Carlos Macusaya
Está claro que el pachamamismo,
ese discurso seductor (en base a ideas racistas maquilladas como
“revalorización”) sobre la diferencia cultural “indígena”, ha sido abandonado
por el gobierno de Evo Morales; pero fue muy importante durante sus primeros
años en el poder aunque fue siendo remplazando, de modo paulatino, por la
reivindicación marítima, tema con el que se nos machaca desde la escuela (llega
a ser más importante, en la educación básica boliviana, que matemáticas o
lenguaje). Sin embargo, el fallo de La Haya (01/10/18), entre otras cosas, dejó
sin rédito electoral para el MAS el uso de esta reivindicación y lo obliga
abandonarla.
Es sano que se haya dejado el
discurso pachamamista pues desfigura la realidad de los “indígenas”. También es
saludable que se deje de jugar, por medio del tema del mar, con los
sentimientos de muchos ciudadanos del país. Sin embargo, estos abandonos
deberían rematar en algo que también sería sano: dejar eso de Estado
Plurinacional. Si bien el Estado Plurinacional puede ser tomado como un experimento
new ege lleno de buenas intenciones para
incluir “indígenas”, en los hechos no funciona, ni es necesario en una realidad
en la que los “indios”, desde la segunda mitad del siglo XX, han copado el
país. De hecho, abandonarlo es necesario, considerando los hechos históricos
que se viven en Bolivia (que no consideran ni el MAS, ni su oposición), para dejar
de indigemizar a parte de la población.
Tengamos claro que lo “plurinacional”
se ha posicionado en el país, hasta rematar en la Constitución vigente, por
medio de quienes han vivido de la “discriminación positiva”, gubernamental y
no-gubernamental. Es decir, desde un reducido número de individuos que,
apelando a la culpabilidad de los “blancos”, han contado con el apoyo de
financiamiento “occidental” para “sensibilizar” a la ciudadanía. Sin embargo, en
las movilizaciones que precedieron la elección de Evo Morales no se hablaba de
Estado Plurinacional ni de vivir bien, por ejemplo. Las preocupaciones fundamentales
entre el 2000, 2001 y 2003, giraban en torno a los recursos naturales y la
legitimidad de los gobernantes. Fue el 2005 que, en un escenario de
efervescencia política marcada por la racialización, varias instituciones y
personajes trabajaron intensamente en posicionar una idea que evite una salida
violenta a la situación: Asamblea Constituyente. Así se dio entrada a todo tipo
de propuestas trabajadas en algunas ONG’s (con sus “indígenas” incluidos),
entre ellas: “Estado Plurinacional”.
Cierto que se pueden encontrar
antecedentes que podrían confundirse con lo que hoy se presenta como Estado
Plurinacional. Por ejemplo, en un documento del Movimiento Indio Tupaj Katari
(MITKA) de 1978 se apunta la necesidad de “un Estado Plurinacional”[1]. Pero
atención, no se refiere a curules parlamentarios para minorías étnicas, ni a
universidades, ni autonomías indígenas; no señala alguna aspiración a que
seamos tratados como otra clase de ciudadanos, ni a decorar folklóricamente las
instituciones del Estado. Se refiere a una situación en la que no debería ser
algo extraño que los “indios” también lleguen a gobernar el país. Es decir, una
situación en la que el ejercicio del poder estatal no sea exclusivo de las
familias “blancoides”. Se trata de una idea lanzada en un tiempo en el que los
“indios”, al ir ocupando las ciudades, encontraban muchas barreras racistas; sin
embargo, a la larga, se dieron procesos de ascenso social y muchos espacios fueron
perforados por la “indiada” (y esto sigue pasando).
Hoy, a varias décadas de lanzada
esa idea, tenemos un Estado Plurinacional inspirado no en aquel antecedente
sino en las políticas multiculturales (elaboradas en organismos “occidentales”)
y su vigencia (más retórica que práctica) es justificada por el gobierno porque
sería el máximo logro para la “inclusión indígena”. Hoy tenemos un Estado que
diferencia a su población, al mejor estilo colonial, en “indígenas” y “no
indígenas”. Un Estado que en nombre de
la diversidad cultural genera espacios para marginar “indígenas”, asignándoles
un lugar para que sean lo que se supone que son y dejen así tranquilos a los
demás.
