domingo, 3 de julio de 2022

“En Bolivia no hay racismo…”, segunda edición

 


El viernes 3 de julio de 2020 recogí los primeros ejemplares de “En Bolivia no hay racismo, indios de mierda”. La semana siguiente, el jueves (9 de julio), salí a venderlos al atrio de la UMSA. Llevé un paquete de 50 ejemplares y, en casi tres horas, se terminaron. El libro tuvo, para mi sorpresa, una muy buena acogida. Para el mes de enero de 2021 ya solo tenía en mi poder un par de ejemplares, mismos que en algunos días también se terminaron. Desde octubre del pasado año estaba dándole vueltas a la idea de publicar una segunda edición.

Recuerdo que al empezar a escribirlo, a mediados de mayo de 2020, mi intención era plantear algunas observaciones sobre el racismo que eran imposibles de tocarlas todas en uno o dos artículos. La situación saturada del racismo que se vivía cuando fue naciendo este trabajo me empujaba a que el libro saliera “de una vez”. Quedé inconforme con el texto final, fundamentalmente porque me pareció que se podían desarrollar más las ideas planteadas, y varias se podían reformular y a su vez introducir otros puntos.

A pesar de esa inconformidad, he preferido dejarlo tal y como salió, salvo algunas ligeras reformulaciones y, en muy pocos casos, un par de líneas agregadas (que no han cambiado el sentido de lo que ya estaba planteado). No he cambiado nada en lo sustancial ni en su estructura formal. A leerlo para hacerle algunos retoques, recordé las circunstancias en las que fue redactado y me pareció que lo mejor era publicarlo con el “cuerpo y espíritu” con el que salió en su primera edición, como una expresión, entre otras, de un momento histórico muy difícil que vivió el país (lo que va más allá del autor como simple individuo).

Creo que vale la pena hacer algunos apuntes en esta nota sobre un par de aspectos que tienen que ver con el libro y que pueden ser de interés para quienes lo lean.

Cuando me puse a vender la primera edición, algunas personas que habían leído o habían ojeado el libro, me preguntaron por qué no hacía citas en él; incluso, algunos lanzaban esa observación en un sentido descalificador. Para esta ausencia hay un par de razones básicas. 

Me interesaba que el libro pudiera leerse de manera fluida, sin ser interrumpido con algún tipo de referencias o citas; además, por urgencia política descarté cumplir ese tipo de formalidades académicas. Desde que lo escribí, mi intención era que las cosas que quería expresar salieran rápido por el contexto crítico que vivíamos entonces (¿debía preocuparme por cumplir las formalidades académicas cuando la tarea urgente era confrontar el racismo?). En esa situación, no era una opción buscar y volver a revisar (para citar) los materiales que he leído desde que me interesa el tema del racismo y que son muy importantes en las cosas que digo al respecto; me hubiera llevado mucho tiempo hacer eso. Además, para poder hacer ese tipo de trabajo con el cuidado necesario, tendría que disponer de recursos que me permitieran dedicarme casi exclusivamente a ello, pero en mi caso eso es como soñar. 

Por otro lado, después de varios y accidentados trajines, he ido asumiendo una postura crítica respecto al academicismo y sus rituales burocráticos. He visto cómo muchas personas, por ejemplo, valoran un libro no por la argumentación desarrollada, sino por su bibliografía, por si los clásicos o expertos están o no citados, por si se usa o no la retórica avalada en algún gremio académico, etc. Si uno no hace citas en su tesis universitaria, su trabajo será descalificado. En la academia ese detalle es de suma importancia; pero yo no escribí para académicos y, por lo mismo, no estaba preocupado en rendirles cuentas a ellos. Cumplir o no con esa formalidad no es determinante para el propósito con el que fue escrito el libro. 

Algo para que esto quede claro: mi padre fue zapatero y como tal formó un conocimiento sobre maneras de trabajar el cuero, las gomas, la costura y otros aspectos relacionados a su oficio. Eso conllevaba, entre otros, una sistematización y unos maestros de los que aprendió, a la vez que implicaba una serie de conocimientos técnicos que hacían parte de las herramientas y máquinas que usaba. Para realizar su trabajo no tenía que citar a sus maestros ni saber quiénes ni cómo habían creado esas herramientas y máquinas; pero todos esos aspectos hacían parte implícita de su trabajo. Claro que, si él hubiera sido universitario, presentando un trabajo sobre su trabajo, habría tenido que detallar esos aspectos, referenciándolos, por ejemplo, a fuentes y autores. Pero para hacer su trabajo, eso no era necesario.

Otro ejemplo, más ligado a la acción política: cuando era activista me tocó estar en varios debates que terminaban en movilización. En esos debates, como en otros espacios, se usaba los nombres de autores o de libros para darle más autoridad a lo que uno decía. Ese aspecto del academicismo era, en este campo, un recurso retórico para validar una postura; sin embargo, al momento de la movilización uno podía citar o no a un autor, pero si lo que planteaba estaba conectado con los problemas terrenales de la gente no era determinante si hacía ese tipo de referencias. Para decirlo de otro modo, no sucedería que a alguien le digan “usted no citó a Fausto Reinaga, por lo tanto, se suspende la movilización”; en cambio, si alguien quiere ganar legitimidad en el campo académico, debe cumplir con esa formalidad. 

Lo dije en su momento, no escribí este libro por motivaciones académicas ni está dirigido a ese público, pero eso no quiere decir que haga “dibujo libre” o que diga cualquier cosa con tal de llenar páginas. He tratado de abordar el racismo de manera coherente y sensata, aspectos que son parte de la producción intelectual antes de que exista la academia, la institución moderna que valida el saber por las formalidades que ella misma establece (no solo citar). Empero, si me gustaría escribir un libro sobre el racismo, con las formalidades académicas, donde pueda exponer y contrastar ideas de diferentes autores, además de datos relacionados al tema, etc., tengo claro que un trabajo de ese tipo sería para un público muy reducido, pero me gustaría hacerlo.

En suma, escribí el libro no para que le echen una mirada “los que saben” (pero nadie les prohíbe hacerlo), sino para luchar contra el racismo. Las ideas para contemplar se las dejo a los especialistas en la contemplación, a mí me interesan las ideas para luchar. 

Asimismo, cabe señalar que en el texto me refiero (especialmente, en la sección titulada “El racismo en la crisis irresuelta”) a la situación que vivía el país desde finales de 2019 hasta junio de 2020; por lo tanto, lo hechos posteriores quedan fuera; no los abordo. 

Quisiera decir más cosas, pero termino con una última aclaración: en el primer párrafo del cierre de la primera edición de este libro, señalé que había dejado fuera un par de subtítulos “porque en su estado era preferible excluirlos”. Bueno, con la intención de incorporarlos a la segunda edición, retomé esos subtítulos y los trabajé un poco más; pero introducirlos en algunas de las secciones del libro se me hizo dificultoso porque implicaba hacer una restructuración, la cual hubiera cambiado el texto original y, como ya he dicho antes, me interesa que el libro “no pierda el cuerpo ni el espíritu” con el que salió originalmente.

Entonces, en esta ocasión he preferido no dejar de lado esos subtítulos, pero los he reunido en el primer anexo. Esto implica un problema: no hay una relación de continuidad directa entre ellos y, por lo mismo, espero sean asumidos como “apuntes sueltos” que se relacionan a la temática general que el libro trata y que contribuyen a su propósito.

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