Para muchos el indianismo es casi
como un zombi que perturba en mundo “normal” y que debería ser enterrado, por
otra parte, hay algunos que CREEN que el indianismo es la “revelación divina”
de nuestra esencia, revelación a la que podrían acceder solo algunos “elegidos”
y que, por lo mismo, sería incomprensible para el común de los mortales. Pero
el entierro del “indianismo-zombi” no se ha podido lograr y aun perturba el
mundo, pues el muerto-viviente ni siquiera se deja meter en el ataúd. Por otro
lado, la “revelación divina” parase ser incomprensible para los propios
“elegidos”, por lo que el “secreto” sobre la revelación misma es la mejor manera
de evitar alguna explicación sobre algo que rebasa su propio entendimiento.
¿Porque no hay trabajos
investigativos, salvo poquísimas excepciones, sobre este “muerto” que sigue
pataleando “como si estuviera vivo”?[1] ¿Han
contribuido los “elegidos” al estudio serio del indianismo? Acá no solo se
trata, por una parte, de un manifiesto racismo “académico” del que es objeto el
indianismo por parte de los estudiosos indigenistas[2]
(“indiologos”) y, por otra parte, tampoco se trata simplemente del “descuido”
de los propios indianistas en relación al estudio de lo que ellos mismos
personifican, e incluso podría agregarse que los descuidados somos nosotros.
El indianismo, entre otras cosas,
nos puso frente a un problema fundamental: el racismo como ejerció de poder. En
Bolivia, el tema del racismo fue como el tema del sexo en las familias
migrantes aymaras: no se podía hablar de cosa tan “abominable”. En una familia
de migrantes aymaras del área rural, muchas veces, cuando un hijo o hija habla
de sexo, no solo se le amonesta verbalmente. El acto de hablar del asunto es
percibido como un síntoma de degeneración y para corregir este problema se
recurre a algún tipo de castigo. La condición de la existencia de los hijos, y
de la reproducción de la humanidad misma es el sexo, pero en el entorno
familiar es algo de lo que no se habla, aunque los que prohíban el tema lo
practiquen. Es como que el “problema” se solucionara silenciado cualquier
referencia a él.
¿Qué tiene que ver esto con el
indianismo y el racismo?
En la Bolivia en que emergió el
indianismo, el racismo era un tema del que no se hablaba, un tema “tabú”,
aunque se lo practicaba y de muchas maneras o “posiciones”. El racismo como una
condición de la reproducción de la bolivianidad era un tema tan íntimo que no
era correcto hablar de él. El plantear el asunto, en su cabal sentido político,
era visto como una degeneración, pues lo “normal” era hablar de la nación
mestiza (en la que todos estaban incluidos) o de la lucha de clases (“pura” y
mecánicamente); esta degeneración (el hablar del racismo), personificada en los
indianistas, no solo fue amonestada, el castigo mayor fue condenar al
indianismo al sótano del olvido provocado[3],
escondiéndolo y evitando así que sea trabajado con seriedad.
Cuando los indianistas hablaban
del racismo de los “q’aras”, éstos (los “q’aras”), de izquierda a derecha, no
soportaron que –continuando con el parecido con el tema del sexo– hablaran de
algo de lo que no era importante para ellos, pero que les gustaba practicar y
de lo que dependía, hasta cierto punto, su propia reproducción como casta
dominante. Además, era como que el problema del racismo se “solucionara”
silenciado cualquier referencia a él: “si no hablan de racismo, no hay racismo;
si hablan de racismo son racistas”. Los indianistas, desde este punto de vista,
no solo eran tomados como los “degenerados” que hablaban de lo prohibido, sino
que al romper el silencio sobre el racismo, fueron acusados de ser los únicos
responsables del mismo. Ni siquiera se pudo percibir, salvo excepciones, la
pertinencia de lo que el indianismo planteaba[4].
Podría decirse, entonces, que lo
que corresponde es “darle” un lugar al indianismo –“su” lugar– haciendo una
especie de reconocimiento y un “mea culpa” (por parte de los “q’aras”). Esto
nos llevaría a un ejerció historiográfico en el que podría establecerse la
forma en que el indianismo emergió, los personajes y organizaciones más
destacados, sus proezas y los martirios que sufrieron. Pero el problema no se
inscribe únicamente en el terreno de lo historiográfico. Peor aún, la reducción
del tema a lo meramente historiográfico sería el corolario del castigo “q’ara”
que pesa sobre el indianismo, pues el indianismo sería un objeto del pasado, un
algo que fue, que ya no es; algo que nada tiene que ofrecernos hoy, salvo
algunos nombres y “cositas” para algún acto conmemorativo u homenaje.
