martes, 4 de julio de 2017

¿Qué hacer con el indianismo?


Para muchos el indianismo es casi como un zombi que perturba en mundo “normal” y que debería ser enterrado, por otra parte, hay algunos que CREEN que el indianismo es la “revelación divina” de nuestra esencia, revelación a la que podrían acceder solo algunos “elegidos” y que, por lo mismo, sería incomprensible para el común de los mortales. Pero el entierro del “indianismo-zombi” no se ha podido lograr y aun perturba el mundo, pues el muerto-viviente ni siquiera se deja meter en el ataúd. Por otro lado, la “revelación divina” parase ser incomprensible para los propios “elegidos”, por lo que el “secreto” sobre la revelación misma es la mejor manera de evitar alguna explicación sobre algo que rebasa su propio entendimiento.

¿Porque no hay trabajos investigativos, salvo poquísimas excepciones, sobre este “muerto” que sigue pataleando “como si estuviera vivo”?[1] ¿Han contribuido los “elegidos” al estudio serio del indianismo? Acá no solo se trata, por una parte, de un manifiesto racismo “académico” del que es objeto el indianismo por parte de los estudiosos indigenistas[2] (“indiologos”) y, por otra parte, tampoco se trata simplemente del “descuido” de los propios indianistas en relación al estudio de lo que ellos mismos personifican, e incluso podría agregarse que los descuidados somos nosotros.

El indianismo, entre otras cosas, nos puso frente a un problema fundamental: el racismo como ejerció de poder. En Bolivia, el tema del racismo fue como el tema del sexo en las familias migrantes aymaras: no se podía hablar de cosa tan “abominable”. En una familia de migrantes aymaras del área rural, muchas veces, cuando un hijo o hija habla de sexo, no solo se le amonesta verbalmente. El acto de hablar del asunto es percibido como un síntoma de degeneración y para corregir este problema se recurre a algún tipo de castigo. La condición de la existencia de los hijos, y de la reproducción de la humanidad misma es el sexo, pero en el entorno familiar es algo de lo que no se habla, aunque los que prohíban el tema lo practiquen. Es como que el “problema” se solucionara silenciado cualquier referencia a él.

¿Qué tiene que ver esto con el indianismo y el racismo?

En la Bolivia en que emergió el indianismo, el racismo era un tema del que no se hablaba, un tema “tabú”, aunque se lo practicaba y de muchas maneras o “posiciones”. El racismo como una condición de la reproducción de la bolivianidad era un tema tan íntimo que no era correcto hablar de él. El plantear el asunto, en su cabal sentido político, era visto como una degeneración, pues lo “normal” era hablar de la nación mestiza (en la que todos estaban incluidos) o de la lucha de clases (“pura” y mecánicamente); esta degeneración (el hablar del racismo), personificada en los indianistas, no solo fue amonestada, el castigo mayor fue condenar al indianismo al sótano del olvido provocado[3], escondiéndolo y evitando así que sea trabajado con seriedad.

Cuando los indianistas hablaban del racismo de los “q’aras”, éstos (los “q’aras”), de izquierda a derecha, no soportaron que –continuando con el parecido con el tema del sexo– hablaran de algo de lo que no era importante para ellos, pero que les gustaba practicar y de lo que dependía, hasta cierto punto, su propia reproducción como casta dominante. Además, era como que el problema del racismo se “solucionara” silenciado cualquier referencia a él: “si no hablan de racismo, no hay racismo; si hablan de racismo son racistas”. Los indianistas, desde este punto de vista, no solo eran tomados como los “degenerados” que hablaban de lo prohibido, sino que al romper el silencio sobre el racismo, fueron acusados de ser los únicos responsables del mismo. Ni siquiera se pudo percibir, salvo excepciones, la pertinencia de lo que el indianismo planteaba[4].

Podría decirse, entonces, que lo que corresponde es “darle” un lugar al indianismo –“su” lugar– haciendo una especie de reconocimiento y un “mea culpa” (por parte de los “q’aras”). Esto nos llevaría a un ejerció historiográfico en el que podría establecerse la forma en que el indianismo emergió, los personajes y organizaciones más destacados, sus proezas y los martirios que sufrieron. Pero el problema no se inscribe únicamente en el terreno de lo historiográfico. Peor aún, la reducción del tema a lo meramente historiográfico sería el corolario del castigo “q’ara” que pesa sobre el indianismo, pues el indianismo sería un objeto del pasado, un algo que fue, que ya no es; algo que nada tiene que ofrecernos hoy, salvo algunos nombres y “cositas” para algún acto conmemorativo u homenaje.

