lunes, 19 de diciembre de 2016

La “descolonización” a la boliviana

Por Carlos Macusaya

Los mitos que los “occidentales” han formado sobre sus “indígenas” (vida en armonía con la naturaleza, conocimientos sobre los secretos del cosmos, etc.) se vienen desmoronando. Esta situación tiene un carácter casi apocalíptico para quienes han sabido “vivir bien” explotando la imagen del “buen salvaje”, jugando el papel de “indígenas sabios” portadores de un supuesto conocimiento ancestral; también para los intelectuales blancoides “expertos” en “cosas de indios”, quienes se llevaron y se llevan la mejor tajada del negocio, pero que ahora ven que el “Potosí” que explotan se derrumba. Este duro y tormentoso momento, tanto para los unos como para los otros, es apenas el “comienzo del fin” de una forma de hacer “fama y fortuna” usando como pretexto a los “indígenas”. Ciertamente que tales mitos aún no han caído totalmente, pero su desmoronamiento es un proceso irreversible.

Este desmoronamiento involucra íntimamente a Bolivia y al gobierno de Evo Morales, pues pone en tela de juicio a todo eso que se ha llamado descolonización en el “proceso de cambio”. Todo aquello que se ha hecho en nombre de los “indígenas” en este país ha sido presentado como “descolonización”, claro que en la actualidad el gobierno está dejando a un lado sus iniciativas descolonizadoras (que no han dado resultados serios) y sólo las usa como imagen para fuera de Bolivia. Este abandono se debe no a la malicia, sino fundamentalmente a errores y torpezas (incluso irresponsabilidad) de los “descolonizadores” y la misma forma en que taras coloniales se reproducen por medio sus  “buenas intenciones”. Preguntémonos: ¿en qué falló la descolonización a la boliviana?

Se tomaron ideas propias de una moda occidental sobre los “indígenas” en lugar de tomar y estudiar seriamente la vida de esas personas consideradas colonialmente como “indígenas”. Esto dio lugar a que una falsificación sustituya al “original”, expresándose ello en distintos actos y espacios donde se pudo ver a personas tratando de personificar a un “indio” imaginado por los “occidentales”. Se teatralizó de manera muy colorida, extravagante y exótica un mundo “sin mal”, con todo y sus supuestos habitantes; pero esto fue simple actuación. Música, baile, rituales “ancestrales”, además de personas disfrazadas, hicieron y hacen parte esencial de estos espectáculos, los que han sido tomados por muchos como la prueba de la “verdadera” vida “indígena”, lo que haría a su ser mismo.

Es bueno hacer una comparación para ilustrar lo problemático de esta falsificación: el tomar las teatralizaciones en las que se ha visto desfilar a “seres buenos y sabios que se comunican con la naturaleza” como lo que verdaderamente serían los “indígenas” es como tomar la forma en que el comediante boliviano David Santalla (y otros comediantes) representa a la “chola” como si fuera la “verdadera” forma de ser de la “india” que viste pollera. Dejando pendiente una crítica a estas grotescas y groseras manifestaciones, convengamos en que no podemos confundir a la “Salustiana” representada por D. Santalla con una mujer aymara que viste pollera. Para ser más claro: si queremos conocer la vida, por ejemplo, de una mujer aymara que viste pollera y que trabaja como empleada doméstica o comerciante, no podemos hacerlo tomando a los comediantes que se visten de “cholitas” y hacen muecas humillantes para ganar plata, pues se trata de una representaciones que buscan apelar a prejuicios racistas para hacer negocio; si queremos conocer la vida de una mujer aymara hay que buscar a una de ellas, no a un comediante disfrazado. Para poner otro ejemplo: no podemos confundir la vida de un “indígena” con lo que hace el “cholo Juanito” para divertir a su público.

