Carlos Macusaya
Cruz
Hace una par de días tuve la
oportunidad de conocer un poco de Lima, Perú. La ocasión me llevó a pensar en
varios aspectos que pude percibir las veces que había pasado, en mis tiempos
“internacionales” (no tan lejanos) de activista, por varios lugares del sur peruano,
como Puno, Tacna, Cusco, Arequipa e incluso Abancay. Cómo que me puse a halar
conmigo mismo y decidí escribirlo. Por ello, en esta ocasión, quiero
compartir algunas observaciones e ideas que me han dado vueltas por la cabeza
durante mi paso por Lima (también por Junín), las que se fueron alimentando de
las charlas que tuve con varias personas que conocí en las distintas actividades
en las que participé.
No puedo decir todo ni recordar
todo, así que solo me detendré en algunos aspectos y por lo mismo dejaré muchos
otros sin mencionar. Entre lo dejado se quedan anécdotas de todo tipo y experiencias muy
productivas, además de vivencias en las que pude ver gran cariño por esas tierras.
Los
“secretos” de mis viajes
Empecé a viajar al sur de Perú
desde el 2008 me parece, asistiendo por un par de años a distintos eventos
referidos a “movimientos indígenas” en el sur de ese país. No me fue muy
difícil llegar a esas actividades: tomaba un microbús o un minibús cerca del
Cementerio General de La Paz hacia Desaguadero, la frontera con Perú. Los
pasajes estaban entre 10 a 15 bolivianos y los trámites en Migraciones Bolivia
costaban, al principio de mis viajes, 10 bs aunque luego subieron a 15 y ahora
creo que están por los 17 bs. Desde el lado peruano de Desaguadero hasta la ciudad de Puno
había transporte desde 6 soles (como 12 a 15 bs) y ese es el que yo solía tomar
por ser bastante económico. Desde Puno a Cusco, por ejemplo, se podía encontrar
pasajes desde 18 soles, como 45 bs.
En general, si uno no toma los
servicios de transporte turístico, que son muy costosos, puede encontrar otras
opciones bastante accesibles económicamente hacia el sur peruano y este tipo de
servicios fueron los que yo use. Asimismo, el tema del transporte solía
cubrirlo con varios materiales (generalmente libros, como aprendí en la Plaza
de Los Héroes, y algunas artesanías) que siempre llevaba conmigo para sostener
mis viajes. Por otra parte, en la mayoría de esos eventos se brindaba
“hospedaje comunitario” así que uno podía “acomodarse en un rinconcito” con una
bolsa de dormir; pero además, se brindaba alimentación en los días de la actividad.
Estos aspectos, como podrán suponer, bajaban los costos de los viajes y los hacían
más accesible aún.
Pero además, nuca faltaban las
personas que muy amablemente le ofrecían a uno quedarse en su casa. También en
ello jugaba el hecho de que uno venia de Bolivia y en esos eventos, el proceso
boliviano era la máxima referencia por lo que tener a alguien de ese país era
algo que se valoraba mucho. En cierto sentido, uno se veía favorecido por esa
situación aunque cabe señalar que quienes recibían los tratos más privilegiados
eran los miembros de alguna organización boliviana vinculada al MAS (CSUTCB,
CONAMAQ, “Bartolinas”, etc.). Pero no puedo quejarme, siempre encontré brazos
abiertos en el sur peruano y recuerdo eso con mucha alegría, realmente me sentí
querido por esas tierras.
Me viene a la mente una anécdota:
en Cusco, a principios del 2009 (febrero o marzo), un amigo que era parte de la
organización de un evento en el cual estaba yo presente, me dijo algo que
grafica un poco mi paso por ese tipo de actividades. Sus palabras
fueron: “Tú, Carlos, dices cosas más interesantes que los dirigentes de Bolivia
que invitamos; además, haces despertar al público”. Por entonces yo era un tipo
que venía del activismo en plazas y tenía un discurso incendiario antes que
analítico pero me sentí muy orgulloso al escuchar esas palabras. Sin embargo,
el mismo amigo, sin proponérselo, me hizo pisar tierra: “los dirigentes de
Bolivia nos piden pasajes en avión y buenos hoteles, en cambio tú no, por eso
te invitamos”. Ósea que yo les salía más barato pues no pedía hoteles y mis
pasajes los cubriría con lo que vendía (aunque también hubo una que otra
ocasión en la que se me pagó los pasajes, pero fueron casos muy excepcionales).
