jueves, 7 de junio de 2018

En mis pasos por Perú


Carlos Macusaya Cruz


Hace una par de días tuve la oportunidad de conocer un poco de Lima, Perú. La ocasión me llevó a pensar en varios aspectos que pude percibir las veces que había pasado, en mis tiempos “internacionales” (no tan lejanos) de activista, por varios lugares del sur peruano, como Puno, Tacna, Cusco, Arequipa e incluso Abancay. Cómo que me puse a halar conmigo mismo y decidí escribirlo. Por ello, en esta ocasión, quiero compartir algunas observaciones e ideas que me han dado vueltas por la cabeza durante mi paso por Lima (también por Junín), las que se fueron alimentando de las charlas que tuve con varias personas que conocí en las distintas actividades en las que participé.

No puedo decir todo ni recordar todo, así que solo me detendré en algunos aspectos y por lo mismo dejaré muchos otros sin mencionar. Entre lo dejado se quedan anécdotas de todo tipo y experiencias muy productivas, además de vivencias en las que pude ver gran cariño por esas tierras.

Los “secretos” de mis viajes

Empecé a viajar al sur de Perú desde el 2008 me parece, asistiendo por un par de años a distintos eventos referidos a “movimientos indígenas” en el sur de ese país. No me fue muy difícil llegar a esas actividades: tomaba un microbús o un minibús cerca del Cementerio General de La Paz hacia Desaguadero, la frontera con Perú. Los pasajes estaban entre 10 a 15 bolivianos y los trámites en Migraciones Bolivia costaban, al principio de mis viajes, 10 bs aunque luego subieron a 15 y ahora creo que están por los 17 bs. Desde el lado peruano de Desaguadero hasta la ciudad de Puno había transporte desde 6 soles (como 12 a 15 bs) y ese es el que yo solía tomar por ser bastante económico. Desde Puno a Cusco, por ejemplo, se podía encontrar pasajes desde 18 soles, como 45 bs.

En general, si uno no toma los servicios de transporte turístico, que son muy costosos, puede encontrar otras opciones bastante accesibles económicamente hacia el sur peruano y este tipo de servicios fueron los que yo use. Asimismo, el tema del transporte solía cubrirlo con varios materiales (generalmente libros, como aprendí en la Plaza de Los Héroes, y algunas artesanías) que siempre llevaba conmigo para sostener mis viajes. Por otra parte, en la mayoría de esos eventos se brindaba “hospedaje comunitario” así que uno podía “acomodarse en un rinconcito” con una bolsa de dormir; pero además, se brindaba alimentación en los días de la actividad. Estos aspectos, como podrán suponer, bajaban los costos de los viajes y los hacían más accesible aún.

Pero además, nuca faltaban las personas que muy amablemente le ofrecían a uno quedarse en su casa. También en ello jugaba el hecho de que uno venia de Bolivia y en esos eventos, el proceso boliviano era la máxima referencia por lo que tener a alguien de ese país era algo que se valoraba mucho. En cierto sentido, uno se veía favorecido por esa situación aunque cabe señalar que quienes recibían los tratos más privilegiados eran los miembros de alguna organización boliviana vinculada al MAS (CSUTCB, CONAMAQ, “Bartolinas”, etc.). Pero no puedo quejarme, siempre encontré brazos abiertos en el sur peruano y recuerdo eso con mucha alegría, realmente me sentí querido por esas tierras.

Me viene a la mente una anécdota: en Cusco, a principios del 2009 (febrero o marzo), un amigo que era parte de la organización de un evento en el cual estaba yo presente, me dijo algo que grafica un poco mi paso por ese tipo de actividades. Sus palabras fueron: “Tú, Carlos, dices cosas más interesantes que los dirigentes de Bolivia que invitamos; además, haces despertar al público”. Por entonces yo era un tipo que venía del activismo en plazas y tenía un discurso incendiario antes que analítico pero me sentí muy orgulloso al escuchar esas palabras. Sin embargo, el mismo amigo, sin proponérselo, me hizo pisar tierra: “los dirigentes de Bolivia nos piden pasajes en avión y buenos hoteles, en cambio tú no, por eso te invitamos”. Ósea que yo les salía más barato pues no pedía hoteles y mis pasajes los cubriría con lo que vendía (aunque también hubo una que otra ocasión en la que se me pagó los pasajes, pero fueron casos muy excepcionales). Cuando recuerdo que me dijeron eso río mucho.


