domingo, 29 de julio de 2018

Replantear la descolonización


Por: Carlos Macusaya

Cada vez se oye menos hablar de descolonización. A ello ha contribuido la forma caricaturesca en que se ha entendido el asunto: como algo exótico, folklórico y místico. Así, las acciones “descolonizadoras” que se trataron de implementar fueron simplemente actos para turistas, donde se presentaba a gente disfrazada, en nombre de “recuperar la identidad indígena”. Estos intentos de “descolonización” reforzaron estereotipos racistas. 

Si creemos que descolonización es igual a promover “usos y costumbres”, vestir ropa “ancestral”, mascar coca o hacer algún tipo de ritual, solo estamos moviendo nuestras ideas (prejuicios) y buenas intenciones dentro de un  marco ideológico racista. Lamentablemente, esta es la manera en que se ha comprendido la descolonización en Bolivia. Pero ¿si replanteáramos la descolonización?

No faltaran quienes digan que desde la independencia no somos una colonia, por lo que no sería pertinente hablar de descolonización. Pero la cosa no es tan simple, pues aquello que nos ha heredado la colonia, y que aún persiste, es el carácter racializado de la estructura económica y política. Este problema no se terminó con la independencia y se renovó con la “revolución nacional”. Claro que en los últimos años se ha hecho evidente la formación de grupos económicos “informales” emergentes entre los aymaras.

Si uno viaja fuera del país, a Argentina por ejemplo, podrá ver a personas “blancas” trabajando de barrenderos, albañiles o mecánicos; mientras que en Bolivia quienes realizan tales ocupaciones son personas de piel morena y cuyos rasgos somáticos son tomados como signos de su “racialidad”. La división del trabajo en este país expresa un rasgo fundamental: la racialización de la fuerza de trabajo. En términos generales, los trabajos intelectuales son realizados por “no indígenas” y los trabajos manuales, por “indígenas”.

Es innegable que ya muchos aymaras se han profesionalizado, pero, por lo general, su trabajo es menospreciado en relación a los “otros” y los espacios que ocupan sufren una devaluación simbólica (además de que aún persiste la idea de que ser ayamra es ser analfabeto). Estas diferenciaciones en los procesos de trabajo están condicionadas por el ordenamiento social que inauguro la colonización. En general, las diferencias de clase en Bolivia expresan procesos de racialización de la fuerza de trabajo, lo que hace “más explotables” a quienes son representados como de otra “raza” y condiciona la formación estatal.

Consideremos que en la colonia se buscó impedir a los colonizados, por ejemplo, el que puedan montar a caballo, pues este animal fue parte importante en las operaciones militares de entonces. Había que alejar a los “indos” de las herramientas que en sus manos podían ser armas contra los colonizadores. Bien, el problema básico está en que el mantener a los “indios” en situación de aislamiento, para así poder impedirles el acceso a determinadas herramientas (técnicas, teóricas, etc.), es una de las formas básicas en que la casta “blancoide” ha mantenido su estatus.

Si bien después de la “revolución nacional” la educación se “universalizo”, el hecho es que se dio una distinción entre quienes recibían educación en las ciudades o en el campo, en las laderas  de las ciudades o en las zonas residenciales, en las escuelas privadas o públicas, etc. Lo que se asentó en el tipo de división racializada del trabajo, que aún persiste. De tal suerte que se dio una educación de segunda, tercera y hasta de quinta a personas diferenciadas en sentido racializado.

Una forma de replantearse la descolonización sería, desde mi punto de vista, desestructurar estas diferenciaciones. Si hoy lo normal es ver a “indígenas” haciendo rituales y a “no indígenas” como intelectuales, es porque se sigue reproduciendo las diferencias racializadas, pues unos cumplen un trabajo “ancestral” y los otros, un trabajo intelectual. Ello supone que la diferencias en sus roles estaría dada por la “naturaleza” propia e inmutable de los actores implicados: los “indígenas son así… hacen rituales y cultivan la tierra” y los “no indígenas son intelectuales”. Cada uno sería y haría por naturaleza lo que no es ni hace el otro.

Los sujetos racializados, aquellas personas que son percibidas como de “otra raza”, están ante el reto de perfilar una vanguardia intelectual. Lo que implica que rompan los estereotipos que se han hecho sobre ellos –sobre nosotros– y asuman papeles que se supone son por naturaleza exclusivos de los “otros”. Así, la descolonización sería que dejemos de jugar disfrazándonos para divertir turistas y pasemos a “invadir” espacios sociales y simbólicos en los que se han ido produciendo ideas sobre nosotros, para ser nosotros quienes prodúzcannos ideas apuntando a desracializar el orden social. Se trata de trabajar de manera seria y rigurosa la clarificación de nuestras aspiraciones, sueños y utopías, dejando de ser el afiche folclórico, el decorado exótico o simplemente el pretexto de otros.

Entonces, la descolonización debería apuntar a poner fin a esta distinción racializada de roles en el trabajo, pero no por la buena voluntad de los “no indígenas” sino por iniciativa y esfuerzo propios. No se trata de hacer parodias de un pasado imaginado, sino de encarar nuestros retos contemporáneos. No se debe caer en el jueguito de aislarnos en el “mundo indígena” inventado por ONG’s sino que debemos proyectarnos en el mundo. Sería un gran logro poder ver a algún matemático o ingeniero genético aymara codo a codo con algún colega japonés, por ejemplo. Pero esto es algo para lo que hay que trabajar sin caer en la folklorización ni en el jueguito “antioccidental” promovido por organismos occidentales y sus intelectuales “pro-indígenas”.


Se puede decir que la descolonización, si entendemos que se trata de un proceso que busca poner fin a las distinciones racializadas de la estructura de producción y de mando, tiene que afectar necesariamente las relaciones sociales, modificando la estructura de producción y de mando, proyectándonos en el mundo. Replantear la descolonización tendría que ver básicamente con dejar de hacer rituales (que no se ven en ninguna comunidad) y de actuar con disfraces para que otros se diviertan y pasar a la ofensiva, en este caso, en la formación de una vanguardia intelectual, la cual debería articular, en la realización de un proyecto, los potenciales políticos y las capacidades económico-culturales de nuestra gente.

El presente artículo se publicó originalmente en el periódico La Razón (23/5/2015)

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