lunes, 13 de febrero de 2017

Movimientos sociales, gobierno indígena y lo plurinacional en el “proceso de cambio”*.

Por: Carlos Macusaya

En enero del 2006 Evo Morales asumió el cargo de presidente de Bolivia. En los primeros años de su gobierno era común oír entre “sectores populares” frases como: “Cuando lo han posesionado al Evo he llorado”. El poder había tenido hasta entonces  un color, unos rasgos identificados con “buena familia”, pero Morales no tenía ni ese color ni esos rasgos; no era de “buena familia”. Se estaba dando un terremoto simbólico que sacudía no solo al país. Desde entonces se nos ha dicho que vivimos en un “proceso de cambio”, en el que se tiene un “gobierno indígena” y de “movimientos sociales”; proceso que además sería de “descolonización” y que apuntaría al “vivir bien” y el “socialismo comunitario”.
Sin embargo, se han dado hechos que contradicen la retórica oficial la formación de una “pre-burguesía” entre los aymaras y quechuas es cada vez más evidente; ya no existen movimientos sociales como en los años 2000 a 2005; la descolonización, el socialismo comunitario y el vivir bien son solo frases bonitas, pero la realidad las desmiente; la plurinacionalidad es poesía y buenas intenciones en un escenario en el que los migrantes andinos se imponen en Bolivia; el papel de los “indígenas” en el gobierno es simbólico y reproduce las jerarquías racializadas que se supone un proyecto descolonizador debería superar.
En este pequeño trabajo abordaré lo que ha sido el “proceso de cambio”, bosquejando muy escuetamente lo que se vislumbra. He de concentrarme en algunos aspectos políticos: Primero analizare lo que son los “movimientos sociales” en este proceso; en segundo lugar me referiré al carácter “indígena” del gobierno; como tercer punto plantearé algunas observaciones sobre lo nacional en Bolivia en tiempos plurinacionales; y finalmente, en cuarto lugar, plantearé algunas consideraciones sobre las posibilidades políticas que se prefiguran.
I.                    El gobierno y los “movimientos sociales”.
El MAS ha logrado llegar al gobierno gracias a varios factores, entre ellos, la capacidad de articular a organizaciones sociales por medio de sus dirigentes, organizaciones que desde el año 2000 entraron en una dinámica tal que se convirtieron en movimientos sociales. La fuerza social desplegada en grandes movilizaciones se volcó a las urnas en favor del Movimiento Al Socialismo, en diciembre del 2005.
Desde que el MAS llegó al poder ha ido posicionando, por medio de una intensa campaña mediática, la idea de que su gobierno es un gobierno de los movimientos sociales. Sin embargo, esta idea no corresponde con lo que está pasando, y lo que ha ido pasando, en la relación entre el gobierno del MAS y las organizaciones sociales, mal llamadas ahora “movimientos sociales”.
La confusión entre lo que son las organizaciones sociales y lo que fueron los movimientos sociales es algo que da lugar a desentenderse de la situación política actual. En el primer caso, en lo que se refiere a organizaciones sociales, se trata de estructuras jerárquicas de mando, por lo que el peso de la dirigencia se impone por sobre las bases. En el segundo caso, es decir, en el caso de los movimientos sociales, se trata de estructuras de acción colectiva donde las estructuras de mando se diluyen y las relaciones entre los actores que forman una colectividad movilizada es más horizontal.
Antes de ser vicepresidente, en Sociología de los movimientos sociales, Álvaro García caracterizaba así a los movimientos sociales: “actores colectivos plurales conformados por una variedad de organizaciones dotados de intereses propios, que se proponen definir un objetivo común, un cambio social, cultural o político, que permita que sus intereses sean reconocidos”[1]. Téngase en cuenta que García Linera plantea el tema en un escenario marcado por una crisis estatal y cuando los llamados movimientos sociales se confrontaban con el poder establecido.
Ya como vicepresidente, García dice: “el movimiento social y las organizaciones sociales son por definición democratización de decisiones, amplia y continua socialización de deliberaciones y decisiones sobre asuntos comunes”[2]. Mucho de lo que dice el actual vicepresidente se vivió entre los años 2000 y 2005, pero desde que el MAS está en el gobierno no sucede tal dinámica social. Ya no se vive ni se desarrollan aquellas acaloradas discusiones de juntas vecinales o debates en plena movilización, o en espacios públicos como plazas o calles, como sucedía antes de que el MAS sea gobierno, y por lo mismo, las decisiones de la cúpula gubernamental se dan, a lo sumo, informándoseles a los dirigentes de las principales organizaciones que subordinadas al gobierno.  Por ejemplo, la pretendida nivelación de los precios de los carburantes, en diciembre del 2010, causo tal reacción que era evidente que el gobierno nunca “democratizó” ni llevó a “deliberación” tal medida.
Otro ejemplo de que eso de “gobierno de los movimientos sociales” no tiene que ver con un tipo de explicación o caracterización con respecto a lo que pasa en la realidad, sino que más bien la encubre, es el fracaso del MAS en El Alto en las pasadas elecciones municipales. En tal ocasión quedó muy claro que no hubo deliberación colectiva ni democratización de decisiones a la hora de elegir al candidato, pues los dirigentes de algunos “movimientos sociales” se impusieron por medio de la estructura vertical de mando propia de una organización, no de un movimiento social. La designación de Patana como candidato a la alcaldía de El Alto muestra que no hay una dinámica de movimientos sociales y los dirigentes no responden a sus bases y aprovechan su situación para buscar beneficios en nombre de los “movimientos sociales”. Algo similar sucedió con la designación de Felipa Huanca, ficha del David Choquehuanca, como candidata del MAS a la gobernación de La Paz.
