Por Carlos Macusaya Cruz
En Bolivia vivimos una situación política “ambigua”; lo que no se reduce a
que las elecciones nacionales (2020) favorecieran al MAS y las subnacionales (2021),
a la oposición; hechos que, desde luego, no dejan de tener relevancia en la
correlación de fuerzas. Hay una especie de “resultado diferido”. Además, esta
situación ambigua condiciona la predominancia de perspectivas y acciones
reducidas a lo inmediato y al corto plazo, en tanto el largo plazo queda en
suspenso.
Hay un gran contraste con lo que pasaba entre los años 2000 y 2005 o con
las dos primeras gestiones de Evo Morales y Álvaro García. La “guerra del agua”
y los bloqueos que dirigió la CSUTCB el año 2000 abrieron un tiempo en el que
la voluntad de cambio que tomaba cuerpo en distintos sectores se fue
articulando en acciones colectivas, en lucha. Las protestas en calles y
carreteras, sean como bloqueos o como marchas, se daban contra medidas del
gobierno de entonces; pero surgían desde condiciones de vida que eran lo que se
quería cambiar.
Las privatizaciones eran identificadas por grandes segmentos poblacionales como
políticas que enriquecían a “los de siempre”, mientras la mayoría, que sufría
el empobrecimiento, debía seguir esperando, paciente e indefinidamente, los
resultados positivos de esas medidas. Pero la paciencia se fue agotando y el
malestar pasó a ser movilización, dando lugar a la vez a un gran movimiento de
ideas más allá de los reducidos círculos intelectuales y académicos, y donde
explicar lo que pasaba, lo que podría pasar y lo que debía pasar eran
discutidos apasionadamente.
Se daba una disputa que sobrepasaba por mucho la confrontación en el
parlamento, pues amplios sectores fueron asumiendo que la política no era cosa
ajena a ellos y que también podían definir cuál debía ser el rumbo del país. En
esa situación, la nacionalización de los hidrocarburos fue convirtiéndose en
idea fuerza predomínante (2003) y poco después se le sumó la propuesta de
Asamblea Constituyente (2005). Se fue generando una perspectiva de futuro generalizada
en la que el Estado debía tener un papel preponderante en la economía y en el
que las diferencias jerarquizadas que se encubrían con la etnicidad oficial
fueran superadas.
La fuerza social que se había desplegado en las calles compartía, con
distintos matices, una perspectiva general de futuro, que también le permitía
interpelar a otros sectores menos propensos a la movilización. Estas fueron
condiciones que permitieron que el Movimiento Al Socialismo (MAS) llegue al
gobierno. Por su parte, quienes pasaron a ser oposición, en la primera gestión
del proceso de cambio, buscaron desesperadamente las maneras de “sacar al indio
de la presidencia” y en ese afán exhibieron pomposamente su racismo, lo cual
cohesionó más aun a los sectores que apoyaron al MAS.
Las ideas fuerza que fueron parte de la situación histórica que abrió las
puertas al “proceso de cambio” encontraron aun posibilidades de
“funcionamiento” con la aprobación de la nueva Constitución, en 2009, y la
estabilidad económica que se fue generando. Sin embargo, y a pesar de la
retórica culturalista que se promovía, se formaban al mismo tiempo condiciones
que las erosionaban. La situación económica de muchas familias mejoró (no pasó
de negro a blanco, pero no era la misma de años atrás). La inversión en
construcción, en adquisición de vehículos y la apertura o ampliación de
negocios fueron muestra clara de ese cambio, lo que al mismo tiempo implicaba un
proceso amplio de diferenciación en los “sectores populares”, diluyendo, no
totalmente, la articulación que antes se había generado.
En la precariedad, los lazos de origen rural operan para soportar esa
situación; en el ascenso social, esos mismos lazos van perdiendo fuerza y la
individualización avanza. Ante este último fenómeno, las ideas fuerza de antes
pierden eficacia. Para los sectores donde esto se vive con mayor intensidad, la
nacionalización o la Asamblea Constituyente representan el pasado y ya no les
ofrecen una perspectiva de futuro. Si bien el MAS enarboló esos cambios, no fue
capaz de renovar su discurso para interpelar a los mismos sectores
beneficiados. Por eso no es de extrañar que en las elecciones de 2019 se haya
limitado a ofrecer estabilidad económica, es decir, asegurar lo que había
logrado, pero sin ir más allá. Perdió la perspectiva de largo plazo.
Por su parte, la oposición al MAS ya había perdido, mucho antes, la
iniciativa de ofrecer una perspectiva; pero tampoco ha sido capaz de reinventarse.
El 2019 se atrincheró en el antimasismo; no ofrecía una perspectiva de futuro a
largo plazo. Proponía un rechazo visceral a todo lo que representaba el MAS,
relacionándolo con todo lo que “huele a indio”. No es casual que ante ese
vacío, y contra lo que rechazaban, enarbolaran fanáticamente la biblia como
símbolo de su anhelado retorno a la situación anterior a cuando “la sacaron del
palacio de gobierno”. No se trataba de proyectar algo nuevo, sino de “volver al
pasado”.
En las elecciones de 2020, el MAS aglutinó su voto duro y el rechazó a
Jeanine Añez y a quienes fueron sus aliados. Pocos meses después, en 2021, en
las elecciones subnacionales, la oposición se vio fortalecida. Sin embargo, no
ha emergido ninguna perspectiva de futuro que rebase los límites de pequeños
grupos y quedamos ante un horizonte difuminado, cosa que, al parecer, no
inquieta a la mayoría de la población, que está más bien ocupada en rehacer su
economía tras los efectos de pandemia del Covid-19.
No parece ser que esta situación de ambigüedad respecto al rumbo del país y
las condiciones desde la que se genera se diluyan en el corto plazo. Empero, lo
cierto es que el MAS aun representa para varios sectores la ampliación de sus
posibilidades de ascenso social, aunque no en la misma medida de sus “años de
gloria”. La oposición, por su parte, ni siquiera se ha planteado ser una opción
ante esas aspiraciones y sigue atrincherada en el antimasismo. En general, aun
no se percibe que se estén generando perspectivas que vayan más allá de lo
inmediato o el corto plazo y que tengan la capacidad de articular a amplios
sectores; pero emergerán, tarde o temprano, y serán parte de un proceso de
redefinición en la correlación de fuerzas, incluso de renovación de actores,
que marque el cómo se entiende el futuro y así serán un elemento de orientación
en el accionar general de las personas.
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