Pedro Portugal
Mollinedo**
La ideología
indianista se ha manifestado como un pensamiento político de actual debate,
sobre todo porque ha sido asumido por varios grupos jóvenes. Esta vigencia puede
entenderse, como señala Gustavo Adolfo Calle Laime, porque el
indianismo-katarista “puede entenderse como una corriente ideológica con
sorprendente capacidad de renovación, capaz de revitalizarse, de repensarse en
función al paso del tiempo”[1]. Sin embargo, Gustavo
Adolfo Calle Laime señala también en el mismo artículo que esa nueva emergencia
tiene sus paradojas, una de las cuales es que esos nuevos actores son —todavía—
incapaces de ver los efectos de esa renovación en la identidad “india”.
A mi modo de
ver, dos son los recursos producentes para resolver cualquier tipo de paradoja
política. Una es el correcto conocimiento del pasado de la corriente en la cual
se milita y, la otra, el compromiso —el activismo— concreto en las luchas del
aquí y del ahora. Para colaborar en el primer aspecto señalado elaboramos un
texto junto a Carlos Macusaya, en la que presentamos una visión de la historia
del indianismo katarista[2].
Sobre ese
antecedente, el presente artículo intenta aportar, en consecuencia, con la
clarificación de varios conceptos relacionados con el indianismo y el
katarismo, a partir de entendimiento del proceso histórico de su conformación
como fuerzas políticas y cuerpos ideológicos, para de esa manera entender la
actual coyuntura en la que se despliegan los nuevos grupos indianistas y poder
vislumbrar escenarios futuros de desenvolvimiento político.
¿Por
qué “indio”?
Un aspecto
distintivo del indianismo es, precisamente, el uso del término indio. Ese
término actualmente provoca en algunos militantes y activistas un rechazo. Es
común leer, por ejemplo, afirmaciones como: “Nosotros no somos indios, pues no
somos de la India”. Esa reacción es bastante aleccionadora, pues proviene
generalmente de personas que reivindican su origen aymara, quechua u otro
originario, pero que les repele que les llamen “indios”, y peor aún, utilizar
ellos mismos ese nombre como auto identificación. Sin embargo, su base
argumentativa es enteramente artificial, pues indio fue un término
utilizado por estos movimientos no como gentilicio, sino como concepto
político.
Es pues la
disección conceptual de ese término el que en principio nos permitirá entender
las características políticas fundamentales del indianismo y la pertinencia o
no del término indio.
Es sabido que
indio fue un término implantado a partir de la colonización española. Importa
poco los pormenores a partir de los cuales a los nativos americanos se los
empezó a llamar indios. Ello es más asunto de la historia, entendida como
colección de anécdotas. Lo que sí importa es la función de esa apelación, su
rol socio político. Ello es asunto también de la historia, pero entendida como
comprensión de los acontecimiento en una óptica de construcción política de
sociedades nuevas.
La
colonización implica el avasallamiento de una población a otra; la imposición
de un poder político foráneo, en desmedro del local, y la despersonalización del
colonizado, lo que permite volver funcional un orden que es, desde cualquier
punto de vista, anómalo e injusto. El nombre genérico que impone el colonizador
a todo pueblo colonizado es el de indígena. De esa manera se produce un
distanciamiento: el indígena es el originario y el colono el alienígena, es
decir el extranjero. Por la perversión colonial, quien es propio del lugar es
subordinado, inferiorizado y acomplejado, mientras que ser “de afuera” por ser
tal reclama y asume el poder y el mando.
Para marcar
esa diferencia el colono no se contenta con el nombre genérico de indígena,
sino que tiene que precisar cómo nombrar a su colonizado específico. Esa manera
de nominar tiene que ser al mismo tiempo más concreta, para no confundirlo con
sus colonizados con los de los otros, y al mismo tiempo bastante general, pues
no olvidemos que se trata, en esencia, de despersonalizar.