Los “claros manejos turbios” de muchos dirigentes en la designación de candidatos ha hecho que la muletilla de que se trata de “decisión de los movimientos sociales” no solo una apelación fastidiosa sino una expresión de desfachatez. Hoy por hoy, entre muchos sectores de la población, la imagen de un dirigente es la de un aprovechado, no la de alguien que lucha por intereses colectivos.
Esta más que claro que las organizaciones sociales, con sus estructuras jerárquicas, no funcionan como lo hacían en el año 2000 hasta 2005, es decir que no se trata de movimientos sociales, los irrumpieron con fuerza desde el año 2000; muchas organizaciones sociales, como la FEJUVE de El Alto, se fueron convirtiendo en movimientos sociales por aquellos años. Es decir que sus estructuras de mando fueron disolviéndose al calor de las acciones colectivas que se fueron desplegando en un periodo histórico marcado por una crisis estatal de gran magnitud. Pero en este tiempo no hay movimientos sociales, sino dirigentes que usan el capital simbólico que sus organizaciones construyeron en años pasados para sacar el máximo provecho en beneficio personal.
En la actualidad las dinámicas sociales y políticas no son las mismas de los tiempos en los que muchas organizaciones sociales se trasformaron en movimientos sociales. Los movimientos sociales son ya parte del pasado y lo que está en pie son las organizaciones sociales, con sus estructuras de mando, “usos y costumbres” y el papel gravitante de sus dirigentes. Por lo tanto, no se puede confundir el papel de las organizaciones sociales con el papel que desempeñaron como movimientos sociales hace más de una década. Si consideramos a las organizaciones sociales como “movimientos sociales” pasamos por alto que estamos en otra situación histórica. Hoy, por ejemplo, no hay crisis estatal como lo hubo cuando los movimientos sociales estaban vigentes.
Si en el pasado los movimientos sociales fueron los actores fundamentales en los procesos de movilización y deliberación, en la actualidad las organizaciones sociales no pueden cumplir el mismo papel pues las acciones colectivas son ya un recuerdo y lo que se impone es la gestión estatal en un escenario marcado por la estabilidad económica.
Si encubrimos la situación histórica actual como rebosante de deliberación y acciones protagonizadas por “movimientos sociales”, como la ido haciendo el gobierno, encubrimos también el papel que están jugando los dirigentes de varias organizaciones sociales. Hay que tener bien en claro que esta no es la misma situación histórica en la que los movimientos sociales fueron los actores principales. Estamos en otra etapa en la que no hay movimientos sociales y las organizaciones sociales  desempeñan un papel subordinado a las dirigencias.
Pero además, las organizaciones sociales no solo están subordinadas a sus dirigencias, sino que éstas, a su vez, están subordinadas al gobierno. Por tanto, no se trata de un gobierno de movimientos sociales, sino de un gobierno que ha logrado cooptar a dirigentes de organizaciones. En este entendido se presenta a algunos dirigentes de organizaciones sociales, ocupando cargos menores o simbólicos en el Estado, como la “participación” de los movimientos sociales en el gobierno.
Las acciones que algunas de estas organizaciones despliegan, no emanan de las dinámicas deliberativas propias de lo fueron los movimientos sociales, sino de la relación gobierno–organizaciones sociales, donde los segundos responden al primero. Entonces, “mandar obedeciendo” es una frase bella, pero vacía.
El hecho de que no hayan movimiento sociales sino organizaciones sociales, no responde a una simple malicia, no se trata de un problema moral, pues, qué posibilidades hay que las bases estén permanentemente discutiendo sobre las medidas que del gobierno piensa implementar, mientras hay que “vivir el día a día”? Insisto, que ese tipo de acciones colectivas, no se dan hoy por hoy, el porqué es tema de debate; pero la capacidad del MAS de cooptar dirigentes y la imposibilidad de extender en el tiempo tales acciones, son elementos a considerar. Se puede afirmar, con las consideraciones anteriores, que el gobierno no tiene movimientos sociales, tiene organizaciones sociales, las que están subordinadas a partir de su dirigencia. No es un gobierno de movimientos sociales, sino un gobierno apoyado en organizaciones sociales subordinadas a través de su dirigencia.
II.                  Sobre el carácter indígena del gobierno.
Cualquier organización política tiene entre sus objetivos posicionar una imagen de su líder y de la misma organización, en función de cómo quieren ser vistos, más aun cuando está ejerciendo el gobierno. En el caso del MAS, la imagen que han trabajado desde el gobierno, tiene como núcleo duro la figura de Evo Morales Ayma, sobre la cual se ha ido articulando elementos como lo “indígena”, descolonización, etc. El color de la piel, además de otros aspectos, en un espacio social racializado como es Bolivia, tienen un significado político muy marcado: nos “dice” quienes pueden o no ocupar un lugar. Este mundo simbólico fue violentado con la elección de un “indígena” como presidente de este país. Los rasgos físicos, su trayectoria sindical, su vida en general fue algo muy bien explotado mediáticamente para dar una imagen “indígena” al gobierno.
