martes, 24 de julio de 2018

PACHAMAMADAS: apariencia y dominación


Por: Carlos Macusaya

Desde hace un tiempo atrás se ha hecho muy usual la utilización de términos como pachamamismo, pachamamistas, pachamamomes y pachamamadas. En muchos casos se da por sobrentendido lo que se quiere decir o lo que se alude cuando se usa estas palabras. Ante la aparición y el constante uso de estos términos hay quienes reaccionan muy emocionalmente y suelen sentirse sumamente ofendidos por la forma en que la palabra pachamama es usada en tales expresiones, incluso claman por algún tipo de castigo porque creen que se trata de un “sacrilegio” que denigra algo “sagrado”. En lo personal, soy alguien que usa mucho las palabras mencionadas y por ello pienso que es pertinente plantear algunas consideraciones sobre las mismas, aunque por esta ocasión he de concéntrame en lo que entiendo son las pachamamadas, para luego terminar haciendo una sucinta relación con los otros términos.

Las pachamamadas son expresiones de un cuento, de una estafa hecha a partir de la dominación (justificándola y reforzándola) que se ejerce sobre poblaciones racializadas (consideradas “indígenas”) y que son presentadas como algo propio de los “indígenas”, siendo supuestamente la garantía de su ser y por lo que luchan. Se trata de formas en las que la dominación blancoide se mimetiza y adquiere una engañosa apariencia, pasando por lo que no es: “indígena”, “ancestral”, “nuestra cultura”, etc. Entonces, por un lado, las pachamamdas son como eso que en La Paz se llama “el cuento del tío” y que sirve para estafar a los incautos; por otro lado, para ganar en efectividad se disfraza de algo propio, envolviéndose en tejidos o rituales, como si fuera un colonizador que para lograr infiltrarse y sabotear nuestra lucha se vistiese como inca y dijese: “¡soy lo que ustedes han perdido, lo que tienen que recuperar y a quien tienen que venerar!”.

El cuento, la “mamada”, con esa apariencia encantadora ha logrado ser identificado como lo que los “indígenas” deben y quieren recuperar, lo que es su “identidad”, aquello que sería  sagrado para ellos, y esto ha llegado a un punto tal de que han sido los propios “indígenas” (no todos, claro) quienes se han tragado el cuento, acogiendo ingenuamente y rindiendo culto al colonizador disfrazado de inca. Han actuado buscando darle validez a una mamada destinada a garantizar la dominación blancoide y que se disfraza de pachamama para parecer algo propio de estas tierras, siendo en realidad pachamamada. Entonces no estamos hablando de cómo se entiende pachamama en las poblaciones agrarias en los andes, sino que hablamos de cómo la dominación blancoide se renueva y afianza bajo una apariencia que le permite hacerse pasar como algo “ancestral” y propio de los “indígenas”.

Las pachamamadas, promovidas por organismos internacionales, han logrado ser aceptadas en la academia “occidental”, han logrado ser políticas públicas, funcionan también como inspiración para muchos movimientos “indígenas” y activistas. El elemento central en las pachamamadas es la idea de que el “indígena”, a pesar de la colonización, es un ser distinto y opuesto a los occidentales y a su cultura, lo que se expresaría en la forma de vida que supuestamente “conservan desde tiempos inmemoriales”. Se trataría de seres conectados con los “secretos” del cosmos y que tendrían una relación de armonía con la totalidad del universo y, claro, con el planeta tierra, con la “madre naturaleza” y todos sus hijos. Vivirían al margen de los procesos de diferenciación y contradicciones sociales, desvinculados del resto del mundo, sin “contaminación” de culturas “foráneas”, desarrollando una economía basada únicamente en valores de uso y sin relación alguna con la reproducción del capital. La organización de la justicia, las formas de crear, compartir y formar conocimientos, las relaciones de género, etc. serían en el presente las mismas desde muchísimo antes de la conquista española y ello gracias a que se mantuvieron por “usos y costumbres”. Todo lo dicho se expresaría, por ejemplo, en “su” cosmovisión y justificaría la formación de guetos llamados “autonomías indígenas”, el apartheid “bueno”.

