Por Carlos Macusaya
Bolivia
está a unos años de cumplir su bicentenario y aún se tiene el problema de diferenciar
a los habitantes de este país entre indígenas y no indígenas a título de descolonizarlo.
Empero, quitarnos las herencias coloniales debería ir por el lado opuesto, es
decir por desindigenizar (dejar de catalogar y tratar como “indígenas”) a las poblaciones
que han sido inferiorizadas a partir de diferencias en las relaciones de poder establecidas
en la colonia, renovadas en la república y celebradas como la pluralidad del Estado
boliviano actual (con sus indígenas). Incluso se puede decir que un Estado con “indígenas”
es un Estado colonial.
Los
argelinos o los vietnamitas, por ejemplo, fueron indígenas de los franceses, así
como los “negros” de Sudáfrica fueron indígenas de los boers. En general, las
poblaciones que fueron colonizadas por los europeos fueron convertidas en
indígenas de los colonizadores, de los alienígenas (extranjeros). Pero, en
distintos procesos, esas poblaciones dejaron de ser indígenas de los “blancos”
y la indigenización producida por la dominación colonial terminó con el fin de
la dominación de los colonos (lo que no significó una vuelta al pasado ni una
vida sin problemas). Hoy los argelinos y los vietnamitas no son indígenas y los
“blancos” y “negros” en Sudáfrica son simplemente ciudadanos de un mismo país.
En
Bolivia, los “medio blancos” se han comportado como colonos y bajo diferentes pretextos
han buscado perpetuar la indigenización. Para los bolivianos fuimos sus
indígenas hasta mediados del siglo XX, luego pasamos a ser “campesinos” (a
pesar de desenvolvernos, además, en otros ámbitos de la economía y de la vida
urbana); aunque para ellos nunca dejamos de ser los “indios de mierda”, seres
inferiores indignos de ser tratados como iguales.
La
indigenización en el país volvió a tomar fuerza a finales del siglo XX por
impulso de “blancos” culpabilizados que buscaron “indígenas” victimizados para captar
recursos de organismos internacionales y desarrollar proyectos de “inclusión
social”. Esa es la sustancia del Estado Plurinacional, un proyecto para
minorías étnicas “indígenas” (pensado, producido y desarrollado por una parte
de la minoría “blancoide”) y que para legitimarse apela a la indigenización.
Así, seguimos entrampados en excluir y mantener en su lugar (sin que se pasen
de la raya) a los “indígenas”.
Definir
quién es o no indígena según la conveniencia del indigenizador, pero también,
en algunos casos, según la connivencia del indigenizado (como los dirigentes
que se han ocupado en “redistribuirse” recursos), es un problema en tanto
impide la ciudadanía plena de los “indígenas”, lo que termina favoreciendo los
privilegios de casta de los “medio-colonos” bolivianos. Por ejemplo, en
participación política electoral los “pueblos indígenas” pueden actuar de forma
local (“en su lugar”) pero no a nivel de todo el país y así se los mantiene en
las reducciones de la “colonia electoral”.
Pensar
el futuro del país obliga cuestionar la catalogación que se hace sobre parte de
la población como “indígena” y a otra como “mestiza”, una tara del pasado que
aun atormenta nuestro presente. Para ser más directo, debemos pensar en un país
sin indígenas pero también sin mestizos, pues estas son identidades coloniales.
Además, la condición de ciudadanía no supone algún requisito de pureza o mescla
“racial” y cultural. Sería muy idiota preguntarle a alguien cuando quiere
ejercer sus derechos si es indígena o si es mestizo.
Para
votar en la Bolivia “mestiza” o en otro país ¿hay que presentar alguna prueba
de “mezcla racial” que acredite el mestizaje del votante? No! La ciudadanía no
se ejerce por condiciones biológicas. Por ello es inútil y hasta peligroso
estar entrampados en ideas como “todos los bolivianos somos mestizos porque no
hay razas puras”, pues supone una mezcla de algo que no existe: razas. Pero
además, siempre se cae en el ejercicio idiota y venenoso de inquirir sobre
quién es más o menos mestizo que quien, quien tiene más o menos de uno de los
elementos mesclados, quien tiene más cara de “blanco” que de “indio” y por ello
quien merece ser tratado mejor que… Ni la “indigenidad” ni el “mestizaje” son
elementos que den consistencia a la ciudadanía.
Si
bien hay circunstancias en las que asumir lo indígena ha sido una forma de
mostrar procesos de racismo que fueron encubiertos por la ideología del
mestizaje, la gran mayoría de esa gente que tiene “rasgos indígenas” no se
queda en la pose de víctima (que denuncia algo) ni busca que un otro (un
“salvador”) le haga justicia. Por el contrario, se ha posicionado en las
distintas ciudades del país, en distintos ámbitos laborales. Por ello no basta
con resaltar lo que se sufrió y dejar de lado lo que, a pesar de los problemas
y el racismo, fuimos y somos capaces de hacer.
Pero
además, en la actualidad, los problemas de racimos no son iguales a los que
tuvieron que sufrir nuestros abuelos en sus comunidades o nuestros padres
cuando tuvieron que migrar a las ciudades. Así mismo, la experiencia de esos
problemas y la capacidad de enfrentarlos (sin actos rimbombantes) nos lleva a apostar por un país
donde las personas sean valoradas por lo que hacen, no por los que “son”. Un
país donde no se margine a las personas bajo la etiqueta de “indígenas” ni se
trate de ocultar los problemas de exclusión bajo el discurso del “mestizaje”, un
país donde la pluralidad de lo nacional no sea pretexto, a título de “respeto”,
para mantener privilegios de casta.
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