De la efervescencia política al culturalismo pachamamista

Lo primero que me llamó la atención en estos eventos, en los primeros a los que asistí en Puno y Tacna, fue la marcada influencia del discurso de Felipe Quispe sobre la identidad aymara. Además, tenían una gran concurrencia, llenado los distintos locales en los que se realizaban e incluso había mucha gente que quedaba fuera. Empero, con el pasar del tiempo, la influencia que más noté ya no era la de Felipe Quispe sino la de David Choquehuanca y ello marcaba un cambio muy significativo: se había pasado de la efervescencia política en la que las discusiones perfilaban problemáticas organizacionales y cuestionamientos al Estado peruano (y al discurso que había propalado para legitimar su existencia) a una cantaleta sobre la “diferencia cultural” acompañada indefectiblemente de rituales cada vez más exóticos. Si bien la figura central de exportación de Bolivia ha sido (como hoy) Evo Morales, era David Choquehuanca quien tenía el “discurso auténtico” para muchos activistas del sur peruano. La tragedia fue que se pasó de Felipe Quispe a Choquehuanca, por decirlo de alguna manera.

Recuerdo que al primer evento al que fui se realizó en Acora, una población cercana a la ciudad de Puno, y en esa ocasión escuché a jóvenes principalmente –que con el tiempo asistieron cada vez en menor cantidad a este tipo de actividades– expresar su orgullo por ser aymaras, además de señalar la necesidad de organizarse políticamente y encarar un proceso de lucha. Para mí era emocionante pero eso duro poco pues el “choquehuanquismo” se fue imponiendo, me parece, gracias a la imagen de exportación que se vendía desde Bolivia y que era recibida con mucho entusiasmo por varios activistas en Perú.

En esa situación, los rituales fueron el espacio para expresar el “ser” de los indígenas. En una ocasión me dirigí a un pueblo del norte del lago Titicaca (en el lado peruano) junto a varias personas y asistimos a un evento que, con la muy recurrente idea de que las raíces están intactas en las comunidades, fue inaugurado mediante una ceremonia dirigida por algunas personas que eran consideradas amautas y que vivían en la ciudad de Puno; mientras eso pasaba, las personas de pueblo miraban extrañados y de lejos el ritual (no participaban de él), además de hacer algunos gestos de mofa y hablarse al oído en medio de risas. Era evidente que se trataba de un ritual ajeno a los pobladores de esa comunidad pero que se lo realizaba en nombre de ellos.

En varias ocasiones y lugares fue triste para mí cuando me tocaba hablar con algunas personas que estaban muy afanadas en saber cómo eran “los rituales que habían llevado al poder a los indígenas en Bolivia”. Uno trababa de hablar sobre los procesos de lucha, las movilizaciones, la crisis política y económica que dieron lugar a la emergencia del “indio” pero no a muchos les interesaba esos temas sino que estaban buscando “rituales mágicos” antes que experiencias de lucha (Claro que también habían personas con perspicacia política y muy lucidas). Desde Bolivia se exportaban imágenes con indígenas haciendo rituales para todo y para nada y ello era asumido como lo “auténticamente indígena” y a la vez como el camino para “descolonizarnos” en el sur peruano (como en  otras partes del continente). Empero, para mí era una forma muy efectiva de distraer a los indígenas, era una forma de esterilizar y anular los potenciales de lucha. Esto explica en cierta medida que me haya dedicado mucho a atacar visceralmente al pachamamismo (vi sus efectos tanto en Bolivia como fuera del país: en Perú, Argentina y Chile).