Se contrapuso el color de Evo, sus rasgos, frente a los rasgos y color de los anteriores gobernantes, vinculando lo somático con lo ideológico-político. En esta operación se buscó y se logró que se identificara la posición política e ideológica de las personas por el color de piel. El gobierno se presentó y se presenta distinto de los anteriores resaltando la figura “indígena” del presidente. Pero el papel de los “indígenas” es simbólico y los puestos de decisión más importantes son ocupados por los “no indígenas”. ¿Cuál es el papel que desempeñan los indígenas en un “gobierno indígena”? ¿Son solo la imagen de exportación del MAS en el gobierno?
El parlamento está repleto de personas morenas, como nunca antes lo ha estado, pero se trata de “peso muerto”, sin incidencia en las decisiones políticas. En contraste, abundan las imágenes promovidas por el gobierno donde se ve a personas disfrazadas con ropa “ancestral”. También actos propios de agencias de turismo, y que reproducen los prejuicios racistas, han sido llevados a cabo en nombre de la descolonización y de la “recuperación de la identidad indígena”. La exuberancia de exotismo, muy apetecidos por los turistas, son  infaltables en estos espectáculos. Llegan periodistas de diferentes partes del mundo para registrar imágenes que luego son difundidas, mostrando lo que es la descolonización en Bolivia. El “proceso de cambio” es colorido y pintoresco ante los ojos de las personas de otras latitudes y alimenta, de manera muy generosa, los prejuicios sobre pueblos que se piensan están estacados en el tiempo. Así, lo “indígena” en el gobierno, o el “gobierno indígena”, no ha pasado de ser una idea cautivadora, pero muy alejada de lo que en realidad pasa.
El papel del “indígena” es el de ser la masa movilizable y el símbolo, y quienes delinean las políticas de estado, quienes proyectan lo que se hace son los “no indígenas”. En esto se reproduce la división racializada del trabajo, división que responde a la colonización. En esta relación, los involucrados se hacen cómplices de una dinámica racista. Es decir que los “indígenas” del MAS han aceptado el papel de subordinados. Es llamativo y esclarecedor que el gobierno se llame “indígena” pero que quienes son considerados “indígenas” tengan un rol secundario.
Pero es igualmente expresivo que ni siquiera los “indígenas” del gobierno creen en lo que han promovido como “proyecto indígena”. Recordemos que el gobierno abrió “Universidades Indígenas”. ¿Estudian los hijos de David Choquehuanca, Félix Cárdenas o Evo Morales en tales universidades? Hasta donde se sabe, no. De hecho, la hija de Evo Morales, Evaliz (de quien se dice está siendo preparada para sustituir a su padre) estudia en la Universidad Católica. Es decir que los “indígenas” del gobierno son los primeros en despreciar las “universidades indígenas” que abrieron. Razones no les faltan. Las universidades para seres de “otra raza” (“indígenas”) no son ni siquiera un experimento, sino simplemente el fruto de una moda que ya está en su ocaso y por lo tanto no representan una opción sería para la formación de los hijos de los “indígenas” del gobierno.
A estas alturas del “proceso de cambio” está claro que los “indígenas” del gobierno no creen en lo que hacen en nombre de “lo indígena”. Está claro que se ha gastado y se gastan recursos de forma irresponsable en nombre de la “descolonización” y la “identidad indígena originario campesina”. En tal situación, debería ser más que aviente que el jugar a ser el pretexto exótico, folklórico y turístico de otros no ha conducido a nada serio en el terreno de la “descolonización” y más bien ha esterilizado los potenciales políticos que estaban germinando entre los movimientos llamados colonialmente “indígenas”.
La “descolonización” del “gobierno indígena” ha funcionado en una dinámica protagonizada por “blancos” culpabilizados e “indígenas” acomplejados, los segundos como elemento simbólico de una teatralización y los primeros como directores de la obra. Respeto a la diferencia, preservación de la cultura, etc., fueron las justificaciones que en realidad funcionaron como maquillaje en la cara desagradable del racismo, presentándolo en forma encantadora, pero sin cambiar las relaciones de poder.
La imagen que el gobierno ha posicionado sobre sí mismo, no sin problemas (recordemos el caso del TIPNIS), pero con mucho éxito, encuentran desmentidos facticos, pero aun así da la impresión de que muchos están atrapados por el “espejismo en el desierto”. Las cosas que suceden más allá de lo mediático muestran abundantes “cortos circuitos”.
Las ideas referidas a “usos y costumbres”, “rituales”, “vivir bien” o “justicia comunitaria”, por ejemplo, solo han funcionado como encubrimiento ideológico. El Canciller David Choquehuanca ha sido uno de los más intransigentes defensores y portavoces de esta ficción “indígena”. Por ejemplo, él cree que para los indígenas “Primero están la aves, las mariposas, las hormigas, los cerros, los ríos, las estrellas, todos ellos… Para nosotros (“los indígenas”) el ser humano está en último lugar”[3]; mientras lo opuesto seria lo característico de los “no indígenas”. Sin embargo, cabe recordar que el pasado viernes 17 de abril  de este año (2015) se vio por la noche una gran movilización en la ciudad de La Paz, en protesta porque una mujer de pollera mató a pedradas de un perro en Cochabamba, lo que fue filmado y difundido en redes sociales. En los últimos años en Bolivia muchas personas han muerto asesinadas de forma muy cruel, pero nunca se dio una movilización como la que vimos el viernes. ¿Será que “el ser humano está en último lugar”?
