El video en el que se ve a una
“mujer de pollera” siendo víctima de racismo, que recientemente circuló en
redes sociales, ha causado repercusiones de toda índole: desde quienes
justifican de manera “razonable” la agresión, pasando por quienes dicen que es
un montaje, hasta quienes defienden a la víctima con un racismo paternalista y
“amable”. Estas reacciones (como el acto de racismo expuesto en el video
mencionado) no deberían pasar como algo ocasional pues muestran las taras
racistas que comparten no solo los bandos enfrentados aunque ni de uno ni de
otro lado se las cuestiona seriamente, tal vez porque el problema no es
importante para ninguno. Pero en mi caso, considero que el racismo es un
problema central y por ello voy a referirme a él una vez más repitiendo cosas
que ya he dicho antes.
Partamos
considerado una palabra emblemática en el arsenal de insultos en Bolivia indio.
Cuando se suele emplear el término indio la salida más común e ingenua suele
ser: “los indios están en la India”. Esto es una evasiva que no se explicita
como tal, pero en definitiva funciona eludiendo el problema que está en juego.
Cuando en Bolivia (como en otros países) se le dice a alguien indio no se
pretende decir que es de la India sino que es de “raza inferior”, lo que
descalificaría a quien así ha sido identificado. Por ejemplo, en una discusión
entre dos personas una de ellas puede llamar a la otra indio o india para
cortar la discusión “en seco”, ya que no importa lo que el indio o la india
diga pues por ser de “raza inferior” sus palabras no tendrían valor.
Uno
puede pasar de ser objeto de algún ataque racista a ser el agresor, o la
inversa, sin que ello signifiqué un cambio sustancial en el propósito que
conlleva agredir y “poner en su lugar” a la víctima, enrostrándole su supuesta
inferioridad “racial”. La “variación cromática” y somática de la población, en
relación a bienes materiales, espacio habitado, formas de vestir y hablar,
etc., dan lugar a que unos puedan ser considerados indios en unas circunstancias,
en tanto estén frente a otros que no se ven tan indios; mientras que en otras,
pueden ser considerados q’aras. El
llamar a alguien indio no implica una condición innata por parte de quien,
según la situación, es así identificado, sino que es un otro quien llamándolo
de esa manera busca demarcar una distancia o separación que entiende es natural
respecto al indio, lo que es una expresión clara de racismo.
El
racismo es un tema muy íntimo en la sociedad boliviana y por ello se evita
hablar de él con pretextos morales, como, por ejemplo: “es malo discriminar,
todos somos iguales”; incluso, y esto es muy importante e ilustrativo, para no
confrontar la cuestión se suele esgrimir una excusa racista (como si se lanzará
fuego contra fuego): “en Bolivia todos somos mestizos”. Téngase en cuenta que
esta idea presupone que fuera de nuestro país existirían razas y que no
estarían mezcladas o serían puras, a la vez presupone que la mezcla racial
sería la particularidad de los bolivianos y lo que les conferiría igualdad
biológica, diferenciándolos “racialmente” de los no bolivianos (puras
tonterías, pero que tienen efectos prácticos).
El
escapé moralista que suele expresase en eso de que “es malo discriminar, todos
somos iguales” es una manera de aferrarse a la igualdad humana como especie, en
la que no hay razas y por lo mismo el racismo no tendría razón de ser. Sin
embargo, el buscar refugio en la generalidad del ser humano como condición
universal que invalidaría al racismo es la otra cara del mismo problema: el
aferrarse a la imaginada “mezcla de racial” (mestizos) como particularidad de
los bolivianos en contraste a lo universal y que invalidaría el racismo entre
“hermanos”. Lo “universal abstracto” de ser humanos nos pone frente a una generalidad
tal que los procesos concretos en los que el racismo opera dejan de importar.
