lunes, 13 de enero de 2020

Inca-pacidad en la Cancillería de Bolivia



Por: Carlos Macusaya

El canciller de Bolivia, David Choquehuanca, quien suele actuar, cómicamente, el papel que más gusta a los gringos (el de “sabio indígena”), volvió con sus ridiculeces. En esta ocasión, y como un hilarante y patético regalo navideño del 2014, afirmó: "Yo soy el último inca, de verdad, investiguen"[1]. En general, Choquehuanca expresa la ineptitud de alguien que, ejerciendo un alto cargo, solo se refugia en ideas disparatadas para poder autoconsolarece en su inca-pacidad.

A diferencia de años anteriores, el 2014 Choquehuanca apareció muy poco en los medios. La verdad que no se extrañaba su presencia, menos aún sus absurdas palabras. De hecho, el bajo perfil político que ha ido tomando su figura ha sido algo saludable para el gobierno, aunque el canciller se las ha arreglado para llamar la atención, muy a su estilo indigenista (no indianista ni katarista), con sus insultantes ocurrencias, tal fue el caso del reloj en la Plaza Murillo.

Lo importante sobre el papel de Choquehuanca en el gobierno parece ser que él es la imagen internacional, la “imagen de exportación” de lo que es el “indígena”. Su papel tiene fuerza simbólica hacia afuera y por ello aún sigue fungiendo como canciller. Claro que este papel lo cumple sin descollar en negociaciones y relaciones internacionales, aspectos fundamentales en la función de cualquier canciller. Choquehuanca destaca, no por ser un gran diplomático ni por ser un gran negociador (cualidades ajenas a este señor), sino por sus afirmaciones desvinculadas de la labor que debería cumplir, afirmaciones que además se enmarcan en los estereotipos que sobre los “indígenas” tienen los “occidentales” y por ello es visto en el ámbito internacional como portador la “sabiduría indígena”. Su palabra es tomada como válida y seria; sin embargo, él expresa, no  las aspiraciones, sueños o luchas de los “indígenas”, sino simplemente una moda “occidental” en la que el “indígena” es algo exótico y opuesto a lo “europeo”.

Desde que David Choquehuanca se hizo famoso, cuando asumió el cargo de canciller de Bolivia, el año 2006, muchos creen que respresnta la “sabiduría ancestral de los pueblos indígenas”, lo que es puro prejuicio. El cargo que viene ejerciendo fue la catapulta que lo posicionó a nivel internacional, pero su imagen es puramente eso, imagen.

David Choquehuanca, nacido en 1961, viene de una de las regiones más evangelizadas del altiplano: Huarina. Más que ser portador de una “sabiduría ancestral” es heredero de una sabiduría de la religiosidad “occidental”: el misionerismo protestante, con todo y su rígida verticalidad. Ello es una evidencia, entre tantas otras, de la vida terrenal de los “indígenas”, la cual dista mucho de lo que se imaginan los “occidentales”. Sin embargo, cuando se habla de la sabiduría “ancestral” del canciller y cosas similares, se olvida o se omite su cuna protestante.

Choquehuanca, política e ideológicamente, es en realidad uno de los muchos individuos que, después de la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución oficial de la Unión Soviética (1991) abandonaron su fe en el marxismo y se refugiaron en las ideas propias de la  moda europea postmoderna sobre el indígena. Su “sabiduría” no responde a las luchas históricas de los “movimientos indígenas”, sino que es fruto del derrumbe soviético y de la preponderancia política de las ONG’s. De hecho, su palabra representa no el “pensamiento indígena”, sino lo que las ONG’s han trabajado y posicionado en función de proyectos “aceptables” para ser financiados.

Su acercamiento al marxismo se dio por la influencia en la escuela de un profesor de filosofía, Juan Rodríguez, quien le regaló un libro marxista, del cual dice: “el único libro que he terminado de leer ha sido ese, el de Georges Politzer”[2]. Conoció a ese profesor cuando cursaba segundo medio, a finales de los años 70. En esos años Choquehuanca no tenía nada que ver con las ideas que hoy pregona, menos aun con los movimientos indianistas y kataristas que estaban ya formados.