¿Cómo pensarnos y pensar nuestra situación contemporánea con tales ideas? Pensemos, por ejemplo, en eso de que los indígenas viven en armonía y se complementan con la naturaleza. Sí alguien dijese y procediese en una disputa política o en un ámbito académico poniendo como verdad eso de que “los gatos tienen siete vidas” o que se debe “tocar madera” para que algo dicho no se haga realidad seguro sería objeto de burla, nadie en su sano juicio lo tomaría con seriedad y al final todo su accionar terminaría en el más estrepitoso fracaso;  pero cuando las afirmaciones respecto a que “los indígenas viven en armonía con la naturaleza y todos los eres” es algo que ha sido tomado como una verdad evidente por sí misma y sin dubitaciones (en muchos casos).

Está claro que si un gato muere (ahogado en una bolsa, envenenado o en las fauces de un can) no revive ni le quedan seis vidas. Pero cuando se dice que los “indígenas viven  en armonía con la naturaleza” o que para ellos “están primero las hormiguitas” (cono suele afirmar David Choquehuanca) hay quienes toman tales afirmaciones como serias de la vida misma de los “indígenas”. Sin embargo, cuando se da una sequia o inundación en algún lugar habitado por “indígenas”, estos ni se complementan ni armonizan con esos fenómenos de la naturaleza. Seguro no faltarán quienes respondan que “eso es porque el hombre occidental y los occidentalizados han roto con el equilibro entre los humanos y la madre tierra”. Pero estos ingenuos omiten que a lo largo del desarrollo de la vida en el planeta tierra se han dado grandes extinciones, catástrofes naturales en las que muchos seres han perecido, como los dinosaurios o los mamíferos gigantes. Han habido glaciaciones, sequías, inundaciones, terremotos, volcanes “ferozmente” activos, etc., que han condicionado la muerte de muchos seres a la vez que han dado lugar a la formación de otras formas de vida.

La naturaleza no es una señora delicada, bondadosa e indefensa. No es algo que haya estado ni está en equilibrio y armonía; esa no es la “naturaleza” de la naturaleza y el hombre, desde que apareció en la tierra, en lugar de complementase y vivir en armonía con ella ha sufrido su incontenible “inclemencia” en todo el mundo, sea en África, Asia, Europa o América. Creer que la colonización europea sobre el “nuevo mundo” rompió con la supuesta relación armoniosa de los “indígenas” con la “madre tierra” cae en lo ridículo pues, por ejemplo, estados como el de los Moche, Nazca o Tiahuanaco se desestructuraron a causa de fenómenos naturales que hicieron insostenible la vida. Los sacrificios de animales e incluso de seres humanos, destinados “solucionar” los cambios climáticos, no aplacaron el “mal humor” de la naturaleza.

Las sequías e inundaciones no llegaron a este continente con los españoles. Estos fenómenos, tan propios de la “madre tierra”, estuvieron antes de que los “indígenas” colonizaran lo que hoy se llama América; son fenómenos que anteceden a la aparición del hombre. Pero así como no hay ni ha habido relación de armonía y complementariedad entre “indígenas” y la “madre tierra”, tampoco hubo ni hay armonía entre quienes colonialmente son llamados indígenas. De hecho, la conquista española, presentada como una gran hazaña hecha por un grupo minúsculo de españoles, fue posible porque entre los “indios” había diferencias y contradicciones sociales a partir de las cuales los colonizadores sacaron ventaja alienándose, por ejemplo en el caso del estado inca, con “indios” que buscaban descabezar al inca. Eso de que los colonizadores fueron un grupo que en inferioridad numérica logró la hazaña de vencer a los ejércitos del inca es una leyenda formulada para engrandecer y glorificar a un grupo que aprovechó en su favor los conflictos “internos” entre los “indios”, pues la sociedad precolonial no fue un mundo de armonía y hermandad sin ningún tipo de contradicciones sociales.

