Desde
hace un tiempo me ha llamado la atención que varias personas usen la frase “Cómo
es, choco”. Pero la primera vez que la oí fue hace varios años atrás, cuando
“waynaba” en las calles. Eran inicios del siglo XXI, si mal no recuerdo, el año
2000 (o un poco antes). En las reuniones que solíamos tener entre un grupo de
amigos, en una ladera de la ciudad, había uno que estando “chino” solía saludar
así: “Cómo es, choco… Choco, yaaaa!” y terminaba con una pequeña risa burlona.
Su apodo (“su chapa”) era “Rolo” y su entonces peculiar saludo era una forma de
burlarse de quien era saludado de esa manera.
La
cosa era así: le decía choco a alguien que era moreno (un “no blancón”), es
decir que no era choco, pero se lo decía precisamente porque era una forma de señalar
lo que no era. El saludo tenía tres partes: la primera, “Cómo es choco”,
causaba extrañase porque entre nosotros no habían chocos (bueno, uno que otro
en alguna ocasión); pero la segunda parte completaba el sentido burlón: “Choco,
yaaa!”; y la tercera, la risa, remataba el sentido del saludo. Cuando se usa el
“yaaa!” en La Paz (herencia de las “cholitas” aymaras en la ciudad) tiene que
ver en unos casos con la burla, como cuando alguien “se rayaba”: “yaaa! bien
rayón”; pero también se usaba en situaciones en las que se buscaba ser
sarcástico, como cuando alguien decía a una muchacha, tratando de “abrírselo
cancha” para un amigo, “mi cuate es fiel” y ella respondía casi de inmediato:
“fiel, yaaa!” y luego reía un poco.
“Como
es, choco… Choco, yaaa!” era un saludo que contenía una burla racista entre “no
chocos”. El “Rolo” no era choco, era como la mayoría de quienes éramos amigos
entonces, hijo de migrantes aymaras. Pero siempre era más fácil señalar que un otro
no era choco que asumir explícitamente que uno mismo no lo era. Además, tuvimos
un lenguaje en el que la palabra choco, desde mucho antes, era usada comúnmente
para refreírse a miembros de otros grupos, buscando caracterizarlo por su
apariencia física, pues ello suponía “algo” para nosotros.
Por
ejemplo, cuando alguno había ido al programa Sábados Populares a presenciar el
concurso de baile directamente (y no solo por tv) o a concursar en él, solía
llegar comentando sobre la participación de tal o cual grupo, resaltando en
ello que habían grupos de chocos, es decir de personas de piel clara o
“blancones”. De hecho, se valoraba muy positivamente de que un grupo sea de
“puros chocos” o de haber bailado en “grupos de chocos”. Si bien en el uso
cotidiano de esta palabra se suele aludir al cabello rubio (teñido en muchos
casos), en los grupos de baile se aludía también a la tez clara de la piel, así
que los “chocos” podían no tener pelo “choco” pero se veían chocos o “medio
chocos” de piel.
Nosotros
valorábamos a las personas por su color de piel, por su pinta, pero también éramos
valorados de esa manera. Aunque nunca hablamos explícitamente de racismo,
“solo” lo practicábamos muy naturalmente y en ello identificar a otros como
“chocos” era una forma de señalar un estatus social por encima del nuestro y
con el que teníamos aspiraciones de lograr algún tipo de vínculo. De hecho,
tener amigos “chocos” (y/o “parar en el centro”) era algo para presumir a la
vez de que el no ser choco podía ser motivo de burla en muy variadas circunstancias
y de distintas maneras.
Por
ello no debería extrañar que el “Rolo” saludara de ese modo, pues tenía que ver
con un sentido racista asumido no solo entre mis amigos sino entre muchos
jóvenes de esos años. Pero antes de oírselo decir al “Rolo” no había escuchado
esa frase o esa forma de saludar a otras personas y por aquellos tiempos uno se
la pasaba deambulando por la ciudad, muchas veces de un extremo a otro,
intercambiando música (de los géneros que se bailaban por entonces y que se
popularizaron con el concurso de Sábados Populares).
Cuando
me fui metiendo explícitamente en cuestiones indianistas (desde mi lectura del Tawantinsuyu de “Wankar” Reynaga el 2003 -que justamente me lo prestó el "Rolo"- y posteriormente pasando por la Plaza de los Héroes) fui dejando paulatinamente
“la joda” y también iba olvidado aquella peculiar forma de saludar. Empero, hoy
por hoy oigo de vez en cuando: “Como es choco (sin lo que fuera su complemento en sus inicios, “Choco, yaaa!”, ni la risa que le seguía). De hecho, un par de veces me han saludado así, aunque quienes lo hicieron hubieran sido considerados
por el “Rolo” y por mis demás amigos de aquellos años como “verdaderos chocos”.