Lo particular “mestizo” no solo es una excusa que busca refugio en la “mezcla
racial” desvinculándose de lo general, sino que en lo fundamental hace
abstracción de los procesos concretos en los que la simple y nada inocente idea
de ser mestizos conlleva la reproducción tacita del racismo.
Los
bolivianos no tenemos una particularidad “racial” pues las razas no existen,
pero el racismo no queda anulado solo por saber esto. Lo que ha sido
considerado como evidencias de “racialidad” entre los seres humanos han sido
básicamente diferencias físicas entre grupos culturalmente distinguibles y que
en sus interrelaciones unos fueron sobreponiéndose a otros. Los rasgos físicos,
forma de los ojos, la nariz, el pelo, pómulos, así como el color de la piel,
han sido tomados como “indicadores raciales”. Y estos rasgos son asumidos de
esa manera no por alguna determinación biológica, sino por su significación
social y es en ese terreno que funciona el racismo. El que no haya razas no
quiere decir que el racismo no exista. No existen razas, pero si hay racismo.
El
racismo no es un fenómeno que dependa de la existencia de razas sino de la idea
de raza. Esta situación puede ser ilustrada tomando la relación entre Dios y la
religión: la religión para “existir” no depende de la existencia de Dios, sino
de la idea de Dios que habita en la mente de los creyentes. Dios no existe,
pero hay gente que cree en él y esta creencia toma la forma de actos, se
materializa socialmente en los comportamientos e incluso llega al “fanatismo
religioso”. Del mismo modo sucede en el caso de la relación entre raza y
racismo: las razas no existen, pero hay gente, mucha gente, que cree que sí y
esta creencia, que habita en la mente del racista, se materializa en actos y
comportamientos en los que personas con ciertos rasgos físicos, a las que se
les atribuye cierta naturaleza, son discriminadas.
Pero
la cuestión va más allá, pues la idea de raza no es puramente justificación del
racismo “en sí”, sino que esta idea y sus expresiones concretas en racismo se
producen dentro de un orden social y en última instancia responden a él,
justificándolo y confiriéndole un sentido racializado a las jerarquías que la
determinan. La idea de razas responde a un orden social en el que las
diferencias étnicas, de clase y de estrato son asumidas como naturales y
propias de “razas” distintas (de gentes “hechas por la naturaleza” para esto y
no para lo otro). Es decir que el orden social basaría su estabilidad en que
cada quien y cada grupo cumpla sus funciones “naturales” y ocupe su lugar sin
molestar a los demás. Las transgresiones a este orden se “sancionan” con
violencia racista: indio de mierda. Entonces, el racismo tiene que ver con el ejercicio
de poder en un espacio donde las diferencias jerárquicas se entienden como
diferencias raciales y así se las naturaliza, se las ubica ideológicamente por
fuera de las relaciones sociales (como si fueran determinaciones biológicas).
La
idea de raza y el racismo son parte de la racialización en tanto ésta es un
proceso continuo en el que unos racializan a otros y a su vez son racializados,
unos justifican en la producción de un mundo simbólico su situación de poder
frente a otros atribuyéndolo a una condición racial. El sentido de la
racialización es el de inferioridad bilógica respecto de quienes son
racializados como indios, lo que presupone la superioridad “natural” de quienes
racializan y por lo mismo asumen implícita o explícitamente la existencia
(imaginaria) de alguna diferencia “racial” que los pondría por encima de esos
“indios”. Unos son activos al racializar, otros son pasivos, son racializados;
papeles que en algunos casos suelen intercambiarse.
Raza,
como idea –insisto– es producto de relaciones sociales en las que los rasgos
físicos y culturales son “leídos” como insignias del rango social al que el
portador no solo pertenece, sino a la que de modo imperativo debe pertenecer,
aunque él no lo acepte; se “materializa” en el racismo en tanto ejercicio de
poder que demarca limites: hasta dónde puede y no puede llegar, que es lo que
debe y no debe hacer quien es considerado de raza inferior (quien es
racializado como indio). La racialización vehiculiza el racismo a parir de la
idea de raza pero va más allá de lo individual y circunstancial.