Presentar el pasado “indígena” como una sociedad perfecta, sin conflictos, sin dominación, sino como un paraíso religioso o socialista es, en el mejor de los casos, echar humo sobre procesos históricos mal comprendidos. Esta falsificación, equiparable a la que se hizo presentando las sociedades precoloniales como “salvajes” e “incivilizados”, no se queda en lo que fue el pasado anterior a la colonización sino que opera en cómo se “entiende” la vida de los “indígenas” en el presente y así se cree que vivirían complementándose con la naturaleza aunque sufran alguna inundación o sequía; se cree que “viven bien” aunque muchos niños, por falta de atención médica básica, mueren al poco tiempo de nacer o si sobreviven sufren de desnutrición. No tendrían contradicciones internas y así las diputas de poder, por tener las ventajas de ocupar un cargo, ganar el “cariño” de algún indiólogo (para obtener financiamiento o algún tipo de ventaja), la violencia dentro de las familias, etc., son cosas que no importan ya que supuestamente no tienen que ver con los verdaderos “indígenas”. Se hace evidente que este tipo de ideas es una forma de evitar enfrentar la vida real que viven quienes son considerados “indígenas”.

Pero además, y en “complementariedad” con lo ya dicho, en las pachamamadas se presenta al indígena actual sin “contaminación” de culturas “foráneas”, como un ser aislado y desconectado del mundo. Pero los hechos desmienten tal creencia: entre los aymaras no solo se puede percibir sectores que viajan a China por cuestiones de comercio o que hacen cumbia “chicha”, en base a los huayños e instrumentos “occidentales”; se puede percibir la capacidad de traducir las experiencias con “otros” en danzas, la morenada por ejemplo o los “cholets”, lo que es la expresión de que no son seres aislados y desconectados del mundo ni están empeñados en “preservar” fosilizada su cultura. Más aún. No son grupos en los que el capital no tenga nada que ver e incluso las diferencias de clase entre éstos es algo que no se puede esconder. Uno puede tomar en la feria 16 de Julio una cocacola personal en la que el precio está indicado en la tapa corona en 1 bs pero quien vende esa bebida lo hace en 1.50 bs. Lo que importa no es el “vivir bien” sino “ganar bien” para vivir mejor.

No es diferente lo qua pasa en otros ámbitos de la vida “indígena” como en las relaciones de género. Aunque los ingenuos crean que entre los indígenas no hay relaciones de dominación de género, lo cierto es que por ejemplo, en herencias de tierra los hijos son favorecidos en desmedro de las hijas. Los dirigentes varones suelen hacer, con acoso sexual incluido, la vida imposible a las mujeres que se atreven a disputarles los espacios de poder o que de hecho los desplazaron. La “justicia comunitaria” es indiferente a estos problemas e incluso el vestir de pollera algún dirigente es considerado una humillación válida, lo que pone de manifiesto que la condición de mujer es considerada inferior.

A partir de esos supuestos, a partir de las pachamamdas, se cree correcto y se justifica la formación de los guetos llamados “autonomías indígenas”, el apartheid “bueno” para preservar esa maravillosa forma de vida, lo que en el fondo es racismo: excluir a los indígenas teniéndolos lejos de los mecanismos de poder que manejan quienes los “reconocen” y humanitariamente les dan un lugar para “preservar” su cultura. En los hechos prácticos es algo racista pero que parece ser un acto de redención. Algo que parase ser un deber ético, “respetar la cultura indígena”, es en realidad la consumación del racismo “amable”, pero efectivo. Mejor tener a los indígenas en “su lugar”, cuidando la naturaleza, comunicándose con el cosmos, así el lugar de quienes detentan el poder está a salvo.

