Carlos
Macusaya
El año 2003, meses
después del “impuestazo” (cuando se enfrentaron policías y militares en la
inmediaciones de la Plaza Murillo, ciudad de La Paz), se produjo un fenómeno
que fue bautizado como “la guerra del gas” y en el que las Fuerzas Armadas
masacraron a civiles, principalmente en la ciudad de El Alto, lo que culminó
con la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada. Por varios años, y en especial en el
“gobierno indígena”, se conmemoró esas jornadas y su resultado como una muestra
del valor y la rebeldía de la población alteña. En la ciudad de El Alto, como a
nivel nacional e internacional, se tomó como una marca de la identidad alteña
el haber tumbado a un presidente. Hoy, a más de una década, esa “gloria” parece
ser más un consuelo de tontos.
Es innegable que
“la guerra del gas” en todo este tiempo ha sido usada para halagar a los
alteños, para endulzarles el oído. Se les ha dicho que son “revolucionarios” y
que han cambiado la historia del país, que ellos han abierto “el proceso de
cambio” (lo que también se les dice a los cocaleros del Chapare o a quien haya
que echar flores según la circunstancia). Se ha contentado a una ciudad con
palabras bonitas y como cuando una persona que ha sido maltratada toda subida
la ciudadanía alteña recibió muy consentida esas palabras.
Más allá de los
halagos, es por demás evidente que la relevancia política de esta ciudad ha
sido y es mínima en el “proceso de cambio”. Ni en cargos ministeriales ni como
portavoces del gobierno resaltan figuras alteñas. Eso sí, los pútridos
dirigentes de las organizaciones sociales de esta ciudad han “vivido bien”
siendo los mediadores para movilizar “masas” a favor del MAS en distintas
oportunidades. Y es que es eso lo que ha sido esta ciudad para el gobierno: un
“montón” de fuerza movilizable, nunca se la ha tomado como epicentro de
dirección intelectual. Se ha tratado a los alteños como “fuerza bruta” que
puede ser arreada en tal o cual situación, en favor de otros que han pensado
cuando y porque tiene que movilizarse a la “alteñidad”.
Mientras en todos
estos años se han hecho una gran cantidad de homenajes a los caídos en la
guerra del gas, mientras a los alteños “se los ha embriagado” con el “glorioso”
recuerdo de tumbar a “Goni”, su vida ha transcurrido contemplando cándidamente
como las inversiones del gobierno se han concentrado en otros espacios, como el
Chapare o Santa Cruz, por ejemplo. Pero de nada sirve lamentarse por la forma
en que se ha instrumentalizado “la guerra del gas” y el cómo la ciudadanía
alteña ha sido embaucada. Habría que ver a esta ciudad en sus distintas
facetas.
En la
“revolucionaria” ciudad de El Alto, que al año siguiente de tumbar al
neoliberal “Goni” eligió como alcalde al neoliberal José Luis paredes (el
2004), se pueden ver facetas que diluyen las idílicas imágenes que se han
promovido para obnubilarla. Mientras la retórica comunitaria y anticapitalista
a nublado la realidad, en El Alto tenemos gremios ultra liberales que usan la
imagen del “Che” Guevara en sus pasacalles. Ello muestra que lo simbólico puede
ser un enmascaramiento y no solo en el gobierno.
Por otra parte, la
única universidad en Bolivia que surgió por luchas sociales, la UPEA, es un
espacio marginal y sin incidencia en la discusión teórica sobre el proceso que
se supone abrió la ciudad de El Alto. Incluso se puede decir que en muchos
aspectos la UPEA no solo es una “fotocopia” de las otras universidades
públicas, sino que las miserias de la UMSA, por ejemplo, como los “amarres”
entre dirigentes estudiantiles y docentes son no solo imitados sino hasta
superados. Aunque cabe señalar que entre esos problemas no faltan algunos
esfuerzos loables y muy aislados que tratan de darle otro rumbo a la UPEA.
Pero en El Alto, y
volcando la perspectiva, se puede encontrar a mucha gente que vive día a día
sin necesidad de “glorificar una derrota”, sino que lo hacen siendo creativos,
buscando la manera de hacer dinero para sostener a sus familias. Muchos de
ellos son jóvenes que se mueven de manera muy ágil en el “espacio informal” y
desde ahí van adquiriendo conocimientos prácticos sobre las tendencias en el
comercio, por ejemplo. Es en estas iniciativas donde no se encuentra la
atención de las políticas públicas ni de los famosos pero ineptos dirigentes.
Es ahí donde debe “atacar” el conocimiento que debería formase en la UPEA.
Incluso habría que dar un estatus institucional a las iniciativas de piratería
tecnológica que se da en pequeños talleres en El Alto.
El Alto debería
dejar de recordar “la guerra del gas” para solazarse ingenuamente y más bien
debería tomarlo de la manera más frían en función de lo que se ha logrado y lo
que no se ha logrado hasta ahora.
Los alteños
muestran gran capacidad en muchos ámbitos en los cuales ni las intuiciones
estatales, ni los dirigentes menos la universidad ponen su atención. Si los
alteños no afrontan sus problemas ¿quiénes o harán? Si los alteños no trabajan
sobre sus potenciales ¿quiénes lo harán?
Si algo recuerdo
bien de aquellos años no es solo que el MAS y Evo Morales no jugaron ningún
papel en la “guerra del gas”, sino que fundamentalmente me viene a la memoria
que los más activos fueron jóvenes aymaras. En el letargo en el que se ha
sumido El Alto toca a los jóvenes de ahora enfrentar o dar la espalda a los
desafíos que se les presenta, les toca asumir el papel de protagonistas para
que esta ciudad tenga el sitial que se merece luchando contra la
instrumentalización que hasta ahora vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario