miércoles, 22 de febrero de 2017

Anulación política: "indio puro".

Carlos Macusaya Cruz


Uno de los problemas, en lo que se refiere a la identidad “indígena”, es aquel que se manifiesta como exigencia de pureza, de no contaminación. Este problema tiene varias aristas pero en lo fundamental tiene que ver con la anulación política de quien se exige pureza. Sin embargo, esta idea de “cero contaminación” está vinculada a los inicios, a la etapa de inmadurez, de movimientos que se fundan a partir y contra el orden de relaciones coloniales y que se pueden ubicar temporalmente, en la historia contemporánea de Bolivia,  en la década de lo 60: el indianismo. Desde entonces al presente, llama la atención que lo que fuera elemento discursivo de atrincheramiento defensivo de los indianistas hoy es dispositivo que deshabilita al sujeto que pretende hacerse político en acto. Un mito movilizador (el “indio” “puro”) funcionó de una manera en los inicios del indianismo y funciona hoy de otro modo.

La idea de que el “indio” en el área rural vive, como un ser que está más allá del mundo y vive en su mundo, al margen de los problemas “occidentales”, ciertamente no es creación indianista, pero son los indianistas quienes cambiaran el sentido de tal idea modificando su núcleo. En el discurso indianistas, esta idea será un elemento movilizador, un catalizador de acciones que proyectan  la constitución de un sujeto político. Este sentido se puede encontrar no solo en varios de los libros de Fausto Reinaga sino también en quienes, lo admitan o no, este autor influyó. Pero, en los años 80, con la incursión de las políticas de la diferencias desde los años ochenta, muchas ONG´s se apropiaron de este discurso y esta apropiación se dará con el objetivo de “guiar por buen camino” a los “indios” que querían hacer política. El mito indianista, hecho de materiales “heredados”[1], será “modificado genéticamente” y de ser un catalizador pasara a ser una idea absolutamente  esterilizante.

Se dará una especie de pérdida de dominio sobre lo creado, perdida que tiene que ver con las insuficientes de los indianistas y con la capacidad de movilización de recursos humanos y económicos por parte de quienes se adueñaran del mito indianista. Por eso no es raro que los indianistas hayan dedicado mucho de su tiempo a denunciar este “robo” y a recalcar que ellos fueron los iniciadores. Los indianistas no volverán su mirada sobre su propia creación y por lo mismo ésta no será objeto de reflexión ni cuestionamiento, más al contrario, en el afán de mostrarse como los “auténticos” y ante el accionar de varios indiólogos, llevarán al extremo de la fantasía el mito, del cual ya eran presos y victimas. El mito creado, no de la nada, insisto, empezará a ser lo que domina y limita a sus creadores.

Hoy vemos que, cuando se habla de “indígenas”, se exige ciertos requisitos para que alguien pueda decirse “indígena”; éstos no están a salvo de la “contaminación” del racismo y de hecho son formas de racismo. Alguien para decirse Aymara debe vivir en una “comunidad”, vestir ropa “ancestral”, no usar tecnología, etc. En otras palabras, con estos requisitos, lo que se hace es descalificar a quien se diga Aymara fuera de los estereotipos establecidos. La idea de que el “indio” vive usando una cierta ropa, en su “comunidad”, huraño a los cambios tecnológicos, es una idea racista que busca justificar la segregación racial de tales sujetos, asumiendo que son ellos mismos, por naturaleza, ajenos a los cambios y que el cambio solo es “virtud” o “delito” (para los indigenistas) de los no “indios”.

Cuando el “indio” no responde a los estereotipos de la casta dominante, ésta le crea e impone nuevas categorías, como la de “cholo”, pero, es a partir de que un sujeto no es lo que  el “otro” esperaba o imaginaba que es reclasificado. Si uno no se muestra en la forma como está establecido lo naturalmente “indio” sufre una nueva categorización: “cholo”. Como se tiene ya establecido lo que es indio, los sujetos que buscan afirmar una identidad, además de usar términos coloniales como  “indio”, “indígena” u originario”, parten de la imagen que el poder colonial ha construido sobre ellos. Se visten con ropa para turistas, esa que tienen retazos de aguayo o están hechas totalmente de algún tejido andino, pero que no es ropa que se use en los pueblos, sino que –insisto– está hecha para turistas. También están quienes buscan usar ponchos o polleras para algún evento “indígena”, tratando de mostrase y comportándose como los “otros” lo esperan; pero todo es teatral y el libreto esta ya establecido y su sentido es colonial.

Cuando alguien, la mayoría, no responde a estos parámetros establecidos, entonces no tiene por qué hablar de ser aymara, pues ya está contaminado, no es puro. Por tanto lo aymara se reduce a minúsculos grupos de personas que se disfrazan para ser reconocidas o que aun sobreviven en alguna comunidad. Se deja de lado que las migraciones, las articulaciones al mercado, diferenciaciones de clase, la movilidad social, son aspectos de los que los “indios” no están al margen. De hecho, quienes plantearon la identidad y su relación con el carácter colonial de las relaciones sociales en Bolivia fueron los migrantes, no “comunarios”.