La anterior observación puede parecer una obviedad presentada de forma impertinente, pero si se toma la cuestión con calma la cosa adquiere un sentido fundamental para clarificar lo que ha sido la descolonización a la boliviana: en Bolivia se han tomado actos turísticos y a gente disfrazada, supuestamente portadora de un conocimiento milenario, como lo “auténticamente indígena”. Es decir —para seguir con la comparación anterior—, se ha tomado a la “Salustiana” de D. Santalla como a una mujer aymara real; se ha tomado al “cholo Juanito” como “paradigma” de la vida “indígena”. Esto es lo que ha pasado en Bolivia en temas de descolonización: se ha tomado una degradante ficción, destinada a jugar con prejuicios racistas para ganar dinero, como si fuera algo serio, guiando con ello la “descolonización”.

No faltaron los “argumentos” e ideas que justificaron esta descolonización, presentándola como la condición básica para lograr el “vivir bien” (idea surgida en Bolivia en los años 80, tiempo de la decadencia indianista y katarista, en una consultoría dirigida por Javier Medina para la GTZ y que fue exportada en los años 90 a Ecuador). Se dijo que el “vivir bien” era el “paradigma indígena”, lo que había guiado y guía su vida y lucha. Se llenaron libros (nada serios) con esta idea, se dieron debates y cursos de toda índole, incluso hay “expertos” (que no son “indígenas”, algo muy revelador). Pero no se trata de algo propio o ancestral sino de los prejuicios de los “no indígenas” proyectados sobre sus indígenas y que muchas personas con complejos y problemas de identidad, por los procesos de racialización y las campañas que se han hecho para posicionar tales ideas, han asumido ciegamente, esforzándose por ser la expresión de ese “vivir bien” de otros y para otros. De tal manera que la farsa ha pasado a ganar creyentes y devotos entre “indígenas”.

Tomemos en cuenta que la idea de vivir bien surge en los años 80 y que no se la encuentra en documentos “indígenas” de décadas anteriores. Seguro no faltaran quienes digan que “ya Guamán Poma planteó el tema”, como suele mencionar el señor Aníbal Quijano. Pero ¿por qué pasaron cuatro siglos para que “reaparezca” esta idea por medio de una consultoría “occidental” dirigida por un q’ara? Tengamos en cuenta que por los años que surgió el “vivir bien” las ideas multiculturalistas empezaban a ganar terreno y que con la caída del muro de Berlín no encontraron obstáculos para imponerse en determinados países, aunque en Bolivia la aplicación del D.S. 21060 ya había logrado allanar el terreno para el florecimiento de este tipo de especulaciones. Es en ese tiempo de crisis y de derrumbe de las certezas político-ideológicas de muchos grupos de la izquierda blancoide que se forja el “vivir bien”, no como idea que explique la vida de los “indígenas” sino como señuelo con el que se podía lograr financiamiento para fabricar y fomentar artificiales diferencias y así “vivir bien” hablando de y por los “otros”.

Cierto que algunas personas han logrado “vivir bien” con esta farsa, consiguiendo réditos económicos con apoyo de organismos occidentales para realizar una serie de rituales humillantes, repitiendo un discurso ajeno para justificar tales actos. Cabe apuntar que todos esos espectáculos ofrecidos como actos descolonizadores son el producto de la subordinación “indígena” a organizamos internacionales, proceso que se inició en los años 70 pero que adquirió mayor relevancia en los años 80, logrando perdurar hasta hoy día; pero la “carrera” que han hecho en dichos organismos muchos de los promotores de estos actos es algo que permanece en la nebulosa y así todo queda como “conocimientos ancestrales” expresados en una especie de circo etnicista para calmar la culpabilidad de los “blancos”.

Pero no se pueden confundir los espectáculos financiados y promovidos por organismos occidentales con la vida “indígena”, tampoco los rituales hechos para gringos hippies que buscan “experiencias alternativas”; tales actos sólo son un show destinado a satisfacer los deseos de exotismo de los “blancos” y que muchos sujetos racializados asumen ingenuamente como lo “perdido” que deben recuperar y defender. Hay que decir con claridad que ese tipo de actos y las ideas que los justifican funcionan como una forma de evitar enfrentar los “problemas terrenales” “indígenas”, como la inseguridad ciudadana, la desnutrición, la baja calidad educativa que reciben, el racismo que sufren, bajos salarios, etc., y por lo mismo tales actos e ideas son funcionales al orden racializado.