Si consideramos que desde las urbes muchos idealizan la vida de las personas que viven en áreas rurales y que son consideradas, colonialmente, “indígenas” y que quienes se movilizaron por la muerte de un perro el pasado viernes eran personas que viven en la ciudad, vale la pena hacer notar que para quienes la vida de los animales es más importante es para “los” citadinos. Son los citadinos más “indígenas” que los que son considerados “indígenas”?
Nunca se ha sabido, por ejemplo, de “indígenas” que se movilicen contra la caza y comercialización de aves exóticas en la Amazonía. Mientras los pachamamistas (como Félix Cárdenas o David Choquehuanca) hablan del “indígena” como alguien que “vive en armonía con la naturaleza y con todos los seres vivos”, los hechos crudos los desmienten hasta ridiculizarlos. Los “indígenas” que trabajan como cooperativistas mineros contaminan el medio ambiente; las marchas “indígenas” (como cualquier otra, incluidas las que se hicieron por el TIPNIS) dejan mucha basura; en varios lugares de Bolivia “indígenas” cazan animales exóticos para venderlos; etc. Valga decir que todos estos fenómenos pueden ser explicados por varios factores, fundamentalmente económicos y políticos; no se trata de una “naturaleza indígena”.
Por otra parte, en el  tema de la movilización contra el maltrato a los animales, las “redes sociales” (sería mejor decir redes virtuales) jugaron un gravitante papel. Las imágenes (audio incluido) en las que una mujer daba muerte a un perro circularon con profusión, afectando la sensibilidad de muchas personas. Aun así es llamativo que en Bolivia no se hayan producido movilizaciones contra las agresiones racistas que se daban en Santa Cruz u otros lugares contra personas de piel morena, ojos rasgados, pómulos sobresalidos. Veíamos por tv, casi en vivo y directo, imágenes crudas sobre las violentas agresiones racista a hombres y mujeres (incluso se tienen imágenes de los agresores, aunque se presentaban como “enfrentamientos”), pero solo unos cuantos (los “alborotadores” de lo que fue La Plaza de Los Héroes y algunos jóvenes de El Alto) se movilizaron.
Con la forma de “entender” “el problema indígena” que hay en el gobierno, no es de extrañar que el papel de los “indígenas” sea simplemente simbólico. Más aun, hasta el presente no se ha dado ningún tipo de renovación en las figuras “indígenas” del MAS, aunque cabe mencionar que el gobierno estuvo preocupado por evitar que se opacara la figura de su líder, pues si en su seno surgieran “indígenas” como figuras destacadas, esto haría que el “bloque monolítico” sufriera fisuras, dando lugar a una división de la fuerza electoral y de movilización.
III.                Lo nacional en tiempos plurinacionales.
El gobierno se esforzó en promover una idea desfigurada y ridícula de lo que es el “indígena”, idea que va a contra pelo con lo que pasa en el país. En los años recientes se ha hecho muy evidente la fuerza económica de varios sectores económicos “informales”. Este fenómeno se expresa por ejemplo en los consumos culturales, hecho que da lugar a tensiones, pues implica una modificación de la estructura social y como esta estructura está formada en sentido racializado, relucen expresiones racistas. Como lo que sucedió a principio de año, cuando en el Mega Center algunas personas de la ciudad de El Alto se sentaron en el piso y dejaron basura en inmediaciones. Esto despertó muchos comentarios racistas, pero estaba condicionado por la emergencia económica de varios sectores, que ahora pueden optar por otro tipo de consumos o de gastos.
En general, no es un secreto el poder económico de varios sectores aymaras y quechuas, a quienes no les interesa el “vivir bien”[4], sino vender bien para vivir mejor. Los comerciantes aymaras, que en muchos casos viajan hasta China para hacer negocios, mueven cantidades de dinero muy significativas y que no se pueden cuantificar por su “informalidad”. El precio  de los minerales, por varios años, dio lugar a un crecimiento acelerado de la formación de cooperativas mineras, conformadas por “indígenas”. La producción de coca en el Chapar está condicionada por la rentabilidad, por las ganancias, no por la “tradición de acullicar”. En todo esto, son los “indígenas de tierras altas” quienes muestran ser protagonistas. Los fuertes préstamos de dinero en bancos, el crecimiento del comercio y la inversión en construcciones son signos de los cambios que se viven.
Lo que está pasando en Bolivia en la economía “informal” conlleva la formación de una identidad nacional en tiempos “plurinacionales” y esto condicionará de manera rotunda cualquier proyecto político, e incluso mostrará la impertinencia de la “plurinacionalidad”.