La
división del trabajo en estas tierras, en términos generales, se ha
caracterizado por la segmentación entre grupos diferenciados somática y
culturalmente. Así, el trabajo manual (agricultura, zapatería, albañilería,
etc.) ha sido identificado como propio de los “indios”, mientras que el trabajo
intelectual ha sido identificado como propio de los “no indios”. La riqueza se
fue asociando con los segundos mientras y pobreza con los primeros. El lugar
que se ocupa en la estructura de producción y en la estructura de mando ha
conllevado un tipo de “división racializada del trabajo”, cuyos antecedentes se
encuentran en la colonización. Las diferencias en las relaciones de poder que
se establecieron entonces y que tomaron formas institucionales fueron dando
lugar a un ordenamiento en el que los “indios” proveían de fuerza de trabajo y
los españoles se dedicaban a administrar.
De
tal situación se fue asumiendo como normal y natural que unos se dedicaran a
trabajos manuales y los otros, a dirigir. En consecuencia, los rasgos somáticos
y culturales de las poblaciones que proveían mano de obra fueron siendo
identificados como signos que señalaban su lugar “natural” en la sociedad, lo
que también pasó, aunque en sentido opuesto en el estatus, con los rasgos de
quienes dominaban. Estas relaciones de explotación y dominación fueron siendo
atribuidas no a su carácter mismo de relaciones sociales sino a una supuesta
diferencia racial. Por lo tanto, en términos ideológicos (que tiene sus
implicaciones practicas), un “blanco” sin plata puede (y suele) presumir
superioridad ante un “indio” con plata.
La
racialización ha hecho que las poblaciones consideras “indias” sean más
explotables que las “no indias”, es decir que se les puede exigir mayor tiempo
de trabajo pero a cambio de un menor salario. En Bolivia se asocia muy
frecuentemente la ausencia de formación intelectual con rasgos físicos: tez
morena; ojos rasgados; pómulos pronunciados; deficiente manejo del castellano
con fuerte acento aymara, por ejemplo. Además, las personas consideradas como
de “otra raza”, en sentido de inferioridad, son quienes reciben un menor
salario y trabajan más. Se supone que biológicamente estarían hechas para
trabajos manuales y de mucho esfuerzo físico; además, se supone que podrían
vivir con menos comida que las personas de “raza normal”.
De
ello se deriva que el estatus de superioridad este simbolizado en lo que
“racialmente” seria opuesto a los indios: los “blancos”, y más abajo en la
escala racializada, pero por sobre los indios, los “mestizos”. Por lo mismo no
es de extrañar que quienes tienen rasgos físicos de “raza inferior” busquen
distanciarse de su entorno social de origen tratando de “blanquearse” en el
afán de ascender socialmente, asumiendo a la vez comportamientos racistas
“contra su propia raza”, llegando a ser más racistas que los “no indios” contra
los “indios”.
El
racismo nuestro de cada día no expresa simplemente odio, miedo o desprecio,
como suele decirse; no es un simple producto de temores o recelos hacia quienes
son vistos como de “otra raza”. Es básicamente la expresión, en actos,
comportamientos, actitudes, discursos, representaciones, etc., de un orden
social en la que los roles en la estructura económica y en la estructura de
mando están diferenciados en sentido racializado. Es decir que el ocupar un
puesto o cumplir un tipo de trabajo tiene como condicionante: un tipo de
división racializada del trabajo, como ya se señaló.
Sin
embargo, a pesar de que el racismo se ha expresado muchas veces en la historia
de Bolivia y de que la racialización hace parte fundamental de las relaciones
sociales, éstos no han sido motivo de reflexión (salvo honrosas excepciones) ni
de acciones serias que busquen entenderlos y desestructúralos (pero eso no ha
impedido que sean un apoyo en el mantenimiento de relaciones de dominación.
