Por Carlos Macusaya
Introducción
Bolivia
ha obtenido cierta notoriedad a nivel internacional tras la victoria electoral de
Evo Morales en diciembre del año 2005, hecho que se conoció como la elección del
primer presidente indígena en la historia de este país. Se puede decir que la elección
de Morales como presidente de Bolivia fue un fuerte golpe a un mundo simbólico
en el que el “indio” tenía un lugar específico, lejos de ocupar un cargo alto
de mando. Entre la imagen étnica de Morales y las personas de rasgos físicos diferentes
a los suyos, que hasta 2006 habían ejercido la presidencia de Bolivia, había un
contraste muy claro: el poder había tenido hasta entonces un color, unos rasgos
físicos, pero Evo no tenía ni ese color ni esos rasgos.
Desde
que Morales asumió la conducción del Estado, en enero de 2006 hasta el presente
(2016), han pasado más de diez años. En este tiempo muchas cosas sucedieron y
no es fácil poner un “sin fin” de hechos en un orden cronológico minucioso, ni
es esa mi intención, aunque es necesario referirse a ellos. En este escrito trataré
de resaltar aspectos que están vinculados con dos puntos específicos: el carácter
indígena del gobierno y el papel político que han desempeñado en el mismo quienes
son considerados indígenas. Ciertamente hay muchos otros temas muy importantes,
como el manejo económico de los recursos del Estado, las relaciones
internacionales, la aplicación de las autonomías, y un largo etc., pero pienso
que un punto fuerte del gobierno es la identidad indígena que ha logrado
posicionar, especialmente a nivel internacional, pues, Bolivia, desde el año
2006, ha sido conocida y reconocida nacional e internacionalmente por ser un
país donde un “indígena” es presidente.
En
función de abordar los dos puntos planteados, trazaré, a modo de antecedentes,
una especie de punteo muy escueto de lo ocurrido en la participación política “indígena”
desde los años 80; seguidamente, plantearé algunas observaciones sobre la
orientación indígena del gobierno, pasando después a observar algunos aspectos
referidos a su función gubernamental; luego, haré algunas observaciones sobre
las taras coloniales que se han ido reproduciendo en el nuevo Estado
Plurinacional, para finalmente concluir con apuntes sobre algunos procesos
contrarios a la retórica oficial.
Antecedentes
de la política boliviana: 1982-2016
En
1982, luego de varios gobiernos dictatoriales, asume el gobierno en Bolivia la
Unidad Democrática Popular (UDP) y en su periodo de gobierno ocuparon curules
parlamentarios, como diputados por La Paz, dos aymaras: Luciano Tapia, por el
Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA), y Constantino Lima, por el Movimiento
Indio Tupaj Katari 1 (MITKA-1). Se trata de dos personajes que se presentaron,
a través de organizaciones “indias”, como candidatos a la presidencia de
Bolivia en las elecciones de 1980. El más destacado de estos dos indianistas
fue Lima, pues entre otras cosas, lanzaba sus discursos en el Parlamento solo
en idioma aymara, en una época en el que lo identitario era algo marginal. Es
con estos personajes que “los indígenas” empezarán a ocupar espacios parlamentarios
asumiendo una identidad aymara y denunciando el carácter colonial del Estado
boliviano, pero además, buscando perfilar un gobierno “indio”.
En
las elecciones de 1985, el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari de Liberación
(MRTK-L) logra obtener dos diputaciones: por La Paz, Víctor Hugo Cárdenas, y
Walter Reynaga por Potosí (sobrino del célebre Fausto Reinaga); dos políticos
pertenecientes al katarismo, otra corriente política que surge entre los andinos
en Bolivia. En
las elecciones de 1989 el MRTK-L logra una diputación que recaía en el
historiador Roberto Choque, pero por la anulación de mesas que hizo la Corte
Nacional Electoral de entonces, el MRTK-L pierde ese espacio. En 1993, luego de
una alianza entre el MRTK-L y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr),
Víctor Hugo Cárdenas llega a ser el primer vicepresidente aymara de Bolivia. En
su gestión se promulgaron medidas como el reconocimiento legal de las Tierras
Comunitarias de Origen (TCO’s); la descentralización, que permitió la elección
de gobiernos locales; la reforma educativa y el reconocimiento del carácter
“multilingüe y pluricultural” de Bolivia en su Constitución Política mediante
una reforma.
Es
notable que en 1986, el ala radical del MITKA, a la cabeza de Felipe Quispe, formó
la Ofensiva Roja de Ayllus Tupajkataristas (ORAT), que en 1989 toma el nombre
de Ejército Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). Este proyecto armado iba a
contracorriente de las tendencias multiculturalitas que empezaron a ganar terreno,
no solo entre los “progresistas”, sino entre los propios indianistas, pero será
sofocado en 1992. Por otra parte, ya por esos años, luego de las consecuencias prácticas
e ideológicas que tuvo la aplicación del Decreto 21060, el tema “étnico” tomó
importancia en varios sectores “blancoides” que darían cuerpo a varias Organizaciones
No Gubernamentales (ONG’s), las cuales, en 1990 y 1992, movilizaron a
indígenas, en especial a los de tierras bajas para buscar “inclusión” y
“reconocimiento”. Estas movilizaciones serán las manifestaciones más claras de la
importancia política que estas instituciones irán jugando en este país, muy en especial
en cuestiones “indígenas”.
Entre
el año 2000 y 2001 se produjeron en la parte andina de Bolivia bloqueos protagonizados
por los aymaras, bloqueos dirigidos por la Confederación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), entonces encabezada por el
indianista Felipe Quispe Huanca (“El Mallku”). Lo importante de estos bloqueos
radica en que cuestionaron el carácter colonial del Estado y perfilaron
masivamente el ideal de que los “indios” deberían gobernar Bolivia, a
diferencia de la Guerra del Agua (2000), en Cochabamba, que simplemente
cuestionó las políticas neoliberales. El año 2002, el Movimiento Indígena
Pachakuti (MIP), dirigido por Felipe Quispe, logró obtener seis diputaciones.
Uno de esos diputados fue Germán Choque Condori (más conocido como Germán
Choquehuanca), quien, en una de sus acaloradas participaciones en el Parlamento,
arrojó al piso la Constitución Política del Estado afirmando: “a los aymaras no
nos han preguntado si queríamos ser bolivianos”, hecho que causó un gran
escándalo en los sectores “blancoides” pero fue visto con mucha simpatía por
otros sectores.
Desde
el año 2000 se vivió una crisis económica y política en el país que dio lugar a
otras movilizaciones masivas en los años 2003 y 2005. Fue un periodo en el que
dos aspectos políticos se discutían en las movilizaciones y en otros espacios
de deliberación no formales; aspectos que se resumen básicamente en dos ideas
indianistas que se fueron posicionando en distintos niveles: “hace 500 años que
no manejamos nuestros recursos naturales” y “hace 500 años que no nos
gobernamos”. La primera idea aludía a las discusiones sobre la privatización del
agua (2000) y sobre la exportación del gas (2003), mientras la segunda idea aludía
al debate sobre quienes debían gobernar Bolivia para ejercer control sobre los
recursos a los que se aludía en la primera idea.
En
diciembre del año 2005, el Movimiento Al Socialismo (MAS) logró aglutinar a
varios representantes de organizaciones sociales, muy activas como movimientos sociales
entre los años 2000 y 2005, y con el apoyo de sectores de “clase media” Evo Morales
fue electo para ejercer el cargo de primer mandatario, lo que se promovió como
la elección del “primer presidente indígena de Bolivia”. El MAS había logrado ya
un segundo lugar en las elecciones del año 2002 y contaba con una importante representación
parlamentaria. Por otra parte, esta elección se da en un escenario en el que la
fuerza social de movilización se vuelca a la urnas a favor del MAS, aunque la posición
de esta organización fue ambigua en relación a temas como la nacionalización de
los hidrocarburos, pues el MAS saltaba de una propuesta a otra, propugnando “50
a 50”, mientras otras organizaciones como la Federación de Juntas Vecinales de
El Alto (FEJUVE) o la Central Obrera Boliviana (COB) pedían nacionalizar. Pero,
en el periodo abierto por las movilizaciones aymaras del año 2000, que llegó hasta
las movilizaciones del año 2005, ni el MAS ni Evo Morales tuvieron un papel protagónico
en dichas movilizaciones, tampoco su eje discursivo fue la formación de un
“gobierno indio” o el posicionamiento de la identidad “indígena”; aspectos que
sí fueron centrales en el discurso del indianista de Felipe Quispe.