En las movilizaciones que se dieron antes de que Evo Morales llegue a ser presidente (entre los años 2000 y 2005) —en las que él no tuvo un papel protagónico— no se hablaba del “vivir bien” o de “vivir en armonía con la naturaleza y todos los seres”; este tipo de ideas fueron promovidas por algunas ONG’s para “echar agua al incendio” que se vivía entonces en Bolivia, pues en un ambiente donde los “indios” se mostraban belicosos y las balas no bastaban, había que endulzarles el oído para apaciguarlos, halagando “su” diferencia, su cultura “pacífica”; en definitiva, había que anularlos políticamente. Es decir que el “vivir bien” no emana de la lucha de los “movimientos indígenas” sino de organismos “occidentales” y de sus operadores locales, con fines claramente políticos. Dichos operadores lograron “sumarse” al “proceso de cambio” y dieron contenido a las políticas descolonizadoras del gobierno.

Hace un par de años escuché en un evento en Cusco, donde estaban delegaciones de Chile, Bolivia y Argentina, que “en Bolivia los indígenas han llegado al poder haciendo sus rituales ancestrales, preservando su cultura, y así viven bien” (no sabían nada de la formación del indianismo y del katarismo, de los bloqueos aymaras del año 2000 o de las movilizaciones del 2003, por ejemplo). Entonces el “modelo descolonizador” exportado desde Bolivia ha sido una trampa para muchos “indígenas” que en su ingenuidad y encantados por las imágenes que desde este país se han propalado creyeron tontamente que había que “imitar” esta “descolonización” y así lo hicieron y lo hacen. En consecuencia, lo que “otros se imaginan de nosotros” ha sido guía rectora en “descolonización” no sólo en Bolivia. Es decir, que al final los “indígenas” no aportaron más que su “cara de indio” para los afiches y para los “rituales ancestrales”, validando así ideas ajenas.

Recuerdo que un investigador extranjero que conocí hace un par de años atrás hizo un ejercicio muy interesante para buscar las “raíces” del vivir bien entre jóvenes aymaras: entrevistó a un par de muchachos, entre mujeres y hombres, quienes vivían en El Alto y estaban vinculados al MAS; también entrevistó a los padres y abuelos de estos jóvenes. Cuando este investigador preguntó sobre el “suma qamaña” (vivir bien), los jóvenes decían que se trataba de recuperar la identidad de sus abuelos y antepasados; cuando hizo la misma pregunta a los padres y abuelos, estos respondían que no sabían de qué se trataba y que mejor hable con sus hijos (o nietos) porque ellos estaban estudiando. Es decir, que los hijos y nietos no se basaban en el conocimiento ni de sus padres ni de sus abuelos para referirse al “vivir bien”, pues su única referencia a este tema “ancestral” era el discurso de moda promovido por el gobierno sobre la “identidad indígena” y que ellos atribuían a “abuelos y antepasados” imaginarios; la idea que estos jóvenes tenían sobre el “vivir bien” no tenía relación con sus verdaderos abuelos ni se inspiraba en su vida.

Si la descolonización a la boliviana está inspirada en ideas ajenas a los “indígenas” ¿cuál es su verdadera naturaleza?, ¿qué se logra con ella?

A primera vista resalta que esta “descolonización” ha funcionado en una dinámica protagonizada por “blancos” culpabilizados e “indígenas” acomplejados, los segundos como elemento simbólico de una teatralización y los primeros como directores de la obra. Las buenas intenciones sobraron entre quienes buscaban “enmendar” los crímenes de sus antepasados colonizadores y entre quienes buscan ser reconocidos como “indígenas” por los “occidentales”. Respeto a la diferencia, preservación de la cultura, etc., fueron las justificaciones que en realidad funcionaron como maquillaje en la cara desagradable del racismo presentándolo en forma encantadora, pero sin cambiar las relaciones de poder, pues se trataba de —pongamos un ejemplo— respetar que una norpotosina pida limosna como parte de sus “usos y costumbres” o que niños “indígenas” mueran por falta de atención médica con el pretexto de no contaminar su cultura y preservarla “pura”.