Incluso, en muchos casos, han pasado como si no existieran, como si fueran
problemas del pasado o de otros países, pero no de Bolivia. Jugando con las
comparaciones se puede decir que el racismo entre los bolivianos es como el
alcoholismo entre los alcohólicos: no aceptan que los sean. Así como un
alcohólico niega su condición o la minimiza diciendo: “una copita la toma
cualquiera, del mismo modo, un racista niega serlo o minimiza su racismo
diciendo: “un insulto lo dice cualquiera”.
Volvamos
a la comparación entre la relación raza y racismo y la relación ente Dios y la
religión. En el racismo seda una inversión en su funcionamiento con respecto a
la idea de Dios. Muchos creen en Dios sin verlo, pero no creen que haya
racismo, a pesar de verlo y hasta vivirlo. Esto evidencia que Dios no tiene que
existir para poder “funcionar” y que el racismo para funcionar tiene que ser
tomado como algo que no existe. El racismo opera, las más de las veces, porque
es “visto” como inexistente y en este “ver” funciona una serie de
representaciones racializadas que naturalizan una condición social, condición
que es sufrida y a la vez negada. Incluso, en la última década, el gobierno ha
reproducido estereotipos racistas, alimentado más “el racismo nuestro de cada
día”.
Siendo
que el racismo no ha sido tratado de manera seria y solo muy ocasionalmente se
lo grita, señala y condena, no es de extrañar que los prejuicios racistas
abunden entre los bandos enfrentados, como se vio en redes sociales
recientemente. Estos prejuicios giran en torno a la idea de una autenticidad
indígena que todos suponen saber y defender, sea para justificar o condenar el
racismo del que fue víctima una “mujer de pollera”.
Entre
los justificadores salían ideas que apuntaban a que los “indígenas” deberían
estar en su lugar y así nadie los discriminaría. El racismo funciona aquí
mostrando que los “indígenas invaden y por lo mismo ellos son culpables del
racismo que sufren; si se quedaran en su lugar todo estaría bien”. Si los
indios se hubieran quedado en “su lugar” Bolivia seguiría siendo un país de
ciudades pequeñas y cuya población mayoritariamente estaría ubicada en áreas
rurales de la parte andina, como lo fue cuando se fundó el país. Sin embargo,
las ciudades en este país han crecido por la migración de “indios”, quienes
además han hecho el trabajo de construirlas. Avenidas, edificios, parques,
etc., han sido hechos en Bolivia con el trabajo de los despreciados indios, como
solían recalcar los indianistas desde los años 60. Bolivia es inentendible sin
el trabajo de quienes han sido racializados como indios, trabajo que desde la
segunda mitad del siglo XX se ha ido concentrando en las ciudades.
Es
un proceso general, en el mundo, el desplazamiento de poblaciones desde áreas
rurales ha áreas urbanas y Bolivia no es ajena a ello, los “indígenas” no son
ajenos a ello porque no son seres de “otra raza”, porque buscan mejores
condiciones de vida y en ese proceso sufren racismo. Este ocupar y agrandar las
ciudades implica fricciones e incluso da lugar a que ciertas capas sociales van
siendo desplazadas por los “invasores”. En el nuestro país, quienes han sido
racializados como indios han ido posicionándose en distintos ámbitos laborales,
llegando incluso a ser vistos como competencias por capas sociales que de apoco
van perdiendo privilegios de casta.
El
periodista Carlos Valverde lanzó la “brillantes” observación (para justificar
la agresión) de que la mujer víctima de racismo no sería indígena por su
educación. Esta es una idea racista muy común pero su forma más habitual de
aparición es en la frase: indios ignorantes. Entonces, un “verdadero indígena”
sería alguien que no tiene educación, que no habría pasado por la escuela y no estaría
“contaminado por la cultura occidental”. Nótese que esta forma de entender a
los “indígenas” es compartida por quienes defienden a los indígenas y por lo
tanto entienden, como los “anti-indígenas”, que alguien que no se ajuste a esta
idea no sería un “auténtico indígena”.