Bolivia es un espacio que está viviendo una reconfiguración fundamental. El espacio social implica una disputa por el sentido de las identidades, de lo que se es y no se es, de las aspiraciones a ser y de las negaciones, de la forma en que somos representados por otros y como formamos autorepresentaciones. Varios elementos tienen un rol importante en esta disputa: la idea de un pasado común que justifica un futuro también común, elementos religiosos, festivos  y lingüísticos, los rasgos físicos y estéticos, el propio espacio habitado hace parte de la identidad. Detengámonos en el espacio geográfico para tratar de entender lo que está pasando en Bolivia.
El espacio es el lugar donde se desarrolla la lucha por la vida. Los que lo habitan le dan sentido y entienden que encuentran un sentido en él. Pero la extensión del espacio puede cambiar, por las expiaciones o contracciones poblacionales o por el sometimiento, por el abandono de unos lugares y por la apropiación de otros, etc. De cualquier modo, la existencia colectiva es siempre desarrollada en un espacio, el cual adquiere un sentido para quienes lo habitan y son estos quienes dan sentido territorial al espacio.
No hay un territorio predeterminado, sino que el espacio es territorializado con la ocupación de grupos. No es que, por ejemplo, el espacio territorial que tuvo el Collasuyu es el espacio “natural” de los “indígenas de tierras altas” sin importar los desplazamientos poblacionales y otros aspectos; sino que los espacios ocupados en términos concretos y materiales adquieren sentido por la actividad, por la vida que los ocupantes desarrollan en tales lugares.
Los “señoríos collas” ocuparon distintos pisos ecológicos antes del incario y de la colonización, en la colonia las reducciones modificaron la forma de ocupación del espacio anterior a la conquista reduciendo a los ayllus a comunidades, después de la reforma agraria (1953) los “indígenas de tierras altas” fueron dejando sus comunidades y dieron forma al crecimiento de las pequeñas ciudades. En la actualidad, aymaras y quechuas han logrado establecerse en prácticamente todo el territorio que formalmente corresponde al estado boliviano, y más allá de él. Hay una frase muy común que expresa esta situación: “En el pueblito más lejano del oriente encuentras a una mujer de pollera (“indígena”) vendiendo algo”.
Los comerciantes andinos están más allá de los andes realizando sus actividades económicas y fiestas, así están dando sentido a espacios que el estado boliviano ni siquiera pudo llegar; están ocupando distintos “pisos ecológicos”, saliendo del asilamiento localista que las reducciones coloniales provocaron. No solo que están en nuevos espacios, sino que en determinadas fechas vuelven a sus pueblos de origen en el altiplano, por ejemplo para las fiestas. Tácitamente tenemos que los kollas están logrando lo que no ha podido el estado boliviano: articulación territorial, mediante actividades económicas y culturales, y es este fenómeno el que cambia el sentido del espacio y la identidad en Bolivia.
Por eso es no solo tonto sino ridículo hablar de aymaras y quechuas como gente que vive, desperdigada como manchas, entre las montañas o el altiplano, como se hace en las escuelas y los mapas étnicos. Además, eso de “Indígena originario campesino” es una categoría que busca englobar a una población diferenciada en sentido racializado, ruralizando a esta población. El hecho de que se hayan sumado estas tres palabras para formar la categoría que “indígena originario campesino”, además de referir a tres organizaciones (CIDOB-indígena, CONAMAQ-originario y CSUTCB-campesino), expresa las limitaciones sobre cómo se entiende las relaciones sociales en Bolivia, y en específico, con respecto a las poblaciones racializadas, las cuales viven en su mayoría en las ciudades y se dedican a actividades “informales”.
Pero además, “meter en un mismo saco” a guaraníes, quechuas, moxeños, aymaras, yuracares, etc., pasando por alto las diferencias político-económicas de estos grupos, y además, omitiendo las diferencias “internas” en cada uno de ellos, es un error pues ello no nos permite pensar lo que está sucediendo en Bolivia. Los procesos de estratificación social, la inserción en los circuitos de circulación de mercancías, etc., hoy por hoy nos muestran que entre los “indígenas” andinos se está dando un fuerte proceso de diferenciaciones sociales, lo que contrasta con lo que sucede con “indígenas de tierras bajas”.
El sentido nacional en Bolivia, no es el de los años en que este país nació, ni el que trató de formar el “estado nacionalista”. ¿Cómo entender el cambio en el sentido nacional en este país y sus implicaciones para el Estado Plurinacional?
Slavoj Zizek escribió hace un par de años un artículo con el llamativo título de “Capitalismo con valores asiáticos… en Europa” [5], en el que afirma: “Es el auténtico potencial de la democracia el que está perdiendo terreno por el ascenso de un capitalismo autoritario”, además, resalta que las figuras más representativas de este fenómeno político serian Putin, por su “brutal despliegue del poder”, y Berlusconi, por sus “posturas cómicas”. Estos representantes del “capitalismo autoritario” comparten el haber gobernado en situaciones de deterioro económico y aun así lograron tener un gran apoyo popular. Pero lo que Zizek plantea en el título de su artículo nos invita a pensar lo que está pasando en Bolivia, lo cual no tiene que ver con las poses cómicas de algún gobernante (aunque en este caso podría ser el canciller Choquehuanca) o un ejercicio del poder político desplegado de forma brutal, sino con algo que podríamos llamar –inspirados en el titulo ya mencionado– Capitalismo con valores andinos en “Kollivia”, fenómeno que está dando lugar a una identidad nacional en “tiempos plurinacionales”.