Tal vez quienes toman el indianismo (tomándose ellos mismos como “elegidos”) como una “revelación divina” de nuestra esencia tengan algo de razón. No en el entendido de que el indianismo nos lleve, directa o indirectamente, a los secretos del Tawantinsuyu (el Estado Inca) y el imaginado mundo de bondad que en él reinaba. El indianismo, a este respecto, se desentiende de las contradicciones sociales anteriores a la colonia y nos presenta el mundo anterior a la colonización como el reino del bien, siendo su opuesto el orden colonial, como el reino del mal llegado desde Europa. El indianismo no nos da muchas luces, casi ninguna, sobre los espacios sociales configurados antes de la conquista española, menos aún sobre las contradicciones que se daban en tales espacios.

¿En qué consistiría ese algo de razón de quienes asumen el indianismo como una “revelación” de nuestra esencia? Esta pregunta debe responderse al mismo tiempo de indicar el por qué al trabajo historiográfico, muy necesario, no es suficiente.

El indianismo es la experiencia de politización básica de la identidad que parte de los sujetos racializados, problematizándose tal condición y partiendo de ella. En el indianismo se condensan problemas muy actuales, tales como los conflictos identitarios (que muchas veces se expresan en cambios de nombres y de ropa), el esfuerzo por sustraerse de las miserias del presente buscando y hasta inventando una grandeza “única” en el pasado, la tentativa de un proyecto basado en la “comunidad”, la expresión de las vivencias racializadas como “racismo invertido”, la idealización del pasado a través de una “contra-historia” para catalizar acciones políticas[5], etc. ¿Se ha reflexionando seriamente sobre estos temas? Resulta curiosa la coincidencia entre la ausencia de la reflexión sobre los temas mencionados y la ausencia de reflexiones sobre el indianismo.

La “esencia revelada” de lo que somos no es un privilegio de los que se comportan como “elegidos” y de hecho los mismos elegidos no han dado en el clavo con respecto a esta cuestión. Si tomamos esta “esencia” –y en esto radica el algo de verdad al que nos referíamos más arriba– como los rasgos de quienes siendo sujetos racializados se ponen en el afán de emprender una lucha contra tal condición y el orden que la sostiene, el indianismo nos pone frente a nuestras propias contradicciones y limitaciones.

La virtud del indianismo no está en lo que “realmente hicieron” los indianistas, sino en las posibilidades que logro abrirnos, aunque no las haya realizado. La virtud del indianismo consiste en que, siendo la forma básica de politización de la identidad que apunta cambiar el orden colonial, es la experiencia “autentica” que parte de los mimos sujetos racializados, con todo y sus limitaciones, siendo esto último lo más urgente que hoy nos atinge. La reflexión de sus problemas y contradicciones nos ofrece las lecciones que hoy hacen falta a la hora de comprender los problemas en los que se hallan entrampados los “indígenas”.

Hay que agregar que si bien las organizaciones políticas indianistas han muerto, el indianismo no, y es aún un discurso potente y que en cierta medida ayuda a explicar algunos problemas. Esta capacidad explicativa (limitada) del indianismo y su potencia, podrían ser vistos como señales positivas, pues querrían decir que el indianismo no es el casi zombi a enterrar. En cierta medida esto es así, sin embrego habría que considerar algo parecido a su reverso: la capacidad explicativa limitada del indianismo se presenta ahora como un obstáculo para quienes se asumen indianistas (aspecto que afecta también a quienes asumen algunas ideas indianistas sin asumirse como tales) y el que aun tenga cierta potencia es el síntoma de que esto es algo que ha ido perdiendo paulatinamente.

¿Se trata entonces de dar el “tiro de gracia” al agónico indianismo?

De ningún modo. Quien ve al indianismo, sin mayores consideraciones, como el muerto que no se deja enterrar, deja de lado el más grande logró del indianismo: perfilar al “indio” como sujeto político y este logró tiene mucha actualidad. Quien simplemente se aferra de manera caprichosa al indianismo, tomando a este como a un fetiche y dejando de lado sus limitaciones y problemas, contribuye a eludir el análisis crítico y necesario que debe hacerse sobre él. Las dos actitudes llevan al mismo resultado y en esto se hermanan, aunque quienes encarnen estas actitudes se vean mutuamente como opuestos.

Estamos en el momento más apremiante, en términos políticos, en el que debemos clarificar nuestras propias posibilidades, limitaciones y contradicciones, muy bien embadurnadas con el maquillaje del “indio bueno” versus el “occidental malo” o de lo “milenario” y “ancestral”. Los propios indianistas se han “maquillado” con estas ideas y así han contribuido, sin proponérselo, ha menoscabar la importancia y significación del movimiento mismo que ellos personificaron.

