sábado, 6 de agosto de 2022

El problema de la identidad nacional en “Kollivia”



Por Carlos Macusaya Cruz

Un rasgo fundamental de la identidad boliviana, desde que nació este país, ha sido que se ha formado y renovado en oposición a los “indios”. Un presidente de Bolivia, de la primera mitad del siglo XX, Peñaranda, sintetizo el ideario de la bolivianidad forjado por las élites blancoides en la siguiente frase: “La Paz sin indios; La Paz para gringos”[1]. Ese ideario fue adquiriendo otra forma de existir como identidad “mestiza”, la cual fue propagada por el “Estado nacionalista” desde 1952 y concebida en el entendido racista de superación biológica. En la actualidad es ya muy común oír afirmaciones en sentido de que Bolivia es “plurinacional” y que por lo mismo incluye a los “indígenas”. Sin embargo, estamos viviendo un proceso en el que el sentido de Bolivia, de la identidad nacional en este país, va cambiando, y no precisamente en sentido “plurinacional”. Podemos decir que el sentido de nación que se está formando en Bolivia desde hace varios años atrás está determinado por los desplazamientos territoriales, vinculaciones económicas y producciones simbólicas de quienes son genéricamente nombrados como kollas (aymaras y quechuas).

Seguramente los despistados que desviven su vida en la nostalgia e ilusión de “reconstituir el Collasuyu” y las decadentes elites blancoides se mostraran horrorizados ante la idea de que Bolivia esta “kollanizada”; pero esto más que una idea es ya un hecho, el cual debería ser motivo de reflexión. Deberíamos tratar de entender este fenómeno y sus implicaciones, pues éste se constituye en parte fundamental del terreno en que desplegamos nuestras acciones políticas y por lo mismo no debería ser pasado por alto.

Cuando la estructura social racializada empieza a ser cuestionada y desnaturalizada por los sujetos racializados, éstos se problematizan, como punto de partida, el tema de su identidad, la cuestión de su ser. En este proceso las referencias racializantes, como los términos despectivos y racistas (indio, indígena, etc.), son tomados para firmar “su” identidad. El yo individual y colectivo es lo que está en juego, en disputa, siempre dentro de las relaciones racializadas. Por lo tanto, se trata de decir quién soy identificando quien no soy, pero a la vez resaltando que me han hecho creer lo que yo antes creía que era y apuntando a quienes y porque me han hecho creer eso. En consecuencia, los problemas identitarios expresan luchas sociales, relaciones de poder y por lo mismo la identidad es algo que se forja en tales relaciones. La identidad es “materia social”, es decir que su existencia se debe a las relaciones sociales específicas a partir de las cuales toma forma.

Siendo que las relaciones de poder van cambiando, tales cambios inciden en la formación y transformación de las identidades en juego: algunas pueden perecer, otras resinificarse y así “persistir”. El espacio social implica una disputa por el sentido de las identidades, de lo que se es y no se es, de la forma en que somos representados por otros y como formamos autorepresentaciones. Varios elementos tienen un rol importante en esta disputa: la idea de un pasado común que justifica un futuro también común, elementos religiosos y lingüísticos, los rasgos físicos y estéticos, el propio espacio habitado hace parte de la identidad.

Detengámonos en el espacio geográfico. Los grupos humanos han buscado perpetuarse y en este afán han desplegado sus esfuerzos en distintos espacios. El espacio es el lugar donde se desarrolla la lucha por la vida. Los que lo habitan le dan sentido y entienden que encuentran un sentido en él. Pero la extensión del espacio puede cambiar, por las expiaciones o contracciones poblacionales o por el sometimiento, por el abandono de unos lugares y por la apropiación de otros, etc. De cualquier modo, la existencia colectiva es siempre desarrollada en un espacio, el cual adquiere un sentido para quienes lo habitan y son estos quienes dan sentido territorial al espacio.

No hay un territorio predeterminado, sino que el espacio es territorializado con la ocupación de grupos. No es que, por ejemplo, el espacio territorial que tuvo el Collasuyu es nuestro espacio “natural”, sin importar los desplazamientos poblacionales y otros aspectos; sino que los espacios ocupados en términos concretos y materiales adquieren sentido por la actividad, por la vida que los ocupantes desarrollan en tales lugares.

Los “señoríos collas” ocuparon distintos pisos ecológicos antes del incario y de la colonización, en la colonia las reducciones modificaron la forma de ocupación del espacio anterior a la conquista reduciendo a los ayllus a comunidades, después de la reforma agraria (1953) los “indígenas de tierras altas” fueron dejando sus comunidades y dieron forma al crecimiento de las pequeñas ciudades. En la actualidad, aymaras y quechuas han logrado establecerse en prácticamente todo el territorio que formalmente corresponde al Estado boliviano, y más allá. Hay una frase muy común que expresa esta situación: “En el pueblito más lejano del oriente encuentras a una mujer de pollera (“indígena”) vendiendo algo”.

