Por: Carlos Macusaya
“La culpa no es del indio”[1] es el título de un
artículo que salió hace varios días atrás (lo leí recientemente) y cuya autoría
corresponde a Susana Bejarano, conductora del programa “Esta casa no es hotel”
(trasmitido por ATB). La autora, en su “estado de sublevación”, deja relucir
claramente su paternalismo pro-indígena y aunque ella se desgañita por las
expresiones de racismo que se dan contra el “proceso de cambio”, lo hace en
tanto el racismo dentro del propio “gobierno indígena” es pasado por alto.
Las posturas pro-indígenas tienen
un fondo racista y sus antecedentes se encuentran en los tiempos coloniales.
Este fondo ha dado cuerpo y sentido al indigenismo, incluido el contemporáneo.
Desde Bartolones de Las Casas en tiempos coloniales hasta “Bartolomé” de Esta
casa no es hotel (es del MAS, dirán muchos) en tiempos “plurinacionales”, las
posturas pro-indígenas, pro-indios, tienen un elemento central en tanto buscó y
busca la mejor manera de explotar a, o servirse de, los “indios”, sea en nombre
de dios o del “proceso de cambio”.
El artículo de Bejarano que ha
motivado estas líneas concluye así: “La oportunidad de la inclusión del
indígena es hoy, y este momento es irrepetible”. La inclusión supone quien
incluye y quien es incluido. La potestad de incluir está condicionada por una
correlación de fuerzas en la que el “indígena” es “beneficiario” de la
filantropía indigenista. Por tanto, la forma en la que termina el artículo comentado
(“La culpa no es del indio”) es simplemente el reconocimiento de que en el
“gobierno indígena” los seres considerados colonialmente como “indígenas” no
gobiernan pero pueden y deben ser incluidos en tanto no son sujetos mandantes
sino beneficiarios del poder de quienes los incluyen como “otros”. El momento
“irrepetible” es solo un momento más en el que el poder criollo busca rehacerse
incluyendo “indígenas”. La perorata vertida durante diez años sobre que “los
indios gobiernan Bolivia” queda desmentida, en este caso, por Susana Bejarano,
aunque de seguro este desmentir no era parte de sus buenas intenciones.
Esta relación de poder entre
quienes son racializados como “indígenas” y quienes así buscan incluirlos,
queda muy bien expresada en la Constitución Política del Estado, “la obra
suprema del ‘Proceso de Cambio” según la conductora de “Esta casa no es hotel”.
Dicha Constitución, donde se diferencia colonialmente a indígenas y no
indígenas, retrotrayendo de las ciudades de indios y de españoles, es una muy clara
expresión del racismo contemporáneo. Las relaciones sociales racializadas se
empinan en un nivel constitucional con una retórica pluri-multi, la cual permite
decir a sus partidarios: “nuestras 36 naciones tienen ciudadanía legal plena”, como
dice Bejarano, lo que es igual a decir “nuestros indios…”.
La autora se refiere a un
nosotros, del que ella es parte, diferenciado de esos otros (“indígenas”): “los
que siempre quisimos una Bolivia con justicia social, sin analfabetos, sin
discriminación”. Se alude a la izquierda blancoide, que según se presenta en la
actualidad, siempre lucho por los “indígenas”, lo cual no es cierto. Ya los
indianistas y kataristas, en la segunda mitad del siglo XX, vivieron en carne
propia no solo el menosprecio por parte de la izquierda boliviana con respecto
a las problemáticas por ellos planteadas, sino que incluso sufrieron la
violencia física que los “revolucionarios” ejercían contra los “indios”. Pero de seguro que los
antecedentes de la izquierda con relación a los “indios” no es algo que
interese a quienes se sienten “defensores de originarios”, “revolucionarios
pro-indígenas”, etc.
La relación entre “indios” y
“revolucionarios”, con sus matices, no es solo un tema propio del siglo pasado,
sino que hoy se reactualiza renovando viejos problemas. Un testimonio de ello
nos lo dio un joven aymara, Jesús Humerez Oscori, quien por varios años fue
parte de un grupo juvenil masista llamado Trabajadores Sociales Comunitarios
(TSC). Humerez escribió un artículo titulado “La jailonización del gobierno
indígena”[2], donde apunta varias
observaciones, con fuentes incluidas, sobre las relaciones de poder entre
castas en el gobierno, resaltando entre otros el papel secundario y hasta de
“fuerza bruta” por parte de los jóvenes aymaras en contraste con jóvenes
procedencia “étnica” blancoide, estos ultimo sumiendo papeles de dirección.
En resumen, Jesús Humerez nos
muestra que en el “gobierno indígena” hay una división racializada del trabajo
muy marcada entre actores específicos[3], lo que también alude
Susana Bejarano, aunque nuevamente sin proponerse resaltar el tipo de
dominación que se reproduce: “El eficientismo y la necesidad de copar las
vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’ superó al tejido social que
sostenía al ‘Proceso de Cambio’ y, entonces, la clase media -reconvertida de
urgencia al masismo- asumió la gestión del Estado”.
