Carlos
Macusaya Cruz
Uno de los
problemas, en lo que se refiere a la identidad “indígena”, es aquel que se
manifiesta como exigencia de pureza, de no contaminación. Este problema tiene
varias aristas pero en lo fundamental tiene que ver con la anulación política de quien se exige pureza. Sin embargo, esta idea
de “cero contaminación” está vinculada a los inicios, a la etapa de inmadurez,
de movimientos que se fundan a partir y contra el orden de relaciones
coloniales y que se pueden ubicar temporalmente, en la historia contemporánea
de Bolivia, en la década de lo 60: el
indianismo. Desde entonces al presente, llama la atención que lo que fuera
elemento discursivo de atrincheramiento defensivo de los indianistas hoy es
dispositivo que deshabilita al sujeto que pretende hacerse político en acto. Un
mito movilizador (el “indio” “puro”) funcionó de una manera en los inicios del
indianismo y funciona hoy de otro modo.
La idea de que
el “indio” en el área rural vive, como un ser que está más allá del mundo y
vive en su mundo, al margen de los problemas “occidentales”, ciertamente no es
creación indianista, pero son los indianistas quienes cambiaran el sentido de
tal idea modificando su núcleo. En el discurso indianistas, esta idea será un
elemento movilizador, un catalizador de acciones que proyectan la constitución de un sujeto político. Este
sentido se puede encontrar no solo en varios de los libros de Fausto Reinaga
sino también en quienes, lo admitan o no, este autor influyó. Pero, en los años
80, con la incursión de las políticas de la diferencias desde los años ochenta,
muchas ONG´s se apropiaron de este discurso y esta apropiación se dará con el
objetivo de “guiar por buen camino” a los “indios” que querían hacer política.
El mito indianista, hecho de materiales “heredados”[1], será
“modificado genéticamente” y de ser un catalizador pasara a ser una idea
absolutamente esterilizante.
Se dará una
especie de pérdida de dominio sobre lo creado, perdida que tiene que ver con
las insuficientes de los indianistas y con la capacidad de movilización de
recursos humanos y económicos por parte de quienes se adueñaran del mito
indianista. Por eso no es raro que los indianistas hayan dedicado mucho de su
tiempo a denunciar este “robo” y a recalcar que ellos fueron los iniciadores.
Los indianistas no volverán su mirada sobre su propia creación y por lo mismo
ésta no será objeto de reflexión ni cuestionamiento, más al contrario, en el
afán de mostrarse como los “auténticos” y ante el accionar de varios indiólogos,
llevarán al extremo de la fantasía el mito, del cual ya eran presos y victimas.
El mito creado, no de la nada, insisto, empezará a ser lo que domina y limita a
sus creadores.
Hoy vemos que,
cuando se habla de “indígenas”, se exige ciertos requisitos para que alguien
pueda decirse “indígena”; éstos no están a salvo de la “contaminación” del
racismo y de hecho son formas de racismo. Alguien para decirse Aymara debe
vivir en una “comunidad”, vestir ropa “ancestral”, no usar tecnología, etc. En
otras palabras, con estos requisitos, lo que se hace es descalificar a quien se
diga Aymara fuera de los estereotipos establecidos. La idea de que el “indio”
vive usando una cierta ropa, en su “comunidad”, huraño a los cambios
tecnológicos, es una idea racista que busca justificar la segregación racial de
tales sujetos, asumiendo que son ellos mismos, por naturaleza, ajenos a los
cambios y que el cambio solo es “virtud” o “delito” (para los indigenistas) de
los no “indios”.
Cuando el
“indio” no responde a los estereotipos de la casta dominante, ésta le crea e
impone nuevas categorías, como la de “cholo”, pero, es a partir de que un
sujeto no es lo que el “otro” esperaba o
imaginaba que es reclasificado. Si uno no se muestra en la forma como está
establecido lo naturalmente “indio” sufre una nueva categorización: “cholo”.
Como se tiene ya establecido lo que es indio, los sujetos que buscan afirmar
una identidad, además de usar términos coloniales como “indio”, “indígena” u originario”, parten de
la imagen que el poder colonial ha construido sobre ellos. Se visten con ropa
para turistas, esa que tienen retazos de aguayo o están hechas totalmente de
algún tejido andino, pero que no es ropa que se use en los pueblos, sino que –insisto–
está hecha para turistas. También están quienes buscan usar ponchos o polleras
para algún evento “indígena”, tratando de mostrase y comportándose como los
“otros” lo esperan; pero todo es teatral y el libreto esta ya establecido y su
sentido es colonial.