Los comerciantes andinos están más allá de los andes realizando sus actividades económicas y fiestas, así están dando sentido a espacios a los que el Estado boliviano ni siquiera pudo llegar; están ocupando distintos “pisos ecológicos”, saliendo del asilamiento localista que las reducciones coloniales provocaron. No solo que están en nuevos espacios, sino que en determinadas fechas vuelven a sus pueblos de origen en el altiplano, por ejemplo, para las fiestas patronales. Tácitamente tenemos que los kollas están logrando lo que no ha podido el Estado boliviano: articulación territorial, mediante actividades económicas y culturales, y es este fenómeno el que cambia el sentido del espacio y la identidad en Bolivia.

Por eso es no solo tonto sino ridículo hablar de aymaras y quechuas como gente que vive, desperdigada como manchas, entre las montañas o el altiplano, como se hace en las escuelas y los mapas étnicos. Meter en un mismo saco a guaraníes, quechuas, moxeños, aymaras, yuracares, etc., pasando por alto las diferencias político-económicas de estos grupos y, además, omitiendo las diferencias “internas” en cada uno de ellos, es un error pues ello no nos permite pensar lo que está sucediendo en Bolivia.

El sentido nacional en Bolivia, no es el de los años en que este país nació, ni el que trato de formar el “estado nacionalista”. ¿Cómo entender el cambio en el sentido nacional en este país?

Slavoj Zizek escribió hace un par de años un artículo con el llamativo título de “Capitalismo con valores asiáticos… en Europa”[2], en el que afirma: “Es el auténtico potencial de la democracia el que está perdiendo terreno por el ascenso de un capitalismo autoritario”, además, resalta que las figuras más representativas de este fenómeno político serían Putin, por su “brutal despliegue del poder”, y Berlusconi, por sus “posturas cómicas”. Estos representantes del “capitalismo autoritario” comparten el haber gobernado en situaciones de deterioro económico y aun así lograron tener un gran apoyo popular. Pero lo que Zizek plantea en el título de su artículo nos invita a pensar lo que está pasando en Bolivia, lo cual no tiene que ver con las poses cómicas de algún gobernante (en este caso podría ser el canciller) o un ejercicio del poder político desplegado de forma brutal, sino con algo que podríamos llamar –inspirados en el titulo ya mencionado– Capitalismo con valores andinos en “Kollivia”, fenómeno que está dando lugar a una identidad nacional en “tiempos plurinacionales”.

No hay que perder de vista el papel en el mundo de China como productor de mercancías con un alto nivel de aplicación de conocimiento científico. En lo que respecta a Bolivia, este fenómeno condiciona la actual reconfiguración en las estructuras étnicas y de clases, evidenciándose este proceso, desde hace varios años atrás, en la emergencia de una “burguesía comercial indígena” que viaja hasta China para comprar mercadería. La circulación de las mercaderías asiáticas en Bolivia tiene que ver con un entramado de relaciones entre distintos actores (mayoristas, minoristas, trasportistas, etc.), los que tienen en común su origen y comparten, por lo mismo, ciertos “mecanismos étnicos” en su relacionamiento. El despliegue económico que conlleva el movimiento de estos actores impone también expresiones culturales, como las fiestas y las danzas, por ello es compresible que las danzas y fiestas kollas se vivan y celebren en toda Bolivia, lo que no sucede con expresiones de “indígenas de tierras bajas”.

Lo que estamos viendo es que algunos aspectos propios de los ayllus que son reproducidos por los migrantes andinos, les sirven para posicionarse económicamente y posicionar sus expresiones culturales. Se trata, según Untoja, de un “proceso de articulación de las formas de producir y acumular del ayllu con la lógica del Capital”[3]. Así el ayllu se muestra como funcionando en la reproducción del capital. Los “indígenas” de “tierras altas” despliegan en su desplazamiento territorial estrategias concretas: “la población equipada con el solo ethos del ayllu, toma espacios territoriales bajo la lógica del control de los pisos ecológicos y desarrolla la práctica de la libertad económica”[4]. Por su parte, el katarista Moisés Gutiérrez entiende que

“Actualmente, dentro de la dinámica económica de los aymaras, de los quechuas, existe lo que viene a ser el ayni, y eso demuestra la dinámica expansión en la producción y el comercio en lo económico. Ahí se va generando un gran desarrollo, un gran avance; la dinámica fundamental del ayni viene a ser la competencia y el vivir bien niega el sentido de la competencia del ayni”[5].

Lo que está sucediendo en Bolivia, la forma en que algunos aspectos “culturales” andinos funcionan en la expansión del comercio capitalista nos obliga a confrontar la imagen idealizada del “mundo indígena” o de la “cosmovisión andina” y problematizarnos, entre otros tantos temas, el sentido de esta reterritorialización en la transformación de la identidad nacional en Bolivia. El capitalismo funciona en Bolivia con “valores”, con rasgos andinos, como el ayni. Este funcionamiento da lugar a la reconfiguración en las clases sociales entre los aymaras y quechuas, entre los kollas.