En
enero de 2006 se posesionó a Morales como primer mandatario en dos ceremonias:
una supuestamente “ancestral” en Tiahuanaco y otra “occidental” en el Congreso.
La segunda era un acto habitual en la transmisión de mando, mientras que la
primera fue presentada como una “ceremonia ancestral”, aunque se creó para tal
fecha y sus autores no fueron “indígenas”. Desde su primera gestión, el MAS dio
a su gobierno el nombre de “Proceso de cambio”, el cual estaría dirigido por
“indígenas”.
En
general, podemos decir que el mas enfrentó en su primera gestión (2006-2010)
una oposición articulada solo con la intención de “sacar al indio de la
presidencia”, mientras que en su segunda gestión (2010-2015), esa oposición se
atomizó sin llegar a ser un problema y, en tal situación, salieron a relucir
los conflictos y contradicciones al interior del gobierno; y en lo que va de su
tercera gestión (2015 al presente), se nota un proceso lento de desgaste en el
que lo “indígena” es algo ya abandonado en los discursos oficiales.
Dos
medidas han marcado el gobierno del MAS: la llamada nacionalización de los
hidrocarburos y la realización de una Asamblea Constituyente. En el primer
caso, en la llamada nacionalización, que fue en realidad un cambio de
contratos, se trató de un acto que, en función de su difusión mediática, tuvo
un gran despliegue de contingentes militares, entre soldados armados y
vehículos, como por ejemplo, tanques de guerra. Ciertamente, este cambio de
contratos, y los precios favorables de los hidrocarburos a nivel internacional,
generaron mayores ingresos para el Estado. Parte de esos ingresos se han
destinado al pago de bonos como el Juancito Pinto y Juana Azurduy, además de la
Renta Dignidad.
Esta
medida, por aquel despliegue militar, causó un revuelo mediático impresionante.
Sobre Bolivia caía la mirada de las más grandes cadenas de información internacional.
Ya no solo se trataba de que un “indio” fuera presidente de este país, sino que
además ese “indio” estuviera atentando contra la propiedad privada y la
seguridad jurídica para la inversión de capitales. El presidente fue visto como
un “indio comunista”, alguien que quería revivir la experiencia de la Unión
Soviética o hacer de Bolivia una Cuba, en medio del continente. Esta misma
acción, en otros sectores, causó gran simpatía, no solo en Bolivia, sino en latitudes
internacionales. El gobierno de Morales fue visto como la puesta en marcha del
“socialismo comunitario”. Su fama creció y se convirtió en una de las figuras de
la izquierda en América, y lo que “movimientos indígenas” bolivianos ganaron
prestigio como movimientos anticapitalistas.
El
segundo hecho de importancia en la primera gestión del MAS, a la cabeza de
Morales, fue la Asamblea Constituyente, que fue una de sus ofertas durante su
campaña electoral. El gobierno encontró un buen escenario para llevar adelante esta
oferta ya que contaba con mucho respaldo entre la población. El 2 de julio del primer
año de gobierno de Morales se realizó la elección de asambleístas en la que el
partido oficialista obtuvo 137 representantes de 255, pero no logró los dos tercios;
tema que luego sería una bandera de la oposición para frenar a la mayoría absoluta
que estaba en manos del Movimiento Al Socialismo. El 6 de agosto de 2006 se
instaló la Asamblea Constituyente en Sucre, la “ciudad blanca”. El
desarrollo de la Asamblea fue tortuoso. La oposición no atinaba a nada más que
a bloquearla y el oficialismo no podía imponerse. Hubo temas que empantanaron el
avance de las sesiones, por ejemplo, el tema de los dos tercios contra la
mayoría absoluta, la discusión de si la Asamblea era originaria o derivada. No
obstante, el asunto más problemático fue el de la sede de gobierno, la disputa
por una ciudad (La Paz o Sucre) que pudiera ser la sede de los poderes del
Estado. Este tema complicó mucho a la Asamblea ya que, al ser hábilmente
utilizado por la oposición, casi lleva a que la Constituyente fuera abortada.
Contra viento marea y con ajustes hechos en Oruro, la Constituyente no pudo
sesionar en Sucre, pero, con ayuda de representantes de distintas fuerzas
políticas, se obtuvo un texto que el 25 de enero del año 2009 se puso a
consideración de la población boliviana, habilitada para votar en un referendo.
La mayoría voto a favor de aprobar aquel documento que hoy es la Constitución
vigente en Bolivia.
En
términos económicos, estos diez años del gobierno de Morales y el MAS han sido
de crecimiento y estabilidad, hecho resaltado por organizamos internacionales, en
lo que influyó, no solo el alza de los precios internacionales de los
hidrocarburos, sino también el de los minerales, hecho que dio lugar al florecimiento
de cooperativas mineras; asimismo, la actividad comercial creció enormemente.
Esta estabilidad económica ha sido, en los últimos años, bandera del discurso
del gobierno, mientras que aquello que fue su eje discursivo, lo indígena en
relación a la descolonización, el “Vivir Bien” –que en buena medida se contiene
en la Constitución vigente– se ha ido dejando de lado.
El
carácter indígena del gobierno del MAS
Sin
lugar a dudas el sello distintivo del gobierno, por lo menos a nivel de imagen,
ha sido el de ser un “gobierno indígena”. Hay varios elementos que se
conjugaron en función de darle fuerza y validez a esta idea: la imagen del
presidente; la exhibición de parlamentarios con “trajes típicos” indígenas; el
colocar un canciller indígena como imagen de exportación en el Ministerio de
Relaciones Exteriores; la introducción en la Constitución de 2009 de asuntos considerados
“indígenas”, que darían un sentido plurinacional y comunitario al Estado; y, en
fin, la creación de algunas instituciones como el Viceministerio de
Descolonización o las universidades indígenas. Todo esto acompañando por la
puesta oficial en escena de una serie de rituales “ancestrales”, potenciados
por una gran campaña mediática.
Cualquier
organización política tiene entre sus objetivos posicionar una imagen, tanto de
su líder como de la organización que dirige. En el caso del MAS, la imagen que
han trabajado desde el gobierno tiene como núcleo duro la figura de Evo Morales
Ayma: sus rasgos físicos, su trayectoria sindical, el lugar de su nacimiento y
su trayectoria de vida, todo fue muy bien explotado mediáticamente para dar una
imagen “indígena”, pese a que Morales no proviene de una trayectoria de lucha
“indígena” que haya buscado gobernar el país. De hecho, se contrapuso
simultáneamente el color de piel de Evo, sus rasgos físicos, frente a los
rasgos y color de los anteriores gobernantes, vinculando lo somático con lo
ideológico-político. El gobierno así se presentó, y aún se presenta, como
distinto de los anteriores, resaltando fundamentalmente la figura del
presidente.
Si
bien la figura del líder es central, cosa tan común en la política del país, en
la imagen que el gobierno proyecta se articulan más los componentes
étnicoculturales que los ideológicos. Sumado a la imagen de Morales está la del
excanciller David Choquehuanca. Choquehuanca, que en los años 80 profesaba el marxismo
y no jugaba a ser “sabio indígena”, en su calidad de canciller, ha sabido explotar
los prejuicios y estereotipos que los “occidentales” tienen sobre los
“indígenas”. Empleando una retórica antagonista, ha presentado a los “originarios”
como radicalmente opuestos a los “blancos”, convirtiendo a estos últimos en la
encarnación de una cultura maligna, mientras que los primeros representarían la
bondad pura. Una de sus frases célebres, que ilustra la consistencia de sus
ideas, es la que afirma: “…primero están las aves, las mariposas, las hormigas,
los cerros, los ríos, las estrellas, todos ellos… Para nosotros (‘los
indígenas’), el ser humano está en último lugar” (Choquehuanca, 2010: 227-228).
