Por: Carlos Macusaya Cruz
Cabe resaltar que la “ch’unch’u moda” se asentó en tierras peruanas sobre un fenómeno que se dio previamente y que también tiene que ver con las operaciones estatales y de empresas turísticas sobre “las cosas étnicas” de un país marcado por las jerarquías racializadas y la marginación de determinados sectores poblacionales. Desde hace varias décadas atrás fueron surgiendo en Perú unos personajes que empezaron a “usar su etnicidad” para tener sexo con “gringas” e, incluso, lograr así salir de su país y llegar al “viejo mundo”. Ellos son conocidos como bricheros. El término viene de la palabra inglesa bridge (puente), la que fue castellanizada y se la usa para referirse a las personas, hombres y mujeres, que buscan “hacer un puente” para salir hacia Europa o Estados Unidos teniendo un romance con personas de esos lugares. En cierta forma son un antecedente y, a la vez, la versión local de los “Etno lovers”.
Una anécdota al respecto: el año 2009 (si mal no re cuerdo),
la primera vez que fui a Cusco, asistí a un evento de organizaciones indígenas.
Llegué a la terminal de buses muy temprano por la mañana y me dirigí caminando
a la plaza principal, que era el punto de concentración de la actividad. Estuve
ahí “haciendo hora” y de a poco la gente fue llegando. El evento empezó con
algunos discursos y luego siguió una marcha alrededor de la plaza. La
encabezaban los organizadores y dirigentes. El grueso de la marcha lo componían
las delegaciones de distintos puntos de Cusco y de otros lugares adyacentes;
varios turistas y algunos jóvenes indígenas “muy étnicamente” vestidos (prendas
con aguayo, plumas, etc.) se acomodaron al final de la marcha.
Luego, la movilización se dirigió a los ambientes de la
Carrera de Derecho de la Universidad Pública de Cusco, que está a unos metros
de la plaza de Armas. Las personas se fueron acomodando en una especie de
paraninfo y el evento empezó con los saludos protocolares a la usanza que se
formó en ese lugar por la actividad turística. Un par de personas vestidas de
inkas tomaron la palabra y dieron discursos en quechua, seguidos de discursos
en castellano en los que se hablaba de la grandeza incaica y la particularidad
cultural de los “hijos del sol”. Los turistas que se habían sumado al evento
desde la marcha en la plaza sacaban fotos, grababan vídeos y aplaudían los
rituales y las palabras de los “inkas”.
Sin embargo, la cosa cambió cuando fueron tomando la palabra
los “indios” que no estaban vestidos de incas y que asistían al evento como
parte de delegaciones provenientes de pueblos rurales y alejados. Ellos no
hablaban de las glorias del incario ni de su gran filosofía; ellos hablaban de
la contaminación que las empresas mineras causaban en sus territorios y de las
consecuencias que ello tenía en su salud y en la de sus hijos. Fue entonces que
los “gringos” turistas dejaron de aplaudir y de sacar fotos o grabar vídeos, y
empezaron a dejar el evento.
Yo estaba vendiendo libros cerca de la puerta de ingre so al
evento y cuando los vi salir me percaté de que “salían con cola”. Los jóvenes
indígenas “muy étnicamente vestidos” que estaban junto a los turistas desde la
marcha en la plaza y que también habían ingresado al evento, salieron detrás de
los gringos. A mí me pareció extraño porque el evento se estaba poniendo bueno,
la gente estaba hablando de sus problemas reales y, no obstante, los turistas y
su cola se estaban retirando. En esos instantes, una de las personas que me
había contactado para estar en ese evento se me acercó y me dijo “esos son
bricheros”, explicándome un poco a qué se refería.
La salida de los gringos me quedaba clara: el show para
turistas ya había terminado; pero, al principio, la salida de “su cola” no me
quedaba tan clara. Con las explicaciones que me dieron la cosa tuvo mayor
sentido. Los turistas simplemente estaban ahí por el espectáculo étnico, con
gente disfrazada de inca, y los bricheros estaban buscando alguna oportunidad para
ligarse con una de las turistas. Cuando los “indios” sin disfraz empezaron a
hablar de sus problemas, los turistas simplemente se fueron y los bricheros
también porque estaban ahí no por la actividad sino porque buscaban “hacer un
puente”.