El despliegue económico que conlleva el movimiento de estos actores impone también expresiones culturales, como las fiestas y las danzas, por ello es compresible que las danzas y fiestas kollas se vivan y celebren en toda Bolivia, lo que no sucede con expresiones de “indígenas de tierras bajas”. La fuerza de la economía entre muchos sectores aymaras y quechuas en la actualidad viene con la imposición de expresiones culturales que son asumidas como parte fundamental de la identidad nacional en Bolivia.
Lo que estamos viendo es que algunos aspectos propios de los ayllus que son reproducidos por los migrantes andinos, les sirven para posicionarse económicamente y posicionar sus expresiones culturales. Untoja afirma que se trata de un “proceso de articulación de las formas de producir y acumular del ayllu con la lógica del Capital”[6]. Así el ayllu se muestra como funcionando en la reproducción del capital. Los “indígenas” de “tierras altas” despliegan en su desplazamiento territorial estrategias concretas: “la población equipada con el solo ethos del ayllu, toma espacios territoriales bajo la lógica del control de los pisos ecológicos y desarrolla la práctica de la libertad económica”[7]. Por su parte, Moisés Gutiérrez entiende que “Actualmente, dentro de la dinámica económica de los aymaras, de los quechuas, existe lo que viene a ser el ayni, y eso demuestra la dinámica expansión en la producción y el comercio en lo económico. Ahí se va generando un gran desarrollo, un gran avance; la dinámica fundamental del ayni viene a ser la competencia y el vivir bien niega el sentido de la competencia del ayni”.[8]
Pero aún no se trata de una burguesía estrictamente hablando, pues estos sectores basan su actividad en función de capital comercial (aunque hay algunos que empiezan ya a invertir en producción), que en palabras de Marx es una de las “formas pre-diluvianas” del Capital. Además, un burgués es quien explota fuerza de trabajo, proceso en el que el valor se autovaloriza.
No faltan quienes con cierto sentimiento de culpa llaman a este fenómeno “economía popular”[9]. Se trata de una “mirada jaylona” y que se queda en la forma en que unos se ven a sí mismos. Esta unilateralidad es parte de las taras posmdernas propias de intelectuales turistas. Se exalta la narrativa de “los” subalternos, sus categorías, etc., pero a la vez se lo hace sin diferenciar la forma en que estas encumbren procesos y en este caso, como la idea de “economía popular” evita referencias a los procesos de estratificación social en los “sectores populares”.
La limitación del proceso económico que se está dando entre los andinos posicionados en toda Bolivia está en el tipo de capital que manejan: capital comercial. Que este capital se trasforme en capital productico, con la consiguiente modificación de la estructura de producción, dará lugar a un cambio de suma importancia. No solo se modificará la estructura material de la producción, así como el habitus de quienes serán la fuerza de trabajo, sino que la trasformación del capital comercial en productivo hará propiamente burgueses a estos sectores, esto estará precedido por la inversión en el campo bancario.
La expansión territorial, la imposición de expresiones culturales será parte de un proceso de politización para legitimar una nueva situación de clase y con ello, estos actores de la “economía popular”, disputarán el control del Estado, y no lo harán jugando a ser “indígenas”. Sus intereses particulares serán presentados como intereses generales. En este proceso saldrán problemas y contradicciones y se dará en la medida en que los intereses de estos nuevos grupos de poder económico entren en contracción con los viejos grupos de poder. De seguro un tema en común entre las viejas elites y las nuevas será la ampliación de la frontera agrícola, lo que podría llevarlos a establecer alianzas, aunque también está la posibilidad de confrontaciones. Por otra parte, la fuerza que este fenómeno económico está tomando entre los andinos hace inevitable una confrontación con “indígenas de tierras bajas”, y la economía se impone a pesar de las apelaciones morales. Esto no puede ser ignorado en nombre del “vivir bien” ni de una supuesta “cosmovisión andina”, y cualquier gobierno debe tener una política al respecto.
Podemos decir que en Bolivia estamos viviendo como se está formando la nación boliviana en función de estos actores “informales” y de su capacidad de ocupar el espacio, de imponer sus expresiones culturales, pero aún son solo comerciantes. Hoy más que nunca Bolivia se puede decir que en este país se está dando lugar a eso que se llama unidad nacional a partir de despliegue de actores específicos. Con la fuerza de estos sectores bien podríamos hablar de “Kollivia” y lo plurinacional solo queda en el papel.
IV. Posibilidades políticas que se prefiguran en la actualidad.
Hay que tener muy en cuenta que el escenario de crisis estatal que se vivó en el país desde el año 2000 y que se extendió hasta más o menos el año 2008, es un escenario superado, es ya algo del pasado. El MAS ha logrado hacer un cambio de contratos que llamó “nacionalización de los hidrocarburos” (2006), lo que le permitió obtener mayores ingresos, y ello en una situación muy favorable en cuanto a precios de materias primas a nivel internacional. El comercio, la construcción y la banca han sido ámbitos que han experimentado un notable crecimiento, así como la inversión estatal, con todas las implicaciones que ello conlleva.
Esta situación ya está cambiando y el propio presidente ha reconocido que la crisis económica a nivel mundial va afectar al país. Así, Evo Morales tendrá que pasar de gobernar en una situación económica de estabilidad a otra en el que la crisis repercutirá, lo que irremediablemente afectará la vida política de Bolivia.