Además, hay que hacer notar que entre los kollas se percibe una vocación hegemónica en tanto actores que articulan el espacio, pero a la vez despliegan sus acciones culturales envolviendo a los “otros”. Es decir que los aymaras y quechuas, en su despliegue económico, no expresan algún afán separatista o de formar un proyecto al margen de los otros, sean las minorías étnicas nombradas como “indígenas de tierras bajas” o las minorías étnicas “blancoides”. Más al contrario, vemos como el núcleo articulador de lo nacional en Bolivia son los andinos, quienes han ocupado toda Bolivia. Articulan económicamente el país, a la vez que le dan contenido “nacional” con sus expresiones culturales (por ejemplo: alasitas, ch’alla, merendadas, diabladas, caporales, Todo Santos, etc.). Este fenómeno va a tomar ribetes políticos en la medida que haya una confrontación de intereses entre las viejas elites y la emergente “burguesía comercial indígena”, y la referencia espacial en la vida de los kollas se politizará como territorio.

Pero esto también tiene otras implicaciones, como el hecho de que los “indígenas ricos”, en tanto clase social burguesa en formación, entren en relaciones con la burguesía “blanca” de Santa Cruz para ampliar la frontera agrícola, por ejemplo. Es decir que a pesar de que estos grupos tienen diferencias étnicas, los aspectos económicos de clase los están acercando cada vez más; aunque también, como ya se dijo, cabe la posibilidad de una disputa. Por otra parte, la reterritorialización kolla que se vive en Bolivia, y las actividades económicas implícitas, conlleva confrontación con las otras minorías, los “indígenas de tierras bajas”, por lo que una política seria de estado no puede obviar este fenómeno. Pero, además, es casi tonto obviar los matrimonios entre un aymara y una mosetén, por ejemplo, dando como resultado que el aymara pueda tener acceso a tierras de la familia de su esposa.

Los problemas implicados en la “reconfiguración nacional” en Bolivia no son motivo de debate o análisis en ningún espacio, salvo escasas excepciones. En esto incide mucho la patética imagen de un indígena como ser virginal sin manchas ni pecados occidentales. Con tal forma de ver (mejor sería decir: de cerrar los ojos) ante los procesos actuales, los proyectos pachamamistas quedan en las buenas intenciones de algunos despistados, mientras entre los “indígenas” las diferencias de clase crecen. No debería extrañar que emerja una derecha aymara, como también una izquierda del mismo origen, pero entre estas expresiones políticas las luchas serán básicamente de clase, pues lo que está pasando con lo nacional en Bolivia es que los problemas étnicos están tomando contornos cada vez más marcados en sentido de clase. Básicamente la derecha ya no será identificada como “blanca” y la izquierda ya no será dirigida por “blancos”. Se están dando las condiciones sociales para que estos polos políticos sean la expresión ya no tanto de diferencias étnicas (blancos-ricos/indígenas-pobres) sino de clase: “Indios contra indos”.

No faltarán quienes crean que lo que está pasando en Bolivia es la muestra de que los aymaras y quechuas son alienados o ya no “son indígenas” porque no respetan su cultura y se han vuelto capitalistas y colonialistas. Pero tales creencias son solo la muestra de la patética situación en que se encuentran quienes dicen “saber qué es y no es indígena”.  Lo cierto es que los cambios que se están dando en Bolivia, en las estructuras de clase y en las “estructuras étnicas”, son un reto a encarar, pues son parte de las condiciones de lucha que debemos afrontar.

 

Nota: El presente artículo se publicó originalmente en el periódico Pukara n1º 104, abril del 2015.



[1] Citado por Fausto Reinaga en La Revolución India, impresiones WA-GUI, La Paz-Bolivia, 2007, p. 27-28.

[2] Slavoj Zizek, Capitalismo con valores asiáticos… en Europa. En ¡Bien venidos a tiempos interesantes!, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2011, p. 41.

[3] Fernando Untoja, Ayllu, Mercader y Capitalismo. En periódico Ayra, nº 134, La Paz, agosto 2011, p. 4.

[4] Ibid. Cabe resaltar que fue Fernando Untoja quien vio y apuntó sus análisis a la importancia de los fenómenos que acá tratamos. Para él estamos viviendo la “metamorfosis del Ayllu”. Con todo y la lucidez de Untoja a este respecto, mucho de su lectura tiene sesgos posmodernos.

[5] Moisés Gutiérrez, “El suma qamaña como concepto funcional al poder colonial”. En Pukara n° 70, junio del 2012, p. 5. Gutiérrez agrega: “Al respecto hay una serie de argumentaciones que habría que desarrollar, y lo estoy desarrollando por escrito.” Soy uno de los que espera ansioso el poder leer ese escrito.

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