Así, los
colonos franceses llamaron canaco no solo a cualquier melanesio, sino a todos
los pueblos de Polinesía y Micronesía. Al utilizar esa palabra y usarla despectivamente,
los franceses pervirtieron una nominación que originalmente la usaban algunos
originarios de Oceanía y que significa “hombre”. En América, el colonizador
ibérico utilizó el término indio para nombrar al habitante originario de estas
tierras.
Se podría
suponer que cuando advino la independencia de las Repúblicas en América esa
nominación quedo obsoleta, si entendemos a la independencia como un proceso
descolonizador. En realidad, esa independencia significó una descolonización
sumamente parcial, pues correspondió solamente a los criollos, en tanto
descendientes de los conquistadores, y no de los pueblos originarios, con
derechos y obligación descolonizadora mucho más apremiante que la de los
criollos.
Y la
independencia ni siquiera significó una descolonización del criollo. Se puede
afirmar que la oposición del criollo ante el poblador originario hizo que este
mantuviese sus lazos culturales y emotivos con la España de la cual se supone
se independizaba, como lo muestra claramente las estrofas del himno
departamental de Santa Cruz, objeto de polémica estos días[3].
Manteniéndose
las estructuras coloniales, es normal que el criollo usasen el término indio
incluso con más saña e intensidad que sus padres ibéricos. Cuando el boliviano
llama a alguien indio, le recuerda al así denominado que es diferente y que esa
diferencia es motivo de jerarquía, de poder y de mando… siempre en perjuicio
del indio. Y es que el término indio está unido a la racialidad del poder. Indio
es el moreno, en contraste con el blanco. Indio es el “ignorante”, en contraste
con quien se cree “ilustrado”. Indio es quien sirve, sea como siervo, pongo o
incluso obrero o empleado... En fin, indio es el descendiente del conquistado,
del invadido y avasallado.
Indio es,
entonces, un concepto común en la administración que remite a una situación
colonial: Recordemos que los documentos de identidad en Bolivia (certificado de
nacimiento, certificado de bautizo) hasta antes de 1952 comportarán la mención “raza”,
la cual cuando corresponde al colonizado hace mención de “raza india”, y no
refiriéndose así a que el damnificado provenga de la India o del Indostán.
Para Bolivia,
y en general en toda América, el concepto de indio nos lleva a identificar como
coloniales las sociedades en las que ese concepto es vigente y nos obliga
plantear una solución a esa anomalía: “La categoría de indio, en efecto, es una
categoría supraétnica que no denota ningún contenido específico de los grupos
que abarca, sino una particular relación entre ellos y otros sectores del
sistema social global del que los indios forman parte. La categoría de indio
denota la condición de colonizado y hace referencia necesaria a la relación
colonial”[4].
La
descolonización y el acontecer histórico
La vigencia
del término indio es un indicador de la situación colonial, pues en contextos
de esa naturaleza no se puede referir al dominado si no es en las formas
generadas por dicha estructura y que tienen la finalidad de perpetuarla. El
colonizado necesariamente establece su lucha en esos parámetros, no hacerlo
significaría asumir que no es un personaje histórico y que su vivencia estaría
regida por un mundo imaginario, intangible y refractario a las contingencias
sociales (curiosamente esa es la idea posmoderna del indígena que en la
actualidad, lamentablemente, ha sido asumida incluso por el progresismo de
izquierda).
El colonizado
tiene que asumir la colonialidad para poder descolonizarse. Eso, que es
verdadero en los niveles concretos de la organización social, lo es también en
las identidades nominales que puede asumir en su lucha emancipatoria.
Hablar del
indio era admitido… mientras lo hacía el colonizador. Cuando el colonizado
asume ese término la reacción es de espanto: Los mismos que trataban al aymara,
al quechua o a cualquier otro originario de indio, cuando éstos asumen ese
denominativo el criollo se apresta a explicarles: pero no son indios, pues no
son de la India.
