lunes, 3 de octubre de 2016

La trampa del Estado plurinacional

 Por Carlos Macusaya


Profusos “eventos”, complejos e intensos a la vez, son los que han formado, por decirlo de algún modo, el “fondo histórico” que dio pie a lo que hoy conocemos como “proceso de cambio”. Y no me refiero únicamente a los hechos más o menos recientes, como por ejemplo: “el tercer cerco a La Paz” o “la guerra del agua”, ambos acaecidos el año 2000, sino a los procesos de dominación y resistencia que se dieron en estos cerca de 500 años de dominación colonial. Para decirlo de otro modo, hago alusión a la complexión y desenvolvimiento de una condición histórica, es decir de un algo que se funda en el pasado (la colonización) y que se extiende como condicionante del presente, y cuya prolongación se manifiesta como actualidad, de manera condensada, en la configuración de las relaciones de poder hecha orden institucional, hecha Estado. Se ha tratado de resolver este “fondo histórico” en su condensación política estatal en lo que se ha llamado “Estado Plurinacional”, que es la nominación central que se le da en la “carta magna” al Estado colonial.

El carácter Plurinacional del nuevo Estado es la “novedad teórica” que se contrapone al “Estado-nación” boliviano. Bolivia, como todos los Estados modernos capitalistas, se comprendió como unidad orgánica con una especificidad nacional: lo “blanco-mestizo” como meta de desarrollo y superación de lo “indio” arcaico que solo podía formar parte de lo boliviano en tanto folklore y esto desde “su” marginalidad con respecto a la “nación boliviana”. La realización de la nación boliviana a partir del Estado colonial pasaba forzosamente por la anulación de las naciones colonizadas. La afirmación de la bolivianidad, encarnada en los colonizados, era la negación del sí mismo que un otro imponía para la inclusión. Los incluidos para ser parte de la “nación boliviana”, dejaban de Ser para simplemente parecer. Dejaban de ser (aymaras o quechuas…) para parecer bolivianos, para parecer los campesinos de la aparente nación boliviana. El Estado colonial trató de legitimarse “produciendo” nación y para esto hizo del “indio” el objeto a nacionalizar. Es el Estado colonial boliviano que se impone contra las naciones colonizadas y en consecuencia impone las condiciones de inclusión,  aunque hoy se le llame plurinacional.

El “Estado-nación” boliviano que conocemos ha sido fundamentalmente un Estado contra las naciones colonizadas, pues no tiene relación “orgánica” con tales naciones: es un Estado colonial. Entre el Estado boliviano y las naciones colonizadas hay una relación fundada en la conquista hispana que es anterior a la constitución estatal boliviana y esta relación tiene un carácter ordenador: del espacio, de las percepciones, de los valores, de las diferencias económicas y los roles políticos, etc. Esta “anterioridad” se actualiza por una especie de metabolismo colonial a través del “Estado-injerto” y nos constituye hoy como “una” sociedad producto de la colonia, y por lo tanto es lo que da sentido al Estado boliviano al mismo tiempo que quita el sentido de las naciones colonizadas. Ante esto lo plurinacional se presenta como una aspiración a superar el carácter colonial del Estado, tratando de que la “diversidad societal” tenga correlato en este código de poder y esto mediante una operación de reconocimiento como ejercicio “descolonizador”.

Los pueblos colonizados son reconocidos y este reconocimiento lo hacen los “no indígenas”. Entre los que reconocen y los reconocidos el poder se manifiesta. Los “indígena originario campesinos” son reconocidos y este hecho se lo deben a otros. ¿Se impone el poder de unos ante la debilidad de los otros? ¿Es la resignación de los reconocidos ante el poder de los que reconocen?