La altisonante crítica “anti-occidental” que acompaña a las pachamamadas es un griterío contra el colonialismo que logra hacer pasar como desapercibido y nubla el efecto práctico que implica: anular políticamente a los “indios”. En tanto los “indígenas” no afecten las relaciones de poder son glorificados, se ensalza su cultura, se busca preservarlos, se los coloca como quienes “salvarán a la humanidad”. Muchos indígenas caen en este juego y ello responde a que siendo grupos racializados, inferiorizados, pasan de la indiferencia ante su situación política, del desprecio por sí mismos y lo propio, a idealizarse, a autoengañarse como un inicio en la politización de su identidad. Creen en restablecer una supuesta armonía perdida, se imaginan un mundo sin el otro y su maléfica cultura: un mundo sin occidentales ni occidentalismo.

A primera vista es una actitud es muy radical pero esto es falso pues lo que no logra es dar cuenta de lo fundamental y respecto a ellos mismo (a nosotros): quienes imaginan un mundo donde no haya occidentalismo ni occidentales lo hacen a partir de una realidad presente que condicionan ese tipo de imaginación. Entonces proyectan en el pasado desde el presente, desde las relaciones de dominación que viven, un mundo donde uno de los factores de esas relaciones estaría ausente. No pueden captar la relación de determinación que hay entre la dominación blancoide y la formación de un mundo sin mal precolonial, sin occidentales. Es decir que nuestra propia situación histórica, en la que estamos relacionados con esos otros, es la condición desde la que se proyecta en el pasado un mundo de armonía. Tratan de negar una realidad que no pueden comprender y de la que son parte.

Pero esa forma de idealizar el pasado es apenas una fase en la formación de una conciencia política entre quienes han sufrido la racialización. Lo llamativo es que muchas instituciones, organismos internacionales, indiólogos y otros, se han empeñado en mantener a los “indígenas” en esa fase. Es esclarecedor que quienes defienden la comunidad “indígena”, teorizan sobre ella, dan cursos y seminarios internacionales, lo hacen desde una distancia “prudente” que les permite hacer fama y dinero sin tener que vivir la vida que dicen defender (Los indiólogos no están dispuestos a vivir la supuesta vida que defienden). Mientras estos personajes “viven bien” a título de ser defensores de “indígenas”, lo hacen en tanto condenan a “salvar a la naturaleza” a sus defendidos a expensas de su propia existencia. Se regocijan sintiendo que están cambiando el mundo: “yo respeto a los indígenas”, “amo a la pachamama”, “me estoy indianizando”, etc.; pero en el fondo solo defienden sus privilegios coloniales de casta dominante, encubriendo tal acto con las pachamamadas, las que asumen ciegamente como certidumbre religiosa.

En general, las pachamamdas son, como ya se dijo, un cuento, una mamada que disfrazada de algo propio busca esterilizar la lucha de los “indios” entreteniéndolos en recuperar algo que nunca hubo y así quienes tienen el poder están tranquilos sin sufrir las molestias de quienes deben “cuidar la naturaleza”. Puede decirse que las pachamamadas son como un Caballo de Troya que impresiona y que logra ingresar a nuestro campo pero que contiene una trampa que en nuestro descuido termina por anular nuestras fuerzas de lucha. Pero además, cabe hacer mención a que las pachamamadas se contiene en el pachamamismo, el posmodernismo con poncho y aguayo, y que es explotado por los pachamamones para “vivir bien” y estafar a los pachamamistas.

Si uno es parte de una familia en la que, a pesar de todo el amor que pueda tenerle, hay problemas (violencia, alcoholismo, etc.) no puede enfrentar esa situación engañándose y pintándose una familia buena y angelical. Lo pertinente no es negar lo que pasa sino asumir la situación para enfrentarla. Con las pachamamadas no podemos pensarnos con seriedad y terminamos negando lo que debemos enfrentar. Deberíamos ser muy cuidadosos con aquello que tiene “pinta” de ser nuestro, con aquello que en el fondo nos niega y anula. Las pachamamadas no tienen que ver con nuestra identidad sino con una falsificación que esteriliza nuestros potenciales de lucha.



El presente artículo fue publicado originalmente en el periódico Pukara, nº 116 (abril, 2016, p. 10 y 11). 

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