En tal situación se pueden apreciar algunos aspectos que pueden ser elementos que den forma a nuevas manifestaciones políticas.
Lo primero que va a caer, y de hecho esto ya está sucediendo, es la forma en que se ha entendido el “problema indígena”. De esta “comprensión” ha derivado unas serie de medidas que solo han ayudado renovar el problema, no ha resolverlo. Por tanto, empezarán a surgir nuevas formas de acercarse a este problema y en esto, la imaginación o los sentimientos de culpa tendrán menos peso, pues la experiencia del MAS será útil en la medida de que se trata del contra-ejemplo, lo que no hay que hacer.
Que la forma en que se ha entendido “el problema indígena” este muriendo no quiere decir que el problema se haya resuelto, sino que habrá que encararlo de otra manera, teniendo en cuenta los errores que hemos visto a lo largo del “proceso de cambio”. Los esfuerzos teóricos, los trabajos de investigación, que busquen esclarecer las condiciones de posibilidad de trasformación, y que no sean simples justificaciones de financiamientos, podrían ser los que puedan orientar nuevos emprendimientos en función lograr transformaciones serias en Bolivia.
Las ideas que guían políticas irán cambiando, y esto es algo que se hace ya evidente en el gobierno, quien de a poco está dejando su discurso pachamamista. Pero así como las ideas rectoras de la descolonización a la boliviana están muriendo, lo que para algunos es trágico pues significa perder fuentes de financiamiento[10], también el papel de algunos actores va ir cambiando y van a surgir otros.
La situación a la que han llegado los dirigentes y organizaciones “indígenas” o de “movimientos sociales” ha desacreditado una larga lucha y refuerza los estereotipos racistas, dando razón a quienes creen que los “indios” son incompetentes y embusteros. Muchos de estos dirigentes solo son personas que se disfrazan para beneficiarse de la discriminación positiva y sus organizaciones les sirven para favorecerse económicamente. La consecuencia es que las posibilidades de transformación social abiertas con los bloqueos aymaras del año 2000 están siendo cerradas por esta dirigencia mediocre y oportunista. Así, ahora, hablar de movimientos sociales es igual a decir dirigentes oportunistas.
Las organizaciones sociales, mal llamadas movimientos sociales, dejarán de ser un referente, y esto es algo ya evidente en la actualidad. Ello dará lugar a que otros actores se posicionen en el campo político. Estos otros actores de seguro emergerán de las nuevas configuraciones de clase entre los “indígenas”, quienes tontamente han sido presentados como seres propios de la ruralidad, siendo que son más bien quienes han dado forma a lo urbano en Bolivia.
La manera en que se ha manejado lo “indígena” en el gobierno del MAS, como el caso del Fondo Indígena, solo ha acentuado más los prejuicios racistas sino que ha reproducido diferenciaciones racializadas. El papel simbólico que juegan los “indígenas” en el “gobierno indígena” puede llegar a generar condiciones que contravengan el sentido del “proceso de cambio”. No hay protagonismo “indígena” en este proceso. Este será el terreno en el que otra generación de aymaras actuará.
El papel de las nuevas generaciones de aymaras es, ahora, más que nunca, decisivo. Si estas nuevas generaciones dejan pasar esta oportunidad histórica serán la nada, el vacío personificado. Pero si asumen su rol y empiezan a abrirse campo en esta lucha, podrán incidir y hasta definir el rumbo que toma el proceso que se vive en el país. Estas nuevas generaciones deben armarse teóricamente. Deben nutrirse de conceptos y categorías para poder analizar la situación que se vive. No deben esperar que otros piensen por ellos, ni conformarse con ser fuerza bruta movilizable.  Si estas nuevas generaciones logran asumir con seriedad lo que está pasando en Bolivia, y esto ser sumamente críticos, podrán jugar un rol distinto al de los actuales “indígenas” en el gobierno.
Lo que deberán esclarecer será: la formas de confrontar las inoperantes organizaciones sociales y proyectar así nuevos referentes organizacionales; también la formación de la nación boliviana en relación a la trasformación del capital comercial entre los aymaras y quechuas; la implicación fundamental de este proceso con respecto al Estado Plurinacional deberá ser clarificado.
En la nueva situación que se está configurando, a esta generación que se nos viene, de nada le servirá refugiarse en alguna diferencia cultural. De hecho no aspiran a estar en alguna “universidad indígena” sino en una de calidad, que les permita obtener las herramientas que los haga competitivos con los “otros”. Y lo principal no será simplemente lo político, sino el manejo de los campos más destacados del conocimiento contemporáneo: nanotecnología, ingeniería genética, robótica, comunicaciones, etc. Cualquier proyecto que se pretenda formar, no puede pasar por alto el campo del conocimiento actual y que cuyo manejo es una condición para posicionarse en el mundo.
No se trata de formar guetos para “indígena”, el proceso boliviano nos muestra que esto es un error. Se trata de que se generen las condiciones más adecuadas para que las personas colonialmente consideradas como “indígenas” tengan las posibilidades de superar una situación histórica. En este cometido, lo peor será racializar a los sujetos, tratarlos como de “otra raza”, pretendiendo “conservarlos” como piezas de museo o pretendiendo “purificarlos” (“descolonizarlos”). Un esfuerzo serio será el de incidir en la des-racialización de los “indígenas”.