Resalta claro el carácter ideológico: los hechos que desmienten los mitos que se han promovido han sido ignorados a pesar de estar todo el tiempo ante nuestros ojos o de incluso sufrirlos. La fuerza ideológica de esta descolonización se evidencia en que la vida real de los “indígenas” dejó de importar y se tomó una ficción como la realidad misma. Pero este proceso solo podía operar en un orden donde las diferencias sociales han sido naturalizadas y asumidas como ajenas a las relaciones sociales. Una consecuencia de esto es que el “otro” (el “indígena”) es percibido como naturalmente distinto, portador de una esencia misteriosa que garantiza su diferencia y lo hace peligroso o “preservable”, pero en definitiva, peligroso.

Ante el desconocido “otro”, ante lo inesperado de su ser y el horror que “su escondida naturaleza” provoca, el vértigo de una aproximación timorata hace volar la imaginación en busca de una otredad, la cual es simplemente la proyección de los prejuicios y taras de quien busca su “otro” para darse un sentido en el mundo sin cambiar su situación. Tales prejuicios y taras racistas encontraron dónde personificarse, dando lugar a una teatralización, una ficción entretenida, pero definitivamente una farsa.

No es que entre las personas catalogadas de modo racista como “indígenas” no hayan elementos rituales, particularidades culturales o cosas similares. De hecho, estos elementos hacen volar la imaginación de los “culpabilizados”, viendo en ellos la envoltura de un secreto. Elementos que son tomados dejando de lado las condiciones históricas en las que se formaron y así se los desvincula de su contexto y se los presenta de modo artificial e inflados grotescamente; como cuando el cuerpo de una mujer es deformado con operaciones que “rellenan” partes especificas con silicona en función de lograr ser el objeto que “un hombre” desea. La subordinación “indígena” a organismos “occidentales” ha dado lugar a que se hayan dado “operaciones” que han puesto “plástico” bajo algunos aspectos culturales, deformándolos en función de los deseos de los “blancos”. Los productos de esta deformación se exhiben pomposamente y son equiparables a los actos que hacen empresas de turismo, pero en este último caso, en el caso de las empresas de turismo, (Cusco es el mejor ejemplo) se tiene claro que se trata de vender una imagen para hacer dinero, no para liberar o descolonizar al “indio”.

Siguiendo un poco más la anterior comparación: sabemos que en un desfile de modas, donde el cuerpo de muchas mujeres se toma como cosa que se vende, no es un espacio donde se discuta sobre el patriarcado o la cosificación de la mujer; de la misma manera, los eventos de descolonización que se han dado y aun se dan, no son espacios donde se cuestione la foklorización o la nuevas forma de racismo; todo lo contrario, son la mayor expresión de la dominación que sufren grupos específicos; incluso las imágenes de personas desnutridas, con carencias de todo tipo, son presentadas como “riqueza cultural”.

Estas formas de racismo “maquillado” fueron el fruto de una racionalización. Si bien es irracional el apelar a diferencias biológicas como justificación del racismo, lo que tuvo lugar hace mucho tiempo atrás (no es algo que haya terminado), la descolonización promovida por “académicos” y organismos “occidentales”, acogida ciega y entusiastamente en Bolivia, es la mayor expresión de cómo lo irracional puede ser racionalizado para poder hacer pasar al racismo como algo distinto de sí mismo. En tal situación, las prácticas racistas aparentan ser su opuesto: lucha contra el racismo y “respeto a las diferencias”. Pero estas diferencias se dan en las relaciones de poder y por tanto respetarlas es preservar la dominación específica sobre poblaciones racializadas. Pensemos en cómo en USA existían baños para “negros” distintos de los baños para blancos, o cómo en Sudáfrica habían boers que justificaban el apartheid como respeto a la cultura de los “negros” y como una forma de preservarla. No hace mucho se hizo una “Copa América para indígenas” en Chile (la mejor manera de excluir a los “indígenas” de los equipos de futbol profesionales y de la selección chilena) evento presentado con orgullo, como diciendo: “nuestro racismo es sano”. En Bolivia estas expresiones “racistas sanas” se manifiestan en cosas como “universidades indígenas”, “autonomías indígenas”, etc.