Ósea que esa forma de saludar ha sido adoptada también por personas de otros
grupos sociales, de “grupos chocos”. Me surgió la pregunta de ¿cómo se
difundió? Tal vez como el “yaaa!” de los paceños, que antes era identificado
con las indias (recuerdo que de niño oí decir a una “señorita” a otra
“señorita” –como les decía mi mama, yo las recuerdo como jaylonas–, cuando una
de ellas había dicho levemente “yaaa!”: “no seas india”) y ahora parece ser
incluso un patrimonio de jaylones.
Lo
cierto es que el “Rolo” era un tipo bien charlador, hacía amigos aquí y allá.
Tenía “cuates” en distintos barrios de la ciudad y cuando no estaba en nuestras
jodas estaba en las de otras zonas. Además, entre nosotros había muchachos que habían
asumido esa forma de saludar y que debes en cuando trabajaban de ayudantes de
minibús en las líneas que iban a la zona sur (porque en esas líneas pagaban
más). Después de un tiempo era ya normal oír a algunos ayudantes y choferes de
minibús saludarse así: “¡Cómo es, choco!”. Incluso otros grupos (que los
veíamos como rivales) habían adoptado el mismo saludo y ya era parte del
lenguaje callejero de entonces, por lo menos en los espacios en los que yo me desenvolvía
cotidianamente; también se usaba el diminutivo “choquito” (lo que me recuerda a
que muchos prefieren decir “cholita” que “chola) pero, en definitiva, se había
convertido en parte del “lenguaje popular”.
Recuerdo
que cuando estábamos con algún amigo de un grupo de baile de “blancones”, un
“choco”, el “Rolo” llegaba y nos saludaba a cada uno como ya era su costumbre:
“¡Cómo es, choco!”. Cuando saludaba de esa forma al “choco verdadero” todos
“nos cagábamos de risa” porque era gracioso para nosotros que esa frase, usada
sarcásticamente con “no chocos”, se la diga a un “verdadero choco”. Hoy, cuando
veo a algunas de las personas que en esos años considerábamos “chocos” no se
ven tan chocos que digamos. Cuando el espacio social en el que uno se
desenvuelve es reducido, las pequeñas diferencias de tono de piel pueden ser
extremos que en un espacio social más amplio serían apenas matices.
Cuando
el saludo de “Cómo es, choco” hizo su aparición (por lo menos hasta donde sé),
en una ladera de La Paz, cerca de Villa Fátima, muchos de mis amigos lo
adoptaron pero no fue mi caso. Si bien era gracioso oír que a alguien se lo
salude así, a mí me incomodaba usar ese miso saludo pero no podía clarificar
eso en una idea. Con los bloqueos aymaras del 2000 y 2001 el tema de las
raíces, el origen, etc., se convirtieron en algo a problematizarse para mí. Claro
que esa problematización se hacía sin guías, a punta de tropezones e
intuiciones, sin profesores y relacionado hechos, por ejemplo, con ciertos
pasajes de la ya entonces muy famosa película “Sangre por Sangre”. Uno pensaba,
muy precariamente, sin claridad y con más sentimientos que argumentos: si los
chicanos reivindicaban su color de piel y sus raíces aztecas, ¿por qué nosotros
no podíamos reivindicar nuestra piel y nuestras raíces aymaras? Pero la
tendencia era que quienes habían visto esa película, “chocos y no chocos”,
buscaban, con un lenguaje chicano, “blanquearse” y diferenciarse lo más posible
de los “t’aras”.
En
un par de años y en la búsqueda de referencias y referentes me fui distanciando
de los espacios en los que surgió el “Como es, choco” y el ser saludado con tal
frase una par de veces, no hace mucho, me ha recodado varias experiencias que
viví entre amigos que anduvimos por las calles “haciendo joda”. Eran tiempos de
“tumusleños” y de “tapados”, de ir a La Garita, de calmar el hambre entre “carnales”
compartiendo algo de comer o de reír a carcajadas ante una broma sin preocuparnos
del futuro. Pero también eran tiempos en los que era normal discriminarnos “entre
nosotros” y no podíamos asumir que en todo eso había racismo. Sin embargo, esa
frase hoy ya no tiene el sentido burlón con el que nació, o por lo menos esa es
mi impresión.
Carlos Macusaya Cruz
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