A mediados de los años 80 tenía vínculos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) (organización que había tenido una relación estrecha con algunos militantes kataristas en años anteriores), quienes le facilitan una beca para viajar y formarse políticamente en Cuba: “los miristas me dicen: ‘tenemos dos becas para Cuba’ y se abre esa posibilidad. Y yo digo, ‘quiero ir’”[3]. Su formación marxista, desde que un profesor suyo lo introdujo en esa corriente, pesó de modo determinante en la forma en que él veía el país dirigido por Fidel Castro: “Era un sueño llegar a Cuba”[4]. Por aquel entonces, como tantos otros marxistas, Choquehuanca quería conocer la Cuba socialista; no le interesaba el sexo de las piedras, los poderes afrodisiacos de la papalisa o “leer las arrugas de los abuelos”.

Choquehuanca, al referirse a él mismo y las personas con que trabajaba en aquellos años, dice: “nosotros éramos marxistas”[5]. Abandona su fe a inicios de los años 90: “Cuando nosotros nos reuníamos en los años 90, 92, los aymaras decían: ‘queremos volver a ser, porque nosotros hemos dejado de ser, ya no queríamos ser’”[6]. Fue en esos años que se “tropieza” con el problema del ser aymara, no cuando vivía en su comunidad, sino cuando el muro de Berlín ya había caído y la Unión Soviética se había disuelto. Es cuando pierde el referente material más importante de sus certezas ideológicas marxistas, la URSS, que él se refugia en algo que no encontró en su comunidad ni en su militancia marxista, sino en su trabajo en una ONG: “El 89 empiezo a trabajar en la ONG Nina”[7]. Su “encuentro” con el tema “indígena” y “su” identidad tiene que ver con su trabajo y la búsqueda de financiamientos para sostenerlo. No se trata de una “herencia ancestral”, sino de los problemas surgidos después de la caída del “socialismo real” y del protagonismo político y económico que fueron tomando los organismos no gubernamentales.

Ya desde que en Bolivia se implementó el Decreto Supremo 21060 muchos dejaron el marxismo, lo que fue coronado con la caída del Muro de Berlín el 1989 y la disolución de la URSS en 1991. Muchos de estos marxistas “renegados” fueron tomando los símbolos y discursos indianistas y kataristas, que ya estaban siendo “purificados”, vaciados de su contenido político-subversivo y ello por la obra nada inocente de varias ONG’s. Pero además es en los años 80 que el indianismo empieza su decadencia y degenera hasta confundirse con el indigenismo, contribuyendo en la formación del pachamamismo. Así las ideas indianistas y sus símbolos, que antes eran despreciados y rechazados, serán tomados por los ex-marxistas, pero no en su sentido histórico, sino místico. La experiencia histórica de lucha en la que se formaron tales ideas y símbolos será enterrada por ser “racistas” y solo se tomará lo menos peligroso para los grupos dominantes en organizaciones e instituciones, lo más comercializable. De ello se alimentará Choquehuanca en la búsqueda de mantener su trabajo.

Antes de las elecciones de 1993, en las que Víctor Hugo Cárdenas llega a ser electo como Vicepresidente, David Choquehuanca andaba en un proyecto político. Sobre ello dice: “el líder, el ideólogo, era Víctor Hugo Cárdenas, y nosotros aprendiendo”[8]. Es decir, Choquehuanca aprendía de Cárdenas, a quien veía como líder e ideólogo, no habla de alguna supuesta “sabiduría ancestral”. Siendo Cárdenas un militante histórico del movimiento kataristas no es de extrañar que alguien que, como David Choquehuanca, recién estaba descubriendo su identidad lo haya visto como líder, ideólogo e incluso como maestro. El proyecto no llegó a buen término y Cárdenas fue por su camino, llegando a la vicepresidencia acompañando a Gonzalo Sánchez de Lozada.

Por el año 1998 Choquehuanca llegó a tener una conversación con Felpe Quispe, quien recién había salido de la cárcel, para proponerle ser candidato a la dirección de la CSUTCB. Una de las cosas que Quispe recuerda de esa conversación es que David Choquehuanca se le acercó pidiéndole perdón por que él (Choquehuanca) había plagiado varios pasajes del libro que Felipe había publicado en 1988: Tupaj Katari vive y vuelve carajo. Choquehuanca, según cuenta Quispe, dijo en aquella oportunidad: “hermano me vas a disculpar, yo de aquí he sacaw muchas cosas, no te he citado, no me vas a hacer me el juicio”[9] y Quispe lo perdona y no le hace juicio.