Y es que
asumir el denominativo indio, en ese contexto, es altamente subversivo. Ya en
1922, en Azángaro, Perú, la india Domitila Quispe expresó: “Si indio ha sido la
palabra con la que nos han oprimido, indio ha se ser la palabra con la que
habremos de liberarnos”. Esa argumentación fue asumida en los años 70 por el
movimiento indianista naciente, no solamente en Bolivia, sino también en otros
países del continente. En esa misma época, en América del Norte el lakota
Russel Means señalaba: “No me gusta nada el término ‘indio americano’: se nos
esclavizó cuando éramos indios, se nos colonizó cuando éramos indios y
recobraremos nuestra libertad siendo indios y solamente entonces elegiremos el maldito
nombre que nos dé la gana”[5].
Pero, ¿cómo se
llegó a que el término indio tenga valor ideológico y que todo un movimiento
político adquiera vigencia alrededor de ese concepto? El indianismo es, en
realidad, la ideología del movimiento descolonizador de los pueblos originarios
que adquiere forma y consistencia a partir del fiasco transformador de la
Revolución Nacional de 1952.
Quizás el
momento descolonizador más pleno, en los términos de la descolonización de los
pueblos tipo Liberación Nacional —que conlleva a crear una nueva entidad
política—, fue la guerra de Tupak Katari, en la que se plantearon claramente
alternativas definidas en cuanto proyecto propio. En la mayor parte de las
otras manifestaciones libertarias de los colonizados la situación es más
confusa y sui géneris. Una vez pasado el choque de la conquista y la
resistencia nativa que culminó en la epopeya de Manqo Inka, la tónica de las
autoridades tradicionales originarias fue la del acercamiento a las estructuras
creadas por los españoles: “… los curacas, mallkus y señores de la tierra, que
constituían la élite de los indígenas que se liberaron del vasallaje incaico,
vieron en los recién llegados españoles, un instrumento para insertarse en la
nueva sociedad con igual o mayor fuerza de la que poseían en el ordenamiento
político que acababa de colapsar”[6].
En realidad,
el indio podía haber sido la base y fermento para la creación de una nueva
identidad nacional no excluyente de ninguno de los actores. Contrariamente al
título de la obra de José Luis Roca, de la cual extractamos la anterior cita,
en Charcas no se formó ningún Estado nación. A la repetida exigencia originaria
de incluirse en un proyecto común, la sociedad criolla respondió siempre con el
engaño, la manipulación y la deslealtad: ilustremos esa fatalidad con la
relación entre el Willka Zárate y José Manuel Pando, por ejemplo.
A pesar de esa
relación contradictoria —quizás, más bien, por esta misma razón— a lo largo de
la historia de Bolivia se da una interacción entre estos dos componentes: el
criollo y el originario. En esta relación se establece una comunicación,
frecuentemente involuntaria, que modifica a cada uno de los factores, pero sin
lograr una identidad común. La razón estriba en que Bolivia se estructura en
base a pilares institucionales y estructuras sociales que sólo pueden
sobrevivir si se mantiene la situación colonial. Así, la inevitable
comunicación entre esos factores no genera una identidad común y ni siquiera enriquece
a cada una de las partes. Más bien, a medida que pasa el tiempo, se fortifican
aspectos comunes a estas sociedades enfrentadas que son las menos halagüeñas,
pero que se revelan funcionales para mantener el sistema colonial que, al final
de cuentas, al ser inoperante para crear una nueva realidad, sí es eficaz para
mantener el privilegio de los criollos y el estatus quo en algunas ventajas
para los colonizados: Ello constituye las características del Estado boliviano,
tan difíciles de modificar si no se adopta un enfoque descolonizador: la
corrupción, la ineficacia, el clientelismo, la incapacidad de innovar y el conservadurismo
mental ramplón.
La
Revolución Nacional de 1952 y el nacimiento del indianismo
Ese estado de
cosas no ha pasado desapercibido a ningún grupo político que ha pretendido ser
transformador en Bolivia. El Estado excluyente e ineficiente, dominado entonces
por una rosca de potentados, y la inexistencia de la Nación fueron las constataciones
de quienes dirigieron la Revolución Nacional de 1952. El MNR se propuso
resolver esa situación mediante medidas trascendentales: Nacionalización de
minas, reforma agraria, reforma educativa, entre otras. No pasaron diez años
después de esa revolución y la aplicación de tales reformas, que Bolivia volvía
a naufragar en la dependencia, la insustancialidad y los problemas sociales de
siempre.
