Por: Carlos Macusaya Cruz
En esos trajines de recuperación identitaria new age que
hace parte de la ch’unch’u moda, hubo varios casos en los que la relación entre
un indio y una blanca iba más allá de ser sexo causal y se formaron parejas.
Muchas de estas parejas terminaban rompiendo porque el indio no resultaba ser
lo que se suponía debía ser, a ojos de la pareja no india.
Por un lado, la música Inka-Apache y quienes la
interpretaban, los etno lovers, se vendían con una retórica de espiritualidad
ancestral, respeto a todos los seres, diálogo con la naturaleza, etc.; todo
ello combinado con danzas, rituales e incluso el saludo “Jao”, que popularizó
Hollywood. Pero, por otro lado, el convivir con un Inka-Apache, para varias “gringas”,
resultó siendo una manera de demoler algunos mitos que se habían formado sobre
los indios, ya que estos, en muchos casos, más allá de su discurso del “indio
espiritual”, terminaban agrediendo a sus parejas, de manera verbal e incluso
física; solían beber demasiado y expresaban celos de maneras violentas.
Es decir, cuando no se trataba de presentar un show musical,
cuando dejaban las plumas y todos los atuendos “ancestrales”, cuando dejaban de
exhibirse como un producto vendible, los “etno lovers” se mostraban como eran
realmente; entre otras cosas, seres con una fuerte carga histórica de
violencia, que suelen desahogarla con alcohol, a la vez de exhibir las
herencias patriarcales formadas en sus lugares de origen. Pasaban de la
idealización deshumanizante del indio, desde las condiciones de racialización,
a mostrarse en su humanidad históricamente producida.
Se podría decir, en muchos casos, que despertaban deseo
sexual y atracción en tanto eran tomados como algo indiferenciado y según se
ajustaban a la “imagen universal” del indio. Eran como el espécimen que
representaba algo más que a sí mismo y que era valorado por personificar ese
“más” y, entonces, no importaba quien hacía la personificación mientras ese
“más” estuviera presente. No se los consideraba, por ejemplo, como seres
individuales y con personalidad, y cuando no se trataba de hacer una puesta en
escena, su auténtico yo terminaba dando lugar a que su individualidad sea,
ahora sí, un factor decisivo en la relación, pero esta vez para romperla.
También se daban casos en los que los “Etno lovers” que
formaban pareja con europeas “tipo”, lo hacían rompiendo la relación que tenían
previamente con una mujer “india”. Entonces, por decirlo de alguna forma, a eso
de “recupero lo ancestral, me gano el pan de cada día y me la tiro a una
rubia”, se le agregaba “dejo a mi pareja india”.
Los protagonistas de la “ch’unch’u moda” fueron en su gran
mayoría hombres y cuando “sus” mujeres indias los acompañaban, lo hacían como
vendedoras de los discos y las artesanías, recolectando también las
colaboraciones económicas. Las mujeres indias tenían un lugar marginal y
subordinado en la movida musical Inka-Apache. En varios casos les tocó
constatar, en carne propia, que el aura de “recuperación identitaria” en la que
se envolvían los “Etno lovers”, encubría un menosprecio hacia ellas y, a la
vez, la fascinación por “poseer carne blanca”.
Pero la “ch’unch’u moda” y la música Inka-Apache no se
quedaron en Europa, sino que llegaron a América y tuvieron mayor recepción en
ciertos sectores de Perú y Ecuador. El grupo musical Alborada, mencionado
anteriormente, fue la punta de lanza en esto. Por varios viajes que hice como
activista a tierras peruanas, principalmente al sur de ese país, pude ver
ciertos fenómenos en los que la “ch’unch’u moda” fue encajando con facilidad.