El hecho es importante porque muestra que Choquehuanca tenía alguna idea de sobre los indianistas, pero no los citaba, como muchos otros han hecho, para ser visto como el sabio; pero además, estaba plenamente consciente de que cometía un delito. Choquehuanca también nutrió su repertorio con las ideas de Germán Choquehuanca, a quien invitó a las actividades de la ONG en que trabajaba: “yo invitaba a Germán Choquehuanca”[10].

Recordemos que el padre de la actual wiphala es Germán (Choque Condori) Choquehuanca, quien se hace llamar “Inka Waskar Chukiwanka” y escribió varios trabajos tratando de dar un sentido precolonial y místico a este símbolo. Llaman la atención las palabras de David Chquehunaca al referirse a la wiphala, pues muestran al “autentico” personaje que ejerce el cargo de canciller en Bolivia; él dice: “La wiphala está relacionada con el equilibrio, con el consenso, con la complementariedad. Cuando levantamos eso queremos decir: ‘Queremos que las decisiones se tomen mediante el consenso’, por eso levantamos nuestras wiphalas”[11].

Cuando nuestro patético canciller habla de la wiphala tiene el cuidado de no mencionar a Germán Choquehuanca, a quien conocía e invitada a sus eventos. De esa forma se asegura de evitar mencionar a su fuente de ideas y aparece como heredero de una “sabiduría ancestral”. Seguramente, esta actitud hipócrita y oportunista no tiene nada que ver con el “equilibrio”, el “consenso” o la “complementariedad” que tanto cacarea. Pero, al mismo tiempo, está claro que ni siquiera tiene idea de cómo fue emergiendo ese símbolo, allá a finales de los años 60, pues él es alguien totalmente ajeno a la lucha indianista que simboliza la wiphala.

La “sabiduría indígena” de la que presume Choquehuanca no la extrajo de sus ancestros, sino que la fue copiando a algunos indianistas. De tal forma que algunas ideas y símbolos del indianismo las fue acomodando a los intereses de quienes financiaban su trabajo en la ONG Nina. Claro, como ya se dijo, este plagio se hacía siempre dejando de lado el sentido subversivo y político de tales ideas, dando únicamente atención a los aspectos más inofensivos, al punto de esoterizar tales ideas y símbolos.  Este trabajo no fue muy difícil contando, por una parte, con financiamiento, y por otra parte, teniendo indianistas ya perdidos, viviendo su decadencia. Lo mejor del indianismo, dado entre los años 60 70, no se tomó en cuenta por peligroso, pero si las ideas de la degeneración indianista, lo que se dio en los años 80. Claro que la excepción fue el EGTK, el cual se formó a contra corriente. Mientras el culturalismo emborrachaba a muchos indianistas, el EGTK volvió a poner el acento en la lucha y no en el rito, rito folklorizado que los q’aras gustan difundir como el indianismo “autentico”.

La degeneración indianista, su fruto, fue el alimento para varios proyectos de ONG’s y siempre se tuvo en cuidado de no hacer referencia a los indianistas, quedando todo encubierto por la idea de “sabiduría ancestral”. Con ello los indianistas quedaban fuera y su obra tenía ya otros dueños.

Pero volvamos al caso del autoproclamado Inca. Recordemos que hace hincapié en que los “indígenas”, por lo tanto él, siempre hacen las cosas en consenso, comunitariamente. Esta idea, que repite constantemente, no tiene que ver con su experiencia y vida política, sino que la expresa por la moda actual. En los años 80, cuando tuvo la oportunidad de ir a Libia, nunca consensuo con nadie a quienes podía invitar, simplemente escogía a sus amigos, como la gran mayoría hace: “Hicimos varios viajes a Libia… he llevado a mis amigos, a mis amigas, varias veces”[12]. Choquehuanca no tuvo una vida comunitaria, tiene un discurso comunitario por su trabajo en ONG’s, por una moda.

Realmente, David Choquehuanca es alguien que poco sabe de las luchas históricas que dieron lugar a la aparición de símbolos como la wiphala o la figura de Tupaj Katari. Su alusión a los ancestros, a los “abuelos”, es la mejor manera de encubrir su lejanía y distancia con tales luchas, además que le sirve para ser visto como “sabio” por quienes están en peor situación que la de él con respecto a conocer los procesos en los que se configuró la voluntad política de formar un “gobierno indio”. A nuestro canciller le hubiera servido mucho, por ejemplo, “leer las arrugas” de Luciano Tapia para saber sobre luchas reales y concretas, más allá de un imaginar místico; pero, lamentablemente, Tapia[13] murió hace no mucho. Pero aún podría “leer las arugas” de Constantino Lima o de Felipe Quispe, aunque posiblemente llegue a copiar algunas “arrugas”, y tal vez así aterrice en experiencias ricas, duras, amargas y concretas de lucha, ello le ayudaría mucho, no en su labor de canciller, sino en dejar de hacer el ridículo y de ridiculizar a los “indígenas”. Pero Choquehuanca considera que “el ser humano está en último lugar”[14], así que de seguro él estaría más cómodo con una lechuga que tratando de aprender de los líderes históricos de la lucha por un “gobierno indio”.