Claro que estas expresiones descolonizadoras funcionaron y funcionan en ambientes saturados no solo de racismo (disfrazado de respeto), sino también de miedo a que “se muera la madre tierra”. Se ha explotado el miedo al otro para que estas ideas funcionen y también el miedo al fin de la vida por los pecados “modernos” de la humanidad. El sentido religioso que se halla en esta moda descolonizadora y sus ideas es innegable: lo “santos y vírgenes” han sido sustituidos por “sabios indígenas” y “la madre tierra”, quienes en definitiva tienen que permanecer “puros” para poder creer en ellos. Hay “otro” que vive sin los problemas que acechan a las humanos “normales”, “otro” que rechaza y huye del desarrollo, otro que incluso salvará a la humanidad. Pero tarde o temprano se debía “descubrir” que sólo se trataba de un mito y este “descubrimiento” da lugar a un “agujero negro” en las certezas de los creyentes, desestructurando su mundo de fe (el otro es tan humano como nosotros, ¡qué horror!).

Es revelador que quienes defienden “la vida indígena” (como lo vimos en el caso del TIPNIS) no están dispuestos a vivir esa imaginaria vida, pues en el fondo defienden la distancia no necesariamente geográfica entre su propia vida y la de sus indígenas, sino la distancia económico-política que les permite especular sobre sus otros y darse aires de “defensores de indios”, que “heroicamente” logran evitar que los “indígenas” tengan lo que ellos tienen (acceso a internet, atención médica, etc.). Lo que en realidad hacen es tratar de proteger y mantener “pura”, sin contaminación, cosas que son una ficción y que les permite darse un sentido que a la vez calme sus sentimientos de culpa, pero manteniendo su situación de poder. Este engaño sobre sí mismos y sus otros hace que su racismo adquiera una apariencia opuesta y de grandeza, digna de ser enarbolada. En el desmoronamiento de los mitos occidentales sobre sus indígenas que hoy vivimos, el descubrir que estaban engañándose sobre la vida de esos seres y sobre sus propias ideas de “respeto y tolerancia” los deshace y por ello evaden esta cuestión.

Es llamativo que los “indígenas” (esos seres supuestamente libres en cuerpo y alma de los “pecados occidentales”) que en algún momento lograron visibilidad en el gobierno, además de Evo Morales, no se ajustan a lo que supuestamente debían ser, mostrando los problemas que hacen parte de la vida de las personas vinculadas al poder. Santos Ramírez fue encarcelado por corrupción en YPFB, Abel Mamani tuvo que dejar el Ministerio de Aguas por una foto en la que se lo veía en estado de ebriedad y con una mujer con poca ropa sentada en sus muslos, Félix Patzi fue alejado del gobierno porque un medio de comunicación televisivo lo “encontró” mientras la policía lo detenía por conducir en estado inconveniente siendo candidato del MAS a la prefectura de La Paz. La cosa no termina. El escándalo desatado por los manejos económicos en el Fondo Indígena aún tiene mucha tela por cortar y son muchos los “indígenas” involucrados. Pareciera que el mensaje es: “los indígenas son ineptos, ladrones, borrachos, etc.”

Esta descolonización parece enviar otro mensaje perverso a los demás “indígenas”: “cuando se trata de descolonizar ocúpate de preservar tu cultura, preocúpate por ‘purificarte’, otros gobernaran por ti”. Por ello se ha entretenido a los “indígenas” en cuestiones de “recuperación y cultural” mientras otros hacen el humanitario sacrificio de usar los horrorosos y degradantes mecanismo “occidentales” del poder estatal. Se evidencia una consecuencia político- práctica, un tipo de renuncia o abstención provocada con respecto al poder del Estado: que los “indígenas” no hagan nada por tomar realmente el poder.