¿Por qué ese
fiasco? Evidentemente, determinar ello es bastante amplio y no puede reducirse
a cualquiera de sus factores intervinientes. Sin embargo, existen aspectos que
tienen la particularidad de hacer girar, aun sea coyunturalmente, al resto en
torno de ellos. Creemos que uno de estos es, en Bolivia, “el problema del
indio”. ¿Puede legítimamente proyectarse cualquier reforma económica o social
si el sustento nacional es todavía heterogéneo al extremo de resultar inaplicables
reformas porque se hablan “lenguajes políticos” distintos e incomunicables
entre sí?
El MNR tenía
fobia al término indio, pues le resonaba como recordatorio de la quimera del
Estado nación criollo. En lugar de descolonizar, el MNR pretendió solucionar
ese inconveniente decretando que el indio no existía más, pues a partir de la
Reforma Agraria se convertía en campesino y como tal en una clase social de la
Nueva Nación Boliviana. En los hechos, la distribución de parcelas individuales
a los indios fue simplemente la instauración de un minifundio igualmente improductivo
que el latifundio que reemplazaba, con el agregado de que aceleraba la
liquidación de las formas comunitarias de posesión y trabajo, sin proponer
otras en reemplazo. En cuanto a la constitución de una nación plena y un estado
representativo de todos, el MNR creyó que reemplazando el término indio por el
de campesino mediante decreto, mágicamente iba a triunfar en lo que hasta
entonces habían fracasado todos los intentos por ciudadanizar al indio.
Hoy sabemos
que el MNR en ese sentido no resolvió nada. Y no solo en 1952, sino más tarde
con la Participación Popular, en un nuevo gobierno del MNR el año 1994.
La insurgencia
del indianismo y del katarismo es producto directo del fracaso de la Revolución
Nacional de 1952. El MNR articuló el sindicalismo campesino como sistema de
apoyo a su régimen; campesino como sistema de apoyo a su régimen; al ser una
construcción en los moldes del manoseo colonial le sirvió relativamente, más
bien terreno de enfrentamiento de las fracciones internas del MNR, otras veces
asiento de la oposición a ese partido y, finalmente, una de las cunas del
indianismo katarista. El fracaso económico de la Reforma Agraria incentivó la
migración del campo a la ciudad, dando lugar a la creación del indígena urbano depauperado
y marginal, otro de los factores constitutivos de esta nueva corriente
política. Finalmente, la utilización de los elementos culturales y simbólicos
originarios para dar valor simbólico a la política del MNR contrastaba con la
permanencia de la racialización política que se traducía en la ausencia física
del indio en el poder. En ese marco, la presencia de uno que otro funcionario o
parlamentario de origen nativo, resaltaba esa anomalía en vez de solucionarla.
Históricamente
en Bolivia, el fracaso criollo en constituir Nación y resolver las disparidades
sociales tiene saldo negativo principalmente en el indio. Por ello, en este
sector esos fracasos originan frecuentemente reacciones violentas en las que el
sentido descolonizador no se manifiesta más en el intento por participar en
proyectos comunes que serían fundadores de una realidad nacional nueva, sino en
contradicciones violentas tendientes a concretar esa descolonización mediante
la instauración de formas nacionales enteramente propias que reemplacen a las
criollas, demostradas como caducas e insuficientes.
Es lo que
sucedió en 1956, cuando Laureano Machaca, un aymara de la provincia Camacho del
departamento de La Paz, organizó un ejército indio a partir de los comandos
armados y regimientos campesinos instaurados en el campo por el MNR. Machaca
logró el control de esas fuerzas en su región constituyendo una República
Aymara, de la que se nombró presidente. El líder aymara esperaba aumentar esa
fuerza hasta 100.000 combatientes e imponer un cerco a La Paz para luego tomar
el poder político en toda Bolivia. Ese proyecto se frustró cuando cayó el 20 de
noviembre de 1956 en Escoma en una emboscada tendida por criollos, vecinos y aymaras
disidentes[7].