Frase que está totalmente alejada de lo que pasa en las comunidades rurales e
incluso contradice lo que en esas comunidades se vive diariamente.
Pero además, el “gobierno
indígena” es tal, según ha sido la retórica oficial, por la participación de
parlamentarios y alguno que otro ministro de ese origen. Se trata de parlamentarios bien
ataviados con ropa tradicional que se han “robado las cámaras”, llamando la
atención por su forma de exhibirse, pero, por lo general, no han aparecido más
que bailando cuando se hace algún festejo, teniendo un papel marginal en la
definición política parlamentaria o nacional. En fin, los pocos ministros “indígenas”
han ocupado carteras de poco peso político, aunque su presencia en esos
espacios ha sido destacada pomposamente por los medios masivos de comunicación.
Además
del presidente y de algunos ministros y parlamentarios, se han incorporado otros
componentes de carácter indígena del gobierno, tales como la descolonización,
las nociones del Vivir Bien y lo plurinacional. La Constitución vigente
actualmente en Bolivia recoge estas ideas, presentando al gobierno indígena como
aquel que busca el Vivir Bien y el socialismo comunitario mediante la descolonización
y el reconocimiento de lo plurinacional, las autonomías indígenas, la formación
del Viceministerio de Descolonización y las universidades indígenas. En el caso
del viceministerio, este se ha dedicado a promover actos propios de una agencia
de turismo, mientras que las universidades indígenas han sido otra forma de crear
espacios diferenciados para quienes han sido racializados como “indígenas” (reproducción
del racismo).
Todos
estos aspectos se han relacionado de manera estratégica con la imagen de Evo y
se han contrapuesto a lo que fue el pasado de la política boliviana, antes de
la llegada del MAS al gobierno, conformando así lo que daría contenido al llamado
“Proceso de cambio”. El antes y el después está marcado no solo por la elección
de un “indio” como presidente, sino también porque se entiende que el indio es
distinto y hasta opuesto a los “blancos”. Esta oposición, acentuada desde que
el presidente tomó posesión, ha sido manifestada en una serie de rituales, ya
sean grandes o pequeños, pero siempre enfocados a resaltar que se trata de la “recuperación
de lo ancestral” en el gobierno indígena. Lo ancestral expresado en esos
rituales ha sido parte de la “recuperación” de la identidad y se supone que nos
ha acercado al “Vivir Bien” dentro del proceso de “descolonización”.
Vale
la pena detenerse en el examen de estas expresiones fundamentalmente simbólicas,
pues han sido presentadas como la antítesis del capitalismo y “comunitarias” e
“indígenas” por naturaleza, por lo que expresarían lo antitético entre, por un
lado los movimientos indígenas, la “cultura indígena” y el gobierno indígena y
el sistema capitalista, por otro. Se presentó una oposición irremediable: la
creencia de que el estar al lado de los indígenas significa automáticamente ser
anticapitalista. El indígena, a través de estas teatralizaciones, fue
“entendido” como alguien de izquierda, por naturaleza o por esencia. Se resaltó
la diversidad en oposición a la supuesta homogeneizante racionalidad
occidental. Esta diversidad fue presentada “adecuadamente”, exhibiendo trajes
coloridos vestidos por personas que, antes de tales eventos, usaban otra ropa y
solo vestían “ancestralmente” en tales actos.
Las
ideas que han alimentado o justificado este supuesto simbolismo indígena que ha
derivado en festival turístico han sido incluso motivo de cursos universitarios
y hasta de postgrados. El “Proceso de cambio” se mostró así, colorido y pintoresco
ante los ojos de las personas de otras latitudes y alimentó, de manera muy
generosa, los prejuicios sobre pueblos que, se piensa, están estancados en el tiempo.
Sin embargo, más allá de ese despliegue folclórico, propio de agencias de
turismo, pasaban otras cosas.
El
papel de los indígenas en el “gobierno indígena”
En
términos generales, se puede decir que el papel de los indígenas en el
gobierno, y ello relacionado a su rol simbólico ya mencionado, tiene que ver
fundamentalmente con un rasgo central: la división racializada del trabajo.
Así, el papel de ideólogos, de pensadores y directores lo ejercen los “no
indígenas”, con el vicepresidente Álvaro García Linera al mando, mientras que
la fuerza que puede movilizarse (“fuerza bruta”) la suplen los “movimientos
indígenas”. Unos hacen un tipo de trabajo diferenciado del de los otros, así
como dijo el propio vicepresidente al afirmar que en Bolivia “gobiernan
indígenas e intelectuales”, unos distintos de los otros por el rol que
desempeñan en el actual gobierno.
Si
bien se presentó a los indígenas como esencialmente opuestos a los occidentales
y, por ende, a los políticos tradicionales de Bolivia, estas afirmaciones fueron
desmentidas por los mismos indígenas del gobierno. El caso más destacado en
este aspecto es el del Fondo Indígena. Hay algo que tiene que ver no solo con
este caso, sino, en general, con la idea promovida por el gobierno de que “los
indígenas son la reserva moral del mundo”;[1]
lo irónico es que esta idea no es tomada en serio ni por los mismos “indígenas”
del MAS. Incluso, se puede decir que la acción corrupta de varios dirigentes
“indígenas” ha demostrado absolutamente lo contrario, por lo que tal idea tiene
visos de cinismo. La idea occidental del buen salvaje, de que el indio es bueno
por naturaleza, que no está manchado por las inmundicias de “Occidente”, no
corresponde con las personas que son colonialmente llamadas “indígenas”, lo que
convierte dicha idea en una trampa para el mismo gobierno de Morales.
Cuando
se trata de gobernar o de ejercer cargos, no se puede apostar por personas que
se disfrazan folclóricamente para mostrase como “auténticos portadores del
conocimiento indígena” y, por lo mismo, como una personificación de la “reserva
moral del mundo”. En buena medida, el gobierno ha logrado la descalificación de
quienes se asumen o son vistos como “indígenas” y en lugar de haber logrado
destrozar las ideas racistas parece estar logrando acentuar más el racismo. No
obstante, no hay que olvidar que estos dirigentes son representantes de organizaciones
específicas, las cuales han sido consideradas movimientos sociales.
De
hecho, la idea de que el gobierno actual es un gobierno de movimientos indígenas
y de movimientos sociales es un asunto muy discutible.
Es
indudable que en la actualidad hay una gran cantidad de personas de origen “indígena”
que llenan el Parlamento y que tienen una trayectoria sindical, aunque muchos
de ellos aún tengan complejos respecto a su origen. Pero lo llamativo es que la
gran mayoría de indígenas tiene casi un nulo papel en el gobierno y en las
esferas del poder. Quienes toman la palabra u ocupan los espacios mediáticos,
por lo general, son los “no indígenas”. Además, cabe resaltar una diferencia
básica entre organizaciones sociales y movimientos sociales, pues esto ayuda a
comprender más el asunto.
La
muletilla de que vivimos un “gobierno de movimientos sociales” disfraza la
situación histórica actual y sirve para que dirigentes de organizaciones
sociales saquen ventajas políticas y económicas. Ello obliga a diferenciar
entre movimientos sociales y organizaciones sociales: las organizaciones
sociales están formadas por estructuras de mando jerárquicas, por lo que los
dirigentes máximos tienen un peso definitorio en las mismas. En contraste, los
movimientos sociales son estructuras de acción colectiva donde las jerarquías
de mando se diluyen (hasta cierto punto). Muchas organizaciones sociales
entraron en una dinámica de movimientos sociales entre los años 2000 y 2005, en
tiempos de crisis estatal, mientras que en la actualidad, por no haber crisis
estatal y haber estabilidad económica, se puede afirmar, por tanto, que no hay
movimientos sociales.
