Por: Pedro Portugal M.
“Entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni
mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos...” Fray Bartolomé de las Casas.
Hasta hace poco el 12 de
octubre se celebraba en Bolivia como «el día de la raza». En escuelas y
colegios los niños honraban actos cívicos donde se homenajeaba al “descubridor”.
Estampa típicamente colonial: los hijos de los conquistados rindiendo pleitesía
al iniciador de la sujeción de sus padres.
Algo ha cambiado. En Bolivia
pareciera que el 12 de octubre se lo festeja sólo en la Embajada de España y en
la residencia de algunos bolivianos, cuya vergüenza por su sangre mestiza es
inversamente proporcional a su jactancia de tener ascendencia extracontinental.
Las cosas han cambiado también a nivel internacional. La presión de los pueblos
ha hecho que los Estados disminuyan sus homenajes a Cristóbal Colón. Incluso en
espacios donde España aún mantiene opresión colonial, como las Islas Canarias,
se elevan voces de protesta. P. Luís Barrios, un guanche, interroga: ¿Cuál cree
usted que debe ser el sentir y la reacción de nuestros/as hermanos/as de las
comunidades originarias cada vez que se enfrentan a la realidad que tenemos un
día de fiesta nacional dedicado a un carnicero humano llamado Cristóbal Colón,
que hemos construido sus estatuas por todas partes y que le hemos hecho creer
al pueblo que él descubrió este Continente?
Sin embargo, el vacilante
silencio respecto al 12 de octubre encubre una falta de cuestionamiento oficial
sobre la naturaleza, alcances y consecuencias que esa aventura colonial inició
en nuestros territorios.
La ideología de la conquista
Es interesante constatar que
en su Diario Cristóbal Colón cita más la palabra oro que la palabra Dios.
Se ha presentado al «descubrimiento» como una expansión del saber y de la
cultura universal, como una aventura civilizatoria. En realidad fue una
expedición de rapiña, un proceso donde el saqueo de riquezas, la explotación de
los dones de la naturaleza del Nuevo Mundo y del trabajo de sus habitantes,
tenían más importancia que la transmisión de saberes, doctrinas y
conocimientos. En todo caso éstos estaban supeditados y subordinados a los
primeros.
A tal punto era primordial
para los españoles el saqueo y la explotación, que la calidad de los
colonizadores respondía a esa prioridad. En un artículo publicado hace más de
cincuenta años en América Indígena, Juan Comas desmiente la aseveración
de que los primeros colonizadores hubiesen sido gente proba. “Ya la Real
Previsión de 30 de Abril de 1492 ordenaba conceder amplio indulto a los criminales
que emigrasen con Colón”. De igual modo la Real Célula de 22 de junio de 1497
indica que todos quienes hubiesen cometido cualquier delito, sea este homicidio
y otros que merecieran pena de muerte, a excepción del delito de herejía, serían
indultados si accedían a servir en los nuevos territorios conquistados. La peligrosidad
de estos delincuentes es evidente cuando se sabe que el Asistente Mayor de
Sevilla tenía orden de mantenerlos presos “hasta entregallos al Almirante… o
a la persona que thobiese cargo de ellos”.[1]
La ideología de la conquista
fue el saqueo. Lo demás, adorno ideológico para justificar y legitimizar la
expoliación. Fernando Báez nos recuerda que en el Códice Florentino, cuando se comenta
la devastación de la capital azteca de Tenochtitlán a manos de Hernán Cortés,
se retrata a los españoles del siglo XVI “como unos puercos hambrientos (que)
ansían el oro”.[2]
En esta voracidad los
colonizadores destruyeron y desestructuraron civilizaciones que lograron
avances materiales y culturales mayores que los alcanzados por los europeos de
esa época. Destruyeron la ciudad de Tenochtitlán, en el actual México, que era
cinco veces mayor que Madrid. Quemaron los documentos mayas, aniquilando así
los registros científicos de conocimientos que fueron asombro de los recién
llegados: el concepto matemático del cero, medidas y observaciones astronómicas,
métodos y cálculos de construcción... Desolaron el orden social inka, que muchos
investigadores consideran modelo de organismo social redistributivo, ordenado y
tolerante.
La sangrienta expoliación
La colonización tomó forma
de indiscriminado saqueo mediante recursos inhumanos y sangrientos. Juan Comas,
en el artículo citado, relata cruentas masacres cometidas por los españoles, citando
para ello fuentes de los propios cronistas, escribanos y clérigos peninsulares.
