miércoles, 6 de julio de 2022

La ch’unch’u moda y los etnolovers (Parte II)

 Por: Carlos Macusaya Cruz

En esos trajines de recuperación identitaria new age que hace parte de la ch’unch’u moda, hubo varios casos en los que la relación entre un indio y una blanca iba más allá de ser sexo causal y se formaron parejas. Muchas de estas parejas terminaban rompiendo porque el indio no resultaba ser lo que se suponía debía ser, a ojos de la pareja no india.

Por un lado, la música Inka-Apache y quienes la interpretaban, los etno lovers, se vendían con una retórica de espiritualidad ancestral, respeto a todos los seres, diálogo con la naturaleza, etc.; todo ello combinado con danzas, rituales e incluso el saludo “Jao”, que popularizó Hollywood. Pero, por otro lado, el convivir con un Inka-Apache, para varias “gringas”, resultó siendo una manera de demoler algunos mitos que se habían formado sobre los indios, ya que estos, en muchos casos, más allá de su discurso del “indio espiritual”, terminaban agrediendo a sus parejas, de manera verbal e incluso física; solían beber demasiado y expresaban celos de maneras violentas.

Es decir, cuando no se trataba de presentar un show musical, cuando dejaban las plumas y todos los atuendos “ancestrales”, cuando dejaban de exhibirse como un producto vendible, los “etno lovers” se mostraban como eran realmente; entre otras cosas, seres con una fuerte carga histórica de violencia, que suelen desahogarla con alcohol, a la vez de exhibir las herencias patriarcales formadas en sus lugares de origen. Pasaban de la idealización deshumanizante del indio, desde las condiciones de racialización, a mostrarse en su humanidad históricamente producida.

Se podría decir, en muchos casos, que despertaban deseo sexual y atracción en tanto eran tomados como algo indiferenciado y según se ajustaban a la “imagen universal” del indio. Eran como el espécimen que representaba algo más que a sí mismo y que era valorado por personificar ese “más” y, entonces, no importaba quien hacía la personificación mientras ese “más” estuviera presente. No se los consideraba, por ejemplo, como seres individuales y con personalidad, y cuando no se trataba de hacer una puesta en escena, su auténtico yo terminaba dando lugar a que su individualidad sea, ahora sí, un factor decisivo en la relación, pero esta vez para romperla.

También se daban casos en los que los “Etno lovers” que formaban pareja con europeas “tipo”, lo hacían rompiendo la relación que tenían previamente con una mujer “india”. Entonces, por decirlo de alguna forma, a eso de “recupero lo ancestral, me gano el pan de cada día y me la tiro a una rubia”, se le agregaba “dejo a mi pareja india”.

Los protagonistas de la “ch’unch’u moda” fueron en su gran mayoría hombres y cuando “sus” mujeres indias los acompañaban, lo hacían como vendedoras de los discos y las artesanías, recolectando también las colaboraciones económicas. Las mujeres indias tenían un lugar marginal y subordinado en la movida musical Inka-Apache. En varios casos les tocó constatar, en carne propia, que el aura de “recuperación identitaria” en la que se envolvían los “Etno lovers”, encubría un menosprecio hacia ellas y, a la vez, la fascinación por “poseer carne blanca”.

Pero la “ch’unch’u moda” y la música Inka-Apache no se quedaron en Europa, sino que llegaron a América y tuvieron mayor recepción en ciertos sectores de Perú y Ecuador. El grupo musical Alborada, mencionado anteriormente, fue la punta de lanza en esto. Por varios viajes que hice como activista a tierras peruanas, principalmente al sur de ese país, pude ver ciertos fenómenos en los que la “ch’unch’u moda” fue encajando con facilidad.

Perú tiene el centro turístico más concurrido de esta parte del continente, Cusco y Machu Picchu. El Estado peruano y las empresas de turismo han tomado el incario como imagen de exportación de las raíces de ese país y así, en tanto producto de exportación, se ha vaciado de su contenido histórico para formar una imagen que pueda seducir a turistas. Entonces, lo importante no es lo que fueron los incas u otros pueblos que habitaron esas tierras sino lo que se puede vender de ellos, aunque solo sea una reinvención destinada a satisfacer cierta demanda.

Se glorifica el pasado imperial incaico al mismo tiempo que se desprecia a “sus descendientes” o solo se los toma como parte del paisaje y de los suvenires que se despliegan para entretener a los turistas. A su vez, varios indígenas de ese país, que suelen ser parte de esos shows para turistas, han asumido que ese es su papel. Pero, en general, gran parte de la población, en la actualidad, toma de esa manera el pasado incaico y a sus “descendientes”.

En ese contexto, el año 2005 llegó Alborada desde Alemania a Perú, para dar su primer concierto. Su canción titulada “Ananau” tuvo mucho éxito y fue la que les permitió introducir en el mercado peruano la música Inka-Apache que hacían. Lo que me interesa de esto es cómo, en “la tierra de los Inkas”, la emulación de “la música nativa americana” que se había formado entre andinos en Europa era presentada y tomada como música Inka o, en general, como música ancestral del Perú.

Una “curiosidad” importante para lo que trato de explicar se dio en el primer concierto de Alborada en Perú. El director del grupo, luego de saludar en quechua, habló de “(...) volver a lo nuestro, porque lo nuestro es primero”. Decía esto en referencia a que la música que venían haciendo no era peruana, no era parte de ese “nuestro”. Pero, luego de esas palabras, el grupo interpretó una canción titulada “Tatanka”, que es una pieza musical de los “pieles roja” y el título, si no me equivoco, está en idioma lakota (pueblo “indio” ubicado en Estados Unidos) y quiere decir búfalo. También tocaron, entre otros, un tema titulado white buffalo (búfalo blanco), otro tema parte del repertorio “nativo americano”.

Desde aquel concierto han pasado varios años y en youtube se pueden encontrar muchos otros grupos que hacen música Inka-Apache. Entre su repertorio están las canciones mencionadas y otras que también interpretó Alborada. Una cosa llamativa en esos videos son los comentarios, en temas como Tatanka. Algunas personas, muy indignadas, acusan a esos otros grupos de plagiar la música peruana. Esto me resulta “curioso” por la facilidad con que cierto público del Perú tomó la música “piel roja” como música inkaica.

Tal vez, aunque puedo estar equivocado, ese vaciamiento de los contenidos históricos que ha hecho el Estado peruano y las empresas de turismo, haciendo del pasado precolonial una cosa vendible al gusto del cliente, ha generado unos referentes identitarios huecos en ciertos sectores de la población de ese país, los que incluso se pueden rellenar con “música apache” a nombre de lo Inka.

No trato de descalificar ese tipo música (a mí me gustan muchos temas de esta onda). Me interesa mostrar cómo juega en las condiciones de racialización. Se presenta como algo ancestral o como recuperación identitaria, pero en realidad surgió a finales del siglo XX en Europa, en condiciones sociales que no tuvieron que vivir nuestros ancestros y que no fueron parte de sus problemas identitarios.

“Hace más 500 años” no hubiera sido posible que los indios de esta parte del continente le canten, por ejemplo, a los búfalos, pero en la actualidad esto es posible por el desarrollo de las comunicaciones. Cuando llegaron los españoles o cuando Tupaj Amaru II lideró una rebelión en 1780, era prácticamente imposible que “los hijos del sol” pudieran fusionar “lo inka” con “lo piel roja”; pero en la actualidad sí se puede y se hace. La música Inka-Apache es un producto de la contemporaneidad y conlleva una serie de problemáticas que hacen a las condiciones históricas que viven los indios andinos en distintos Estados y en su paso por Europa.

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