Pero
los problemas de racismo, desde la segunda mitad del siglo XX, fueron
denunciados por migrantes “indios” que se asentaron en la ciudad de La Paz y
que pasaron no solo por la escuela sino también por la UMSA, además de sufrir
las limitaciones de la “inclusión” campesina en el Estado boliviano: los
indianistas (y luego los kataristas). De hecho, las problemáticas sufridas por
los “indios” fueron planteadas a partir de la asimilación de ciertas
herramientas adquiridas en las precarias escuelas y la universidad (marcada por
prácticas racistas), y esto no es exclusivo de Bolivia. En Estados Unidos fue
la formación de una capa intelectual entre los “negros”, a finales del siglo
XIX, que dio lugar a la formulación de ideas que dieran cuenta la situación y
del racismo sufrido por la “comunidad negra” en ese país. En los procesos de
descolonización en África, la intelectualidad “negra” que fue formando ideas
sobre la independencia nacional lo hizo en francés o en inglés, según el caso,
porque pasaron por las escuelas y universidades que el poder colonial había
establecido; como los indianistas y kataristas hicieron en Bolivia (sus ideas
se lanzaron dese las ciudades y en castellano).
Pero
la idea de que los “indígenas auténticos” carecerían de la educación formal
tiene que ver con que se espera que un “indio” no reclame, no maneje las
hermanitas que le puedan permitir confrontar una situación desventajosa y que
no ponga en riesgo el estatus de poder de una casta. Pero esto solo queda en la
idea, que ciertamente se asienta en hechos históricos pero que han cambiado en
la actualidad. Víctor Hugo Cárdenas (ex-vicepresidente de Bolivia) es un aymara
que no viste tradicionalmente, no vive en el campo, no trabaja la tierra; ¿es
un falso “indígena”? Para algunos militantes del MAS si es un falso indígena,
incluso sería un “traidor a su raza” (idea racista en extremo). Para muchos
opositores, que se desgañitan en redes sociales, Evo Morales es un “falso
indígena” por no cumplir con ciertos “requisitos” (establecidos por ONG’s a
partir de taras racistas y que hacen abstracción de los procesos históricos),
lo que no impide que lo traten de “indio de mierda” o “indio ignorante”. Resalta
que en estos dos ejemplos siempre se termina apelando a una naturaleza racial
para atacar a uno u a otro, lo que es auténtico racismo.
No
hay “indígenas auténticos” porque esa autenticidad indígena es una construcción
ideológica que ha buscado justificar la marginación y explotación de quienes
han sido racializados como “indios”. Las culturas no están congeladas en la
historia, ni en Bolivia ni en ninguna parte del mundo (aunque los cambios
culturales tengan distintos ritmos). Sería estúpido esperar que los españoles
de hoy sean culturalmente iguales a los que llegaron “hace 500 años” o que los
chinos sigan en las condiciones anteriores a “La guerra del opio” (a mediados
del siglo XIX). Pero en general, los colonizadores (extranjeros, alienígenas),
sea en África o en Asia, así como en América, establecieron estereotipos sobre
los indígenas (colonizados) en los que se los presentaba como ajenos a los
cambios históricos “porque si” y en ello residía (desde la perspectiva de los
colonizadores) su autenticidad.
