entra la cuestión de las “nuevas clases medias”, que en realidad son parte de una reconfiguración medio antigua.

Los despreciados indios llenaron las ciudades en muchas “oleadas” y formaron “a pulso” y sin planificación urbana barrios periféricos que dejaron de serlo (se volvieron “zonas populosas”) porque llegaron otros indios que formaron otros barrios “más periféricos” y que luego pasaron a ser no tan periféricos porque llegaron otros indios… y así hasta el presente. En La Paz, aunque muchos jóvenes no lo crean, hubo un tiempo en el que Tambladrani (barrio donde se encuentra el Estadio del club Bolívar) era una periferie en la que se podía encontrar ovejas y chanchos criados por algunos vecinos del lugar, además de que también sembraban papa y se hablaba un castellano “saturado de aymara”[5]. Hubo un tiempo en el que la Garita de Lima y el Cementerio General estaban por fuera de la pequeña ciudad pero con las migraciones terminaron absorbidas por el crecimiento de la macha “india” urbana.

También hubo un tiempo en el que las personas de ojos rasgados, pómulos pronunciados y pelo “rebelde” (los “indios”) eran lunares en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) pero hoy, no hace 500 años, son la inmensa mayoría. No hay que perder de vista que si en los años 50 y 60 la UMSA era un espacio “q’ara” fue paulatinamente “tomada” por los “no q’aras”, no solo en lo estudiantil sino también en el área de la docencia. Eso que le pasó a la UMSA hace un par décadas lo ha estado viviendo dese hace varios años la Universidad Católica y otras universidades privadas (con entrada folclórica incluida).

Considérese que por mucho tiempo la ciudad de La Paz fue la más poblada del país y era el espacio principal al que se dirigían los desplazamientos poblacionales. En esa situación era el escenario de procesos de resignificación y trasformaciones culturales en los que los protagonistas eran los “indios” migrantes. Es de resaltar, por ejemplo, algunas expresiones “post 52” entre los “indios” y que empezaron a darse ya en la década de los 60, alcanzando gran existo entre los migrantes, sus hijos y, en muchos casos, entre sus nietos: los Huaycheños (fundado en 1965) y los Kori Huayras (fundado en 1968). Pero también a finales de esa misma década, en el barrio aymara Ch’jini, barrio periférico entonces (hoy conocido como zona Gran Poder), bajo el marco rítmico del huayño andino se creó la hoy famosa danza de los caporales (que muchos creen es originaria de los Yungas). Tanto los grupos musicales mencionados y la danza del caporal no encajaban en la idea de lo tradicional que debía ser la cultura de los despreciados indios y por lo tanto no podían ser de ellos, pero eran expresión de los procesos históricos que sus protagonistas vivían.

La importancia que iba adquiriendo la presencia de los ex-indios en la ciudad tenía que ser algo a problematizarse inevitablemente por quienes ya estaban asentados en ella. Una expresión de esto en sentido artístico fue el grupo Wara (que presentó su primer disco titulado El inka en 1973) y muestra como por entonces hubo algunos sectores que tuvieron cierta sensibilidad con algunos aspectos de los procesos que entonces se daban en el país e incluso les dieron forma musical.

