Por Carlos Macusaya Cruz
Un rasgo fundamental de la
identidad boliviana, desde que nació este país, ha sido que se ha formado y
renovado en oposición a los “indios”. Un presidente de Bolivia, de la primera
mitad del siglo XX, Peñaranda, sintetizo el ideario de la bolivianidad forjado
por las élites blancoides en la siguiente frase: “La Paz sin indios; La Paz
para gringos”.
Ese ideario fue adquiriendo otra forma de existir como identidad “mestiza”, la
cual fue propagada por el “Estado nacionalista” desde 1952 y concebida en el
entendido racista de superación biológica. En la actualidad es ya muy común oír
afirmaciones en sentido de que Bolivia es “plurinacional” y que por lo mismo
incluye a los “indígenas”. Sin embargo, estamos viviendo un proceso en el que
el sentido de Bolivia, de la identidad nacional en este país, va cambiando, y
no precisamente en sentido “plurinacional”. Podemos decir que el sentido de
nación que se está formando en Bolivia desde hace varios años atrás está
determinado por los desplazamientos territoriales, vinculaciones económicas y
producciones simbólicas de quienes son genéricamente nombrados como kollas
(aymaras y quechuas).
Seguramente los despistados que
desviven su vida en la nostalgia e ilusión de “reconstituir el Collasuyu” y las
decadentes elites blancoides se mostraran horrorizados ante la idea de que
Bolivia esta “kollanizada”; pero esto más que una idea es ya un hecho, el cual
debería ser motivo de reflexión. Deberíamos tratar de entender este fenómeno y
sus implicaciones, pues éste se constituye en parte fundamental del terreno en
que desplegamos nuestras acciones políticas y por lo mismo no debería ser
pasado por alto.
Cuando la estructura social
racializada empieza a ser cuestionada y desnaturalizada por los sujetos racializados,
éstos se problematizan, como punto de partida, el tema de su identidad, la cuestión
de su ser. En este proceso las referencias racializantes, como los términos
despectivos y racistas (indio, indígena, etc.), son tomados para firmar “su”
identidad. El yo individual y colectivo es lo que está en juego, en disputa,
siempre dentro de las relaciones racializadas. Por lo tanto, se trata de decir
quién soy identificando quien no soy, pero a la vez resaltando que me han hecho
creer lo que yo antes creía que era y apuntando a quienes y porque me han hecho
creer eso. En consecuencia, los problemas identitarios expresan luchas
sociales, relaciones de poder y por lo mismo la identidad es algo que se forja
en tales relaciones. La identidad es “materia social”, es decir que su
existencia se debe a las relaciones sociales específicas a partir de las cuales
toma forma.
Siendo que las relaciones de
poder van cambiando, tales cambios inciden en la formación y transformación de
las identidades en juego: algunas pueden perecer, otras resinificarse y así
“persistir”. El espacio social implica una disputa por el sentido de las
identidades, de lo que se es y no se es, de la forma en que somos representados
por otros y como formamos autorepresentaciones. Varios elementos tienen un rol
importante en esta disputa: la idea de un pasado común que justifica un futuro
también común, elementos religiosos y lingüísticos, los rasgos físicos y
estéticos, el propio espacio habitado hace parte de la identidad.
Detengámonos en el espacio geográfico.
Los grupos humanos han buscado perpetuarse y en este afán han desplegado sus
esfuerzos en distintos espacios. El espacio es el lugar donde se desarrolla la
lucha por la vida. Los que lo habitan le dan sentido y entienden que encuentran
un sentido en él. Pero la extensión del espacio puede cambiar, por las
expiaciones o contracciones poblacionales o por el sometimiento, por el
abandono de unos lugares y por la apropiación de otros, etc. De cualquier modo,
la existencia colectiva es siempre desarrollada en un espacio, el cual adquiere
un sentido para quienes lo habitan y son estos quienes dan sentido territorial
al espacio.
No hay un territorio
predeterminado, sino que el espacio es territorializado con la ocupación de
grupos. No es que, por ejemplo, el espacio territorial que tuvo el Collasuyu es
nuestro espacio “natural”, sin importar los desplazamientos poblacionales y
otros aspectos; sino que los espacios ocupados en términos concretos y
materiales adquieren sentido por la actividad, por la vida que los ocupantes
desarrollan en tales lugares.
