Por Carlos Macusaya
Luego
de que Luis Arce posesionó a su gabinete de ministros se generaron varias
reacciones, muchas de ellas tenían un carácter crítico y apuntaban a que se
había marginado, una vez más, a los alteños, a los “indios”. Desde entonces he
podido conversar con algunas personas que militan en el MAS (en niveles “medio bajos”)
y de quienes he oído todo tipo de comentarios en los que la tónica general ha
sido, desde un posicionamiento de víctimas, el lamento sobre cómo “los jailones
se han loteado el gobierno”.
Con
esos “lentes” uno creería estar viendo una situación en la que, como siempre,
los malvados y todo poderosos q’aras, levantando la wiphala y jallallando a las
mujeres de pollera, embaucaron, nuevamente, a los inocentes indiecitos. Claro
que muchos de quienes lamentan esa situación son personas que, tras trabajar en
la campaña electoral, esperaban obtener un trabajo en alguna institución
gubernamental, pero, tal cual se dieron las cosas (cómo se fue definiendo la
correlación de fuerzas en el gabinete), ven imposible concretar esa aspiración.
Desde
luego, la inmensa mayoría de los “indígenas” no espera acceder a algún trabajo
en este o en cualquier otro gobierno (seguro no rechazarían una oportunidad,
pero no están ocupados en buscarla). Simplemente quieren que se generen las
condiciones mínimas para trabajar y así tratar de salir de la situación
económica que ha dejado el anterior gobierno y la pandemia.
Empero,
habría que considerar ese señalamiento sobre el proceder jailón en el gobierno ya
que en él hay algo que quienes lo realizan no quieren encarar y que atañe
directamente no a los señalados sino a los señaladores, incluso más allá de la
militancia del MAS: los q’aras en el gobierno se imponen sobre los indios en la
medida en que estos últimos, de distintas maneras, dan pie a esa situación. Es
decir, denunciar que los jailones siempre terminan dirigiendo a los indígenas,
incluso en nombre de un “gobierno indígena”, es solo contar la mitad de la
película y a estas alturas eso ya es solo un pretexto para eludir
responsabilidades.
Los
grupos jailones en el gobierno de Evo Morales fueron promovidos desde espacios
muy concretos (como la Vicepresidencia) y nunca fue un secreto. Lo hacían
abiertamente. Distintos personajes q’aras, que fueron rodeando a Evo Morales,
formaron sus bloques de poder en el “gobierno indígena”. Eso hicieron los “no
indígenas” a vista y paciencia de “la plebe”. ¿Qué hicieron los indígenas?
David
Choquehuanca, actual vicepresidente y que por varios años ejerció el cargo de
canciller, ¿promovió o apoyó a algún grupo o equipo de jóvenes indígenas que se
proyectarán como la renovación de su proyecto? Él estaba en un cargo importante
y podía influir desde ahí para formar a los “relevos”, como lo hizo la
izquierda jailona en el gobierno o como lo haría cualquier grupo político que
pretenda seriamente ir más allá de lo inmediato.
El
Viceministerio de Descolonización, que por un buen tiempo fue dirigido por Félix
Cárdenas, ¿formó cuadros políticos “descolonizados descolonizadores” que hagan
un contrapeso a las iniciativas q’aras en el MAS? Si lo hizo, ¿dónde están? Lo
cierto es que desde esa instancia solo se hizo shows para divertir turista y de
eso no se podía esperar renovación de liderazgos indígenas en el “gobierno
indígena”.
Los
demás originarios que sermoneaban sobre su papel estelar en el gobierno del MAS
y que ocupaban cargos medianamente importantes, ¿qué hicieron para que la
relación entre “no indígenas e indígenas” deje de ser una relación de
subordinación?
En
general, los indígenas del MAS en posiciones de poder, teniendo posibilidades
de generar y promover relevos políticos desde sus núcleos sociales, no lo
hicieron y de esa forma dejaron el terreno libre a los jailones, quienes le
sacaron provecho a la situación. Los especímenes étnicos del “proceso de
cambio” estuvieron muy a gusto en algunos cargos, recibiendo adulaciones de los
“no indígenas” y cobrando sueldos por su inercia política; pero no hicieron
nada serio en favor de lo que pregonaban.
Eso
me recuerda que hace varios años conocí a un tipo que se jactaba de ser un
“indianista radical” y que llegó a dirigir una carrera en la Universidad
Publica de El Alto (UPEA). Como autoridad, como alguien que podía definir o
influir en decisiones nunca hizo algo que fortaleciera la postura política que
asumía, nunca buscó armar equipos de trabajo y simplemente se esforzó por
calentar el asiento de su oficina y cobrar su sueldo.