Por decirlo de algún modo, la “ch’unch’u moda” cayó sobre
terreno fértil en “tierras incaicas” y, así, la música “Inka-Apache” ambientaba
el trabajo de los “Etno lovers” locales. Desde luego, no se trata de un
fenómeno exclusivamente cusqueño. Se pueden ver sus variantes en distin tos
lugares en los que se genera movimiento turístico en relación a “pueblos
indígenas”. De hecho, cosas similares las vi en La Paz (Bolivia), por ejemplo,
en algunos eventos del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (MUSEF), aunque
no llegaban a las dimensiones que alcancé a ver en Cusco, en las varias veces
que estuve por allá.
He querido resaltar algunos aspectos sobre una moda que no
pegó fuerte en Bolivia, tal vez por la preponderancia de los andinos (no
simplemente como símbolos, sino como actores concretos que han ocupado Bolivia
de oeste a este y de norte a sur) en la construcción de la identidad nacional
desde mediados del siglo XX y en ello también juega la “centralidad aymara” de
las últimas décadas. En esas condiciones no se podría vender en este país la
música Inka-Apache como propia; aunque, desde luego, acá también se ha generado
el movimiento de los “Etno lovers”, pero no en la misma dimensión que el caso
señalado.
Por otra parte, lo que he apuntado deja de lado muchos otros
aspectos ligados a la vida de los migrantes andinos en Europa y no hay que
perder de vista que muchos de ellos no fueron parte de la “ch’unch’u moda”.
Además, la vida de los “Etno lovers” en el viejo mundo no solo era buscar sexo
con blancas. Muchos de ellos estaban allá ilegalmente y eso hacía su situación
más dificultosa; mu chas veces debían buscar lugares abandonados para pasar la
noche o eran víctimas de la violencia racista de los Skinhead (cabezas rapadas,
grupos neonazis que han ido cobrando fuerza en el viejo mundo), llegando a
darse casos en los que algunos perdían la vida y por su condición ilegal, el
asunto “no pasaba a mayores”.
Asimismo, se podrían relacionar algunos puntos acá
mencionados con otros fenómenos como, por ejemplo, el buscar “amautas” para
iniciar un camino de “recuperación identitaria”; para lo que hay todo un merca
do donde se juega la oferta y demanda de lo “ancestral posmoderno” y que, a
pesar de venir envuelto en una retórica sobre nuestro pasado milenario, se
asienta en los procesos contemporáneos de individualización. También debo dejar
en claro que no condeno el hecho de que indios y blancas tengan intimidad o
formen parejas. Lo que cuestiono es la reproducción de las imágenes y roles
racializados en los casos acá señalados. Desde luego, también hay parejas
“interraciales” de este tipo, pero que no entran en ese juego.
Me viene a la mente un reproche que se suele hacerse a los
indianistas: “Estos indios solo quieren blancas”; también suelen decir “Los
indianistas se casan con gringas”. La gran mayoría de los indianistas de “la
vieja guardia” que he conocido no se han casado con gringas y sus parejas, en
la mayoría de los casos, son de pollera. Claro que hay algunos indianistas que
han hecho pareja con “gringas” y esos casos, que son contados, se toman como la
regla. Eso sí, donde es más común ver parejas entre indios y gringas es en el
ámbito de la música andina.
Un par de veces vi que algunos de quienes suelen hacer este
tipo de reproches a los indianistas no dudan en tener un romance con una
persona gringa y es que no es cuestión de indianistas. Por el orden racializado
asumimos como lo más bello y deseable a la gente “blanca” extranjera. Claro que
se espera que un indianista, por reivindicar su ser indio, debería meterse solo
con indias, no con blancas; así como no debería usar celular o inter net. Hay
muchos indianistas que alimentan esta forma de pensar, que en el fondo apunta a
preservar las barreras sociales racializadas que, desde mi punto de vista,
deben ser derribadas.
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