La descolonización que hemos vivido en Bolivia ha logrado evitar que nos confrontemos con lo que es verdaderamente importante, ha evitado que nos planteemos cuestiones realmente serias respeto a la estructura económico-política. Pero además, se infantilizó a los indígenas poniéndolos “más allá del bien y del mal”. Incluso se fue más allá, pues se los puso como ajenos a las inmundicias de los seres humanos; se los deshumanizo una vez más. Si antes se decía que los “indios” eran salvajes, barbaros, seres detestables y casi animales, con esta “descolonización” se dio una inversión valorativa (se los tomó como los absolutamente positivo y bueno), inversión que no modificó las relaciones de poder, sino que las encubrió, haciendo del racismo una práctica agradable y deseable ante los ojos de “las víctimas y los victimadores”. Ello dio lugar a un buen negocio que ha permitido “vivir bien” a algunos mientras los problemas concretos de quienes son racializados como “indígenas” dejaron de importar.


En Bolivia la descolonización es algo de lo que se habla cada vez menos porque los “descolonizadores” fallaron e hicieron sólo espectáculos para entretener turistas. Asumiendo que este proceso es sólo otra forma de reproducir la dominación blancoide sobre poblaciones racializadas, no es raro que la inmensa mayoría de las personas consideradas de modo colonial como “indígenas” no muestren ningún interés por tal descolonización, mostrándose más bien desarrollistas y promotores prácticos de la modernización en Bolivia, lo que contribuye de modo fundamental a que la mitología occidental sobre sus “indígenas” se derrumbe. Sin embargo, la descolonización a la boliviana tiene una importancia que radica no en sus “logros” sino en que se la puede tomar como el error que no se debe volver a cometer, el error del que se puede aprender sacando las lecciones pertinentes: no podemos jugar al “otro”, al “exótico” que se disfraza y dice tonterías (“vida en armonía…”, et.), para ser reconocidos, engañándonos y esterilizando nuestra lucha. Por eso vale la pena estudiar el proceso “descolonizador” en Bolivia y tomarlo en serio, es decir siendo sumamente críticos con él.

lunes, 12 de diciembre de 2016

El racismo pro-indígena: “La culpa no es del indio”

Por: Carlos Macusaya


“La culpa no es del indio”[1] es el título de un artículo que salió hace varios días atrás (lo leí recientemente) y cuya autoría corresponde a Susana Bejarano, conductora del programa “Esta casa no es hotel” (trasmitido por ATB). La autora, en su “estado de sublevación”, deja relucir claramente su paternalismo pro-indígena y aunque ella se desgañita por las expresiones de racismo que se dan contra el “proceso de cambio”, lo hace en tanto el racismo dentro del propio “gobierno indígena” es pasado por alto.

Las posturas pro-indígenas tienen un fondo racista y sus antecedentes se encuentran en los tiempos coloniales. Este fondo ha dado cuerpo y sentido al indigenismo, incluido el contemporáneo. Desde Bartolones de Las Casas en tiempos coloniales hasta “Bartolomé” de Esta casa no es hotel (es del MAS, dirán muchos) en tiempos “plurinacionales”, las posturas pro-indígenas, pro-indios, tienen un elemento central en tanto buscó y busca la mejor manera de explotar a, o servirse de, los “indios”, sea en nombre de dios o del “proceso de cambio”.

El artículo de Bejarano que ha motivado estas líneas concluye así: “La oportunidad de la inclusión del indígena es hoy, y este momento es irrepetible”. La inclusión supone quien incluye y quien es incluido. La potestad de incluir está condicionada por una correlación de fuerzas en la que el “indígena” es “beneficiario” de la filantropía indigenista. Por tanto, la forma en la que termina el artículo comentado (“La culpa no es del indio”) es simplemente el reconocimiento de que en el “gobierno indígena” los seres considerados colonialmente como “indígenas” no gobiernan pero pueden y deben ser incluidos en tanto no son sujetos mandantes sino beneficiarios del poder de quienes los incluyen como “otros”. El momento “irrepetible” es solo un momento más en el que el poder criollo busca rehacerse incluyendo “indígenas”. La perorata vertida durante diez años sobre que “los indios gobiernan Bolivia” queda desmentida, en este caso, por Susana Bejarano, aunque de seguro este desmentir no era parte de sus buenas intenciones.