Y es
que no se trata ni se reduce a un aspecto que caracterice a los indígenas del
MAS en situaciones de poder. Por ejemplo, Víctor Hugo Cárdenas, siendo
vicepresidente del país entre 1993 y 1997, no hizo nada por renovar al
Movimiento Revolucionario Tupaj Katari de Liberación (MRTK-L) o por formar
relevos políticos más allá de su organización y no lo hizo porque eso hubiera
significado perder ciertos privilegios que obtuvo siendo “el indígena
multicultural” de los q’aras.
A
partir de varias experticias y de observaciones sobre la política en el país,
me queda claro que los indígenas que se las dan de ser grandes líderes o
ideólogos insuperables y que llegan a ciertos cargos de poder nunca apuestan
por formar un proyecto, por armar estructuras o articular equipos. En muchos
casos y en distintos niveles su objetivo es ser “el indígena” entre los q’aras
y ven como competencia a otros indígenas, de tal manera que se esfuerzan por
cerrarles puertas para preservar el “privilegio” de ser mimado por algunos
jailones. Se las ingenian para “gambetear” a sus bases y buscan descabezar a
quienes, desde su mismo grupo, van perfilando algún liderazgo.
De
hecho, es muy notoria una actitud en los dirigentes indígenas, de organización
grandes y pequeñas, y que puede resumirse así: “si no soy yo, no es nadie”.
Buscan tener el vínculo directo en algún espacio, recibir las ordenas de algún
q’ara sin intermediarios de su mismo origen social. Así, ven a los jóvenes,
muchos de ellos profesionales, como rivales que pueden desplazarlos del lugar
que ocupan, como “competencia”, y les hacen guerra, les cierras puertas.
Entonces,
quienes en primer lugar han conspirado contra los indígenas, contra la
posibilidad de que sean protagonistas de primera línea y no segundones, han
sido los indígenas en cargos de poder. Desde luego, en ello también
“colaboraron” jailones; pero la responsabilidad recaía no en estos últimos,
quienes hicieron lo que cualquier grupo de poder y con aspiraciones de
reproducirlo hubiera hecho. Hay que recordar que Eva Copa “apareció”, a
finales del pasado año (2019), fue atacada sistemáticamente por grupos jailones
del MAS. En esto hay que notar que son grupos respaldados, no actúan aislados y
son parte de estructuras de poder. ¿Hay cosas similares entre los indígenas del
MAS? ¿Hubo indígenas alteños del MAS que organizaron alguna defensa contra los
ataques que recibía Eva Copa? Copa se vio huérfana, pero no se achicó (su
mérito). Sin embargo, queda claro que los indígenas del MAS solo se quedan en
disfrutar su pasó momentáneo por algún cargo, mientras los “otros” arman
estructuras.
Y claro
que hay “jailones revolucionarios” que son unos racistas de mierda y solo
esperan que los indios los aplaudan y sean su masa movilizable. Pero la
cuestión no es lograr que los q’aras “se pongan la mano al pecho” y que los
espacios que acaparan los entreguen a los indios por lástima, como si se les estuviera
pidiendo limosna. No se trata de esperar que los jailas, en un arrebato
inesperado de “conciencia de casta”, den un par de ministerios a “los alteños”.
El
problema es que quienes son racializados como indígenas y que buscan cambiar
las relaciones de subordinación con los “otros” formen estructuras políticas
más allá de las apuestas individuales. Que construyan alianzas entre sí, a
partir de objetivos concretos, formando bloques que hagan frente al poder de
casta y que prevean los relevos políticos necesarios. En esa perspectiva, la
vieja dirigencia y los “reconocidos” intelectuales indígenas (reconocidos por
su funcionalidad a la dominación blancoide) son una muralla que hay que
derribar. Así mismo, en el afán por cambiar las relaciones de dominación entre
“indígenas y no indígenas”, hay que partir afianzándose en el grupo social
desde el cual se procede (la “indiada”),
pero teniendo bien claro que hay que construir alianzas con los “otros” y que
para ello hay que tomar, como criterio de selección, lo que esos otros hacen en
favor de construir un país en el que “indios y q’aras” se relación “de tú a
tú”. Lo mismo para quienes tienen origen indígena.
Visto
así, la cuestión no recae en la buena voluntad de los jailones (hay muchos que
la tienen) sino en el papel de quienes son racializados y subordinados como
indígenas.
El pueblo alteño sería muy conformista con solo gobernar el país, la capacidad y la intuición para hacer negocios millonarios de la gente alteña fácilmente los pueden catapultar como la capital económica de toda la región...
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