No es casual encontrar a personas que juegan a ser encarnación de lo ancestral y que lo que hacen es ridiculizar, aun más, a los “indígenas”. El ex-rector interino de la UPEA, Salvador Gonzalo Quispe Mamani, quien se hace llamar “Qhispiyir Qhispi Mamani”, dice sobre sí mismo, al presentarse, que él es “analista, crítico, propositivo político” y que “dirigió el boletín Qhanchawi (boletín inédito con 6 números), sus escritos repercutieron en el sentipensamiento Qulla. Como docente universitario aporta con sus conocimientos y saberes, por el legado Ancestral Milenerio del Abya Yala – Tawantinsuyu – Qullasuyu…”[2]. Como es que “sus escritos repercutieron en el sentipensamiento Qulla” con un boletín inédito? Salta a la vista que este señor trata de mostrase como alguien importante e “influyente”; en su afán lo que logra es ridiculizar más a los “indígenas”, al reforzar la idea prejuiciosa de que los “indios” no piensan. Eso es lo que logra con su afirmación de que influyó con escritos inéditos.

Pero hay más sobre este “influyente” personaje y lo que hay sobre él no es nada “inédito”. En la presentación de la reimpresión de la primera obra de Fausto Reinaga, Mitayos y Yanaconas, realizada en la UPEA el 27 de marzo del 2013, Salvador Quispe fue invitado a comentar la obra. Cuando le tocó el turno de tomar la palabra, se notó que no leyó el libro, pues su exposición era, a todas luces, improvisada. En determinado momento pregunto “¿Quién es más civilizado, las hormiguitas o los humanos?” Y él mismo se respondió, dándose aires de sabio indígena  afirmando que las hormiguitas son más civilizadas, pues no toman cocacola y los humanos sí (!). Lo normal es que, cuando uno deja una botella de alguna gaseosa abierta, ésta se “llene” de hormigas y no por que éstas sean imperialistas, alienadas u occidentalizadas, sino, simplemente, por que buscan azúcar. Este detalle, tan básico, se le fue al “influyente” señor que según él es “analista, crítico, propositivo político”.

Ojo que estamos hablando de alguien que es profesor en la UPEA. Sobre lo que hace en su trabajo dice, en tercera persona: “Como docente universitario aporta con sus conocimientos y saberes, por el legado Ancestral Milenerio del Abya Yala – Tawantinsuyu – Qullasuyu…”. Lo que aporta no es conocimientos y saberes que tengan algo que ver con algún “legado Ancestral Milenerio”. Lo que nos aporta, es material de análisis sobre la forma en que los “indígenas”, atormentados por complejos, tratan de mostrase en actos y discursos, de manera tal que su imagen encaje en los parámetros que los “occidentales” han establecido. Es como si Salvador Quispe dijera: “mírenme, soy el sabio indígena que están buscando y necesito que me reconozcan”. Lo que se expresa en todo esto es que el “otro”, el “indígena” no solo puede ser lo que el “blanco” quiere, sino que aspira a serlo y se esfuerza para lograrlo. Es el “típico caso” del sujeto que tiene problemas de identidad y tiene como referente los prejuicios que los “occidentales” proyectan sobre los “indígenas”; situación tan común en sociedades que fueron colonizadas.

Por otro lado, y como otro ejemplo, Felipe Quispe dice de sí mismo: “no he sufrido la colonización ni la conquista mental”, sin embargo, su discurso está saturado (“contaminado”) de elementos marxistas. Quispe se quiere mostrar como “puro” para darle autoridad a su palabra. No hay que perder de vista que el indianismo se enfrento con la corrientes de izquierda y denunció el carácter racista de quienes personificaban tal posición política, pero nunca enfrentaron teóricamente los planteamientos de los marxistas, sino que apuntaron a las acciones racistas y paternalistas de los “izquierdistas”, apoyándose, las más de las veces, en el mito del “indio” “puro”. Cabe señalar que la palabra de Quispe no necesita de “pureza” para tener autoridad, pues su papel en la historia Aymara lo autoriza.

Como decíamos al empezar, esta idea de pureza es ahora arma de anulación política. Esto se manifiesta en los halagos que exaltan la imagen de un indio “puro” que no existe. Las reflexiones sobre las propias acciones, símbolos, mitos  e ideas que se producen en el proceso de lucha que se vive en Bolivia quedan esterilizadas por el efecto que tales halagos causan en los sujetos inferiorizados por la dominación colonial, inferiorización que ha reproducido el Estado boliviano, reactualizándola. El halago, este ejercicio de “endulzar el oído” del “indio”, no es un gesto de amabilidad o cortesía, es otra cara de la reproducción de las relaciones coloniales. El orden racializado no se reproduce, la mayor parte del tiempo, por la agresión descarada y descarnada, sino de menaras más sutiles, las que pasan inadvertidas y que incluso gustan a quienes sufren la racialización. El “chiste” está en que la mejor manera de contener a la “indiada” no es gritándoles “indios de miera” o “raza maldita”, sino seduciéndolos, para que así “aflojen”.