Un
caso que ilustra cómo se ha usado la idea de movimientos sociales es la
elección del candidato a la Alcaldía de El Alto por el MAS, Edgar Patana. La justificación
de tal nombramiento fue la afirmación, convertida en cantaleta, de que dicha
elección era una decisión tomada por los movimientos sociales. Pero el nombramiento
de Patana como candidato fue algo que respondió al típico accionar de la
dirigencia: se hacen “arreglos” con los máximos dirigentes para conseguir su
apoyo. Patana logró hacerse nombrar como candidato para ser re-electo mediante “charlas”
con dirigentes de distintas organizaciones alteñas. Ante el apoyo que tenía
Patana por parte de dirigentes de organizaciones gremiales de El Alto, se
rumorea que Evo les dijo: “¿pero ustedes garantizan que ganará Patana?”, y los
dirigentes le respondieron: “sí, nosotros lo garantizamos”. El resultado fue la
derrota del MAS en uno de sus bastiones, la ciudad de El Alto. Ello demuestra que
no hay movimientos sociales, deliberación y democratización de decisiones, sino
imposición dirigencial, como sucedió también en el caso de la candidata del MAS
a la gobernación de La Paz, Felipa Huanca.
Con
respecto a la ambigüedad de los roles políticos e identitarios de funcionarios del
gobierno, cabe mencionar otros aspectos como el hecho de que el viceministro de
Descolonización –que se ha ocupado de hacer “matrimonios con identidad” y
exhibiciones folclóricas– se ha destacado no en el cumplimiento de lo que supondría
su cargo, sino en lanzar amenazas de enjuiciamiento a los opositores del gobierno
acusándolos de racismo. Así, la lucha contra el racismo ha sido usada más como
pretexto que como trabajo gubernamental serio, y en ello han contribuido
“indígenas” como el actual viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas
Durán. Por consiguiente, se puede afirmar que los indígenas que tienen algún
puesto en el gobierno han estado más entretenidos en mostrarse “auténticos” o
“descolonizadores”, según la ocasión y su conveniencia. Como consecuencia, hay
dirigentes que, en tiempos de crisis estatal, saben sacar provecho del capital simbólico
logrado por sus organizaciones sociales.
Por
otra parte, cabe preguntarse ¿qué han hecho esas personas consideradas colonialmente
“indígenas” para realizar las iniciativas indígenas del gobierno? Resulta
llamativo que el Ministerio de Autonomías haya mostrado poco o ningún entusiasmo
por las autonomías indígenas. En contraste, han sido las Organizaciones No Gubernamentales
(ONG’s), sus técnicos y “sus” indígenas, beneficiados por la “discriminación
positiva”, quienes más fervor han expresado en su lucha por la obtención de
tales autonomías. Lo cual no es de extrañar, pues esto implica, para las ONG’s
y sus asociados, la obtención de recursos económicos, es decir, su lucha se
convierte en una forma de vida. Sin embargo, los propios indígenas, que supuestamente
serían los interesados y beneficiados por las autonomías, no han mostrado el
mismo interés y, de hecho, pareciera que el tema no les importa en lo más
mínimo.
Es
de notar que fueron pocos los “pueblos indígenas” que optaron por la autonomía.
Varios de esos pueblos han abandonado ya tal opción y solo uno aprobó sus
estatutos en un referendo en el que solo participaron dos “pueblos indígenas”. Se
puede afirmar entonces que, entre las personas colonialmente consideradas indígenas,
no hay aspiraciones de obtener autonomías para las minorías étnicas, lo cual
debería obligar a replantear el asunto de las autonomías. Por consiguiente, el
papel indígena en el gobierno se apoya en una imagen de exportación que no está
relacionada ni con la vida, ni con las aspiraciones auténticamente “indígenas”.
Valga
resaltar dos hechos que han afectado negativamente la imagen del actual
gobierno: la promulgación del Decreto Supremo 748 del 26 de diciembre de 2010,
que nivelaba los precios de los carburantes en Bolivia con el precio internacional,
y el Decreto Supremo 2366, que autoriza el desarrollo de actividades hidrocarburíferas
y la construcción de la controversial carretera a través el Territorio Indígena
y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). El decreto de la nivelación de
precios se promulgó en plenas fiestas de fin de año de 2010, cuando la gente
diligentemente compraba y vendía para pasar las fiestas. El otro hecho, el de
la carretera del TIPNIS, estalló en el rostro del “gobierno de los movimientos sociales”
en un momento en el que la oposición no presentaba un programa gubernamental
alternativo, por lo que no le quedó otra alternativa que adherirse al discurso
indigenista con el que antes criticaba al gobierno.
El
decreto de nivelación de los precios causó una gran movilización demandando al
gobierno la derogación de tal medida. Si bien sorprendió la movilización de
personas que no solían protestar, como los residentes en barrios específicos (acomodados)
de la zona sur de La Paz, la sorpresa más grande fue la movilización, en forma
masiva, de sectores que apoyaban al MAS, como las juntas vecinales de El Alto.
Entre los estribillos expresados a gritos en tales movilizaciones sociales se
escuchaba a varias personas frases denigrantes como: “indio incapaz” e “indio ignorante”.
El racismo se hizo entonces evidente entre los paceños como protesta por el
decreto de nivelar los precios, asumido por un “gobierno indígena”; decreto que
afectaba los bolsillos de la ciudadanía, haciendo que expresara su malestar en un
lenguaje racista. Lo que hay que considerar es que los simpatizantes del
gobierno se movilizaron en su contra con expresiones de racismo, que esta vez
no provenían de los sectores “blancoides”, sino de las bases del gobierno. Al
MAS no le quedó otra alternativa que derogar el decreto de nivelación de
precios, pero ya este había logrado lo que la oposición no había podido: restar
apoyo al gobierno.
El
intento gubernamental de construir una carretera que vinculara la ciudad de
Cochabamba con el departamento del Beni, o proyecto tipnis, fue motivo de dos
grandes marchas de protesta. La primera se dio entre el 15 de agosto y el 19 de
octubre del 2011, creando varios problemas que desgastaron más la imagen del
gobierno, como fue la intervención policial, la “masacre de Chaparina”,
sucedida el 11 de septiembre de dicho año y que, al convertirse en el episodio
más explotado mediáticamente, mermó de manera significativa el apoyo al
presidente “indígena”. El gobierno vivió entonces su momento más crítico
durante su segunda gestión, ya que su propia base cuestionaba la identidad que
lo había posicionado como gobierno “indígena”, defensor de los “indígenas”. La
segunda marcha no tuvo el mismo impacto que la primera y, en cierto sentido,
los dirigentes que la promovieron desgastaron el capital político que habían
logrado con la primera marcha. Sin embargo, durante las dos marchas, se dieron
varias movilizaciones como manifestaciones de solidaridad con los “hermanos
indígenas”. El gobierno, que se esforzó en promover una idea desfigurada y
ridícula de lo que es el indígena, se mostró antiindígena y hasta sus
simpatizantes “le dieron palo” usando su propio discurso. Puede decirse que la
máscara indígena se le cayó entonces al gobierno, pero hay que agregar que
otros la tomaron. Es decir, la máscara se cayó, no se deshizo, no se rompió,
solo pasó a cubrir otros “rostros”.
A
pesar de esos “tropezones”, Evo Morales logró ser reelecto como presidente por
tercera vez consecutiva (2016-2020), valiéndose tanto de una serie de alianzas
con sectores antes contrarios al gobierno como de una gran campaña en la
realización de eventos y en la construcción de obras públicas. Es de notar que
después de su reelección empezaron a surgir una serie de problemas que han afectado
al “núcleo duro” del gobierno: su carácter indígena, entendida esta como la
antípoda de los programas “políticos tradicionales” y “blancos”. Denuncias de
malos manejos económicos y apropiación de dinero del Fondo Indígena visibilizaron
la corrupción que ya se rumoreaba en otros niveles del gobierno.