Es bueno notar que en esta
“inclusión” se fue pasando del problema de la “mayoría indígena” a problemas de
minorías, a las que además se pretende encerrar en “autonomías indígenas”. Esta
reducción a minorías ha ido de la mano de una campaña mediática en la que los
“indígenas” han sido presentados como seres congelados en la historia o como
piezas andantes de museo. Empero, más allá de esta imagen racista y de la
reducción plurinacional del MAS, es necesario preguntarse si esa mayoría, que
electoralmente llevó a Evo Morales a la presidencia, necesita ser incluida como
“indígena”.
Dejemos en el basurero,
previamente, esa idea estúpida de que los “indígenas” viven única y
exclusivamente en el área rural, manteniéndose tal cual habrían sido “hace 500
años”. Las sociedades precoloniales en los andes desarrollaron grandes
concentraciones urbanas. Con la colonia la cosa cambio y lo urbano fue el
espacio desde donde se administraba el poder blancoide sobre los indios,
quienes fueron arrinconados principalmente en reducciones y obligados a
trabajar en minas, obrajes y haciendas. Sobre esa distribución poblacional se
fundó la república en el siglo XIX pero desde la segunda mitad del siglo XX la
situación fue cambiando. Ya en los años 90, la mayor parte de la población del
país vivía en centros urbanos pues la “indiada” se volcó hacia las ciudades. El
que este vuelco poblacional hacia las urbes se haya consolidado recién en los
años 90 del siglo pasado condiciona que hoy tengamos muchos aspectos propios de
la vida rural andina pero reproducidos en las ciudades de toda Bolivia (y más allá),
pues se trata de un proceso algo reciente.
En este ocupar las ciudades trabajos
que en un principio fueron valorados y representaban cierto estatus entre los
migrantes pasaron paulatinamente a ser menospreciados, en tanto más y más
“indios” se incorporaban a los mismos. Cuando era niño escuché discusiones
entre adultos ebrios, en algunas fiestas de migrantes aymaras en la ciudad de
La Paz (matrimonios, bautizos y otros), en las que no faltaba quien presumía
sobre su hijo que era profesor, a lo que otro respondía: “si un cualquierita
puede ser profesor; mi hijo es abogado”. En mi adolescencia, en situaciones
similares, oía discusiones en las que eso de ser profesor ni se mencionaba y
cuando alguien presumía de que su hijo que era abogado, “le hacían callar”[2]
diciéndole: “si un cualquiera puede ser abogado”. Seguro que en algún momento
el ser profesor debió tener una alta valoración entre los “indígenas”, cuando
no era algo muy común lograr ese oficio, y lo mismo se puede decir de la
profesión de abogado.
No hace mucho escuche un
comentario que, de forma racista, aludía a este proceso: “hoy en día hasta los
cara de Mamani son Fiscales”. Hoy, los “cara de Mamani” (que tal vez llevan
apellidos de los patrones de sus abuelos o tal vez sus abuelos o padres, para
ser “aceptados”, se cambiaron de apellidos pero no pudieron “cambiarse de cara”)
no solo están en el campo, uno los puede ver trabajando en bancos, en
universidades (como docentes), instituciones estatales, medios de comunicación
(no solo de camarógrafos, también de periodistas), etc. Si en los 70 era raro
ver a un “indio” en un aula de la UMSA, hoy lo raro es ver a un “q’ara”. En
esta situación general, ¿hace falta “incluir indígenas”? No!