Tomemos otro ejemplo de cómo se usa la idea de indio no contaminado: Rafael Bautista dice: “La descolonización no es cuestión de indios. Hay que descolonizar a los q’aras” [3]. Es decir que, para este señor, los colonizados son los “q’ras”. Uno podría preguntarse ¿Quiénes los colonizaron? Este ejemplo nos muestra que el personaje que plantea tan “brillante” afirmación no busca que el problema sea comprendido; lo que busca es decir algo que guste a la “indiada”, algo que cautive a los “indios”: que no estarían afectados por las maldades de la colonización. Les dice que los que están mal son los q’aras y hay que descolonizarlos, los “indios” no tienen porque ser afectados por la descolonización, porque ésta “no es cuestión de indios”, los “indios” a otra cosa.

Pero hay más sobre este personaje. En la primera mitad de este año presentó en el MUSEF, un libro titulado “Suma Qamaña”, libro en el que no figura ningún “indio” ni en la bibliografía ni en las citas y curiosamente al que más cita el autor en su libro mencionado es a él mismo. Pareciera que este señor lanza “flores” a los “indios”, pero a la hora de reflexionar lo que supuestamente ellos (los “indios”) plantean (suma qamaña[4]). Los indios que escribieron sobre el asunto no importan, tal vez porque “no es cuestión de indios”.

Pero ¿qué sería cuestión de indios? La respuesta se la vio en la misma presentación del libro mencionado. Un “sabio” indígena, disfrazado con atuendos “ancestrales” presidió una ceremonia para “bendecir” el trabajo de Rafael Bautista. El indio estaba para hacer el show; era el espectáculo exótico que debía validar con su caricaturizada presencia, la ausencia del indio en el contenido del libro. Por tanto, lo que es “cuestión de indios” es aquello en lo que estos seres actúan como espectáculo folklórico y exótico, donde expresan su “pureza”. El “indio” disfrazado y usado para hacer que un producto sea más deseable, es comparable con las situaciones tan comunes en las que se usa el cuerpo de una mujer, con la menor ropa posible, para vender algún producto. Claro que en ambos casos, los sujetos “usados” juegan el juego de quienes los usan.

La idea de pureza es muy útil para tener a los “indios” ocupados en mostrase realmente puros o tratando de descontaminarse (ahora se dice “descolonización”) y ello para reducir su capacidad política y peso demográfico. Por lo tanto los esfuerzos que se podrían volcar sobre las limitaciones propias, sobre las condiciones de lucha actuales, entre otros aspectos, son dejados, porque esas cosas “contaminan” pues son cosas que deben ser racionalizadas y la razón es –supuestamente– cosa de occidentales, no de “indios”. Resultado: “indio” políticamente anulado. Entonces no hay que jugar a ser puros, hay que contaminase de otras experiencias de lucha, de libros de pensadores de otras latitudes, hay que dejar de ser lo que el otro espera que seamos.



Artículo publicado en el Pukara nº 88 (2013)
[1] El indianismo no es una hechura de la nada, parte de ideas indigenistas como las de E. Valcarcel o Mariátegui, como también las de Poder Negro o ideas Toynbee o Spengler, entre muchos otros.
[2]Salvador Gonzalo Quispe Mamani,  Sentipensamiento dialógico a Katari-Sisa, en: La Migraña, pg. 97, año 1, nº 2, septiembre 2012. Nótese la palabra “Sentipensamiento” con que empieza el titulo su artículo.
[3] Ministerio de Culturas, Primer encuentro departamental del proceso de descolonización, p 26, 2006.
[4] Hace falta establecer la paternidad de la idea de “suma qamaña”, que no es ancestral ni milenaria (como gusta pensar y afirmar a muchos), pues en  conversaciones con algunas personalidades del indianismo y el katarismo, he escuchado, más de una vez, que el padre de esta idea no es ningún Aymara, sino Javier Medina, un ex-curita; claro que no es común que los curitas reconozcan la paternidad sobre sus wawas (hijos). Moisés Gutiérrez, en la charla “Apuntes históricos sobre el MRTKL”, organizado por el MINKA el 27 de agosto del 2013, comentaba que, en el afán de diferenciarse de los socialistas y capitalistas, Javier Medina y Simón Yampara hablaban del vivir bien.

1 comentario:

  1. En estos momentos, siglo XXI, ser indio, indígena, aborigen, originario, nativo o como quiera que nos bauticen, más que de rasgos físicos exteriores depende de respetar y practicar en lo posible los valores indígenas de vida, según sea indio urbano o rural. Pero lo fundamental es el autorreconocimiento, asumirse uno mismo, reconocerse como lo que es. Lo expongo más extensamente en mi libro “Inkariuma, manual de acción política indígena” que se puede descargar gratuitamente de Internet poniendo INKARIUMA en el buscador. Y desde ya agradezco todas las opiniones al respecto.

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