Así, por ejemplo, lo consignado por el primer Virrey de Nueva España, Antonio
de Mendoza:
“Que después de la captura
de la colina de Mixon, muchos de los indios cogidos en la conquista fueron
muertos en su presencia y por órdenes suyas. Algunos puestos en fila y hechos
pedazos con fuego de cañón; otros fueron despedazados por perros; y otros
fueron entregados a negros para que los mataran, cosa que hicieron a
cuchilladas o colgándolos. En otros lugares los indios fueron arrojados a los
perros en su presencia.”[3]
La utilización en la conquista
de perros mastines como arma represiva y de terror es poco estudiada. Tzvetan Todorov,
reputado lingüista, filósofo, historiador, crítico y teórico literario búlgaro
de expresión francesa, se pregunta sobre el comportamiento humano frente al
otro. Dirá: “no encuentro más manera de responder que contando una historia ejemplar:
la del descubrimiento y conquista de América”. Todorov dedicará su célebre
libro ‘La Conquista de América: el problema del otro’, a una mujer maya que,
según La relación de las cosas de Yucatán de Diego de Landa, capturada
por el capitán Alonso López de Ávila y resistiendo ser violada, prefirió morir
aperreada en los colmillos de sus mastines de guerra… Todorov recalca: “Escribo
este libro con el fin de que no caiga en el olvido este relato, ni otros miles
más del mismo tenor”.[4]
En ese libro Todorov detalla
las atrocidades de los españoles en México, con relatos que los íconos de
Huamán Poma de Ayala nos ilustraron ya para la región andina: “A unos [indios]
los han quemado vivos, a otros los han con muy grande crueldad cortado manos, narices,
lenguas y otros miembros, aperreado indios y destetado mujeres...”. Es apta la
referencia al obispo Diego de Landa, personaje nada sospechoso de amistad hacia
los indios: “Y dice este Diego de Landa que él vio un gran árbol cerca del
pueblo en el cual un capitán ahorcó muchas mujeres indias en sus ramas y de los
pies de ellas a los niños, sus hijos...Hicieron cosas inauditas cortaron
narices, brazos y piernas, y a las mujeres los pechos, y las echaban en lagunas
hondas con calabazas atadas a los pies; daban estocadas a los niños porque no
andaban tanto como las madres, y si los llevaban en colleras y enfermaban, o no
andaban tanto como los otros, les cortaban la cabeza por no pararse a soltarlos.”[5]
Las repúblicas coloniales
Las repúblicas fueron
continuación de la aventura colonial. Juan Comas indica: “…sería erróneo pensar
que la Independencia de los países latinoamericanos en el primer tercio del
siglo XIX trajo como inmediata consecuencia un mejoramiento de la situación
socioeconómica del indígena…”.[6]
Empero no se trata solamente
de que el indio no haya recibido ventajas o mejoras por parte de los Estados
constituidos, sino que éstos continuaron la agresión colonial hasta, incluso,
eliminar con mayor saña que el español al indígena. Desde 1860 hasta pleno
siglo XX los estadounidenses realizaron un planificado genocidio de los
aborígenes americanos, iniciada con los navajos y apaches, continuada con el
exterminio de los sioux oglala en la masacre de Wounded Knee en 1890 y
culminada con la represión del alzamiento (también en Wounded Knee) encabezado por
Russell Means en 1973 y el encarcelamiento desde 1976 del preso político indio
más antiguo, Leonard Peltier.
Antes de Hitler, las
Repúblicas de Chile y Argentina desarrollaron ya la teoría del «espacio vital».
Según un documento del ejército argentino desde “el inicio de la conquista y la
colonización de la América española, la incorporación del indio a la
civilización fue una de las principales preocupaciones de los gobernantes,
tanto en la metrópoli como en las colonias. Dicha preocupación se vio reflejada
en las Leyes de Indias, que prestaron especial atención al tema. No siempre fue
posible lograr esto por medios pacíficos…” En este esfuerzo «civilizador» ya “el
15 de diciembre de 1820 hubo una partida de Buenos Aires con 1.600 hombres, para
escarmentar a indios que habían atacado Salto”. En 1879 se da uno de los mayores
esfuerzos de guerra contra los indios bajo el comando superior del General
Roca, entonces Ministro de Guerra y Marina, interviniendo 6.000 hombres del
Ejército, incluyendo 820 “indios amigos”. “El objetivo de la campaña era
extender la frontera hasta la línea de los ríos Negro y Neuquén, ocupar el territorio
y evitar que quedaran indiadas hostiles en la retaguardia.” Esa campaña
concluyó con la “conquista” de 550.000 kilómetros cuadrados. Habrán repetidas
compañas contra los indios del Sur, del Norte y del Chaco. “El 31 de diciembre
de 1917 finalizó oficialmente la conquista del desierto del Norte. Sin embargo,
se produjeron, posteriormente, algunas incursiones sangrientas de los salvajes,
tales como el asalto en marzo de 1919 al fortín Yunká, en el que fueron muertos
los integrantes de su pequeña guarnición y los pobladores establecidos en sus
vecindades”.[7]
Entre Chile y la Argentina
se inició en el siglo XIX un conflicto por la posesión de la Patagonia,
considerada por ambos «espacio vital» de expansión. En efecto, argentinos y
chilenos tomaron posesión de la Patagonia, exterminando a los indios que allí
vivían.