También en los 70, la fiesta del Gran Poder pasó de ser la celebración de un barrio despreciado por su “composición étnica” a tomar las principales calles de la urbe hasta convertirse en la fiesta más grande de la ciudad. Es sintomático que en 1988 la UMSA, cuando ya muchos migrantes e hijos de migrantes habían ingresado a ella en gran cantidad, sucumbió al “alud folclórico andino” de los ex-indios (como pasa en la actualidad en toda Bolivia) y empezó a realizar la hoy famosa Entrada Universitaria (es indicativo que la “u” sea más conocida por su entrada y no por lo que debería hacer). Pero además, también por esos años, Discos Cóndor se hacía una empresa exitosa con la cumbia chicha y grupos de origen “indígena” que empezaron haciendo música disco en los 80, como Maroyu (que se dividió recientemente), Iberia o Ronisch, trabajaron con esta disquera y se hicieron muy populares, especialmente en los 90 (y aún lo son). Los “indios” en las ciudades formaban un mercado muy importante en el que estos grupos lograron posicionarse e incluso en la actualidad, los migrantes “indígenas” bolivianos en Argentina o Brasil, además de “indígenas” del sur del Perú y norte de Chile, contratan muy habitualmente a estas históricas agrupaciones.
La fuerza de esta migración ha marcado en otros aspectos de la ciudad (en relación a la debilidad del Estado). Por ejemplo, la mayoría de la gente cruza las calles sin mirar los semáforos, como han hecho y hacen las personas que nacieron y crecieron en áreas rurales, donde no hay semáforos. Pero además, “contagiaron” esta forma de comportarse a sus hijos, que nacieron en la ciudad, y en general se hizo una conducta cotidiana hasta el presente; incluso se la suele tomar (esto es muy significativo) como algo que distinguiría a los bolivianos (a la mayoría). Por otra parte, uno podría ir a la fiesta de alguna Carrera de la UMSA y ver que los muchachos bailan en dos filas, una de mujeres y otra de varones, como en los matrimonios de migrantes o como se lo hace “en el campo”. Además, cuando se bebe, todos deben tomar “por igual” y el que llega tarde debe “igualarse” (“bailan y chupan a lo indio”). En contraste, si uno va a un boliche jailon o medio jaylon, las personas no bailan en filas y cada quien bebe lo que desea, no está obligado a beber como los demás. En el caso de la UMSA se ve que en la población estudiantil actual el desarrollo del sentido de individualidad no es tan marcado como entre los “q’aras” porque aún hay un peso muy fuerte de lo rural (pero que va diluyéndose gradualmente).

Pero este vuelco poblacional del campo a las ciudades y de ocupación de distintos espacios estuvo marcado por el racismo que sufrían “los recién llegados” y no solo por parte de los “q’aras” sino de los “indios” que habían llegado antes y que buscaban diferenciarse de los que recién lo hacían. La migración está relacionada a los procesos de movilidad social y las aspiraciones de ascenso y en Bolivia ésta se entiende como “mejoramiento racial”, por ello no es de extrañar que quienes migraron antes tengan un trato despectivo y racista con quienes llegaron después. Este comportamiento marca a la vez a los hijos y nietos que también buscan ascender “racialmente” más allá de la situación de sus padres y abuelos.

La identificación de los “t’aras” como aquellos de los que uno busca diferenciarse es algo significativo en las relaciones entre “indios” de distintas migraciones (y sus hijos). Además, estos migrantes eran objeto de otra catalogación que les permitía diferenciarse de los “verdaderos” t’aras: al no encajar en la imagen folclórica oficial, los “indios urbanos” eran clasificados como “cholos”, siempre en función de los prejuicios de la casta dominante. En los años 70 y entre bandas rockeras de La Paz "se denigraba a algunos grupos de barrios populares, particularmente a los Four Star, del barrio de Tembladerani, a los que se llamaba despectivamente ‘T’ara Star’ haciendo referencia a su origen cholo”[6].

En los 90, cuando el programa Sábados Populares de RTP llevaba adelante un concurso de baile techno, entre los grupos que participaban se tomaba como de estatus elevado el que un grupo sea de la zona central de La Paz o “pare por el  centro” (la zona sur era vista como un espacio de “hijitos de papá” que no sabían de “las jodas de la calle”) y los que eran de zonas de “más a arriba” eran considerados ch’ojchos, fallados y/o t’aras, pero éstos, a su vez, consideraban de esas mismas manera a otros que estaban en barrios más arriba del de ellos… y así hasta llegar a El Alto. Cuando bailaba el grupo Tecnotronic de esa ciudad, la mayoría coincidía en llamarlos “t’aras”, incluidos grupos de Tembladerani, que en los 70 era una zona “t’ara” y El Alto apenas era un barrio. En todo esto el racismo era aceptado y los grupos de “chocos” (“los blancones”, los “con pinta”) eran los que estaban arriba en la escala valorativa. Curiosamente, la película Blood in Blood outh (Sangre por sangre) era muy popular entre estos grupos, pero mientras en ella los morenos expresaban un “orgullo de raza” (en relación a ser descendientes de los aztecas) frente a los blancos, entre los jóvenes bailarines de La Paz era normal el desprecio por alguien más moreno (“más indio”) que uno, incluso adoptando el lenguaje de dicha película.

