Por Carlos Macusaya Cruz
Así como es importante considerar las
contradicciones sociales en estas tierras antes de la colonia, algo de lo que
el indianismo se desentiende, es igualmente importante ver los matices que se
daban en el proceso de dominación colonial, pues muchas veces el indianismo
presenta la colonización como un proceso de dominación ejercido sobre los
“indios”, el cual funcionaba de manera única y homogénea “de principio a fin”.
Uno de los aspectos que nos muestra los
diferentes modos en que la colonia funcionaba es el de la tributación. Sinclair
Thompson apunta tres tipos de tributos que corresponden a tres formas en las
que los indios eran diferenciados:
“los originarios, que
eran nativos de la comunidad y poseían tierras por herencia; los agregados, que tenían tierras, pero
cuyos vínculos con la comunidad eran más flexibles; y los forasteros, que era gente recién asentada en la comunidad y venida
de otras partes.[1]
Los indios originarios, a diferencia de los
indios agregados y forasteros, estaban obligados a pagar mayores tributos y a
trabajar en la mit’a, lo que ocasionó que muchos escapasen de sus comunidades,
disminuyendo así el volumen de los tributos en relación a la disminución de la
población “originaria”. Este fenómeno afectó a varias comunidades y como
ejemplo se puede mencionar que “en la Provincia Pakaxa, el número de
tributarios originarios en 1701 estaba muy por debajo del número de forasteros”[2]. La
propia diferencia en obligaciones tributarias entre indios originarios,
agregados y forasteros implicaba modos distintos de resistir o escapar a tales
obligaciones, pero en determinados momentos, los distintos tipos de resistencia
y confrontación podían coincidir y articularse, como en 1781.
La colonia imponía fronteras sociales muy
fuertes entre los distintos grupos, pero estas podían romperse hasta ciertos
límites. Había resquicios para cierta movilidad social en la que los indios
podían desarrollar su vida más allá de las reducciones. En un documento fechado
el 27 de agosto de 1778, el contador mayor del Tribunal de Cuentas de Lima
dice: “Aquí, dentro del recinto de las murallas hay más de 2.500 indios
ocupados en los oficios de sastres, zapateros, botoneros, sireros, borderos,
carpinteros y albañiles”.[3]
En la colonia, a diferencia del periodo
republicano, los indios podían elegir alcaldes y corregidores y estos tenían
atribuciones delimitadas. En la Ley de la Recopilación de 1680 se puntualiza:
Tendrán
jurisdicción los indios alcaldes solamente para requerir, prender y traer a los
delincuentes a la cárcel del pueblo de españoles de aquel distrito; pero podrán
castigar con un día de prisión, y seis u ocho azotes al indio, que faltare a la
misa el día de la fiesta o se embriagare o hiciere otra bita semejante, y si
fuere embriaguez de muchos se ha de castigar con más rigor[4].
Cuando Reinaga nos habla del pasado colonial,
por lo general, lo hace para resaltar las luchas “indias”,[5] lo cual ha sido muy importante
y está relacionado a sus intenciones políticas y su “público meta”. Pero la
mirada indianista omite varios aspectos de ese pasado, los cuales pueden ayudar
a tener una idea más clara del mismo. Aunque hay que resaltar que, a diferencia
de sus fuentes sobre el periodo precolonial, la “epopeya india” está hecha en
base a trabajos muy serios como Zárate,
el temible Willka, de Ramiro Condarco Morales o La rebelión de Tupaj Amaru, de Boleslao Lewin. Claro que nuestro
autor imprime fuertemente el sello de su interpretación en la forma en que
relata los hechos.
Hasta acá tenemos un pasado precolonial
embellecido por el indigenismo, el cual no es criticado, y, segundo, una
“epopeya india” en la que, simplificando el asunto, se deja de lado varios
aspectos de suma importancia. La crítica de la historia oficial que hace el
indianismo, muy necesaria, tiene poca consistencia, aunque mucha efectividad
política. Debería también ser objeto de crítica la historia que el indianismo
presenta y esto porque no basta ser crítico con lo que los “otros” han escrito
sobre la historia, sino porque es muy importante ver críticamente lo que uno
hace y lo que uno cree es nuestra “verdadera historia”.
La idea que Reinaga tenía del pasado se
articula a las reflexiones que van emergiendo en el ámbito de las luchas por la
descolonización, en un presente en el que las diferenciaciones racializadas en
Bolivia se renovaban. Ya antes de “beber de esas aguas”, en su etapa
“pre-indianista”, Reinaga tenía claro que el problema de Bolivia era el de la
mayoría “india”, pero veía a esta mayoría como clase campesina, como clase
campesina-india. Las luchas de otros pueblos racializados le permitieron ver el
problema del “indio”, ya no como clase, sino como nación.
[1] Sinclair
Thompson, “Un esbozo de una historia del
poder y de las transformaciones políticas en el altiplano aymara”. El
Estado desde el horizonte histórico de nuestra América, p. 116.
[2] Roberto
Choque Canqui, óp. cit. pp. 127. En la página 129 del mismo trabajo el autor
agrega: “La ausencia de originarios significaba el abandono de tierras de
comunidad, lo cual a veces con la composición ocasionaba la enajenación de una
o varias partes de la comunidad a favor de personas de origen español o criollo
y de esta manera el territorio comunal se reducía”.
[3] Citado
por Boleslao Lewin en “Los mitos bajo el
régimen colonial”. El Estado desde el horizonte histórico de nuestra
América. Coeditado por la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia y
la Universidad Nacional Autónoma de México- Postgrado en Estudios
Latinoamericanos, p. 87.
[4] Citado
por Boleslao Lewin, óp. cit., p. 68.
[5] Es
llamativo que Reinaga en su libro ¿Qué hacer? dice: “Ni Tupaj Amaru, ni Tomas
Katari, ni Julian Apasa [Tupaj Katari], ni Pablo Atusparia, NI Zárate Willka…
tuvieron pensamiento revolucionario, verbo revolucionario y acción
revolucionaria”. Fausto Reinaga, ¿Qué
hacer?, Comunidad Amaútica Mundial, Imprenta Urquizo, La Paz-Bolivia, 1980,
p. 64. Téngase en cuenta que este libro salió en un contexto en el que Reinaga
era rechazado en las organizaciones indianistas, las que tenían en él un
referente ideológico, pero no lo veían como líder.
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