Ese también es
el contexto que da nacimiento al indianismo político. El 5 de noviembre de 1960
se funda en La Paz el Partido Agrario Nacional, PAN, que se puede considerar la
primera organización política indianista en Bolivia. El último considerando de su
acta de fundación sienta la base de lo que será la característica política del
indianismo: “…en Bolivia, la única entidad humana que se halla arraigada a la
tierra, la tierra que es la Patria, es el indio, por consiguiente el boliviano
sustancial, real e histórico es el indio, entonces es a él a quien le toca
tomar la responsabilidad de su salvación, de su progreso y de su libertad”[8].
El
Movimiento Indio Tupak Katari, MITKA
Ese párrafo
indica que el indianismo se proyecta como propuesta patriótica, que solamente
tiene concreción en un proyecto de Estado nación. Ese Estado nación, aunque sea
imperfecto, inhábil e injusto, está en diseño en la Bolivia histórica. Su
consumación solo puede ser obra del verdadero boliviano, el indio. El indio
reclama, entonces, el empoderamiento: ser el sujeto histórico del cambio, para
bien y provecho de todos los bolivianos.
Ese será el
esquema político básico que seguirán todas las futuras organizaciones
indianistas, aun cuando en el movimiento político se constatará lo mismo que en
la historia de Bolivia: en momentos de fracaso del proyecto común, el repliegue
hacia posiciones identitarias y de proyecto político específico.
El movimiento
político que tendrá mayor resonancia será el Movimiento Indio Tupak Katari,
MITKA, porque logró concretar una organización política que participó en varias
elecciones nacionales y logró escaños en el Parlamento Nacional.
El MITKA tuvo
un largo proceso de gestación, en la que intervinieron muchos delos fundadores
del PAN. Su nacimiento formal se da en el Congreso de la Ciudad de las Piedras,
realizado en la localidad de Viscachani de la provincia Pacajes del 26 al 28 de
abril de 1978.
La exposición
más perfilada de la ideología política del indianismo se la tiene en el
documento publicado en el periódico Presencia, en ocasión de las elecciones de
1978. Allí, los responsables políticos del MITKA señalan que ese movimiento se
fundó porque “a lo largo de la vida republicana, no ha habido un ente político
que expresara y representara los intereses y anhelos de las nacionalidades
nativas”. Según ese documento, “la República de Bolivia es una prolongación de
la Colonia Española con otro ropaje jurídico-político-administrativo que
escamoteó la victoria [del indio] en la guerra de la Independencia”. El MITKA
es presentado como “la institucionalzación política moderna de un movimiento antiguo
iniciado desde el asesinato del Inca Atahuallpa”, movimiento surgido porque se
arrebató al indio “su independencia y su soberanía”. De ahí que el MITKA esté
de acuerdo con la “Liberación Nacional” aunque no comparte el nacionalismo
boliviano, pues es pura ideología, ya que “no hay tal Nación boliviana”. Se
trata, entonces, de culminar un proyecto nacional que solo puede ser inclusivo
pero que, para ser vigoroso y genuino, debe contar con el indio: “Bolivia
cuenta la riqueza y variedad de sus recursos naturales, pero tiene además la
suerte de contar con la riqueza y variedad de sus pueblos: el gran pueblo
aymara, el gran pueblo quechua, el gran pueblo camba y los demás dignos
heroicos y ejemplares pueblos nativos”[9]. Lamentablemente, el documento
no despliega las formas de ese empoderamiento ni diseña las formas del futuro
Estado.