Para desgastar: debates inútiles entre inútiles

De estos viajes recuerdo como con náuseas los estridentes debates entre algunos personajes que se las daban de “sabios” e “incas”, quienes solían acaparar la atención de los participantes en estos eventos por su retórica sobre el Tawantinsuyu y por su vestimenta “ancestral”. Sus discusiones giraban en torno a, por ejemplo, la legitimidad de cada uno de ellos por descender de tal o cual panaca, la “correcta y verdadera” forma de saludar al sol, el gesto apropiado para hacer este o aquel ritual, entre otras tantas estupideces (los casos más patéticos los vi en Cusco). Mucho del tiempo de las actividades se iban en estas “brillantes discusiones” y el público que empezaba con mucha atención terminaba cansado y sin concretar nada.

Algo de esta experiencia que me fue dando vueltas en la cabeza, muy en especial desde que fui a Cusco después de un tiempo el año 2016, tiene que ver con que en las primeras actividades a las que asistí estaban repletas, llenas de asistentes y cuyo entusiasmo se dejaba sentir, aunque los “sabios” inútiles y sus debates solían desgastar estas actividades. Pero con el pasar del tiempo, los eventos se hacían cada vez menos concurridos. Siendo franco, la falta de asistentes me hizo dejar los viajes pues ya no podía cubrir los costos, no tenía a quienes vender mis materiales. Pero quienes no dejaban de asistir a esos eventos eran los “sabios” e “incas”, quienes continuaban con sus discusiones, que cada vez se hacían más y más ridículas.

Para mí fue llamativo que las personas que antes llenaban los eventos y que tenían mucha expectativa de lo que se podía hacer para confrontar sus problemas concretos (pude conversar con muchas personas que me hablaban de esos problemas) ya no asistieran pero quienes se la pasaban discutiendo sobre cosas inútiles seguían acaparando estos espacios. La gente que tenía voluntad política por concretar algo fue abandonando estas iniciativas y quienes se la pasaron de espaldas a esas personas y a sus problemas seguían machacando con sus estupideces: debates inútiles entre inútiles. De hecho se puede decir que no solo jugaron un papel distractivo sino que se encargaron (consciente o inconscientemente, no lo sé) de evitar que algo serio llegue a concretarse en esas actividades. Ese fue su rol en los hechos.

Me viene a la mente un evento en una pueblo cerca de Puno en el que tres personas (“sabios andinos”) se la pasaban sacándose fotos saludando al sol o haciendo poses bastante exóticas mientras varias mujeres, a pocos metros, estaban cocinando. Estos "sabios" luego se la pasaban discutiendo con otros “sabios” sobre la complementariedad entre hombres y mujeres en la civilización andina. Lo más chistoso y patético era que luego esas fotos, publicadas en facebook, recibían comentarios halagadores para quienes ahí aparecían. Les decían que eran “guardianes de la sabiduría de nuestros abuelos” y cosas así. Muchos de los que comentaban eran de otros países, como Argentina o Chile (muchos de quienes comentaban también eran parte de mis contactos en esa red).

Contra la sagrada burocracia académica del indigenismo

Otra cosa que me llamó la atención en Perú, en relación a mi experiencia con el indianismo, fue que los activistas “indígenas” de ese país tomaban muy gustosamente la retórica de los indigenistas peruanos y, en general, la imagen turística que el Estado del Perú forjó para venderse al mundo. No pasaba como con los indianistas en Bolivia, que habían denunciado ácidamente al indigenismo y la imagen del indio usada por el Estado boliviano.

En Perú hay una gran producción indigenista sobre lo que fue el Tawantinsuyu y ese material a nutrido el discurso de los “movimientos indígenas” en ese país. La glorificación del pasado inca es parte del discurso indigenista del Estado y de los “movimientos indígenas” peruanos (de muchos de ellos por lo menos) y en ese sentido no hay una confrontación como pasó en Bolivia desde el indianismo contra el  indigenismo.