Pero hablar de “clase media” sin
considerar las relaciones sociales racializadas es complicado. De hecho, cuando
los masistas hablan de clase media, como lo hace su oposición, hablan de
sectores blancoides, dejando de lado a la clase media aymara. Pero lo que está
claro es que el poder criollo se ha estado renovando bajo el discurso
plurinacional, incluyendo a los “indígenas”, e incluye a estos últimos en tanto
por medio de ellos puede instrumentalizar a organizaciones específicas. Es
decir que la “inclusión indígena” se ha hecho cooptando dirigentes de los
llamados “movimientos sociales”, llamados así maliciosa y torpemente.
Pero sigamos con anterior cita,
en este caso retomando la siguiente frase: “El eficientísimo y la necesidad de
copar las vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’ superó al tejido
social que sostenía al ‘Proceso de Cambio’”. El problema de las escases del
agua en La Paz ha revelado como se ha manejado EPSAS y el Ministerio de Medio
Ambiente y Aguas que lo último que importó fue “El eficientismo” o “copar las
vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’”. No hubo ni eficiencia ni
estadistas en la gestión del agua. Para Bejarano “se había dormido en sus
laureles”. No. No estaban dormidos sino bien despiertos, atentos, identificando
donde podían encontrar espacios para ganar dinero y ello no por ser gente
entendida en el área, sino por favores
políticos.
Susana Bejarano afirma que “El
indígena fue el beneficiario; a nombre de él la tecnocracia de clase media y
una dirigencia maleada que no corresponde a la base, generó dispendio en los
proyectos e ‘ineficiencia’. Esta gente tiene nombre y apellido, y no se llama
ni apellida ‘indio’”. Aquí hay algo que parece más una observación de “turista”:
“dirigencia maleada que no corresponde a la base”. La dirigencia maleada viene
de sus bases y si bien es cierto que muchos aspectos de su nombramiento y
ejercicio funcionan totalmente al margen de sus bases, reproducen prácticas muy
cotidianas entre las bases de las que salieron. Ni ellos ni sus bases son seres
inmaculados. Pero semejante afirmación nos muestra lo lejana que esta Bejarano,
casi como turista, de quien “no se llama
ni apellida ‘indio’”. Así, las defensas pro-indígenas falsean la realidad y
esto es algo que también se da desde quienes son racializados como “indígenas”,
imaginando que las personas de “buena familia” no cometerían las cosas que
ellos sí.
Pero así como Bejarano resalta
que se quiere “culpar al indio” por los problemas que se han ido destapando en
el gobierno, por los males del país, al estilo Arguedas, cabe recordar que el
gobierno busco asentar una imagen de sí mismo distinguiéndola de los anteriores
gobiernos por el hecho de que “un indio” era presidente, en lo que
supuestamente residía esa supuesta “otra” naturaleza. Se explotó simbólicamente
las diferenciaciones racializadas, no se buscó desmontarlas, se las reforzó y
por ello no es de extrañar que en el “proceso de cambio” los estereotipos
racistas se hayan reproducido abundantemente.
Las defensas esgrimidas por los
“pro-indígenas”, como no podía ser de otra forma, se lanzan escondiendo el
racismo que les es inherente. Pueden denunciar el racismo de sus opositores
pero a condición de que racismo que ellos reproducen queda nublado. Así, entre
opositores y oficialistas, reinan posturas pro-indígenas, con achaques
ecologistas según la ocasión y conveniencia. Pueden decir “La culpa no es del
indio” pero dejan de lado cómo a nombre del “indio” se ha fomentado las
expresiones de racismo que van contra esas personas que suponen “defender”
racializaándolas.
De seguro los aymaras que han
ido posicionándose en distintos ámbitos no están preocupados en ser incluidos
ni reconocidos como “indígenas” y no buscan defensores. Entonces, las posturas
pro-indígenas, es decir indigenistas, no responden ni a las expectativas ni a
las aspiraciones de estos actores. El hundimiento del “proceso de cambio” no es
su hundimiento.
[2]
Véase el periódico digital Pukara en su edición número 123: http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-123.pdf
También su puede leer en: http://grupo-minka.blogspot.com/2016/11/racialidad-del-poder-la-jailonizacion_57.html
[3] Este artículo tuvo una
repuesta (http://sergiosalazaraliaga.blogspot.com/2016/11/la-absolutizacion-del-indigenismo-como.html).
Curiosamente quien responde nombra rimbombantemente a Marx o Borges y no nombra
al joven aymara autor del artículo que
responde. En esta respuesta se dice que es deshonesto no conocer las historias
delas organizaciones juveniles masistas, sin embargo es “llamativo” que este
impugnador no conozca que su impugnado fue militante de una de esas
organizaciones e incluso escribió un artículo en La Migraña. ¿Quién realmente
no conoce la historia de esas organizaciones y sus militantes? Además de resaltar en esta respuesta el
menosprecio por el trabajo que trata de responder, por falencias teóricas y
cosas por el estilo, lo que se evidencia que se evita el tema central.
Curiosamente este mismo artículo de Jesús ha sido bien recibido por jóvenes
“indígenas” del MAS, quienes comporten el análisis que ahí se hace.
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