El
indianismo y el katarismo
Cuando se
forjó el indianismo uno de sus referentes fue la figura de Julián Apaza, Tupak
Katari. Se puede indicar que el katarismo es consustancial al indianismo. La
fundación del PAN se la hizo en el mes que se conmemora el descuartizamiento de
Tupak Katari y cuando Raymundo Tambo —uno de los fundadores del PAN y figura
emblemática del indianismo— en la década de los 60 fundó una organización estudiantil
en el colegio Gualberto Villarroel, la denominó “Movimiento 15 de Noviembre”, como
referencia a la fecha comúnmente aceptada de la inmolación de Julián Apaza.
Posteriormente, los indianistas fundaron en la Universidad Mayor de San Andrés
de la Paz el Movimiento Universitario Julián Apaza, MUJA.
Es por la
acción de los indianistas —y no merced a ninguna “memoria larga” o mensaje
transmitido por los “abuelos sabios”—que el emblema de la gesta de Tupak Katari
fue expandido y actualizado en áreas rurales y urbanas. Ello es natural, si
consideramos que el indianismo es un fenómeno histórico que busca tener
incidencia política tangible. En ese sentido, es importante la referencia a los
acontecimientos políticos concretos y no la aproximación mítica o esotérica,
como pregonan algunos pachamamistas recientes cuando se refieren a Katari como la
serpiente mítica andina.
Sin embargo,
cuando el indianismo empezaba concretarse como fuerza política surgió una
escisión en su seno bajo el denominativo de katarismo. El mérito del indianismo
fue haber puesto acento en algunos de los males profundos de la sociedad
boliviana, como el racismo y la permanencia de las estructuras coloniales. Sin
embargo, la formulación de ese discurso en la labor militante era contundente
de tal manera que hería la sensibilidad de los bolivianos, cualquiera fuese su
tendencia política y su filiación ideológica. Así, todas las corrientes
políticas y los poderes establecidos (principalmente de iglesias y ONGs)
convergieron en atacar al indianismo. En esa labor se destacó la izquierda
criolla, situación tanto más extraña cuanto el origen político de la mayoría de
los fundadores indianistas se situaba en la izquierda política y su mensaje no
podía sino inscribirse en el ámbito progresista.
Una de las
constantes en el movimiento histórico indio es la fuerza de un componente
conciliador y colaboracionista con el estatus quo colonial. Ello es perceptible
desde la división entre los indios cuando la invasión española y se repite en
cada momento trascendental de la vida republicana. Históricamente, ello no es
insólito: Es un fenómeno común a toda situación política y, en particular, a la
lucha de los pueblos en situación colonial, pero en el caso boliviano tiene
características especiales.
Podría decirse
que esa vertiente “colaboracionista” es una aproximación diferente para
resolver la dominación colonial, pues propone siempre articular con el poder
para lograr ventajas que permitan el ejercicio de ciertos derechos. Mientras,
la vertiente “radical” pugna por una ruptura drástica para establecer recién
una nueva realidad. En realidad, ambas son aproximaciones que según la
coyuntura una puede tener mayor importancia una u otra y que, normalmente,
deberían representar posturas circunstanciales al interior de una misma organización.
Sin embargo,
la situación colonial hace que sea más fácil manipular una que otra, por
quienes desean mantener el sistema que se pretende transformar. Es lo que pasó
respecto al indianismo y el katarismo. Principalmente, sectores de la iglesia
católica (que después derivarían en ser su “ala progresista” una vez
desaparecido el temor de la revolución comunista al caer el Muro de Berlín)
promovieron un indigenismo aceptable, primero a través del llamado “Manifiesto
de Tiahuanaco”[10]
y luego invirtiendo no solo tiempo y esperanzas en la conformación de un
katarismo contrapuesto al indianismo.
El katarismo
se fue perfilando a partir de 1978 como una ideología diferente al indianismo.
Organizativamente, mientras estos se agrupaban entorno al MITKA, aquellos lo
hacían alrededor del Movimiento revolucionario Tupaj Katari, MRTK. Paradojas de
la historia: Cuando el katarismo era “ayudado” por progresistas, su doctrina
era la alianza con los oprimidos y su inmersión en la lucha de clases: era de
izquierda. Ahora el katarismo es conocido por ser defensor de políticas
liberales —algunos se denominan incluso libertarios, en el sentido de la libre
empresa radical para la cual el estado es un estorbo— y por pugnar escaños en
los partidos de derecha y extrema derecha.