¿Alguien
en la actualidad cuestiona la autenticidad de los chinos por estar produciendo
tecnología “occidental” y vendiéndola al mundo? ¿Se pone en duda la
autenticidad de los koreanos que hacen k-pop? (no estoy insinuando que en esos
países no haya contradicciones y conflictos). En Bolivia la “autenticad” de
aymaras o quechuas se pone en duda cuando no encajan en los estereotipos
racistas con aires de folklore que la casta blancoide a impuesto para
justificar su estatus de poder respecto a los “indios”. ¿Se puede reducir, por
ejemplo, a los japoneses a su folklore omitiendo su papel en la economía? En
Bolivia muchos reducen a los “indígenas” a cuestiones meramente folclóricas y
hasta místicas sin considerar su papel en la economía. Claro, en Japón no hay
una casta blancoide que tenga que justificar su dominación folklorizando a los
“indígenas” japonenses. Mientras en Bolivia, los “indígenas” no formaron sus
propios Estados y vivieron sometidos a una casta que heredó sus privilegios de
la colonia y que ha disfrazado su situación de poder con el discurso del
mestizaje desde la segunda mitad del siglo XX.
Bolivia
ha estado viviendo desde la instauración del “Estado nacionalista (en 1952) un
proceso en el que las poblaciones racializadas como indias han ido copando las
ciudades y se han ido dando diferencias de clase y de estrato entre ellas. En
la actualidad hay “indios” que trabajan la tierra, pastean llamas u ovejas, que
están en las escuelas y en las universidades (públicas y privadas), que hacen
música (tradicional y contemporánea), que se dedican al comercio o a la
docencia, etc., etc., etc. Y este no se da fuera de contradicciones y de hecho
un “indio” que ha ascendido socialmente suele emplear el lenguaje racista para
referirse a quienes siguen en su anterior condición económica. Entonces es
normal oír a un muchacho decir que su papá es “indígena” porque no fue a la
escuela o no la terminó mientras él ya se profesionalizó y tiene una vida
alejada del área rural.
Uno
podría preguntase: ¿un hijo “blanco” o uno “negro” se diferencia “racialmente”
de su padre que no tuvo estudios universitarios? En Bolivia los cambios de
clase se leen como cambios raciales por el sentido racializado de la estructura
social. Las aspiraciones de ascenso social expresan a la vez la idea tonta pero
venenosa de “mejoramiento racial”. La búsqueda de este mejoramiento o el afán
por mantener un estatus de ventaja (muchas veces solo simbólico) respecto a
quienes son considerados de “raza inferior” conlleva tensiones, fricciones y
agresiones en las que el racismo hace su aparición como un síntoma del orden social
y de los cambios que se van viviendo.
Me
he extendido mucho y he dejado muchas cosas sin ser mencionadas, pero antes de
cerrar quiero decir que el racismo no solo debe ser denunciado, debe ser
analizado, estudiado, pues para enfrentarlo se necesita comprenderlo y esto es
algo que no se nota ni en la oposición ni en el oficialismo. De hecho, como ya
dije, parece no importarles. Este “me vale” relució tras que el expresidente de
España (Zapatero), en un acto en apoyo a la reelección de Evo Morales, puso en
evidencia la fachada del discurso anticolonial del gobierno boliviano, lo que
fue motivo de burlas por parte de los opositores pero sin considerar lo
fundamental: las relaciones de dominación que en Bolivia se heredaron de la
colonia. Nótese que los indianistas y kataristas denunciaron las relaciones
coloniales en Bolivia, las relaciones en las que los “indios” siempre
terminaban subordinados a los “q’aras” como herencia de la dominación española,
y esto es pasado por alto por opositores y oficialistas (estos últimos
enarbolaron un anticolonialismo contra España y Estados Unidos). Ya un joven
alteño (Jesús Humerez) que militó en una organización juvenil del MAS denunció
el 2016 (en un artículo publicado en el periódico Pukara: “jailonización del gobierno indígena”) que en el MAS los “indios”,
más allá de lo simbólico, tienen un papel secundario y subordinado. Pero esto
no es solo un rasgo del gobierno pues en la oposición la cosa no es distinta.
Si esto sucede en la oposición y el gobierno, ¿puede impórtales seriamente
enfrentar “el racismo nuestro de cada día” que se reproduce en otros ámbitos de
la vida en el país?
Carlos Macusaya Cruz
baluuuu
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