Esta relación de poder entre quienes son racializados como “indígenas” y quienes así buscan incluirlos, queda muy bien expresada en la Constitución Política del Estado, “la obra suprema del ‘Proceso de Cambio” según la conductora de “Esta casa no es hotel”. Dicha Constitución, donde se diferencia colonialmente a indígenas y no indígenas, retrotrayendo de las ciudades de indios y de españoles, es una muy clara expresión del racismo contemporáneo. Las relaciones sociales racializadas se empinan en un nivel constitucional con una retórica pluri-multi, la cual permite decir a sus partidarios: “nuestras 36 naciones tienen ciudadanía legal plena”, como dice Bejarano, lo que es igual a decir “nuestros indios…”.

La autora se refiere a un nosotros, del que ella es parte, diferenciado de esos otros (“indígenas”): “los que siempre quisimos una Bolivia con justicia social, sin analfabetos, sin discriminación”. Se alude a la izquierda blancoide, que según se presenta en la actualidad, siempre lucho por los “indígenas”, lo cual no es cierto. Ya los indianistas y kataristas, en la segunda mitad del siglo XX, vivieron en carne propia no solo el menosprecio por parte de la izquierda boliviana con respecto a las problemáticas por ellos planteadas, sino que incluso sufrieron la violencia física que los “revolucionarios” ejercían  contra los “indios”. Pero de seguro que los antecedentes de la izquierda con relación a los “indios” no es algo que interese a quienes se sienten “defensores de originarios”, “revolucionarios pro-indígenas”, etc.

La relación entre “indios” y “revolucionarios”, con sus matices, no es solo un tema propio del siglo pasado, sino que hoy se reactualiza renovando viejos problemas. Un testimonio de ello nos lo dio un joven aymara, Jesús Humerez Oscori, quien por varios años fue parte de un grupo juvenil masista llamado Trabajadores Sociales Comunitarios (TSC). Humerez escribió un artículo titulado “La jailonización del gobierno indígena”[2], donde apunta varias observaciones, con fuentes incluidas, sobre las relaciones de poder entre castas en el gobierno, resaltando entre otros el papel secundario y hasta de “fuerza bruta” por parte de los jóvenes aymaras en contraste con jóvenes procedencia “étnica” blancoide, estos ultimo sumiendo papeles de dirección.

En resumen, Jesús Humerez nos muestra que en el “gobierno indígena” hay una división racializada del trabajo muy marcada entre actores específicos[3], lo que también alude Susana Bejarano, aunque nuevamente sin proponerse resaltar el tipo de dominación que se reproduce: “El eficientismo y la necesidad de copar las vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’ superó al tejido social que sostenía al ‘Proceso de Cambio’ y, entonces, la clase media -reconvertida de urgencia al masismo- asumió la gestión del Estado”.

Pero hablar de “clase media” sin considerar las relaciones sociales racializadas es complicado. De hecho, cuando los masistas hablan de clase media, como lo hace su oposición, hablan de sectores blancoides, dejando de lado a la clase media aymara. Pero lo que está claro es que el poder criollo se ha estado renovando bajo el discurso plurinacional, incluyendo a los “indígenas”, e incluye a estos últimos en tanto por medio de ellos puede instrumentalizar a organizaciones específicas. Es decir que la “inclusión indígena” se ha hecho cooptando dirigentes de los llamados “movimientos sociales”, llamados así maliciosa y torpemente.