Cuando alguien,
la mayoría, no responde a estos parámetros establecidos, entonces no tiene por
qué hablar de ser aymara, pues ya está contaminado, no es puro. Por tanto lo
aymara se reduce a minúsculos grupos de personas que se disfrazan para ser
reconocidas o que aun sobreviven en alguna comunidad. Se deja de lado que las
migraciones, las articulaciones al mercado, diferenciaciones de clase, la
movilidad social, son aspectos de los que los “indios” no están al margen. De
hecho, quienes plantearon la identidad y su relación con el carácter colonial
de las relaciones sociales en Bolivia fueron los migrantes, no “comunarios”.
No es casual
encontrar a personas que juegan a ser encarnación de lo ancestral y que lo que
hacen es ridiculizar, aun más, a los “indígenas”. El ex-rector interino de la
UPEA, Salvador Gonzalo Quispe Mamani, quien se hace llamar “Qhispiyir Qhispi
Mamani”, dice sobre sí mismo, al presentarse, que él es “analista, crítico,
propositivo político” y que “dirigió el boletín Qhanchawi (boletín inédito con
6 números), sus escritos repercutieron en el sentipensamiento Qulla. Como
docente universitario aporta con sus conocimientos y saberes, por el legado
Ancestral Milenerio del Abya Yala – Tawantinsuyu – Qullasuyu…”[2]. Como es
que “sus escritos repercutieron en el sentipensamiento Qulla” con un boletín
inédito? Salta a la vista que este señor trata de mostrase como alguien importante
e “influyente”; en su afán lo que logra es ridiculizar más a los “indígenas”,
al reforzar la idea prejuiciosa de que los “indios” no piensan. Eso es lo que
logra con su afirmación de que influyó con escritos inéditos.
Pero hay más
sobre este “influyente” personaje y lo que hay sobre él no es nada “inédito”.
En la presentación de la reimpresión de la primera obra de Fausto Reinaga, Mitayos y Yanaconas, realizada en la
UPEA el 27 de marzo del 2013, Salvador Quispe fue invitado a comentar la obra.
Cuando le tocó el turno de tomar la palabra, se notó que no leyó el libro, pues
su exposición era, a todas luces, improvisada. En determinado momento pregunto
“¿Quién es más civilizado, las hormiguitas o los humanos?” Y él mismo se
respondió, dándose aires de sabio indígena
afirmando que las hormiguitas son más civilizadas, pues no toman
cocacola y los humanos sí (!). Lo normal es que, cuando uno deja una botella de
alguna gaseosa abierta, ésta se “llene” de hormigas y no por que éstas sean
imperialistas, alienadas u occidentalizadas, sino, simplemente, por que buscan
azúcar. Este detalle, tan básico, se le fue al “influyente” señor que según él
es “analista, crítico, propositivo político”.
Ojo que estamos
hablando de alguien que es profesor en la UPEA. Sobre lo que hace en su trabajo
dice, en tercera persona: “Como docente universitario aporta con sus
conocimientos y saberes, por el legado Ancestral Milenerio del Abya Yala –
Tawantinsuyu – Qullasuyu…”. Lo que aporta no es conocimientos y saberes que
tengan algo que ver con algún “legado Ancestral Milenerio”. Lo que nos aporta,
es material de análisis sobre la forma en que los “indígenas”, atormentados por
complejos, tratan de mostrase en actos y discursos, de manera tal que su imagen
encaje en los parámetros que los “occidentales” han establecido. Es como si
Salvador Quispe dijera: “mírenme, soy el sabio indígena que están buscando y
necesito que me reconozcan”. Lo que se expresa en todo esto es que el “otro”,
el “indígena” no solo puede ser lo que el “blanco” quiere, sino que aspira a
serlo y se esfuerza para lograrlo. Es el “típico caso” del sujeto que tiene
problemas de identidad y tiene como referente los prejuicios que los
“occidentales” proyectan sobre los “indígenas”; situación tan común en
sociedades que fueron colonizadas.
Por otro lado, y
como otro ejemplo, Felipe Quispe dice de sí mismo: “no he sufrido la
colonización ni la conquista mental”, sin embargo, su discurso está saturado
(“contaminado”) de elementos marxistas. Quispe se quiere mostrar como “puro”
para darle autoridad a su palabra. No hay que perder de vista que el indianismo
se enfrento con la corrientes de izquierda y denunció el carácter racista de
quienes personificaban tal posición política, pero nunca enfrentaron
teóricamente los planteamientos de los marxistas, sino que apuntaron a las
acciones racistas y paternalistas de los “izquierdistas”, apoyándose, las más
de las veces, en el mito del “indio” “puro”. Cabe señalar que la palabra de
Quispe no necesita de “pureza” para tener autoridad, pues su papel en la historia
Aymara lo autoriza.