Cuando recuerdo que me dijeron eso río mucho.
De la
efervescencia política al culturalismo pachamamista
Lo primero que me llamó la
atención en estos eventos, en los primeros a los que asistí en Puno y Tacna,
fue la marcada influencia del discurso de Felipe Quispe sobre la identidad
aymara. Además, tenían una gran concurrencia, llenado los distintos locales en
los que se realizaban e incluso había mucha gente que quedaba fuera. Empero, con
el pasar del tiempo, la influencia que más noté ya no era la de Felipe Quispe
sino la de David Choquehuanca y ello marcaba un cambio muy significativo: se
había pasado de la efervescencia política en la que las discusiones perfilaban
problemáticas organizacionales y cuestionamientos al Estado peruano (y al
discurso que había propalado para legitimar su existencia) a una cantaleta
sobre la “diferencia cultural” acompañada indefectiblemente de rituales cada
vez más exóticos. Si bien la figura central de exportación de Bolivia ha sido (como hoy) Evo
Morales, era David Choquehuanca quien tenía el “discurso auténtico” para muchos
activistas del sur peruano. La tragedia fue que se pasó de Felipe Quispe a
Choquehuanca, por decirlo de alguna manera.
Recuerdo que al primer evento al
que fui se realizó en Acora, una población cercana a la ciudad de Puno, y en
esa ocasión escuché a jóvenes principalmente –que con el tiempo asistieron cada
vez en menor cantidad a este tipo de actividades– expresar su orgullo por ser
aymaras, además de señalar la necesidad de organizarse políticamente y encarar
un proceso de lucha. Para mí era emocionante pero eso duro poco pues el
“choquehuanquismo” se fue imponiendo, me parece, gracias a la imagen de
exportación que se vendía desde Bolivia y que era recibida con mucho entusiasmo
por varios activistas en Perú.
En esa situación, los rituales
fueron el espacio para expresar el “ser” de los indígenas. En una ocasión me
dirigí a un pueblo del norte del lago Titicaca (en el lado peruano) junto a
varias personas y asistimos a un evento que, con la muy recurrente idea de que
las raíces están intactas en las comunidades, fue inaugurado mediante una ceremonia
dirigida por algunas personas que eran consideradas amautas y que vivían en la
ciudad de Puno; mientras eso pasaba, las personas de pueblo miraban extrañados
y de lejos el ritual (no participaban de él), además de hacer algunos gestos de
mofa y hablarse al oído en medio de risas. Era evidente que se trataba de un
ritual ajeno a los pobladores de esa comunidad pero que se lo realizaba en
nombre de ellos.
En varias ocasiones y lugares fue
triste para mí cuando me tocaba hablar con algunas personas que estaban muy
afanadas en saber cómo eran “los rituales que habían llevado al poder a los
indígenas en Bolivia”. Uno trababa de hablar sobre los procesos de lucha, las
movilizaciones, la crisis política y económica que dieron lugar a la emergencia
del “indio” pero no a muchos les interesaba esos temas sino que estaban
buscando “rituales mágicos” antes que experiencias de lucha (Claro que también habían
personas con perspicacia política y muy lucidas). Desde Bolivia se exportaban
imágenes con indígenas haciendo rituales para todo y para nada y ello era
asumido como lo “auténticamente indígena” y a la vez como el camino para
“descolonizarnos” en el sur peruano (como en
otras partes del continente). Empero, para mí era una forma muy efectiva
de distraer a los indígenas, era una forma de esterilizar y anular los potenciales
de lucha. Esto explica en cierta medida que me haya dedicado mucho a atacar
visceralmente al pachamamismo (vi sus efectos tanto en Bolivia como fuera del
país: en Perú, Argentina y Chile).