¿Debería extrañar que los “cara
de Mamani” sean profesionales o empresarios? ¿Deberían volver a sus comunidades
o a las de sus podres o abuelos? ¿Deberían (sobre)vivir, en nombre de lo
plurinacional, como lo hacían sus abuelos, marginados por un Estado racista? ¿Habría
que sancionarlos por no respetar “su” cultura y atreverse a ascender
socialmente, incomodando a los “de buena familia”? ¿Alguien se horroriza por
que haya “negros” profesionales? “Negros” cuyos antepasados no lejanos fueron
“indígenas” de ingleses, holandeses, portugueses o españoles. Bueno, los “negros”
(como los asiáticos) ya no son indígenas, ya no son definidos por una relación
colonial con tal o cual país de “blancos”.
Los argelinos o los vietnamitas,
por ejemplo, fueron indígenas de los franceses, así como los “negros” de
Sudáfrica fueron indígenas de los boers. En general, las poblaciones que fueron
colonizadas por los europeos fueron convertidas en indígenas de los
colonizadores, de los alienígenas (extranjeros). Pero, en distintos procesos,
esas poblaciones dejaron de ser indígenas de los “blancos” y la indigenización
producida por la dominación colonial terminó con el fin de la dominación de los
colonos (lo que no significó una vuelta al pasado, ni una vida sin problemas).
Hoy los argelinos y los vietnamitas no son indígenas y los “blancos” y “negros”
en Sudáfrica son simplemente ciudadanos de un mismo país.
En nuestro país fuimos “sus
indígenas” de los bolivianos hasta mediados del siglo XX, luego pasamos a ser
“campesinos” (a pesar de desenvolvernos, además, en otros ámbitos de la
economía y de la vida urbana); aunque para ellos nunca dejamos de ser los
“indios de mierda” (seres inferiores indignos de ser tratados como iguales).
Pero la indigenización en el país volvió a tomar fuerza a finales del siglo XX
por impulso de “blancos” culpabilizados que buscaron “indígenas” victimizados
para captar recursos de organismos internacionales y desarrollar proyectos de
“inclusión social”. Esa es la sustancia del Estado Plurinacional.
Definir quién es o no indígena
según la conveniencia del indigenizador (o plurinacionalizador), pero también,
en algunos casos, según la conveniencia del indigenizado (como los dirigentes
que se han ocupado en “redistribuirse” recursos del FONDIC), es una trampa pues
se trata de establecer los límites que tales o cuales personas no deben
rebasar, lo que termina favoreciendo los privilegios de casta de los “medio-colonos”
bolivianos. Ello es muy claro, pues para los gobernantes y sus partidarios los
“indígenas” son héroes del pasado y realizadores de ceremonias “ancestrales” en
el presente; su papel es simbólico y así deben quedarse. En ese marco, los
“indígenas” del MAS hablan de lo que fueron, de lo que sufrieron o de su
diferencia cultural reconocida en el Estado Plurinacional. No hablan del Presupuesto
General del Estado o de las Políticas de Estado pues a ellos no les toca
definir esos temas. Los indígenas, en la “inclusión” plurinacional, hablan y
hacen “cosas de indígenas”; así no molestan a los otros, salvo cuando el
gobierno necesita fustigar a sus opositores.
Pero más allá de la “inclusión”
plurinacional, por ejemplo, los jóvenes ganadores de un concurso internacional
de robótica desarrollado en Madrid (España), Iván Encinas y Nelson Sirpa
(estudiantes del colegio José Ballivián de Viacha, La Paz), no necesitaron ser
reconocidos como indígenas para obtener tal logro; Brayan Mamani Magne, ganador
del Premio Nacional de Literatura Infantil (2012) y del Concurso Municipal
“Franz Tamayo” (2018), tampoco necesitó ser reconocido como indígena para
destacar en letras; ni Elías R. Ajata Rivera necesita ser reconocido como
indígena para desarrollar su monumental trabajo en la enseñanza del idioma
aymara en redes digitales. Es más, estos ejemplos (y hay muchos otros) muestran
que lo más destacado que se va generando entre quienes provienen de poblaciones
racializadas como indígenas no surge gracias a las políticas de inclusión
plurinacional sino de iniciativas que no se atienen ni se ajustan a los cánones
de la indigenización. En contraste, no hay nada para destacar en ese mismo
sentido por parte de los indigenizados del gobierno (sea de sus universidades
indígenas u otros espacios de discriminación plurinacional).