En Bolivia, para citar
algunos casos, evoquemos las masacres de los gobiernos de Melgarejo en 1860, en
ocasión de la ex vinculación de comunidades indígenas; de Pando, durante la “Guerra
Federal” de 1899 y los levantamientos recientes, el 2000 en Achakachi y el 2003
en Altupata. Lo curioso es que el espíritu que alentó la invasión aún continúa.
Recientemente Pablo Cingolani, un aventurero argentino incrustado en los
actuales niveles de desición política se propone «descubrir» un grupo étnico
aún no contactado, los Toromonas (ver periódico Pukara Nº 11).
Descolonización en marcha
El 12 de octubre de 1492 fue
el inicio de la colonización. Su figura emblemática es Cristóbal Colón. Es
significativo que el origen de este personaje esté rodeado de incertidumbre y
tinieblas. No se conoce su verdadero nombre ni su lugar de nacimiento. Tuvo un
final deshonroso y una muerte mezquina. Sus despojos emprendieron un
peregrinaje movido y bochornoso: Primero fueron inhumados en la capilla del
Duque de Medinaceli en el convento de San Francisco, Valladolid; después trasladados
a Sevilla y enterrados en el monasterio de Santa María de las Cuevas, donde una
inundación quizás haya afectado su autenticidad; en 1536 su nieto los reclamó y
depositó en Santo Domingo; en 1795, por el Tratado de Basilea, España cedió a
Francia la parte occidental de la isla de Santo Domingo, lo que motivó que a
finales de ese año los restos fuesen exhumados y trasladados a La Habana; en 1898,
al perder España la última de sus colonias de América, se dispuso que las
supuestas reliquias del Almirante regresaran a España.[8]
Es sintomático que un
personaje que era extranjero en cualquier tierra que pisara, haya sido quien
originó el destino histórico de las nuevas naciones americanas. Éstas han
tratado de formar su personalidad eliminando la verdadera identidad de estas
tierras. Han fallado en su intento. Corresponde a los pueblos originarios
retomar la tarea de dotar de alma a este continente, de encarar la construcción
de sociedades justas y viables. Es imperativo descolonizar nuestros países.
¿Cuál el sentido, contenido
y modalidad de esta descolonización? Curiosamente quienes más odian a Colón y a
occidente suelen ser sus mismos descendientes. Pero quizás es sólo un recurso
de “solidaridad con los indios” para embaucarnos metas y objetivos también
colonizadores y occidentales.
El 12 de octubre de 2004 en
Caracas, diversas organizaciones populares derribaron la estatua de Colón que tronaba
en la plaza Venezuela, arrastrando sus escombros hasta el Teatro Teresa
Carreño, donde se conmemoraba el Día de la Resistencia Indígena. Colón, para
los ejecutores de ese hecho, es símbolo del imperialismo, de la degradación, de
la violencia. Sin embargo, al mismo tiempo que abatían la estatua de Colón,
loaban a Simón Bolívar y a otros héroes criollos.
Es cierto que los monumentos
a los invasores revela el carácter colonial de los Estados de este continente.
Sin embargo, la descolonización no consiste sólo en derribar estatuas, máxime cuando
las estructuras coloniales y el poder opresor no han cambiado. La descolonización
consiste en que el pueblo invadido recupere la capacidad de administrar la vida
de sus sociedades y oriente, con su identidad, cultura y sistemas propios, el
curso de los acontecimientos en los proyectos nacionales en que están inmersos.
Por ello es importante
conocer nuestra propia historia, para proyectarnos en la administración de
nuestra vida a través de nuestros propios representantes. De otra manera, un
exceso de simbolismo significa únicamente alimentar una ficción en la que los
que nos «descolonizan» son, una vez más, los descendientes de los
colonizadores.
Nota: Artículo publicado originalmente en Pukara nº 12.
[1]
Juan Comas, La realidad del trato dado a los indígenas de América entre los
siglos XV y XVI, en América Indígena, Vol. XI, Nº 4, 1951, México.
[2]
Fernando Báez, Saqueo cultural de Latinoamérica, artículo en La Nación,
domingo 29 de enero de 2006, Buenos Aires, Argentina. http://www.lanacion.com.ar/775915
[3]
Juan Comas, Op. Cit.
[4]
Tzvetan Todorov, La Conquista de América: el problema del otro, Siglo
XXI Editores, México, 2003.
[5]
Tzvetan Todorov, Op. Cit.
[6]
Juan Comas, Op. Cit.
[7]
Historia militar argentina. Expediciones y campañas al desierto (1829-1917).
Consultar en: http://www.rs.ejercito.mil.ar/Contenido/Nro651/Revista/histomili.htm
[8]
El Misterio de Cristóbal Colón. En: http://www.argenpress.info/nota.asp?num=027929
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