El reconocimiento que se hace sobre los “indígena originario campesinos” parte de una relación de poder entre los “indígenas» y los «no indígenas” y esto es aceptado por los colonizados; unos y otros, en sus pretensiones descolonizadoras, se hacen cómplices de la reproducción del orden colonial. “Reconozco lo que eres en tanto no alteres ni afectes lo que soy”. El reconocimiento implica un límite que es dado por el que reconoce. Este límite marca la diferencia entre quienes deciden y quiénes no. Esta diferencia lleva el sello de la colonización y por lo tanto el reconocimiento como ejercicio de poder es la viva expresión de la actualidad de las relaciones de dominación colonial en el Estado Plurinacional.

El que reconoce, desde su posición, delimita al objeto reconocido y por lo tanto lo define: “indígena originario campesinos”. El reconocimiento que conlleva lo plurinacional se impone como dadiva de quien sabe lo que reconoce: “el indio es así”, “así es su cultura”, “su territorio es ese…”, etc. Por lo tanto se parte de la posición de los “no indígenas” para el reconocimiento de lo que es lo y el “indígena”. Ya sea en el espacio social o mental esto conlleva una delimitación entre lo que es y no es de los reconocidos. Así, el que reconoce impone lo que es el reconocido y éste ontológicamente es o se “realiza” como ser en función de lo que el otro quiere que sea. Por tanto, para que esto sea posible se requiere de la anuencia de los reconocidos. Estos asumen el papel que los otros les asignan: los seres exóticos. Esto se expresa en que los “indígenas” tienen una supuesta lógica que radicalmente sería diferente y por lo tanto el reconocimiento se hace con respecto a esta diferenciación radical. Esta radical diferencia encuentra su justificación en actos folklóricos que caen en groseras deformaciones como los “matrimonios con identidad”.

Las relaciones de poder que desde la colonia se establece en esta parte del mundo no varían en lo sustancial con el reconocimiento plurinacional. Con respecto a las naciones colonizadas, el reconocimiento es un acto que viene desde afuera y penetra en la subjetividad de los “indígena originario campesinos” con la estrategia del elogio y la adulación: “los indígenas son la reserva moral del mundo”. Seducir para aquietar la subversión de los “indios”. Ya no son inferiores sino tiene un algo que los hace superiores y por eso no pueden mancharse, por ejemplo, con la definición de la ley marco de autonomías o el ejercicio real de poder. El indígena como “sabio” que “habla con la naturaleza” es reconocido por que mientras habla con los “espíritus”, las decisiones terrenales se quedan como potestad de los que lo reconocen.

El “indígena” como colonizado, aspirando al reconocimiento, reconoce los límites que se le imponen y dentro de éstos se mueve haciendo shows, payaseando para justificar “su” diferencia. Atrapado dentro de los límites que se le asignan y asumiéndolos como propios, no va más allá, porque más allá es de los “occidentales”. Queda embutido, etiquetado y así pasa el control de calidad: ahora es un “buen salvaje”. Ya no molesta porque se encarga de hablar con los espíritus de la naturaleza para salvar al mundo y en esta labor, las relaciones interestatales o los problemas del mercado, por ejemplo, son secundarios y los “blancos” pueden encargarse de esas “pequeñeces”.


Entre los que reconocen y los reconocidos, la relación fundada en la violencia de la conquista sólo adquiere otra forma. Las tensiones parecen cesar y el reconocimiento por parte de quienes reconocen parece insinuar un sentimiento de culpa para con los “pobres indiecitos”. En tal situación, celebrar la diferencia y enarbolar la interculturalidad no son inocentes manifestaciones, sino formas de contener a la “indiada”. Se hace hincapié en la diferencias dejando de lado el por qué se constituyen éstas y en consecuencia se naturalizan las diferencias. Los “indígenas” se regocijan al escuchar elogios salidos de los labios de quienes antes les escupían insultos y en su desprecio por lo “occidental” (y por los “blancos”) caen fácilmente ante los coqueteos que la casta dominante les hace y los coqueteados terminan “aflojando”… El reconocimiento de la diversidad estructurada colonialmente es lo que enorgullece a los que reconocen y a los reconocidos. Así, lo plurinacional no se queda ni siquiera en las buenas intenciones, sino que encubre la dominación colonial.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en Pukara nº 60.

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