Tal vez quienes toman el
indianismo (tomándose ellos mismos como “elegidos”) como una “revelación
divina” de nuestra esencia tengan algo de razón. No en el entendido de que el
indianismo nos lleve, directa o indirectamente, a los secretos del Tawantinsuyu
(el Estado Inca) y el imaginado mundo de bondad que en él reinaba. El
indianismo, a este respecto, se desentiende de las contradicciones sociales
anteriores a la colonia y nos presenta el mundo anterior a la colonización como
el reino del bien, siendo su opuesto el orden colonial, como el reino del mal
llegado desde Europa. El indianismo no nos da muchas luces, casi ninguna, sobre
los espacios sociales configurados antes de la conquista española, menos aún
sobre las contradicciones que se daban en tales espacios.
¿En qué consistiría ese algo de
razón de quienes asumen el indianismo como una “revelación” de nuestra esencia?
Esta pregunta debe responderse al mismo tiempo de indicar el por qué al trabajo
historiográfico, muy necesario, no es suficiente.
El indianismo es la experiencia
de politización básica de la identidad que parte de los sujetos racializados,
problematizándose tal condición y partiendo de ella. En el indianismo se
condensan problemas muy actuales, tales como los conflictos identitarios (que muchas
veces se expresan en cambios de nombres y de ropa), el esfuerzo por sustraerse
de las miserias del presente buscando y hasta inventando una grandeza “única”
en el pasado, la tentativa de un proyecto basado en la “comunidad”, la
expresión de las vivencias racializadas como “racismo invertido”, la
idealización del pasado a través de una “contra-historia” para catalizar
acciones políticas[5],
etc. ¿Se ha reflexionando seriamente sobre estos temas? Resulta curiosa la
coincidencia entre la ausencia de la reflexión sobre los temas mencionados y la
ausencia de reflexiones sobre el indianismo.
La “esencia revelada” de lo que
somos no es un privilegio de los que se comportan como “elegidos” y de hecho
los mismos elegidos no han dado en el clavo con respecto a esta cuestión. Si
tomamos esta “esencia” –y en esto radica el algo de verdad al que nos
referíamos más arriba– como los rasgos de quienes siendo sujetos racializados
se ponen en el afán de emprender una lucha contra tal condición y el orden que
la sostiene, el indianismo nos pone frente a nuestras propias contradicciones y
limitaciones.
La virtud del indianismo no está
en lo que “realmente hicieron” los indianistas, sino en las posibilidades que
logro abrirnos, aunque no las haya realizado. La virtud del indianismo consiste
en que, siendo la forma básica de politización de la identidad que apunta
cambiar el orden colonial, es la experiencia “autentica” que parte de los mimos
sujetos racializados, con todo y sus limitaciones, siendo esto último lo más
urgente que hoy nos atinge. La reflexión de sus problemas y contradicciones nos
ofrece las lecciones que hoy hacen falta a la hora de comprender los problemas
en los que se hallan entrampados los “indígenas”.
Hay que agregar que si bien las
organizaciones políticas indianistas han muerto, el indianismo no, y es aún un
discurso potente y que en cierta medida ayuda a explicar algunos problemas.
Esta capacidad explicativa (limitada) del indianismo y su potencia, podrían ser
vistos como señales positivas, pues querrían decir que el indianismo no es el
casi zombi a enterrar. En cierta medida esto es así, sin embrego habría que
considerar algo parecido a su reverso: la capacidad explicativa limitada del
indianismo se presenta ahora como un obstáculo para quienes se asumen
indianistas (aspecto que afecta también a quienes asumen algunas ideas
indianistas sin asumirse como tales) y el que aun tenga cierta potencia es el
síntoma de que esto es algo que ha ido perdiendo paulatinamente.
¿Se trata entonces de dar el
“tiro de gracia” al agónico indianismo?
De ningún modo. Quien ve al
indianismo, sin mayores consideraciones, como el muerto que no se deja
enterrar, deja de lado el más grande logró del indianismo: perfilar al “indio”
como sujeto político y este logró tiene mucha actualidad. Quien simplemente se
aferra de manera caprichosa al indianismo, tomando a este como a un fetiche y
dejando de lado sus limitaciones y problemas, contribuye a eludir el análisis
crítico y necesario que debe hacerse sobre él. Las dos actitudes llevan al
mismo resultado y en esto se hermanan, aunque quienes encarnen estas actitudes
se vean mutuamente como opuestos.
Estamos en el momento más
apremiante, en términos políticos, en el que debemos clarificar nuestras
propias posibilidades, limitaciones y contradicciones, muy bien embadurnadas
con el maquillaje del “indio bueno” versus el “occidental malo” o de lo
“milenario” y “ancestral”. Los propios indianistas se han “maquillado” con
estas ideas y así han contribuido, sin proponérselo, ha menoscabar la
importancia y significación del movimiento mismo que ellos personificaron.