Pero entre la población migrante hubo sectores que se problematizaron el racismo que sufrían como elemento central en este proceso de ocupar las ciudades y no solo lo denunciaron sino que dieron cuerpo a un proceso de “politización de la etnicidad”: los indianistas y los kataristas. Éstos eran ya la expresión inicial de la formación de una capa intelectual entre los “indios” en la ciudad desde los años 60. De hecho, la primera asociación de universitarios y profesionales “indios” se formó en 1969: MINK’A, y la primera organización de estudiantes “indios” en la UMSA se formó también en ese año: el Movimiento Universitario Julián Apaza (MUJA). Uno de los veteranos del MUJA, Constantino Lima, recuerda esos tiempos: “En esa época la cantidad de indios en la universidad era poca y había mucha discriminación. Cuando popularizamos la wiphala en la universidad, eso nos costó sangre. Ir con la wiphala era hacerse corretear a patadas por izquierdistas y derechistas”[7].

Entre las preocupaciones de indianistas y kataristas, hasta la década de los 70, estaban tanto la situación de los “indios” en el campo como en la ciudad. No se pensaban como población exclusivamente rural y menos como minorías étnicas. En 1964 Fausto Reinaga señalaba que entre los indios “hay clases económico-sociales antagónicas. Decir campesino al indio, es una estupidez”[8]. Doce años después, en 1976, Juan Condori, uno de los fundadores de MINK’A, hacía notar que “el aymara hoy es obrero, minero, campesino, clase media e intelectual”[9]. Asimismo, no es de extrañar que se empezara a problematizar el tema de una burguesía propia entre los “indios", como sucedió en el Movimiento Nacionalista Tupaj Katari (MNTK) (del que fue parte Mario Urdininea, de “la burguesía qhiswa”[10]); pero este tipo de ideas también encontraron rechazo entre los indianistas que tenían una influencia marxista (no admitida y no eran pocos): “esta lucha de liberación no ha de ser pues vanguardizada por la burguesía india ni siquiera por los campesinos indios sino más bien por la clase obrera india”[11].

Lamentablemente, esa atención inicial en la realidad rural y urbana de los “indios” fue echada al basurero desde la década de los años 80 en favor de ideas impuestas por organismos internacionales y que muchos indianistas y kataristas terminaron asumiendo, ideas que además se articularon, por ejemplo, en el Convenio 169 (1989). Desde entonces al presente, las ideas sobre “indígenas” como minorías étnicas que estarían ubicadas muy lejos de las ciudades son las que han dominado en las instituciones estatales y ONG’s, dejando de lado no solo las experiencias históricas y reflexiones que surgieron de entre los “indios” sobre su situación más allá de lo rural, sino fundamentalmente la misma realidad. Si hace más de 50 años la mayoría de los “indos” estaban entre ayllus y haciendas, trabajando en esos espacios, hoy han llenado las ciudades, formado grandes redes “informales” de economía, ocupando el trasporte público, el magisterio, las universidades, barrios “no indios” (como Miraflores, Sopocahi, San Miguel e incluso Calacoto, en La Paz), etc., etc. Hoy entre la “indiada” hay literatos, músicos, empresarios, docentes, agricultores, abogados, ingenieros, médicos, albañiles, mendigos, delincuentes, futbolistas, expertos en internet, etc.

Todo lo señalado es inentendible a partir de la noción que el gobierno impuso: “indígena originario campesinos”, o de la expresión (políticamente correcta) de “clases populares”. A la vez, este proceso de más de medio siglo de “indianización” de las ciudades bolivianas conlleva una serie de diferencias económicas entre las poblaciones racializadas que hace imposible un proyecto político único entre ellas. Pero además, muestra lo fantasioso de la “inclusión indígena” en este gobierno e implica elementos que echan por tierra la idea de que las “nuevas clases medias” serían un logro del “proceso de cambio”, pues se trata de una tendencia que no empieza con el gobierno del MAS y que incluso contradice su proyecto plurinacional ¿o tal vez el socialismo comunitario sea lograr una “sociedad de clases medias”?