La labor de hacer del indianismo objeto de la conciencia, responde a que éste es una pieza clave, pues, nos guste o no, constituye una condensación virtuosa y problemática, a la vez, de lo que el sujeto racializado hace y de los problemas con los que tropieza cuando se proyecta como sujeto político. El indianismo es la experiencia política, aún vigente, que no hemos sido capaces de metabolizar. Es como un alimento desagradable que no nos animamos a digerir y casi literalmente lo mantenemos en la boca, como simple discurso político y casi sin contenido teórico.

Nuestra situación no es la misma en la que el indianismo surgió, sin que esto quiera decir que muchos de los problemas que el indianismo denunció hayan desaparecido, sino que hay que considerar en que forma han cambiado tales problemas y como el indianismo los ha ido encarando o eludiendo. El tiempo en el que nació el indianismo la mayoría de los “indios” vivían en el área rural, hoy es a la inversa, lo que implica una diferenciación más nítida en términos de clase, un aspecto muy descuidado por el indianismo: el aspecto económico[6]. El análisis necesario sobre estos cambios es ridículamente eludido, por quienes se jactan de ser “indígenas” o “indios”, con el no-argumento de que los indios en la ciudad sean “desclasado”, sean “occidentalizado” y ya no son “puros”[7] (esto se parece a la idea machista que exige virginidad, “pureza”, a la mujer); curiosamente, en otras circunstancias, estos mismos personajes suelen hablar de la “mayoría india”.

Pensar en el presente el indianismo no es simplemente un trabajo de historiografía en el que, entre otras cosas, “desenmascararíamos” el hecho de que muchas entidades simbólicas, discursivas y organizacionales “indígenas” que hoy asumimos como ancestrales son en realidad obra de los indianistas. Reflexionar sobre el indianismo debe ser un esfuerzo necesario para lograr ir más allá de nosotros mismos, para rebasarnos rebasando así nuestras limitaciones, porque, nos guste o no, hace parte de la construcción identitaria “indígena” y de sus problemas.

Pensar el indianismo, teorizar sobre él, es una condición que nos ayudará a esclarecer no solo el cómo se formaron los “movimientos indígenas”, esto no es lo más importante, sino que tal labor nos permitirá dirigir mejor nuestras acciones políticas. Trabajar sobre el indianismo no debe ser una labor destinada a alimentar las curiosidades antropológicas; debe ser una labor que, en función de clarificar nuestra propia lucha, nos permita mirarnos críticamente par ir más allá de nuestras propias limitaciones.

Esperar que este trabajo sea hecho por los “defensores de los indígenas” no es ingenuidad, aunque tenga algo de ello, sino que sería esperar cómodamente que otros hagan lo que nosotros debemos hacer. El esperar que otros hagan algo que nos corresponde se acerca mucha a otra actitud, que más o menos es la de esperar un mejor momento, un “buen momento”, para hacer alguna tarea; esta es la mejor manera de dejar de hacerla, pues el buen momento nunca llegará. Como cuando esperamos un “buen momento” para declararnos a una chica, mientras esperamos el buen momento ya otra persona “se nos adelantó” y nuestra oportunidad feneció ante nuestra espera.

Carlos Macusaya Cruz



[1] Buscando en la Biblioteca Central de la UMSA (La Paz-Bolivia) y en la biblioteca de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad, uno puede percatarse de la “miserable” referencia bibliográfica respecto al indianismo.
[2] Es más que llamativo que la tesis doctoral sobre la obra de Fausto Reinaga de Gustavo Cruz, realizada en la UNAM y que fue publicada a finales del pasado año en Bolivia, sea prologada por Silvia Rivera Cusicanqui, una de las personas que más ha contribuido “enterrar” el indianismo con su “memoria larga”.
[3] En las movilizaciones del año 2000 y 2001 el indianismo ocupó un lugar estelar que no se lo regalo nadie y así salió del “olvido” provocado.
[4] Cabe mencionar que el katarismo con relación al indianismo se ocupó simplemente en marcar la diferencia entre ambas corrientes.
[5] Sobre el asunto escribí De la condición histórica al sujeto político en el Pukara n° 78.
[6] Una trabajo investigativo muy interesante y en el que se estudia a los aymaras no como víctimas del racismo, sino como actores económicos, y por lo mismo nos plantea el tema de los cambios a los que nos referimos, es el trabajo de Niko Tassi, Carmen Mediros, Antonio Rodríguez y Giovana Ferrufino titulado “Hacer plata sin plata”: El desborde de los comerciantes populares en Bolivia (PIEB, 2013). Claro que la idea de “popular” es muy ambigua y es una de las flaquezas del trabajo.
[7] Sobre este tema escribí “Indio puro” = indio anulado políticamente en el Pukara n° 88.

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