En
la campaña electoral que dio lugar a la tercera reelección de Morales se pudo
apreciar tanto una menor participación de “indígenas” como el hecho de que
quienes defendían, en los medios de comunicación, la orientación “indígena” del
gobierno eran precisamente los “no indígenas”. Ello parece no haber incidido
mucho en las preferencias electorales, ya que el MAS ganó. Viéndose el MAS
favorecido por el voto, al poco tiempo, decidió poner en marcha una campaña
para lograr que Evo Morales pudiera terciar en las elecciones del año 2019. Así
se dio pie a un referendo que diera pie modificar la Constitución y el gobierno
apeló entonces a la bonanza y estabilidad económica para tratar de convertir
dicho referendo en “aprobación o rechazo” de la gestión de Morales.
Pero,
las denuncias sobre los malos manejos económicos dentro del Fondo Indígena no
cesaron, sino que aumentaron durante la preparación y realización del
referendo, sumándose a ello denuncias sobre una relación afectiva entre el presidente
Evo Morales y Gabriela Zapata, que entonces trabajaba en la empresa china CAMCE,
desempeñando un alto cargo. En tal escenario político, marcado por denuncias
que afectaban negativamente la imagen del “gobierno indígena” y dentro de una
campaña en la que daba la impresión de que se escondieron tanto las wiphalas
como los “líderes indígenas”, el referendo resultó en la primera derrota del
binomio del gobierno de Evo Morales Ayma y Álvaro García Linera. A pesar de la
derrota, varios representantes del gobierno han dado a entender que tratarán de
que Morales sea nuevamente su candidato en las elecciones presidenciales de
2019.
Taras
coloniales en el “Proceso de cambio”
Un
rasgo muy llamativo en la primera gestión del “gobierno indígena” fue la explosión
de expresiones de racismo en distintas partes del país, muy en especial (no
exclusivamente) en lo que entonces se llamaba la “media luna” (región en el oriente
y los llanos del país compuesta por los departamentos de Tarija, Santa Cruz,
Beni y Pando y habitada por una mayoría no indígena). Estas expresiones de racismo
tuvieron un grupo promotor: la “nación camba”, y su grupo de choque, la Unión
Juvenil Cruceñista. Se podía ver por los medios de comunicación, casi en vivo y
en directo, agresiones a personas “indígenas”, aunque estas agresiones, por lo
general, eran presentadas como “enfrentamientos”.[2]
Estos
hechos son significativos pues tienen que ver con que un “indio” ejercía la
presidencia de Bolivia y tenía una gran base social, fundamentalmente en el occidente
del país. Se trataba de hechos que eran una reacción a cierto cambio que se
estaba dando en el país y que desestabilizaba el orden racializado en el que los
roles, tanto en la estructura de producción como en la estructura de mando gubernamental,
estaban limitados para los “indígenas”. El color de la piel, además de otros
aspectos, en un espacio social racializado como es Bolivia, tienen un
significado político muy marcado: nos dice quiénes pueden o no ocupar un lugar
destacado en el gobierno. Este orden social racializado fue violentado con la elección
de un “indígena” como presidente de este país. El “color del poder”, en la
historia de Bolivia, se hizo evidente por el contraste entre el nuevo
presidente y los anteriores.
La
presidencia, el lugar reservado a la casta “blancoide”, fue ocupado por un “indio”,
lo que ya era un hecho de por sí “traumático” para dicha casta. Pese a lo
folclorizante que ha sido el “Proceso de cambio”, se han dado también
situaciones de racismo que han afectado las relaciones sociales, generando
tensiones. Estas prácticas denigrantes de diferenciación revelan un marco
ideológico que no ha rebasado las taras coloniales que persisten en el país.
En
la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia, vigente desde 2009,
se hace referencia en muchas ocasiones al reconocimiento de los “indígena originario
campesinos”. Este reconocimiento es la base de la plurinacionalidad que
constituye la esencia del Estado boliviano, según los gobernantes actuales. Se trata
de “incluir” a los indios reconociéndolos en la Constitución y reconociendo “su”
diferencia. Este reconocimiento forma parte del proceso de descolonización, y
solo dentro de los parámetros entendidos –y hasta sobreentendidos– en tal
reconocimiento constitucional se puede llevar adelante la verdadera
construcción del Estado Plurinacional.
El
indígena es un sujeto diferenciado por el colonizador en tanto este es alienígena,
extranjero, en relación al sujeto del que se diferencia. Es en esta relación de
poder, “colonizador-colonizado”, que se establece tal diferenciación que puede
parecer simplemente formal, pero que en realidad es una diferenciación que ha
formado parte del orden colonial, ya que establece polos ordenadores en la
estructura social. Por consiguiente, la definición de lo que es el colonizado (sujetos
o culturas indígenas) es un acto del colonizador y, por lo mismo, afirmar la
identidad indígena es afirmar una identidad colonial. Lo más paradójico es que la
afirmación de lo colonial se hace en nombre de la descolonización, llegando así
a una situación hasta cómica, pues al reconocer que hay bolivianos indígenas, como
queda establecido en la Constitución, se entiende que estos son reconocidos por
bolivianos no indígenas: es decir, bolivianos “extranjeros”.
La
identidad “indígena”, asumida y defendida en este “Proceso de cambio”, por ser
una identidad colonial y por marcar diferencias de la misma índole, puede llevar
–y de hecho, lleva– a extranjerizar, a alienar, a una gran parte de la
población del país. Bolivia, pensada y presentada como país de indígenas y no
indígenas, vive la exaltación de los traumas de la colonia, que ciertamente
hacen ver que este país todavía vive y convive con problemas coloniales, dando
la impresión de que no solo se los vive, pura y simplemente, sino que las
relaciones interétnicas se empeoran. Se asume y se consolida así, de manera
acrítica, una forma colonial de referirse a sujetos racializados.
Algo
similar sucede con el concepto de ‘originario’. Se supone que al referirse a
algunas personas con tal denominativo se quiere resaltar que son descendientes de
habitantes pre-coloniales, de personas que habitaron estas tierras antes de la
llegada de los españoles, pero tal palabra resulta inapropiada para ese fin. Si
nos remontamos al origen del ser humano, hasta donde se sabe los restos humanos
más antiguos se han encontrado en África, por lo que podría decirse que la
humanidad es originaria de ese continente. No hay originarios de los Andes ni
de la amazonia, o del Nuevo Mundo, como no hay originarios de Europa, pues esos
espacios fueron habitados por migrantes. No obstante, el saber que la humanidad
es originaria de África no nos ayuda a entender las relaciones
político-económicas que se han desarrollado entre grupos que emigraron, ni las
estrategias de ocupación de espacio que en ese trajín migratorio desarrollaron
los primeros pobladores, como tampoco el saber el origen del ser humano nos
explica el surgimiento de las formaciones nacionales y estatales del mundo.
Recuérdese que en la Colonia se usó la categoría de “colonial” con el fin de
diferenciar las obligaciones tributarias de los “indios”. Lo mismo que sucede con
los conceptos de “indígena” o de “originario”, identidades coloniales que no
nos dicen nada sobre un pueblo.
Comúnmente
se llama campesino a alguien que vive en el área rural y que, por lo general,
se desenvuelve en actividades agrícolas. Con el empuje del “Estado nacionalista”,
se ha remplazado la palabra indio por la de campesino y hoy se emplean estas
dos palabras, especialmente, en momentos de agresión verbal, pues lo campesino,
en Bolivia, está marcado por un sentido racista. En cierta forma, con la
palabra campesino se ha encubierto el racismo persistente en el país. Pero, si
se llama campesino a los aymaras, por ejemplo, se cae en un grueso error, pues
las ciudades de Bolivia han crecido por la migración de campesinos y, por lo
mismo, hay comunidades, antes rurales, que se han convertido en urbanas debido
a que la gente que migra lo hace llevando consigo prácticas sociales y formas
de relacionarse que son dinámicas y no estáticas. Hoy por hoy, creer que los
“indígenas” son gente que vive en el área rural es más un prejuicio que oculta
los procesos seguidos por estos seres “ruralizados” para posicionarse en el comercio,
el transporte, el arte, la universidad, entre otras áreas; actividades que, en
la mayoría de los casos, se realizan en centros urbanos.