Empero, vulgarmente se entiende que alguien es de clase media cuando no es rico pero tampoco es pobre. Entonces, un pobre puede encontrar a alguien más pobre que él y sentirse así de “clase media”. Es decir que las referencias son tan ambiguas que uno siempre encuentra algo para consolarse (en Bolivia, a este respecto, también juega el color de piel y “la pinta”). Pero los técnicos tratan de salvar esa ambigüedad amparándose en algún tipo de indicador: ingresos, consumos, lugares de estudio, grados de formación, etc. Sin embargo, estos indicadores solo expresan lo primero (los ingresos) destinados a diferentes aspectos y ello no necesariamente es expresión directa de diferencias de clase, pues las clases se constituyen en una relación de explotación (fuera de esa relación no son clase). En ese sentido ¿qué lugar ocuparían en esa relación las llamadas “clases medias”? Cuando se busca identificarlas no se lo hace por su ubicación en una relación de explotación sino que simplemente se buscan diferencias por ingresos (y los usos de esos ingresos), es decir por indicadores de estrato social, no de clase[12].

Si bien hay cambios de clase y de estrato en Bolivia, cabe preguntarse si los espacios que antes eran exclusivos de “q’aras” y que hoy están inundados de “indios” no han sufrido, además de abandono de los primeros en unos casos, una nueva jerarquización al interior en la que la racialización sigue siendo un factor activo. Pero además, cabe preguntarse también, teniendo en cuenta la descripción sociológica objetiva del Vicepresidente Álvaro Gracia Linera, si la situación de la “vieja” clase media dentro del “gobierno indígena” es de “decadencia”, considerando la relación con “sus indígenas”. Sergio Choque, diputado alteño oficialista, graficaba algo del asunto el pasado mes de febrero de esta manera: “Dentro del MAS existe racismo entre los mismos diputados, hay sectores que responden a esas clases ‘a medias’, como dice el  presidente, que a la hora incluso de servirse una comida se separan, se hacen a un lado, y piensan que por el color que tienen, que son más blancos, piensan mejor que nosotros”[13].



[1] Datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
[2] Monografía estadística de la población indígena en Bolivia. Citado por Jorge Ovando en Sobre el problema nacional y colonial en Bolivia, Editorial “Canelas”, Cochabamba, 1961, p.  2.
[3] Jorge Ovando, Sobre el problema nacional y colonial en Bolivia, p. 3.
[4] El Diario (18/5/1945, 5); citado por Elizabeth Shesko en “Hijos del inca y de la patria. Representaciones del indígena durante el Congreso Indigenal de 1945”. Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, La Paz, año 9, vol. 4, nº 6, 2010.
[5] Hace un par de años conocí a una persona que fue exiliada del país muy joven, en los años 70, y que hasta entonces vivía por Tembladerani. Fue él quien me comentó cono era esa zona por esos años.
[6] Giovanni Bello, Contracultura, marxismo, indianismo, “La Tal” Ediciones, 2014, p. 66 (Nota 42).
[7] Citado por Pedro Portugal en “Memorias de un luchador indianista”, Pukara n° 32, 2008, p. 7.
[8] Fausto Reinaga, El indio y el cholaje boliviano. Ed. PIB, La Paz, 1964, p. 10.
[9] Juan Condori Uruchi, “Quienes somos en Qullasuyu”. En: Boletín Chitakolla, Año 2, nº 16, enero de 1985, p. 7. Este artículo fue publicado originalmente con el título de “Respuesta de un joven aymara a Fernando Vaca”, el 4 de junio de 1976 en el periódico Última Hora de La Paz.
[10] Felipe Quispe, El indio en escena, Ed. Pachacuti, Chukiyawu-Qullasuyu, 1999, p. 9. También fue parte del MNTK el profesor de inglés José Ticona, nacido en la provincia Aroma de La Paz, además, uno de los fundadores del Partido Agrario Nacional (PAN) en1960 y uno de los primeros en romper con Fausto Reinaga.
[11] Boletín del Frente de Liberación Indianista Tupaj Katari. Citado en Diego Pacheco, El indianismo y los indios contemporáneos en Bolivia, Ed. Hisbol-MUSEF, La Paz, p. 54-55.
[12] Este tipo de observaciones se encuentran en Proposición de un marxismo hegeliano (2013) de Carlos Pérez Soto.

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