El
pachamamismo y los desafíos actuales
Diversos
factores se coaligaron para provocar, a mediados de la década de los 80, la
implosión del indianismo como organización política. Si la inspiración indianista
persiste no es debido a la excelencia de esas organizaciones, sino a la justeza
de la causa que defendía y a la necesidad política de la descolonización, necesidad
que está todavía vigente.
En la ausencia
de una organización política la reflexión indianista fue llenada por lo que ahora
se denomina el pachamamismo, entendido este como la deformación de los
principios ideológicos indianistas para sustentar visiones occidentales
posmodernas sobre el indígena.
Como hemos
visto, las definiciones ideológicas indianistas no eran en absoluto
pachamamistas. El pachamamismo se caracteriza ahora por defender una
esencialidad étnica ficticia, una autenticidad a ultranza de pensamiento,
formas sociales y perspectivas de “cambio” que serían particulares a los
indígenas y ajenas al “mundo occidental”. Un fraude fundamentalista que quiere
hacer pasar como auténticamente indígena las formas más desvariadas del
posmodernismo occidental.
En contraste,
en el manifiesto del MITKA arriba comentado leemos lo siguiente: “El indianismo
es una ideología constituida por el aporte de centenares de científicos de toda
nacionalidad que desde diferentes ramas del saber y a través de sus
investigaciones han aportado al esclarecimiento de la realidad humana e
histórica. En efecto, la arqueología, la antropología, la psicología social, la
lingüística, la historiografía, etc., han estudiado este continente y, al
hacerlo, han desenterrado templos, palacios, desentrañando misterios,
interpretando acontecimientos y así han hecho aflorar una conciencia histórica y
un pensamiento milenario que ahora tratamos de restaurar con criterio practico
y visión futurista”[11].
Los orígenes
del pensamiento pachamamista están en los trabajos de un militante de la
izquierda radical desengañado de la racionalidad marxista y convertido después al
indianismo, quien influyó grandemente en la transición de Fausto Reinaga del indianismo
al amautismo. Nos referimos a Guillermo Carnero Hoke, quien el año 1968 en una
de sus obras confiesa el rol del investigador suizo Rafael Girard en su visión
sublimada de la comunidad como “clase mágica”, del “socialismo vinculado al cosmos”
y del indio como “reserva moral de la humanidad”[12].
Es curioso
cómo los pachamamistas no citan en sus disquisiciones a Guillermo Carnero Hoke,
ni siquiera a Fausto Reinaga en su etapa amautista. Quizás porque de alguna
manera el trasfondo de esos autores es todavía político, pese a sus
divagaciones cósmicas. Los autores preferidos de los pachamamistas contemporáneos
es toda la producción posmoderna y “decolonial” surgida en occidente después de
la caída del Muro de Berlín y que pretenden alejar al indio de toda acción y
responsabilidad social al concebirlo como ente en el cosmos, obsesionado por
saberes milenarios y por mantener un supuesto equilibrio con la naturaleza.
Evidentemente,
esa noción aleja al indio de la idea de poder político y, consecuentemente, de
toda actividad que implique control y conocimiento de su entorno. Las
motivaciones de esa nueva ideología son sospechosas pues culminan en
interpretar al indio como simple guardabosques para solaz y consuelo de quienes
en el tecnificado occidente ya no pueden disfrutar las delicias del contacto
con la naturaleza y esperan—seguramente — hacerlo en los territorios
encomendados a los indios.
Los desafíos y
acometidas de la nueva generación indianista implican, por tanto, salvar ese
escollo pachamamista, reanudar la elaboración de una solución descolonizadora y
prepararse para cumplir las tareas concretas que ello implica. Ello, porque la descolonización
es todavía tarea pendiente.
