Por Carlos Macusaya Cruz
En mi niñez, era muy común que las personas mayores de mi
entorno, cuando veían películas de vaqueros, llamaran “chu’nch’us” a los
“pieles roja”. Cuando jugábamos a los vaqueritos entre niños, nadie quería ser
ch’unch’u. Era muy normal la relación que se hacía entre ch’unch’u como
salvaje, feo, un ser perjudicial, etc. En esa situación, nunca me hubiera
pasado por la cabeza que en algún momento el ser “ch’unch’u” podría ser algo
valorado como bello, deseado, etc.
Bueno, gracias a las redes sociales pude conocer a un par de
personas de origen indígena andino que emigraron a Europa y fueron parte del
movimiento cultural que llamo “ch’unch’u moda”, el cual contrasta con la manera
en la que normalmente se asumía a los “ch’unch’us”. Las conversaciones con
ellos me permitieron ir relacionado sus experiencias con algunos fenómenos que
fui viendo y viviendo desde el 2006, más o menos.
Resulta que en la década de los 90, en el “viejo mundo”, el
mercado de la música andina estaba saturado y los migrantes indios que habían
llegado hasta allá (principalmente desde Bolivia, Ecuador y Perú) y que se
ganaban la vida haciendo esta música, encontraban mucha competencia. Ya no era
rentable hacer música andina y, como seres terrenales que eran, para sobrevivir
se vieron obligados a innovar y presentar otra cosa que fuera del gusto de una
parte del público europeo.
En esa situación fue surgiendo lo que algunos llaman los
“Inka-Apaches”, indígenas andinos que para ganarse el pan de cada día se
vestían de “pieles roja” y trataban de imitar la música de los “nativos
americanos”. Lo hacían, en muchos casos, cantando en quechua e interpretando
alguna “flauta nativa americana” e instrumentos andinos sobre una pista. El grupo
más conocido de este tipo de expresión musical es Alborada, que, hasta hace un
par de años, estaba conformado por dos hermanos peruanos, un ecuatoriano y un
argentino.
En general, se puede ubicar a la música “Inka-Apache” dentro
del gran mundo del New Age, un género que surgió a mediados del siglo XX en
Europa y Estados Unidos. En los años 90, cuando hace su aparición la música
“Inka-Apache”, el New Age ya se había posicionado, fusionando distintos estilos
y en su versión étnica fue introduciéndose en grupos espiritualistas como
música de meditación para hacer yoga o para ambientar distintos tipos de
talleres, terapias y cosas por el estilo.
Lo que me interesa abordar de este fenómeno no es la música
“Inka Apache” en sí, sino algunas de las problemáticas relacionadas a la
“recuperación identitaria” que se pueden señalar por medio de ella y que tienen
que ver con las poblaciones racializadas como indias. El paso “del indio
despreciado al indio deseado” es uno de los temas que uno puede ver en todo
esto.
Como dije, en general, era muy normal que “todos” buscaran
diferenciarse de los indios, por la significación que han adquirido los “signos
de racialidad”. Pero en el caso de los “Inka-Apaches”, estando en tierras
europeas, lo fundamental era asemejarse no al indio de los Andes, que es la
región de donde ellos procedían, sino a la imagen del indio hollywoodense,
porque esa es la “imagen universal” de lo que serían los indios y, por lo
tanto, era la mejor manera de “enganchar” a un público “blanco”.
Reitero, los “Inka-Apaches” surgen por la necesidad de
sobrevivencia en un mercado donde lo andino ya no era novedad. Es en esa
situación que necesitaban “cautivar” a sus potenciales clientes con un nuevo
producto que encaje en la “imagen universal” del indio. Se trataba de ser
vistos y tomados como verdaderos “ch’unch’us” y esto, con el pasar del tiempo,
se fue volviendo en una especie de “ch’unch’u moda” pues otros migrantes
también lo fueron haciendo.