Pero sigamos con anterior cita, en este caso retomando la siguiente frase: “El eficientísimo y la necesidad de copar las vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’ superó al tejido social que sostenía al ‘Proceso de Cambio’”. El problema de las escases del agua en La Paz ha revelado como se ha manejado EPSAS y el Ministerio de Medio Ambiente y Aguas que lo último que importó fue “El eficientismo” o “copar las vacancias de la burocracia estatal con ‘estadistas’”. No hubo ni eficiencia ni estadistas en la gestión del agua. Para Bejarano “se había dormido en sus laureles”. No. No estaban dormidos sino bien despiertos, atentos, identificando donde podían encontrar espacios para ganar dinero y ello no por ser gente entendida en el área, sino por  favores políticos.

Susana Bejarano afirma que “El indígena fue el beneficiario; a nombre de él la tecnocracia de clase media y una dirigencia maleada que no corresponde a la base, generó dispendio en los proyectos e ‘ineficiencia’. Esta gente tiene nombre y apellido, y no se llama ni apellida ‘indio’”. Aquí hay algo que parece más una observación de “turista”: “dirigencia maleada que no corresponde a la base”. La dirigencia maleada viene de sus bases y si bien es cierto que muchos aspectos de su nombramiento y ejercicio funcionan totalmente al margen de sus bases, reproducen prácticas muy cotidianas entre las bases de las que salieron. Ni ellos ni sus bases son seres inmaculados. Pero semejante afirmación nos muestra lo lejana que esta Bejarano, casi como turista,  de quien “no se llama ni apellida ‘indio’”. Así, las defensas pro-indígenas falsean la realidad y esto es algo que también se da desde quienes son racializados como “indígenas”, imaginando que las personas de “buena familia” no cometerían las cosas que ellos sí.

Pero así como Bejarano resalta que se quiere “culpar al indio” por los problemas que se han ido destapando en el gobierno, por los males del país, al estilo Arguedas, cabe recordar que el gobierno busco asentar una imagen de sí mismo distinguiéndola de los anteriores gobiernos por el hecho de que “un indio” era presidente, en lo que supuestamente residía esa supuesta “otra” naturaleza. Se explotó simbólicamente las diferenciaciones racializadas, no se buscó desmontarlas, se las reforzó y por ello no es de extrañar que en el “proceso de cambio” los estereotipos racistas se hayan reproducido abundantemente.

Las defensas esgrimidas por los “pro-indígenas”, como no podía ser de otra forma, se lanzan escondiendo el racismo que les es inherente. Pueden denunciar el racismo de sus opositores pero a condición de que racismo que ellos reproducen queda nublado. Así, entre opositores y oficialistas, reinan posturas pro-indígenas, con achaques ecologistas según la ocasión y conveniencia. Pueden decir “La culpa no es del indio” pero dejan de lado cómo a nombre del “indio” se ha fomentado las expresiones de racismo que van contra esas personas que suponen “defender” racializaándolas.

De seguro los aymaras que han ido posicionándose en distintos ámbitos no están preocupados en ser incluidos ni reconocidos como “indígenas” y no buscan defensores. Entonces, las posturas pro-indígenas, es decir indigenistas, no responden ni a las expectativas ni a las aspiraciones de estos actores. El hundimiento del “proceso de cambio” no es su hundimiento.



[2] Véase el periódico digital Pukara en su edición número 123: http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-123.pdf
[3] Este artículo tuvo una repuesta (http://sergiosalazaraliaga.blogspot.com/2016/11/la-absolutizacion-del-indigenismo-como.html). Curiosamente quien responde nombra rimbombantemente a Marx o Borges y no nombra al joven aymara  autor del artículo que responde. En esta respuesta se dice que es deshonesto no conocer las historias delas organizaciones juveniles masistas, sin embargo es “llamativo” que este impugnador no conozca que su impugnado fue militante de una de esas organizaciones e incluso escribió un artículo en La Migraña. ¿Quién realmente no conoce la historia de esas organizaciones y sus militantes?  Además de resaltar en esta respuesta el menosprecio por el trabajo que trata de responder, por falencias teóricas y cosas por el estilo, lo que se evidencia que se evita el tema central. Curiosamente este mismo artículo de Jesús ha sido bien recibido por jóvenes “indígenas” del MAS, quienes comporten el análisis que ahí se hace.