El actual
gobierno ha puesto la descolonización como una tarea básica de su gestión, pero
lamentablemente impregnada de la visión pachamamista, lo que explicaría sus
contratiempos y retrocesos. Las nuevas generaciones no pueden sino plantearse interrogantes
políticas cuyas respuestas estarán determinadas por lo experimentado estos
años, así como la Revolución Nacional del 52 fijó las características del
indianismo de entonces. Se acercan definiciones venideras, por supuesto
asentadas en nuestro pasado y nuestra cultura, pero con “criterio práctico y
visión futurista”.
** Boliviano de origen
aymara, historiador. Es autor de varios ensayos y trabajos sobre los pueblos
indígenas. Fue militante del MITKA, fundador y director del Centro Chitakolla.
Actualmente dirige el periodo digital Pukara.
[1] Gustavo Adolfo Calle Laime,
“La construcción liberal del discurso indianista- katarista”, en El Animal
Político, suplemento del periódico La Razón, 16 de octubre 2016, La Paz.
[2] Pedro Portugal Mollinedo,
Carlos Macusaya Cruz, El indianismo katarista. Una mirada crítica. Fundación
Friedrich Ebert (FES), La Paz, 2016. (se puede descargar ese texto en: http://www.periodicopukara.com/archivos/el-indianismo-katarista.pdf).
[3] Desde el 24 de junio de
este año en las escuelas de los pueblos chiquitanos del departamento de Santa
Cruz se canta el himno departamental con modificaciones que tienen que ver con
la referencia al conquistador Ñuflo de Chávez y a la gloria española, y que en
uno de sus versos dice: “España grandiosa / con hado benigno / aquí plantó el
signo / de la Redención.” A raíz de la denuncia en un medio de comunicación a inicios
del mes de noviembre de 2016, por parte de un estudiante de la Normal Indígena
de Concepción, en sentido de que el director de esa Normal les ordenó cantar el
Himno de Santa Cruz con la letra modificada en un acto cívico, se motivó una
protesta de los medios conservadores cruceños, para quienes la obsecuencia
hacia quienes se “independizaron” no les parece malo ni incongruente.
[4] Guillermo Bonfil Batalla,
“El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”, en:
Anales de Antropología, Revista del Instituto de Investigaciones
Antropológicas, UNAM. vol 9, 1972.
[5] Citado en: Pedro Portugal
Mollinedo, Carlos Macusaya Cruz, El indianismo katarista. Una mirada crítica.
Fundación Friedrich Ebert (FES), La Paz, 2016.
[6] José Luis Roca, Ni con
Lima ni con Buenos Aires. La formación de un Estado nacional en Charcas. IFEA,
Plural, Segunda edición, La Paz, 2011.
[7] El trabajo más exhaustivo
hasta ahora sobre Laureano Machaca es la tesis de Pedro Callisaya La vida de
Lawreano Machacca (1928-1956), realizada para obtención de grado en la Carrera
de Historia de la UMSA, La Paz, 2012.
[8] Acta de Fundación del PAN,
citado en: Pedro Portugal Mollinedo, Carlos Macusaya Cruz, El indianismo
katarista. Una mirada crítica. Fundación Friedrich Ebert (FES), La
Paz, 2016.
[9] Tribuna Política:
Expone Movimiento Indio Tupaj Katari. MITKA, periódico Presencia, 23 de
mayo 1978, La Paz.
[10] Para cualquier observador
honesto de la época la influencia de la iglesia en la conformación del katarismo
es evidente, pero manifestarla no es políticamente correcto. Cautamente Javier
Hurtado escribe sobre quienes elaboraron el Manifiesto de Tiahuanaco: “Otros
sostienen que fue obra exclusiva de Iriarte [sacerdote OMI], quien a la sazón
parece haber tenido mucha influencia sobre el katarismo”. Javier Hurtado, El
Katarismo, Hisbol, La Paz, 1986.
[11] Tribuna Política: Expone
Movimiento Indio Tupaj Katari. MITKA, periódico Presencia, 23 de mayo 1978, La
Paz.
[12] Guillermo Carnero Hoke,
Nueva Teoría para la insurgencia. Editorial Amerindia, Lima, 1968.
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