Como decíamos al
empezar, esta idea de pureza es ahora arma de anulación política. Esto se
manifiesta en los halagos que exaltan la imagen de un indio “puro” que no
existe. Las reflexiones sobre las propias acciones, símbolos, mitos e ideas que se producen en el proceso de
lucha que se vive en Bolivia quedan esterilizadas por el efecto que tales
halagos causan en los sujetos inferiorizados por la dominación colonial,
inferiorización que ha reproducido el Estado boliviano, reactualizándola. El
halago, este ejercicio de “endulzar el oído” del “indio”, no es un gesto de
amabilidad o cortesía, es otra cara de la reproducción de las relaciones
coloniales. El orden racializado no se reproduce, la mayor parte del tiempo,
por la agresión descarada y descarnada, sino de menaras más sutiles, las que
pasan inadvertidas y que incluso gustan a quienes sufren la racialización. El
“chiste” está en que la mejor manera de contener a la “indiada” no es
gritándoles “indios de miera” o “raza maldita”, sino seduciéndolos, para que
así “aflojen”.
Tomemos otro
ejemplo de cómo se usa la idea de indio no contaminado: Rafael Bautista dice:
“La descolonización no es cuestión de indios. Hay que descolonizar a los
q’aras” [3]. Es
decir que, para este señor, los colonizados son los “q’ras”. Uno podría
preguntarse ¿Quiénes los colonizaron? Este ejemplo nos muestra que el personaje
que plantea tan “brillante” afirmación no busca que el problema sea
comprendido; lo que busca es decir algo que guste a la “indiada”, algo que
cautive a los “indios”: que no estarían afectados por las maldades de la
colonización. Les dice que los que están mal son los q’aras y hay que
descolonizarlos, los “indios” no tienen porque ser afectados por la
descolonización, porque ésta “no es cuestión de indios”, los “indios” a otra
cosa.
Pero hay más
sobre este personaje. En la primera mitad de este año presentó en el MUSEF, un
libro titulado “Suma Qamaña”, libro en el que no figura ningún “indio” ni en la
bibliografía ni en las citas y curiosamente al que más cita el autor en su
libro mencionado es a él mismo. Pareciera que este señor lanza “flores” a los “indios”,
pero a la hora de reflexionar lo que supuestamente ellos (los “indios”)
plantean (suma qamaña[4]). Los
indios que escribieron sobre el asunto no importan, tal vez porque “no es
cuestión de indios”.
Pero ¿qué sería
cuestión de indios? La respuesta se la vio en la misma presentación del libro
mencionado. Un “sabio” indígena, disfrazado con atuendos “ancestrales” presidió
una ceremonia para “bendecir” el trabajo de Rafael Bautista. El indio estaba
para hacer el show; era el espectáculo exótico que debía validar con su
caricaturizada presencia, la ausencia del indio en el contenido del libro. Por
tanto, lo que es “cuestión de indios” es aquello en lo que estos seres actúan
como espectáculo folklórico y exótico, donde expresan su “pureza”. El “indio”
disfrazado y usado para hacer que un producto sea más deseable, es comparable con
las situaciones tan comunes en las que se usa el cuerpo de una mujer, con la
menor ropa posible, para vender algún producto. Claro que en ambos casos, los
sujetos “usados” juegan el juego de quienes los usan.
[1] El indianismo no es una hechura de la nada, parte de ideas
indigenistas como las de E. Valcarcel o Mariátegui, como también las de Poder
Negro o ideas Toynbee o Spengler, entre muchos otros.
[2]Salvador Gonzalo Quispe Mamani,
Sentipensamiento dialógico a
Katari-Sisa, en: La Migraña, pg. 97, año 1, nº 2, septiembre 2012. Nótese
la palabra “Sentipensamiento” con que
empieza el titulo su artículo.
[3] Ministerio de Culturas, Primer encuentro departamental del proceso
de descolonización, p 26, 2006.
[4] Hace falta establecer la paternidad de la idea de “suma qamaña”,
que no es ancestral ni milenaria (como gusta pensar y afirmar a muchos), pues
en conversaciones con algunas
personalidades del indianismo y el katarismo, he escuchado, más de una vez, que
el padre de esta idea no es ningún Aymara, sino Javier Medina, un ex-curita;
claro que no es común que los curitas reconozcan la paternidad sobre sus wawas
(hijos). Moisés Gutiérrez, en la charla “Apuntes históricos sobre el MRTKL”,
organizado por el MINKA el 27 de agosto del 2013, comentaba que, en el afán de
diferenciarse de los socialistas y capitalistas, Javier Medina y Simón Yampara
hablaban del vivir bien.
En estos momentos, siglo XXI, ser indio, indígena, aborigen, originario, nativo o como quiera que nos bauticen, más que de rasgos físicos exteriores depende de respetar y practicar en lo posible los valores indígenas de vida, según sea indio urbano o rural. Pero lo fundamental es el autorreconocimiento, asumirse uno mismo, reconocerse como lo que es. Lo expongo más extensamente en mi libro “Inkariuma, manual de acción política indígena” que se puede descargar gratuitamente de Internet poniendo INKARIUMA en el buscador. Y desde ya agradezco todas las opiniones al respecto.
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