Ya a mediados de la primera década de este siglo, la
“ch’unch’u moda” era un fenómeno social entre varios migrantes andinos en
Europa. Se había formado una especie de industria en la que se producía música
a la vez de que los intérpretes se autoproducían como indios norteamericanos.
Así, sus rasgos físicos, incluida una larga melena, eran “explotables” cuando
se presentaban en shows callejeros junto a pistas producidas con programas de
edición musical, interpretando instrumentos andinos de viento, luciendo ropa
“apache” y cantando en quechua (seguro que la mayor parte de su público
ignoraba que el idioma en el que cantaban no era “piel roja” sino andino).
Ese tipo de puestas en escena movían los prejuicios, los
estereotipos, el paternalismo y la “imagen universal” del indio que se ha ido
formando en el “viejo mundo”. Además, la idea de que los “pieles roja” son una
“raza extinta” o que están en vías extinción, hacía más vendible a la música
“Inka-Apache” y quienes la interpretaban se presentaban envueltos en un aura
mística, como si fueran “los últimos de su especie”. Así vendían sus materiales
(no solo discos, sino también artesanías y cosas por el estilo) y cierto
público europeo asumía que tenía en vivo y directo a quienes se supone estaban
extintos o lo iban a estar. De esa manera, quienes asumieron la “ch’unch’u
moda” se podían presentar más o menos como un producto de edición limitada.
Ojo, se estaban ganando el pan de cada día.
Pero no solo se trataba de que la cara de indio resultó
siendo “vendible”, junto a otros elementos, sino que también movía el deseo
sexual. Los “Inka-Apaches”, que se presentaban en plazas, además de vender sus
materiales pedían colaboración económica a su ocasional público. Había casos en
los que mujeres, de distintas edades, no daban esa colaboración y preferían
tener un momento íntimo (relaciones coitales) o, en otros casos, colaboraban
económicamente y “de yapa”, se iban a la cama con alguno de los “Inka-Apaches”.
De ser personas que en sus países de origen formaban parte
de las poblaciones consideradas feas y que no motivaban deseo sexual entre los
q’aras, sino rechazo, pasaron a ser deseados sexualmente por blancas europeas.
Pero cabe aclarar que esto de ser objeto exótico de deseo ya había pasado antes
con los mismos indios intérpretes de música andina en Europa, pero ahora, con
la formación de la “ch’unch’u moda”, este fenómeno se había elevado a “su
máxima potencia”.
Económicamente nos les iba nada mal a quienes iniciaron la
“ch’unch’u moda” y, sumado a ello, podían realizar el sueño de los hombres que
sufren el racismo: acostarse con blancas. Además, ser cosa deseada por personas
“blancas blancas” o “verdaderamente blancas”, contrastaba con lo que habían
vivido en sus países de origen, donde sufrían el rechazo de los “medio blancos”
(el estar entre europeos “tipo” hacía que pusieran en duda la blanquitud de
quienes son considerados blancos en los lugares de donde ellos provenían).
Entonces, asumir una identidad india en la que se costuraba, con la onda New
Age, “retazos étnicos” andinos y apaches implicaba el reconocimiento emanado de
la autoridad blanca que validaba esa forma de identidad.
A ojos de los “Inka-Apaches” no solo la “música ancestral”,
como le llamaban a su arte, gustaba a “los europeos”, sino que incluso “las
europeas” querían acostarse con ellos. Todo eso, muchos de ellos, lo tomaron
como señal de que lo que hacían estaba en el verdadero camino de la
recuperación de su identidad. En general, era algo así como “recupero lo
ancestral, me gano el pan de cada día y me la tiro a una rubia”. Así, el
orgullo por ser y mostrarse indio, entre estas personas, estaba también
condicionado por ser tomado como cosa exótica deseable para mujeres blancas.
También se puede decir que era una forma de “acceder a carne blanca” jugando el
papel de amantes étnicos o “etno lovers”.
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