Incluso hay una especie de feudalidad académica en torno a los “indígenas”. Se trata de los autores que se la pasan diciendo que fueron o no los incas y lo grandioso de su cultura. Es decir, son personajes que idealizan el pasado y glorifican a los incas pero se olvidan, muy convenientemente, de la situación contemporánea de los “indígenas”. Por las conversaciones que tuve con algunas personas en Lima me quedó claro que estos autores indigenistas, con aires de grandeza y casi endiosados, forman grupos en los que se autoriza o no lo que se debe decir de los “indígenas”. Quienes no se subordinan a ellos, quienes no los citan pues tienen las puertas cerradas en la “academia indigenista”.

Es muy problemático para mí que los activistas en Perú tomen a los indigenistas sin considerar el papel político venenoso de su producción: exaltar el pasado para olvidarse del presente. Como suelo decir, no creo que en la “primavera árabe” los egipcios hayan estado muy preocupados en glorificar a los faraones sino en confrontar su situación contemporánea. Creo que aún hace falta una postura radicalmente critica desde Perú contra el indigenismo peruano.

Nuevos actores, retos y desafíos

Tengo que confesar que mientras exponía en mi primera participación en Lima me llamó la atención muy gratamente como algunas de las cosas que decía eran recibidas con cierto entusiasmo por varios jóvenes. De hecho, me dio la impresión de decir coas que ellos también las dirían o que las estaban pensando. Como que “sintonicé” con ellos. Pero, más importante que eso, fue el hecho de conversar con varios jóvenes que estaban en distintas iniciativas que buscaban proyectar un trabajo que podría considerar, desde mi experiencia en Bolivia, como indianista y katarista en un sentido inicial y prometedor a la vez.

En mis distintos viajes al sur del Perú, vi que los jóvenes iban “desapareciendo” gradualmente de las actividades. Una agrupación que recuerdo por el gran dinamismo de sus miembros (amigos entrañables) es el Movimiento Thunupa, el cual se formó y trabajó en Tacna (también recuerdo un grupo en Abancay). Lamentablemente no fueron muchos los grupos de jóvenes que conocí y por lo general quienes dirigían y participaban en las actividades a las que asistí eran adultos. Por ello me fue grato ser invitado recientemente a Lima por un grupo de jóvenes (Hwan Yunpa), quienes además perfilan un trabajo que puede llegar a marcar diferencia con otras generaciones, forjando referentes que guíen un proceso de reflexión y de lucha. Algo similar se puede señalar de otro grupo que conocí en la Universidad Nacional de San Marcos. Pero me atrevo a decir que estos jóvenes son una muestra simplemente de una nueva generación (incuantificable) que se está problematizando su situación y su papel en Perú. Sus logros, sus fracasos, sus esfuerzos y utopías, se podrán discutir mediante su trabajo.

No soy quien para decirles que hacer pero me atrevo a señalar algunas ideas a modo de sugerencias y esperando les puedan ser un poco útiles y que podrían ser consideradas como retos o desafíos:

1. Desenmascarar el papel político colonial del indigenismo poniendo atención en las problemáticas contemporáneas en contraposición a la idealización que se ha hecho del pasado incaico.

2. Romper con la idea de que los “asuntos indígenas” son cosas del área rural y en la que los citadinos no tiene nada que ver. Para ello, y de forma complementaria, sería útil poner el acento en el papel que los migrantes “indios” han tenido y tienen en la formación de las urbes.

3. Trabajar en la formación de un sentido común en la que las ideas oficiales sobre los “indígenas” sean combatidas a la vez de ir posicionando otros referentes simbólicos. El empleo de los medios digitales con creatividad puede ser de mucha ayuda en esto.

4. Establecer vínculos con otros grupos e instituciones. Se trata de formar alianzas en función de determinados objetivos. Trabajar aislados, por muy valiente que eso sea, lleva a que un proyecto se desgaste rápidamente.

Me vienen a la mente muchas ideas y creo que me la pasaría escribiendo más sobre todo esto, pero mejor lo dejo acá.



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