Hablar
de “indígena originario campesinos” muestra la falta de reflexión sobre lo que
se considera colonial y descolonizador. Se enarbola la descolonización afirmando
identidades coloniales como indígena y originario, lo cual es más un prejuicio
y no permite entender la transformación real por la que está pasando este país.
Muchas veces, la preocupación de algunos funcionarios de Estado ha sido
considerarse y mostrarse como “indígena originario campesinos” para que sus
ideas de inclusión y reconocimiento sean creídas y creíbles. Por lo tanto, el
reconocimiento de identidades “racializadas” en la Constitución se ha apoyado
en una “pasarela ancestral”.
Pero,
para el gobierno, no solo se trata de reconocer a los descendientes de las poblaciones
pre-coloniales pura y simplemente, sino de reconocer, al mismo tiempo, sus usos
y costumbres, su cosmovisión,
para dar cuerpo al Estado Plurinacional. Sin embargo, tal cosa es muy
discutible y no solo eso, sino que incluso le ha traído problemas al gobierno[3] y no
parece haber un animo a la autocrítica en este tema. Para lo que acá interesa,
es bueno decir que esa idea de lo indígena no se parece en nada a lo que los
“indígenas” hacen. Lo indígena, el “mundo indígena”, es lo comunitario en lo
que el individuo se diluye y es además un lugar donde reina la armonía no solo
entre las personas, hombres y mujeres, sino entre los seres humanos y la
naturaleza. Este mundo, perteneciente a seres inmaculados, es más propicio para
hacer guiones de películas que para hacer un proyecto político. El contraste es
fuerte con la “vida real”, pues si bien el gobierno presenta al indígena,
además de “ruralizado”, como un ser opuesto al capital, los que más han
“escalado” puestos en la economía en este país son personas Aymaras y lo han
hecho con el comercio. No debería aceptarse a siegas las ideas que presentan a
los “originarios” como “opuestos” al sistema capitalista, ya que las cosas que
se viven cotidianamente son su desmentido.
La
idea de que los indígenas se complementan con la naturaleza y hasta viven en
armonía con ella es un prejuicio racista que no se presenta de manera agresiva,
sino más bien seductora, y se funda en relaciones sociales específicas que se muestran
como naturales. Se presenta al indígena como alguien que pertenece por esencia
a un espacio no urbano, como sucede con las mujeres cuando se las presenta como
seres que pertenecen a la cocina. Entonces un “indígena” no estaría en su
“hábitat” si se encuentra en la ciudad, pues ese no sería su lugar “natural”.
Su lugar estaría lejos de cualquier urbe y allí podría complementarse
interactuando armoniosamente con la naturaleza y así podría “mantener” su
cultura. Esa idea seduce a muchos, pero es engañosa y hasta venenosa, ya que
pensar que hay seres que viven en armonía con la naturaleza implica que tales
seres deben aceptar su situación como algo que les es propio. Es como decir que
las mujeres se integran “naturalmente” a la cocina y viven allí en armonía:
entonces, ¿para qué perturbar el o “su” orden natural sacándolas de su hábitat?
Entretanto,
no extraña ver en informativos televisivos a comunidades que experimentan
inundaciones en el altiplano, cerca del lago Titicaca, o sequías en el Chaco;
ciertamente, esa gente no vive en armonía con la naturaleza y su situación no
es de complementariedad o de interactuación, sino de padecimiento. No es que
las inundaciones o sequías sean fenómenos recientes o que hayan llegado con los
españoles, sino que han sucedido antes de la aparición del hombre y, por lo
mismo, es incorrecto y hasta tendencioso afirmar que los indígenas han vivido desde
tiempos ancestrales en armonía con la naturaleza.
En
la relación entre el ser humano y la naturaleza no siempre hay armonía. Esta es
una relación en la que el hombre necesariamente modifica su entorno, afectando
la naturaleza. En tiempos pasados, desde la domesticación de llamas, el cultivo
de la papa y la extracción de lana para hacer tejidos, para solo nombrar las principales
actividades ancestrales, el “indígena” tuvo que afectar o influir en el “orden”
natural. En la actualidad puede verse a “indígenas” vendiendo animales exóticos
después de cazarlos, acto que revela la no armonía con el animal, ni con la
naturaleza. La encantadora, pero falsa idea de que los seres llamados indígenas
viven en armonía y complementariedad con la naturaleza es defendida con “uñas y
dientes” solo por los “indigenistas”; personas que, en mi opinión, obtienen
dinero en nombre de los indígenas, promoviendo y realizando proyectos para
“ayudar” a esos seres racializados a seguir siendo “símbolos étnicos”, lo cual
permite seguir obteniendo dinero en nombre de ellos.
De
esa supuesta vida armoniosa se originaría algo que el Estado Plurinacional ha
llamado el “Vivir Bien”, que gobernantes e intelectuales suponen, ahora, es propio
de los “indígenas” y da sentido a su vida. No obstante, no se puede sostener
que en las comunidades indígenas exista una forma de vida que sea un “otro
paradigma” que será el que salve al mundo mientras en tales comunidades la
mortalidad infantil y la desnutrición llega a niveles altos. Que en los
espacios alejados de las urbes exista algo que es el “Vivir Bien” no debería
ser creíble, pero curiosamente en Bolivia lo es. Con su encantadora fuerza,
esta idea hace pensar en un paraíso terrenal y maquilla las duras condiciones
de vida que sufre en Bolivia la mayoría de su población. En los espacios
“naturales”, en los que se nos dice palpita el “Vivir Bien”, hay personas que
mueren por enfermedades que son fácilmente curables o ejercen el comercio con
animales exóticos, destruyendo así la naturaleza y causando problemas entre
quienes habitan esos espacios. La vida dura en las “comunidades indígenas”
genera una gran migración a las ciudades: vemos cada año llegar a La Paz, en el
mes de diciembre, en especial, a muchas personas del norte de Potosí, que pasan
vicisitudes, sin saber nada de lo que es vivir bien. Definitivamente, el “Vivir
Bien” es una idea ajena a las personas a las que se les atribuye tal buena
vida. No obstante, dicha idea resulta muy útil para hablar y hacer política en
nombre de los indígenas. Es de notar que muchos han conseguido fama y dinero
pretendiendo ser expertos en la “cosmovisión andina” y el “Vivir Bien”.
Consideraciones
finales
Toda
esta exuberancia vendida como “indígena” y que sería la esencia de lo “plurinacional”
es algo que no permite entender los procesos de transformación socioeconómica
que se están dando en Bolivia en el siglo XXI. Se trata de procesos de
diferenciación social muy dinámicos, de articulaciones económicas innovadoras, y
de formas de ocupación o reterritorialización del espacio nacional por nuevos actores
indígenas. Estos procesos, al deslegitimar la idea promovida por la retórica oficial,
de que los indígenas, solo por serlo, “viven bien” en sus comunidades ancestrales,
pueden dar lugar al “entierro” del Estado plurinacional.
Es
indudable que cuando la estructura social racializada empieza a ser desnaturalizada
y cuestionada, desde adentro, por los sujetos racializados, estos problematizan
la identidad de su ser, así como el rol político y socioeconómico que
desempeñan en la sociedad en que viven. En este proceso, las referencias racializantes,
como los términos despectivos y racistas (indio, indígena y otros), son tomados
para afirmar “su” identidad. Dentro de las relaciones racializadas, el yo
individual y el yo colectivo es lo que está en juego y en disputa: se trata de afirmar
lo que yo soy, identificando quién no soy, pero, a la vez, resaltando que me
han hecho creer lo que yo antes creía ser. Por lo tanto, hay que identificar no
solo a los que me han hecho creer eso, sino también por qué se me ha hecho creerlo.