Tal vez el problema este en que a este señor de niño le dieron coca en lugar de leche; recuérdese que él sugería que a los niños se les debía dar coca en lugar de leche. Eso podría explicar sus disparatadas frases. O tal vez, antes de hacer alguna declaración pública, consume mucha papalisa. Recordemos que él afirma que la papalisa es más efectiva que el viagra. Entonces, cuando habla en público puede estar en un estado alto de excitación, por lo que dice cualquier cosa. Tal vez, simplemente, hay que dejar de buscar justificativos para las ridiculeces de este farsante.

En definitiva, Choquehuanca no es un “sabio indígena”, actúa y habla sabiendo lo que gusta ver y escuchar a financiadores “occidentales”. Hay muchos como él que se las dan de sabios y “viven bien” estafando a la gente. Usar el lenguaje que usa Choquehuanca es una forma de ganar dinero. Por ejemplo, Javier Medina, quien se inventó el “vivir bien”, sabe muy bien que inventar disparates sobre los indígenas genera financiamientos y permite “vivir bien”, aunque en ese juego ni él ni su casta pierden; en cambio las payasadas de David Choquehuanca contribuyen a la dominación blancoide, pues quitan crédito, ridiculizan y refuerzan los estereotipos racistas sobre los “indios”, al ser un testimonio del prejuicio de que los “indígenas” en la función pública no tienen la idoneidad para estar donde están.


Nota: artículo publicado originalmente en el periódico Pukara número 101 (enero del 2015).
[2] Entrevista a David Choquehuanca, en Balance y perspectivas, Archipiélago ediciones/Fundación Friedrich Ebert, Bolivia, 2010, p. 215.
[3] Ibíd., p. 217.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd., p. 219.
[6] Ibíd., p. 227.
[7] Ibíd., p. 219.
[8] Ibíd., p. 220.
[9] Entrevista en video a Felipe Quispe por Jimena Costa. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=q6wmRvqrfUc
[10] Entrevista a David Choquehuanca, en Balance y perspectivas, p. 222.
[11] Ibid., p. 228.
[12] Ibíd., p. 218.
[13] Véase Ukhamawa Jakawisaxa (Así es nuestra Vida), autobiografía de Luciano Tapia publicada en 1995. Puede descargarse el libro en pdf ingresando a: https://jichha.blogspot.com/2015/02/ukhamawa-jakawisaxaasi-es-nuestra-vida.html?fbclid=IwAR3C_R4l-iFGjBkvpXPGKkH5T3jAH_tBC9Ppu-Dngx6zPjWd-MXAPZujo-8
[14] Ibíd., p. 228.

domingo, 5 de enero de 2020

Racismo, un rasgo de la sociedad boliviana


Por Carlos Macusaya

Negar el racismo y al mismo tiempo practicarlo es una tendencia fuerte en algunos sectores “democráticos” de Bolivia. Pero también, desde estos sectores, suelen expresarse ideas, con un ingenio que raya en la estupidez, en las que se sostiene que el racismo sería una obra maquiavélica que el MAS habría implantado en su gobierno para dividir a los bolivianos. En otras palabras, estamos en una situación en la que el racismo es negado ejerciéndolo o se lo toma con un factor artificial, un injerto ajeno a la realidad del país.

En cierto sentido, un racista es como un alcohólico: no puede reconocer su problema. Pero el asunto no se reduce a una cuestión individual, pues el racismo es una expresión (no la única) de relaciones sociales.

En Bolivia las jerarquías sociales suelen identificarse con los rasgos somáticos y una síntesis de ello, muy ilustrativa, es el ejército. Los rasgos físicos de la tropa se diferencian de los rasgos de los oficiales. La autoridad y el poder se viven explícitamente como diferencias racializadas. Así, la dominación tiene una característica somática (no una determinación biológica): es blancoide.