La labor de hacer del indianismo
objeto de la conciencia, responde a que éste es una pieza clave, pues, nos
guste o no, constituye una condensación virtuosa y problemática, a la vez, de
lo que el sujeto racializado hace y de los problemas con los que tropieza
cuando se proyecta como sujeto político. El indianismo es la experiencia
política, aún vigente, que no hemos sido capaces de metabolizar. Es como un
alimento desagradable que no nos animamos a digerir y casi literalmente lo
mantenemos en la boca, como simple discurso político y casi sin contenido
teórico.
Nuestra situación no es la misma
en la que el indianismo surgió, sin que esto quiera decir que muchos de los
problemas que el indianismo denunció hayan desaparecido, sino que hay que
considerar en que forma han cambiado tales problemas y como el indianismo los
ha ido encarando o eludiendo. El tiempo en el que nació el indianismo la
mayoría de los “indios” vivían en el área rural, hoy es a la inversa, lo que
implica una diferenciación más nítida en términos de clase, un aspecto muy
descuidado por el indianismo: el aspecto económico[6]. El
análisis necesario sobre estos cambios es ridículamente eludido, por quienes se
jactan de ser “indígenas” o “indios”, con el no-argumento de que los indios en
la ciudad sean “desclasado”, sean “occidentalizado” y ya no son “puros”[7] (esto se
parece a la idea machista que exige virginidad, “pureza”, a la mujer);
curiosamente, en otras circunstancias, estos mismos personajes suelen hablar de
la “mayoría india”.
Pensar en el presente el
indianismo no es simplemente un trabajo de historiografía en el que, entre
otras cosas, “desenmascararíamos” el hecho de que muchas entidades simbólicas,
discursivas y organizacionales “indígenas” que hoy asumimos como ancestrales
son en realidad obra de los indianistas. Reflexionar sobre el indianismo debe
ser un esfuerzo necesario para lograr ir más allá de nosotros mismos, para
rebasarnos rebasando así nuestras limitaciones, porque, nos guste o no, hace
parte de la construcción identitaria “indígena” y de sus problemas.
Pensar el indianismo, teorizar
sobre él, es una condición que nos ayudará a esclarecer no solo el cómo se
formaron los “movimientos indígenas”, esto no es lo más importante, sino que
tal labor nos permitirá dirigir mejor nuestras acciones políticas. Trabajar
sobre el indianismo no debe ser una labor destinada a alimentar las
curiosidades antropológicas; debe ser una labor que, en función de clarificar
nuestra propia lucha, nos permita mirarnos críticamente par ir más allá de
nuestras propias limitaciones.
Esperar que este trabajo sea
hecho por los “defensores de los indígenas” no es ingenuidad, aunque tenga algo
de ello, sino que sería esperar cómodamente que otros hagan lo que nosotros
debemos hacer. El esperar que otros hagan algo que nos corresponde se acerca
mucha a otra actitud, que más o menos es la de esperar un mejor momento, un
“buen momento”, para hacer alguna tarea; esta es la mejor manera de dejar de
hacerla, pues el buen momento nunca llegará. Como cuando esperamos un “buen
momento” para declararnos a una chica, mientras esperamos el buen momento ya
otra persona “se nos adelantó” y nuestra oportunidad feneció ante nuestra
espera.
Carlos Macusaya Cruz
[1]
Buscando en la Biblioteca Central de la UMSA (La Paz-Bolivia) y en la
biblioteca de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad, uno
puede percatarse de la “miserable” referencia bibliográfica respecto al
indianismo.
[2]
Es más que llamativo que la tesis doctoral sobre la obra de Fausto Reinaga de
Gustavo Cruz, realizada en la UNAM y que fue publicada a finales del pasado año
en Bolivia, sea prologada por Silvia Rivera Cusicanqui, una de las personas que
más ha contribuido “enterrar” el indianismo con su “memoria larga”.
[3]
En las movilizaciones del año 2000 y 2001 el indianismo ocupó un lugar estelar
que no se lo regalo nadie y así salió del “olvido” provocado.
[4]
Cabe mencionar que el katarismo con relación al indianismo se ocupó simplemente
en marcar la diferencia entre ambas corrientes.
[5]
Sobre el asunto escribí De la condición
histórica al sujeto político en el Pukara n° 78.
[6] Una
trabajo investigativo muy interesante y en el que se estudia a los aymaras no
como víctimas del racismo, sino como actores económicos, y por lo mismo nos
plantea el tema de los cambios a los que nos referimos, es el trabajo de Niko
Tassi, Carmen Mediros, Antonio Rodríguez y Giovana Ferrufino titulado “Hacer
plata sin plata”: El desborde de los comerciantes populares en Bolivia (PIEB,
2013). Claro que la idea de “popular” es muy ambigua y es una de las flaquezas
del trabajo.
[7]
Sobre este tema escribí “Indio puro” = indio anulado políticamente en el Pukara
n° 88.
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