Tengamos en cuenta que los movimientos que dieron lugar a la formación de una voluntad política entre los “indios” (indianistas y kataristas) por gobernar Bolivia, emergieron a partir de los fracasos del “Estado del 52” y que si el “gobierno indígena” no logra encara su carencia respecto a la participación real de los indígenas, y todo indica que no lo hará, la trasformación y superación de las jerarquías racializadas, surgirán nuevas iniciativas a partir de las limitaciones del MAS en el gobierno. La diferencia será que en las actuales circunstancias, nos encontramos con jóvenes aymaras que manejan el internet, están vinculados a la vida moderna y que no jugarán el papel de disfrazados, por lo que no será tan fácil limitarlos o anularlos como se hizo con indianista y kataristas en el siglo pasado.




* El presente trabajo es una versión retocada, en cuestiones de redacción fundamentalmente, del documento escrito por el autor para el Cuarto Encuentro Nacional organizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD-Bolivia) y la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia (La Paz, 26 y 27 de noviembre del 2015).
[1] Álvaro García Linera, Sociología de los movimientos sociales. Estructuras de movilización, repertorios culturales y acción colectiva, Plural Editores, diciembre del 2014, p. 21. El autor señala además que “En términos generales, un movimiento social es un tipo de acción colectiva, que intencionalmente busca modificar los sistemas sociales establecidos o defender algún interés material, para lo cual se organizan y cooperan con el propósito de desplegar acciones públicas en función de estas metas o reivindicaciones”. ibid.
[2] Avaro García Linera, Las Tensiones Creativas de la Revolución, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, s. a., p 28
[3] Entrevista a David Choquehuanca, en Balance y perspectivas. Intelectuales en el primer gobierno de Evo subtitulo, Intelectuales en el primer gobierno de Evo Morales, pues al parecer, los entrevistadores Morales, Ediciones Le Monde Diplomatique (Bolivia),  Julio del 2010, p. 227-228. Llama la atención el (Maristella Svanpa, Pablo Stefanoni y Bruno Fornillo) consideraban a Choquehuanca “intelectual”, lo que es casi sarcástico.
[4] “Recuerdo que un investigador extranjero que conocí hace un par de años atrás hizo un ejercicio muy interesante para buscar las ‘raíces’ del vivir bien entre jóvenes aymaras: entrevistó a un par de muchachos, entre mujeres y hombres, quienes vivían en El Alto y estaban vinculados al MAS; también entrevistó a los padres y abuelos de estos jóvenes. Cuando este investigador preguntó sobre el ‘suma qamaña’ (vivir bien), los jóvenes decían que se trataba de recuperar la identidad de sus abuelos y antepasados; cuando hizo la misma pregunta a los padres y abuelos, estos respondían que no sabían de qué se trataba y que mejor hable con sus hijos (o nietos) porque ellos estaban estudiando. Es decir, que los hijos y nietos no se basaban en el conocimiento ni de sus padres ni de sus abuelos para referirse al ‘vivir bien’, pues su única referencia a este tema ‘ancestral’ era el discurso de moda promovido por el gobierno sobre la ‘identidad indígena’ y que ellos atribuían a ‘abuelos y antepasados’ imaginarios; la idea que estos jóvenes tenían sobre el ‘vivir bien’ no tenía relación con sus verdaderos abuelos ni se inspiraba en su vida”. Carlos Macusaya, ¿Cuándo se jodió la “descolonización a la boliviana”?. En periódico digital Pukara, nº 110, año 9, Qollasuyu-Bolivia, octubre del 2015, p. 5.
[5] Slavoj Zizek, Capitalismo con valores asiáticos… en Europa. En ¡Bien venidos a tiempos interesantes!, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2011, p. 41.
[6] Fernando Untoja, Ayllu, Mercader y Capitalismo. En periódico Ayra, nº 134, La Paz, agosto 2011, p. 4.
[7] Ibid.
[8] Moisés Gutiérrez, “El suma qamaña como concepto funcional al poder colonial”. En Pukara n° 70, junio del 2012, p. 5.
[9] El ejemplo paradigmático de esta mirada jaylona es “Hacer plata sin plata”. El desborde económico de los comerciantes populares en Bolivia, trabajo de Nico Tassi, Carme Medeiros, Antonio Rodríguez y Giovanna Ferrufino, el cual fue publicado por el PIEB el 2013. Otro ejemplo, aunque con más matices es el que el CIS de la vicepresidencia publico este año (2015) con el título de La economía popular en Bolivia, libro en el que se encuentra un atrajo e Tassi y junto al de otros investigadores.
[10] Es llamativo que se hayan promovido una serie de actos, foros, cursos, y cosas por el estilo, destinados a fomentar un tipo de “vida indígena” que solo existe en la imaginación de algunos despistados. Aunque la realidad desmiente estas iniciativas y lo que en esos espacios se asegura, parece que ni a los promotores ni a los operadores les interesa esa realidad. Se han dedicado a lanzar ideas sobre “descolonización” que son simplemente “anzuelos” para obtener financiamiento, ideas que no explican la vida socio-histórica de los “indígenas”.

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