Para
desgastar: debates inútiles entre inútiles
De estos viajes recuerdo como con
náuseas los estridentes debates entre algunos personajes que se las daban de
“sabios” e “incas”, quienes solían acaparar la atención de los participantes en
estos eventos por su retórica sobre el Tawantinsuyu y por su vestimenta “ancestral”.
Sus discusiones giraban en torno a, por ejemplo, la legitimidad de cada uno de
ellos por descender de tal o cual panaca, la “correcta y verdadera” forma de
saludar al sol, el gesto apropiado para hacer este o aquel ritual, entre otras
tantas estupideces (los casos más patéticos los vi en Cusco). Mucho del tiempo
de las actividades se iban en estas “brillantes discusiones” y el público que
empezaba con mucha atención terminaba cansado y sin concretar nada.
Algo de esta experiencia que me
fue dando vueltas en la cabeza, muy en especial desde que fui a Cusco después
de un tiempo el año 2016, tiene que ver con que en las primeras actividades a las que asistí estaban
repletas, llenas de asistentes y cuyo entusiasmo se dejaba sentir, aunque los
“sabios” inútiles y sus debates solían desgastar estas actividades. Pero con el
pasar del tiempo, los eventos se hacían cada vez menos concurridos. Siendo
franco, la falta de asistentes me hizo dejar los viajes pues ya no podía cubrir
los costos, no tenía a quienes vender mis materiales. Pero quienes no dejaban
de asistir a esos eventos eran los “sabios” e “incas”, quienes continuaban con
sus discusiones, que cada vez se hacían más y más ridículas.
Para mí fue llamativo que las
personas que antes llenaban los eventos y que tenían mucha expectativa de lo
que se podía hacer para confrontar sus problemas concretos (pude conversar con
muchas personas que me hablaban de esos problemas) ya no asistieran pero
quienes se la pasaban discutiendo sobre cosas inútiles seguían acaparando estos
espacios. La gente que tenía voluntad política por concretar algo fue
abandonando estas iniciativas y quienes se la pasaron de espaldas a esas
personas y a sus problemas seguían machacando con sus estupideces: debates inútiles
entre inútiles. De hecho se puede decir que no solo jugaron un papel
distractivo sino que se encargaron (consciente o inconscientemente, no lo sé) de
evitar que algo serio llegue a concretarse en esas actividades. Ese fue su rol
en los hechos.
Me viene a la mente un evento en
una pueblo cerca de Puno en el que tres personas (“sabios andinos”) se la
pasaban sacándose fotos saludando al sol o haciendo poses bastante exóticas
mientras varias mujeres, a pocos metros, estaban cocinando. Estos "sabios" luego
se la pasaban discutiendo con otros “sabios” sobre la complementariedad entre
hombres y mujeres en la civilización andina. Lo más chistoso y patético era que
luego esas fotos, publicadas en facebook, recibían comentarios halagadores para
quienes ahí aparecían. Les decían que eran “guardianes de la sabiduría de nuestros
abuelos” y cosas así. Muchos de los que comentaban eran de otros países, como Argentina
o Chile (muchos de quienes comentaban también eran parte de mis contactos en
esa red).
Contra la
sagrada burocracia académica del indigenismo
Otra cosa que me llamó la atención
en Perú, en relación a mi experiencia con el indianismo, fue que los activistas
“indígenas” de ese país tomaban muy gustosamente la retórica de los
indigenistas peruanos y, en general, la imagen turística que el Estado del Perú forjó
para venderse al mundo. No pasaba como con los indianistas en Bolivia, que habían denunciado
ácidamente al indigenismo y la imagen del indio usada por el Estado boliviano.
En Perú hay una gran producción indigenista
sobre lo que fue el Tawantinsuyu y ese material a nutrido el discurso de los “movimientos
indígenas” en ese país. La glorificación del pasado inca es parte del discurso
indigenista del Estado y de los “movimientos indígenas” peruanos (de muchos de
ellos por lo menos) y en ese sentido no hay una confrontación como pasó en Bolivia desde el
indianismo contra el indigenismo.