Pero además, considerando los
logros de quienes no se refugian en la inclusión plurinacional, se podría haber
trabajado en una lucha contra el racismo que no sea victimización o
paternalismo, pues en lugar de hablar de lo que sufren los “otros” se hubiera
combatido las ideas racistas con los logros de tantas personas, sobre todo
jóvenes, quienes con su trabajo derrumban prejuicios (no están lamentándose por
“500 años”). Estos jóvenes y sus logros deshacen las ideas racistas desde la
cuales se piensa a los “indígenas” como seres atávicos que, como supuestos
repetidores mecánicos de traiciones inmemoriales, carecerían de creatividad e
iniciativa.
Pero, por otro lado, la
indigenización promovida por el gobierno ha logrado acentuar más las ideas
racistas sobre los “indígenas” pues en nombre de lo plurinacional en distintos
espacios, como las escuelas y las universidades, se han venido difundiendo
ideas racistas en las que los “incluidos” son presentados como objetos del
pasado, dignos de contemplarse pero incapaces de transformar el mundo (claro
que estas ideas ya circulaban en estos espacios mucho antes). En ese
entendiendo, lo plurinacional no solo es innecesario, incluso es algo venenoso
que alimenta el racismo sobre sus supuestos beneficiarios, promoviendo además
un autodesprecio encubierto.
Pensando en una disputa política,
es más que llamativo que varios opositores, cuando tienen que decir algo bueno
del “proceso de cambio”, y para aparentar ser equilibrados, suelen mencionar:
“hay que reconocer la inclusión social a los indígenas en este gobierno”. Uno
se pregunta, ¿en qué país viven estos señores? Este favor que le hacen al
gobierno muestra su ineptitud para ver lo que ha estado pasando en el país más
allá de la retórica plurinacional y mucho antes de ella. El posicionamiento que
van logrando los “cara de Mamani” en varios espacios se dio antes del gobierno
de Evo y no tiene que ver con encasillamiento en diferencias culturales
“indígenas”. Es más, la oposición pudo enfrentar al gobierno deshaciendo la
imagen de la inclusión plurinacional, no con sus reacciones racistas sino con
el accionar mismo de los “cara de Mamani”, accionar que deshace la retórica de la
indigenización. Empero, presos de sus
taras, ni siquiera se atrevieron a disputar el nicho electoral del MAS,
asumiendo que los “indígenas son masistas por que sí”. No se atrevieron a
interpelar a los hijos de esos “indígenas” a través de lo que hacen
cotidianamente.
Pero si se va más allá del marco
que el MAS ha impuesto para entender a las poblaciones racializadas como
“indígenas” se puede identificar un proceso general en el que estos actores son
protagonistas, y no por su apego a la tradición sino por su capacidad de
transformación. Si desde la indigenización se piensa a los “indígenas” como
seres rurales y ajenos al cambio, tomando en cuenta el proceso de vuelco
poblacional del campo a la ciudad que se fue dando desde la segunda mitad del
siglo XX, se puede decir que literalmente las ciudades en el país son obra de
los despreciados “indios”. Su avance conlleva el socavamiento de los
privilegios de casta (lo que no significa que no se den contradicciones en todo
ello).
Podría resumirse lo que pasó con
la “indiada” en el siglo XX hasta el presente, tomando a una joven profesional
en La Paz, más o menos así: sus abuelos vivieron y trabajaron en el campo, sus
padres migraron a la ciudad y se mantuvieron con actividades informales, la
hija logró ingresar a la universidad, mantuvo sus estudios ayudando a sus padres
y se profesionalizó. Claro que esta “ilustración” es una simplificación en la
que se dejan muchos aspectos pero lo que me interesa es resaltar que los
“indígenas” han llenado las ciudades, se han posicionado en distintos ámbitos
(lo siguen haciendo) y no han buscado ser “incluidos” como “otros” (salvo
quienes han encontrado en la victimización un recurso para “vivir bien”). Ello
también podría apreciarse en la incidencia que han tendido los cambios de vida
material y accesos a ciertos bienes de consumo entre abuelos, padres e hijos:
uno puede ir a una graduación colegial, o simplemente observando en las calles,
y notará que los hijos son más altos que los padres y los abuelos. Acá no se ha
dado ningún tipo de “mejoramiento racial” (las personas de rasgos considerados
“indígenas”, por lo general, hacen familia con personas de rasgos similares; si
se hacen familia con una persona “blanca”, ésta suele ser extranjera),
simplemente cambiaron las condiciones de vida de abuelos, padres e hijos, y
ello incidió en el aumento de estatura.