En ese orden, el ascenso social va de la mano con los esfuerzos por diferenciarse del grupo de origen, tratando de ser lo más parecido posible a los “de arriba”, tanto en los rasgos físicos como en el desprecio visceral por los de abajo, los indios. Tener una madre o una abuela de pollera no garantiza que uno esté libre de ejercer racismo. Es más. Quienes suelen expresar con gran naturalidad prácticas racistas contra “indígenas” son personas de origen “indígena” y no lo hacen por puro capricho, sino porque han aprendido que, en la sociedad boliviana (familia, cuartel, escuela, universidades, medios, etc.), el origen “indígena” suele ser una desventaja, un estigma. Entonces, el racismo no es un injerto en Bolivia, es un rasgo de nuestra sociedad.

Cierto que, en un contexto especifico, algunas personas han usado y usan la victimización y su origen para generar lástima y obtener un cargo. Pero estos son casos mínimos que no modifican el orden social y sus prerrogativas. Además, el accionar de estas personas muestra que quienes dominan y los reconocen, favoreciéndolos con algún espacio, lo hacen porque no son del mismo grupo social.

Todo esto tiene que ver con los rasgos históricos que se fueron dando con la división del trabajo en la colonia: indios como mano de obra y no indios como administradores. Sin embargo, esto también ha sufrido cambios importantes, tanto en las relaciones de explotación (clases) como en las diferencias de ingresos económicos (estratos), lo que no ha modificado, sustancialmente, la forma en que se identifica las jerarquías sociales y sus justificaciones ideológicas.

Recordemos que hace unos días (el 1 de enero) Yerko Nuñez publicó una foto en la que él y Yeanine Añez aparecen con una mujer (la “sin nombre”) que delante suyo tiene el único plato de comida en la mesa. Núñez y Añez no iban a comer con una persona de “esa clase”, pero podían usarla para una fotito. ¿Cuándo se quiere aparentar cercanía con los “de abajo” se usan a los jailones (con pititas o con bazucas caseras) para fotitos?

Recordaremos también que en enero del 2018 Sergio Choque, diputado del Movimiento Al Socialismo (MAS), denunciaba: "Dentro del MAS existe racismo entre los mismos diputados, hay sectores que responden a esas clases ´a medias´, como dice el presidente, que a la hora incluso de servirse una comida se separan, se hacen a un lado, y piensan que por el color que tienen, que son más blancos, piensan mejor que nosotros”.

Lo más reciente fueron las declaraciones de Añez sobre “salvajes”, dejando claro cómo clasifica no solo a algunas personas que pasaron por ciertos cargos, sino a aquella población de la cual provienen esas personas. Pero además, negó las expresiones de racismo que se dieron en mayo del 2008 en Sucre. En este último caso hay algo muy peligroso, pues, viniendo de alguien que ocupa la presidencia, puede ser tomado como “luz verde” a la violencia racista: “humillar indios no es racismo, así que está permitido”.

Quienes dirigen el país, y sus simpatizantes, enceguecidos por el odio y el revanchismo, creen que antes de lo que fue el “proceso de cambio” no había racismo y los bolivianos vivían bondadosamente hermanados. Eso es tan tonto como creer que antes de la llegada de los españoles todo era hermandad y bondad en estas tierras.

Es innegable que el MAS alimentó, generosamente, los prejuicios racistas, en especial sobre las poblaciones catalogadas como indígenas, folclorizando a esas poblaciones y tratándolas como menores de edad; pero hizo eso a partir de cosas que ya existían en la sociedad boliviana; no se las inventó de la nada.

El asunto es más delicado aún si consideramos que se viene un proceso electoral que puede verse “entorpecido” y hasta frustrado por dar “luz verde”, desde el gobierno, a la violencia racista. No será extraño que los agredidos se defiendan, pero también hay que considerar que la forma de actuar del ejército en Senkata y cómo se construyó un enemigo desde los medios, son síntomas de lo que podría suceder.

En todo caso, el racismo, a pesar de los esfuerzos por negarlo, está tomando cada vez más preponderancia y podría llegar a un punto de “no retorno”. Empero, si bien en Bolivia hay personas que creen que los indios deben ser gente que permanezca en puestos de bajo rango; también hay quienes, teniendo la piel clara o morena, apuestan por construir un país en el que seamos juzgados por lo que hacemos, no por nuestro apellido, origen, color de piel o forma de hablar. En la situación que vamos viviendo, es necesario unir esfuerzos en ese sentido.