Incluso hay una especie de feudalidad
académica en torno a los “indígenas”. Se trata de los autores que se la pasan diciendo
que fueron o no los incas y lo grandioso de su cultura. Es decir, son personajes
que idealizan el pasado y glorifican a los incas pero se olvidan, muy convenientemente,
de la situación contemporánea de los “indígenas”. Por las conversaciones que
tuve con algunas personas en Lima me quedó claro que estos autores indigenistas,
con aires de grandeza y casi endiosados, forman grupos en los que se autoriza o
no lo que se debe decir de los “indígenas”. Quienes no se subordinan a ellos,
quienes no los citan pues tienen las puertas cerradas en la “academia indigenista”.
Es muy problemático para mí que
los activistas en Perú tomen a los indigenistas sin considerar el papel político
venenoso de su producción: exaltar el pasado para olvidarse del presente. Como
suelo decir, no creo que en la “primavera árabe” los egipcios hayan estado muy
preocupados en glorificar a los faraones sino en confrontar su situación contemporánea.
Creo que aún hace falta una postura radicalmente critica desde Perú contra el indigenismo peruano.
Nuevos
actores, retos y desafíos
Tengo que confesar que mientras
exponía en mi primera participación en Lima me llamó la atención muy gratamente
como algunas de las cosas que decía eran recibidas con cierto entusiasmo por
varios jóvenes. De hecho, me dio la impresión de decir coas que ellos también
las dirían o que las estaban pensando. Como que “sintonicé” con ellos. Pero,
más importante que eso, fue el hecho de conversar con varios jóvenes que
estaban en distintas iniciativas que buscaban proyectar un trabajo que podría
considerar, desde mi experiencia en Bolivia, como indianista y katarista en un
sentido inicial y prometedor a la vez.
En mis distintos viajes al sur
del Perú, vi que los jóvenes iban “desapareciendo” gradualmente de las
actividades. Una agrupación que recuerdo por el gran dinamismo de sus miembros
(amigos entrañables) es el Movimiento Thunupa, el cual se formó y trabajó en
Tacna (también recuerdo un grupo en Abancay). Lamentablemente no fueron muchos
los grupos de jóvenes que conocí y por lo general quienes dirigían y
participaban en las actividades a las que asistí eran adultos. Por ello me fue
grato ser invitado recientemente a Lima por un grupo de jóvenes (Hwan Yunpa),
quienes además perfilan un trabajo que puede llegar a marcar diferencia con
otras generaciones, forjando referentes que guíen un proceso de reflexión y de
lucha. Algo similar se puede señalar de otro grupo que conocí en la Universidad
Nacional de San Marcos. Pero me atrevo a decir que estos jóvenes son una
muestra simplemente de una nueva generación (incuantificable) que se está
problematizando su situación y su papel en Perú. Sus logros, sus fracasos, sus
esfuerzos y utopías, se podrán discutir mediante su trabajo.
No soy quien para decirles que
hacer pero me atrevo a señalar algunas ideas a modo de sugerencias y esperando
les puedan ser un poco útiles y que podrían ser consideradas como retos o
desafíos:
1. Desenmascarar el papel
político colonial del indigenismo poniendo atención en las problemáticas
contemporáneas en contraposición a la idealización que se ha hecho del pasado
incaico.
2. Romper con la idea de que los
“asuntos indígenas” son cosas del área rural y en la que los citadinos no tiene
nada que ver. Para ello, y de forma complementaria, sería útil poner el acento
en el papel que los migrantes “indios” han tenido y tienen en la formación de
las urbes.
3. Trabajar en la formación de un
sentido común en la que las ideas oficiales sobre los “indígenas” sean combatidas
a la vez de ir posicionando otros referentes simbólicos. El empleo de los
medios digitales con creatividad puede ser de mucha ayuda en esto.
4. Establecer vínculos con otros
grupos e instituciones. Se trata de formar alianzas en función de determinados
objetivos. Trabajar aislados, por muy valiente que eso sea, lleva a que un
proyecto se desgaste rápidamente.
Me vienen a la mente muchas ideas y
creo que me la pasaría escribiendo más sobre todo esto, pero mejor lo dejo acá.
Carlos, ¿qué entiendes por "problemática contemporánea"?
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