En consecuencia, los problemas identitarios expresan luchas sociales y
complejas relaciones de poder y la identidad es algo que se forja en la
dinámica de tales relaciones. La identidad, en suma, es “materia social”, cuya existencia
se debe a relaciones sociales específicas y a partir de las cuales toma forma.
Debido
a que las relaciones de poder van cambiando, tales cambios inciden en la
formación y transformación de las identidades en juego: algunas pueden perecer,
otras re-significarse y así persistir en su existencia. El espacio social
implica una disputa por el sentido de las identidades, de lo que se es y no se
es, de la forma en que somos representados por otros y cómo formamos nuestras
autorepresentaciones. Varios elementos juegan un rol importante en esta
disputa: la idea mesiánica o milenaria de un pasado común que justifica un
futuro también común; los elementos religiosos y lingüísticos; los rasgos
físicos y estéticos, y hasta el propio espacio habitado forma parte de la
identidad.
El
examen del ser humano en relación a su espacio geográfico revela que los grupos
humanos han buscado perpetuarse en su historia y en este afán han desplegado su
acción de vida en distintos territorios. El espacio es el lugar donde se
desarrolla la lucha por la vida. Los que lo habitan le dan sentido y entienden que
encuentran un sentido en él. Pero la extensión del espacio puede cambiar, por
las expiaciones o contracciones poblacionales o por el sometimiento, por el abandono
de unos lugares y hasta por la apropiación de otros. De cualquier modo, la
existencia social es siempre desarrollada en un espacio, el cual adquiere un sentido
para quienes lo habitan, siendo estos quienes, en última instancia, dan sentido
territorial al espacio.
No
hay un territorio predeterminado, sino que el espacio es territorializado con
la ocupación de grupos humanos. No es que, por ejemplo, el espacio territorial
que tuvo el antiguo Collasuyu sea nuestro espacio “natural”, sin importar los
desplazamientos poblacionales y otros aspectos ocurridos en la historia de una
comunidad, sino que los espacios ocupados, en términos concretos y materiales,
adquieren sentido por la actividad, por la vida que los ocupantes desarrollen
en tales lugares.
Los
señoríos Collas ocuparon distintos pisos ecológicos antes del incario y de la
colonización: en la Colonia, las reducciones modificaron la forma de ocupación del
espacio anterior a la Conquista, reduciendo los ayllus a comunidades gobernadas
por el imperio español. Posteriormente, a partir de la reforma agraria de 1953,
los “indígenas de tierras altas” fueron dejando sus comunidades y dieron forma
al crecimiento de pequeñas ciudades. En la actualidad, aymaras y quechuas han
logrado establecerse prácticamente en todo el territorio que formalmente corresponde
al Estado boliviano, y aún más allá. Hay una frase muy común que expresa esta
situación: “En el pueblito más lejano del oriente (boliviano) encuentras a una
mujer de pollera (‘indígena’) vendiendo algo”.
Los
comerciantes andinos que viven y realizan sus actividades económicas y fiestas,
más allá de los Andes, se están apropiando de espacios a los que el Estado boliviano,
hasta ahora, no ha podido llegar: están ocupando distintos “pisos ecológicos” y
están saliendo del aislamiento localista que las reducciones coloniales provocaron.
No solo están en nuevos espacios, sino que, en determinadas fechas, por
ejemplo, para las fiestas patronales, vuelven a sus pueblos de origen en el
altiplano. Hay que aceptar que “los kollas” tácitamente están logrando, mediante
sus actividades económicas y culturales, lo que el Estado boliviano no ha
podido todavía lograr: una real articulación territorial. Fenómenos como este son
los que están cambiando el sentido del espacio y la identidad en Bolivia.
Por
eso, no solo es equivocado, sino hasta falso hablar, como se hace en las escuelas
y los mapas étnicos, de aymaras y quechuas como gente que vive, desperdigada como
manchas, entre las montañas del altiplano. Meter en un mismo saco a guaraníes,
quechuas, moxeños, aymaras, yuracarés y muchos otros grupos étnicos, ignorando
sus diferencias político-económicas y sus diferencias “internas”, es un error
que nos priva de reflexionar lo que realmente sucede hoy en Bolivia.
El
sentido de lo nacional en Bolivia no se refiere necesariamente a su fecha de
nacimiento como república, ni al intento de formar un “Estado nacionalista”; entonces
¿cómo entender el cambio en el sentido de lo nacional en este país?
Slavoj
Zizek escribió, hace un par de años, un artículo con el llamativo título de
“Capitalismo con valores asiáticos… en Europa” (2011: 41), en el que afirmó: “Es
el auténtico potencial de la democracia el que está perdiendo terreno por el
ascenso de un capitalismo autoritario”, además, resaltó que las figuras más representativas
de este fenómeno político serían Putin, por su “brutal despliegue del poder” (Ibíd.),
y Berlusconi, por sus “posturas cómicas”. Estos representantes del “capitalismo
autoritario” comparten el hecho de haber gobernado en sus países en situaciones
de deterioro económico, y aun así haber logrado tener un gran apoyo popular. Lo
que Zizek plantea en su artículo nos invita a reflexionar lo que está pasando
en Bolivia: en relación a Berlusconi, me refiero a las poses cómicas de algún
gobernante que, en este caso, podría ser el canciller y, en relación a Putin, a
un ejercicio del poder político desplegado en forma brutal. Me refiero, desde
luego, a algo que podríamos llamar –inspirados en el título de Zizek–
“Capitalismo con valores andinos en ‘Kollivia’” (en el país de los kollas), lo
cual está dando lugar a una identidad nacional en “tiempos plurinacionales”.
Haciendo
un paralelo con el caso de China, no hay que perder de vista el notable papel
que tiene este país en el mundo actual como productor de mercancías que revelan
un alto nivel de aplicación de conocimiento científico. En lo que respecta a
Bolivia, la falta de una mayor aplicación científica a la producción condiciona
la actual re-configuración que se está dando ahora en las estructuras étnicas y
de clase, evidenciándose esto, desde hace varios años, en la emergencia de una
“burguesía comercial indígena” que viaja, precisamente, hasta China para comprar
mercancías. La circulación de mercancías asiáticas en Bolivia tiene que ver con
un entramado de relaciones entre distintos actores (mayoristas, minoristas, transportistas,
etc.) que tienen en común su origen y comparten, por lo mismo, ciertos
“mecanismos étnicos” en sus relaciones de compra y venta. El despliegue
económico que conlleva el movimiento de estos actores impone también el
despliegue de expresiones culturales, como las fiestas y las danzas indígenas,
por ello, es compresible que las danzas y fiestas andinas se vivan y celebren
en toda Bolivia, lo que no sucede con expresiones culturales de los “indígenas
de tierras bajas”.