Perú tiene el centro turístico más concurrido de esta parte
del continente, Cusco y Machu Picchu. El Estado peruano y las empresas de
turismo han tomado el incario como imagen de exportación de las raíces de ese
país y así, en tanto producto de exportación, se ha vaciado de su contenido
histórico para formar una imagen que pueda seducir a turistas. Entonces, lo
importante no es lo que fueron los incas u otros pueblos que habitaron esas
tierras sino lo que se puede vender de ellos, aunque solo sea una reinvención
destinada a satisfacer cierta demanda.
Se glorifica el pasado imperial incaico al mismo tiempo que
se desprecia a “sus descendientes” o solo se los toma como parte del paisaje y
de los suvenires que se despliegan para entretener a los turistas. A su vez,
varios indígenas de ese país, que suelen ser parte de esos shows para turistas,
han asumido que ese es su papel. Pero, en general, gran parte de la población,
en la actualidad, toma de esa manera el pasado incaico y a sus “descendientes”.
En ese contexto, el año 2005 llegó Alborada desde Alemania a
Perú, para dar su primer concierto. Su canción titulada “Ananau” tuvo mucho
éxito y fue la que les permitió introducir en el mercado peruano la música
Inka-Apache que hacían. Lo que me interesa de esto es cómo, en “la tierra de
los Inkas”, la emulación de “la música nativa americana” que se había formado
entre andinos en Europa era presentada y tomada como música Inka o, en general,
como música ancestral del Perú.
Una “curiosidad” importante para lo que trato de explicar se
dio en el primer concierto de Alborada en Perú. El director del grupo, luego de
saludar en quechua, habló de “(...) volver a lo nuestro, porque lo nuestro es
primero”. Decía esto en referencia a que la música que venían haciendo no era
peruana, no era parte de ese “nuestro”. Pero, luego de esas palabras, el grupo
interpretó una canción titulada “Tatanka”, que es una pieza musical de los
“pieles roja” y el título, si no me equivoco, está en idioma lakota (pueblo
“indio” ubicado en Estados Unidos) y quiere decir búfalo. También tocaron,
entre otros, un tema titulado white buffalo (búfalo blanco), otro tema parte
del repertorio “nativo americano”.
Desde aquel concierto han pasado varios años y en youtube se
pueden encontrar muchos otros grupos que hacen música Inka-Apache. Entre su
repertorio están las canciones mencionadas y otras que también interpretó
Alborada. Una cosa llamativa en esos videos son los comentarios, en temas como
Tatanka. Algunas personas, muy indignadas, acusan a esos otros grupos de
plagiar la música peruana. Esto me resulta “curioso” por la facilidad con que
cierto público del Perú tomó la música “piel roja” como música inkaica.
Tal vez, aunque puedo estar equivocado, ese vaciamiento de
los contenidos históricos que ha hecho el Estado peruano y las empresas de
turismo, haciendo del pasado precolonial una cosa vendible al gusto del
cliente, ha generado unos referentes identitarios huecos en ciertos sectores de
la población de ese país, los que incluso se pueden rellenar con “música
apache” a nombre de lo Inka.
No trato de descalificar ese tipo música (a mí me gustan
muchos temas de esta onda). Me interesa mostrar cómo juega en las condiciones
de racialización. Se presenta como algo ancestral o como recuperación
identitaria, pero en realidad surgió a finales del siglo XX en Europa, en
condiciones sociales que no tuvieron que vivir nuestros ancestros y que no
fueron parte de sus problemas identitarios.
“Hace más 500 años” no hubiera sido posible que los indios
de esta parte del continente le canten, por ejemplo, a los búfalos, pero en la
actualidad esto es posible por el desarrollo de las comunicaciones. Cuando
llegaron los españoles o cuando Tupaj Amaru II lideró una rebelión en 1780, era
prácticamente imposible que “los hijos del sol” pudieran fusionar “lo inka” con
“lo piel roja”; pero en la actualidad sí se puede y se hace. La música
Inka-Apache es un producto de la contemporaneidad y conlleva una serie de
problemáticas que hacen a las condiciones históricas que viven los indios
andinos en distintos Estados y en su paso por Europa.
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