Pensar lo que ha estado
sucediendo en el país por más de medio siglo obliga cuestionar la catalogación
que se hace sobre parte de la población como “indígena”; pero también obliga a
cuestionar la reacción visceral que se le suele oponer: “en Bolivia la mayoría
es mestiza” (una tara del pasado colonial que aun atormenta nuestro presente).
Para ser más directo, debemos pensar en un país no de “indígenas” pero tampoco
de “mestizos”, pues estas son identidades coloniales con las que se racializa a
la población para justificar exclusiones. Además, la condición de ciudadanía no
supone algún requisito de pureza o mescla “racial” y cultural. Sería muy idiota
preguntarle a alguien cuando quiere ejercer sus derechos si es indígena o si es
mestizo.
Para votar en la Bolivia
“mestiza” o en otro país ¿hay que presentar alguna prueba de “mezcla racial”
que acredite el mestizaje del votante? No! La ciudadanía no se ejerce por
condiciones biológicas. Por ello es inútil y hasta peligroso estar entrampados
en ideas como “todos los bolivianos somos mestizos porque no hay razas puras”,
pues supone una mezcla de algo que no existe: razas. Pero además, siempre se
cae en el ejercicio idiota y venenoso de inquirir sobre quién es más o menos
mestizo que quien, quien tiene más o menos de uno de los elementos mesclados,
quien tiene más cara de “blanco” que de “indio” y por ello quien merece ser
tratado mejor que… Ni la “indigenidad” ni el “mestizaje” son elementos que den
consistencia a la ciudadanía.
Si bien hay circunstancias en las
que asumir lo indígena ha sido una forma de mostrar procesos de racismo que
fueron encubiertos por la ideología del mestizaje, la gran mayoría de la gente
que tiene “rasgos indígenas” no se queda en la pose de víctima (que denuncia algo)
ni busca que un otro (un “salvador”) le haga justicia. Por el contrario, se ha
posicionado en las distintas ciudades del país, en distintos ámbitos laborales.
Por ello no basta con resaltar lo que se sufrió y dejar de lado lo que, a pesar
de los problemas y el racismo, fuimos y somos capaces de hacer.
Pero además, en la actualidad,
los problemas de racimos no son iguales a los que tuvieron que sufrir nuestros
abuelos en sus comunidades o nuestros padres cuando tuvieron que migrar a las
ciudades. Así mismo, la experiencia de esos problemas y la capacidad de
enfrentarlos (sin actos rimbombantes)
nos lleva a apostar por un país donde las personas sean valoradas por lo que
hacen, no por los que “son”. Un país donde no se margine a las personas bajo la
etiqueta de “indígenas” ni se trate de ocultar los problemas de exclusión bajo
el discurso del “mestizaje”, un país donde la pluralidad de lo nacional no sea
pretexto, a título de “respeto”, para mantener privilegios de casta. Y para
avanzar hacia ello hay que dejar lo plurinacional y la indigenización.
Nota: artículo publicado en el periódico
Pukara n° 147.
[1]
Isidoro Copa, «Movimiento Indio Tupaj Katari». En Presencia, 23 de mayo,
1978.
[2]
Cuando alguien “le he hecho callar” al tal o cual. No solo en discusiones y en
competencias sobre quién tenía más para presumir, sino que también se daba en
las bebidas: “le he hecho callar con mis cajas de cerveza”. En general se trata
de una expresión de ostentación.
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