Carlos Macusaya Cruz
Una
de las más recientes hazañas de la tribu karai ha sido exigir censo para
el 2023 y aceptar que este se realice el 2024. Para ello llevaron adelante un
“paro general selectivo” entre ciudadanos de primera y de segunda, el cual duró
más de treinta días. Esta medida mostró claramente su repliegue ya no solo a lo
regional, sino a lo departamental. Si el 2019 le hablaban a Bolivia en general
(y el 2008 hablaban de la “media luna”), ahora, tras su fracaso político con el
“gobierno transitorio” de Jeanine Añez, se han ensimismado, incluso lanzando
amenazas al resto del país si no se sumaba a su pedido.
Uno
podría decir que en todo esto, a pesar de su retórica antiestatal, mostraron su
estatalismo (pidiendo censo para recibir más recursos). Y es que, si bien se
presentan como hombres valientes que heroicamente han forjado sin la ayuda de
nadie todo lo que tienen (olvidándose, por ejemplo, del trabajo forzado al que
sometieron a los “cambas cambas”), menos aún del Estado, lo cierto es que ese
mismo Estado les dio un trato sumamente privilegiado; todo lo contrario de lo
que hacía con los indios. No existirían como elite sin el apoyo estatal; claro
que reconocer ese determinante apoyo significaría perder credibilidad, demoler
sus propios mitos y erosionar la capacidad de cohesión que han logrado.
Empero,
algo que no se debe perder de vista es que aquel paro fue también una forma de reordenar
su trinchera en el marco de sus usos y costumbres: sentado la mano a quienes
consideran sus “enemigos naturales” y a los “traidores”. Santa Cruz no es un
espacio social homogéneo y menos aún está exento de problemas y contradicciones,
la tribu karai lo sabe bien y por eso, para imponer sus decisiones y
lograr sumisión de los “otros”, despliegan a grupos paramilitares y lanzan
amenazas de “muerte civil”. Así frenan cualquier intento de desobediencia.
La
imposición es su modo de hacer política y así oscilan entre el autoritarismo y
lo dictatorial, enmascarado su accionar como movimiento cívico. Esto podría
parecer contradictorio siendo un grupo que presume de modernidad; pero en su
formación como clase han jugado un papel central elementos premodernos y
estamentales que se expresan en su práctica política. Esto les ha permitido
disciplinar eficazmente a su mano de obra y repartiese “tierras vaciadas”. No
es algo extraño ni contradictorio que el capital se reproduzca con formas que
no son fruto de la modernidad y esto pasa en distintos niveles y espacios (el
“capitalismo con valores andinos” es otro ejemplo).
Esa
forma de ejercer poder es legitimada con la construcción ideológica de un
enemigo invasor, a quien se presenta como la razón de todos los males (como
hacían los nazis con respecto de los judíos): los kollas. Desde luego, en
muchísimos casos, son personas de origen andino o sus hijos quienes reproducen
esta forma de entender Santa Cruz y quienes operan como “agentes de seguridad”
de la tribu karai.
En
esa situación, la población kolla asentada en Santa Cruz es objeto de asedio
constante para mantenerlos a raya, para colocarlos en condición de ciudadanos
de segunda en nombre de la “democracia”. Los medios de comunicación de esta tribu
y sus opinadores despliegan intensas campañas para edulcorar sus prácticas
autoritarias y dictatoriales. Así, por ejemplo, vimos que cuando paramilitares
atacaban a comerciantes kollas los presentaban como “vecinos”.
Han
venido ejerciendo violencia racista impunemente con el apoyo de los “defensores
de la democracia” de la parte andina del país, porque para estos últimos los
agredidos son “ciudadanos de segunda”.
¿Puede
mantenerse sometida a una población de manera permanente? ¿No se está incubando
una respuesta ante esta situación? La tribu karai se ha formado con el
respaldo del Estado y no ha enfrentado grandes resistencias; pero la historia
no se detiene y, en ciertas circunstancias, quienes la sufren suelen cambiarla.