Lo
que actualmente estamos presenciando en Bolivia es que aspectos propios de los
ayllus, que son reproducidos por los migrantes andinos, les sirve a los nuevos empresarios
indígenas para posicionarse económicamente y posicionar sus expresiones
culturales. Se trata, según el intelectual aymara Fernando Untoja, de un
“proceso de articulación de las formas de producir y acumular del ayllu con la
lógica del Capital” (2011: 4). Por lo tanto, el ayllu interviene efectivamente
en la reproducción del capital. Al respecto, es importante señalar que los
“indígenas de tierras altas” despliegan en su desplazamiento territorial
estrategias concretas, como el hecho de que: “la población equipada con el solo
ethos del ayllu, toma espacios territoriales bajo la lógica del control
de los pisos ecológicos y desarrolla la práctica de la libertad económica” (Ibid.).[4]
Al respecto, el katarista Moisés Gutiérrez entiende que:
Actualmente,
dentro de la dinámica económica de los aymaras, de los quechuas, existe lo que
viene a ser el ayni, y eso demuestra la dinámica de expansión en la producción y
el comercio en lo económico. Ahí se va generando un gran desarrollo, un gran avance;
la dinámica fundamental del ayni viene a ser la competencia y el vivir bien niega
el sentido de la competencia del ayni. (2012: 4)
Lo
que parece estar sucediendo en Bolivia, en relación a la forma en que algunos
aspectos “culturales” andinos funcionan en la expansión del comercio capitalista,
nos obliga a confrontar la imagen idealizada del “mundo indígena” o de la
“cosmovisión andina” y problematizar, entre otros tantos temas, el papel que tiene
y tendrá en el país este tipo de re-territorialización en la transformación de la
identidad nacional. El capitalismo funciona en Bolivia con “valores”, de rasgos
andinos, como el “ayni”.[5]
Este funcionamiento da lugar a la re-configuración, en las clases sociales,
entre los aymaras y quechuas, entre los kollas.
Se
podría decir que entre los kollas se percibe una vocación hegemónica en tanto
actores que articulan el espacio, pero a la vez despliegan sus acciones culturales
involucrando a los “otros”. Es decir que los aymaras y quechuas, en su
despliegue económico, no expresan algún afán separatista o algún intento de formar
un proyecto al margen de los otros, sean las minorías étnicas nombradas como
“indígenas de tierras bajas” o las minorías étnicas “blancoides”. Por el contrario,
vemos como el núcleo articulador de lo nacional en Bolivia son los andinos del
altiplano boliviano, quienes han ocupado todo el país. Ellos articulan económicamente
el país, a la vez que le dan contenido “nacional” con sus diversas expresiones
culturales, como las Alasitas, la ch’alla, morendadas, diabladas, caporales y
Todos los Santos. Este fenómeno va a tomar ribetes políticos en la medida
que haya una confrontación de intereses entre las viejas elites y la emergente
“burguesía comercial indígena”, y la referencia espacial en la vida de los
kollas se politizará como territorio.
Este
tipo de reterritorialización puede tener también otras implicaciones, como el
hecho de que los “indígenas ricos”, en tanto clase social burguesa en
formación, entren en relaciones con la burguesía “blanca” de Santa Cruz para
ampliar la frontera agrícola, por ejemplo. Es decir, a pesar de que entre estos
dos grupos existen diferencias étnicas, los aspectos económicos de clase los
están acercando cada vez más; aunque también, como ya se dijo, cabe la posibilidad
de una disputa. Por otra parte, la reterritorialización que se vive en Bolivia conlleva
una posible confrontación con otras minorías de “indígenas de tierras bajas”.
Por consiguiente, una política de Estado seria no puede ignorar estas nuevas
dinámicas.
Los
problemas implicados en la “reconfiguración nacional” de los espacios físicos
en Bolivia no son motivo de debate o análisis en ningún foro, salvo escasas excepciones.
En esto incide mucho la patética imagen del indígena como ser virginal, sin las
supuestas manchas ni pecados occidentales. Con tal forma de ver (mejor sería
decir, de cerrar los ojos), los proyectos pachamamistas quedan en papel o
abandonados a las buenas intenciones del algunos despistados, mientras las
diferencias de clase crecen entre los “indígenas”. Dada esta confusa situación
social no debería extrañar que pueda emerger una derecha aymara o una izquierda
del mismo origen, no obstante, entre estas distintas expresiones políticas, las
luchas serían fundamentalmente de clase, pues lo que está pasando con lo nacional
en Bolivia es que los problemas étnicos se están convirtiendo cada vez más explícitamente
en problemas de clase. Básicamente, la derecha ya no sería identificada como
“blanca” y la izquierda ya no sería dirigida por “blancos”. Parece ser que en
Bolivia se están dando hoy las condiciones sociales para que estos polos
políticos sean la expresión ya no tanto de diferencias étnicas (blancos-ricos/indígenas-pobres),
sino de clase: “indios contra indios” o blancos-ricos contra indios-ricos. No
faltarán quienes crean que lo que está pasando en Bolivia revela que los
aymaras y quechuas se han alienado o que algunos de ellos ya no “son indígenas”
porque no respetan su cultura por haberse vuelto capitalistas. Pero tales
creencias solo reflejan la patética situación en que se encuentran quienes
dicen “saber qué es y no es el indígena”. Lo
cierto es que los cambios que se están dando en Bolivia, en las estructuras de
clase y en las “estructuras étnicas”, son un reto a encarar, pues son parte de
las condiciones de lucha contemporánea y desmitifican aquello que se ha
promovido por el gobierno como “indígena”.
Nota: el presente artículo es una versión
ligeramente corregida del que fue publicado en el libro Bolivia en el siglo XXI. Trayectorias históricas y proyecciones
políticas, económicas y socioculturales, el cual fue complicado y editado
por Nelson González Ortega, profesor de la Universidad de Oslo, Noruega (a
quien agradezco la invitación para aportar con un escrito en esa publicación).
El mencionado texto, además, tiene una edición boliviana que fue publicada por Plural Editores en 2017.
Referencias
Arandia, John
(2016) Red Uno, Canal de televisión de Bolivia.
Choquehuanca,
David (2010). Entrevista. Balance y perspectivas. Intelectuales
en el primer gobierno de Evo Morales.
La Paz: Ediciones Le Monde Diplomatique (Bolivia), p. 227.
Gutiérrez, Moisés
(2012). “El suma qamaña como concepto funcional al poder colonial”, periódico Pukara,
núm. 70, p. 5.
Reinaga,
Fausto (2006). Tesis India.
La Paz: WA-GUI, p. 11.
Untoja,
Fernando (2011). “Ayllu, Mercader y Capitalismo”. Periódico
Ayra, núm. 134 (agosto),
p. 4.
Zizek, Slavoj
(2011). “Capitalismo con valores asiáticos… en Europa”. ¡Bienvenidos
a tiempos
interesantes! La
Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, p. 41.
[1]
El peruano Guillermo Carnero Hoke, basado en Rafael Girad, es quien ha
inspirado esta idea. Este influyente y desconocido personaje decía: “El indio
es la reserva moral de nuestro tiempo” (Carnero Hoke, Fausto Reinaga, 2006:
11). Carnero fue un personaje muy importante en la producción discursiva
referida a los “indios” y sus ideas circulan hoy sin que él sea mencionado,
como sucede con su idea de que los “indígenas son la reserva moral del mundo”.
Se puede considerar a Carnero Hoke como el mayor exponente del pachamamismo.
[2]
Recuerdo que en el canal de televisión Red Uno, el presentador John Arandia (que
hace poco se presentó como candidato a Defensor del Pueblo), quien por entonces
trabajaba en ese medio, al momento de presentar un informe televisivo hecho en Santa
Cruz y en el que se podía observar cómo varias personas agredían violentamente
a un “indígena”, se refería a este hecho como “enfrentamiento”. El
enfrentamiento supone partes enfrentadas, es decir, que se trataría de
una situación en la que las partes involucradas entran en acción una contra la
otra y viceversa. Sin embargo, en la nota que menciono, no se veía al agredido
defenderse, sino que tenía una actitud pasiva y soportaba como podía los golpes
que recibía. Llamar a eso “enfrentamiento” o es una muestra de la mediocridad
del presentador o de su complicidad con esos hechos, pues él trataba de
encubrirlos en el lenguaje en el que presentó las agresiones racistas.
[3]
Recuérdese la marcha por el TIPNIS.
[4] Cabe
resaltar que fue Fernando Untoja quien vio y apuntó sus análisis a la
importancia de los fenómenos que acá tratamos. Para él, estamos viviendo la
“metamorfosis del Ayllu”. Con todo y la lucidez de Untoja a este respecto,
mucho de su lectura tiene sesgos postmodernos.
[5] Ayni es
una práctica aymara que implica la ayuda mutua.
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