Los “señoríos collas” ocuparon
distintos pisos ecológicos antes del incario y de la colonización, en la
colonia las reducciones modificaron la forma de ocupación del espacio anterior
a la conquista reduciendo a los ayllus a comunidades, después de la reforma
agraria (1953) los “indígenas de tierras altas” fueron dejando sus comunidades
y dieron forma al crecimiento de las pequeñas ciudades. En la actualidad,
aymaras y quechuas han logrado establecerse en prácticamente todo el territorio
que formalmente corresponde al Estado boliviano, y más allá. Hay una frase muy
común que expresa esta situación: “En el pueblito más lejano del oriente
encuentras a una mujer de pollera (“indígena”) vendiendo algo”.
Los comerciantes andinos están
más allá de los andes realizando sus actividades económicas y fiestas, así
están dando sentido a espacios a los que el Estado boliviano ni siquiera pudo
llegar; están ocupando distintos “pisos ecológicos”, saliendo del asilamiento
localista que las reducciones coloniales provocaron. No solo que están en
nuevos espacios, sino que en determinadas fechas vuelven a sus pueblos de
origen en el altiplano, por ejemplo, para las fiestas patronales. Tácitamente
tenemos que los kollas están logrando lo que no ha podido el Estado boliviano:
articulación territorial, mediante actividades económicas y culturales, y es
este fenómeno el que cambia el sentido del espacio y la identidad en Bolivia.
Por eso es no solo tonto sino
ridículo hablar de aymaras y quechuas como gente que vive, desperdigada como
manchas, entre las montañas o el altiplano, como se hace en las escuelas y los
mapas étnicos. Meter en un mismo saco a guaraníes, quechuas, moxeños, aymaras,
yuracares, etc., pasando por alto las diferencias político-económicas de estos
grupos y, además, omitiendo las diferencias “internas” en cada uno de ellos, es
un error pues ello no nos permite pensar lo que está sucediendo en Bolivia.
El sentido nacional en Bolivia,
no es el de los años en que este país nació, ni el que trato de formar el
“estado nacionalista”. ¿Cómo entender el cambio en el sentido nacional en este
país?
Slavoj Zizek escribió hace un par
de años un artículo con el llamativo título de “Capitalismo con valores
asiáticos… en Europa”,
en el que afirma: “Es el auténtico potencial de la democracia el que está
perdiendo terreno por el ascenso de un capitalismo autoritario”, además,
resalta que las figuras más representativas de este fenómeno político serían
Putin, por su “brutal despliegue del poder”, y Berlusconi, por sus “posturas
cómicas”. Estos representantes del “capitalismo autoritario” comparten el haber
gobernado en situaciones de deterioro económico y aun así lograron tener un
gran apoyo popular. Pero lo que Zizek plantea en el título de su artículo nos
invita a pensar lo que está pasando en Bolivia, lo cual no tiene que ver con
las poses cómicas de algún gobernante (en este caso podría ser el canciller) o
un ejercicio del poder político desplegado de forma brutal, sino con algo que podríamos
llamar –inspirados en el titulo ya mencionado– Capitalismo con valores andinos
en “Kollivia”, fenómeno que está dando lugar a una identidad nacional en
“tiempos plurinacionales”.
No hay que perder de vista el
papel en el mundo de China como productor de mercancías con un alto nivel de
aplicación de conocimiento científico. En lo que respecta a Bolivia, este
fenómeno condiciona la actual reconfiguración en las estructuras étnicas y de
clases, evidenciándose este proceso, desde hace varios años atrás, en la
emergencia de una “burguesía comercial indígena” que viaja hasta China para
comprar mercadería. La circulación de las mercaderías asiáticas en Bolivia
tiene que ver con un entramado de relaciones entre distintos actores
(mayoristas, minoristas, trasportistas, etc.), los que tienen en común su
origen y comparten, por lo mismo, ciertos “mecanismos étnicos” en su
relacionamiento. El despliegue económico que conlleva el movimiento de estos
actores impone también expresiones culturales, como las fiestas y las danzas,
por ello es compresible que las danzas y fiestas kollas se vivan y celebren en
toda Bolivia, lo que no sucede con expresiones de “indígenas de tierras bajas”.
Lo que estamos viendo es que
algunos aspectos propios de los ayllus que son reproducidos por los migrantes
andinos, les sirven para posicionarse económicamente y posicionar sus
expresiones culturales. Se trata, según Untoja, de un “proceso de articulación
de las formas de producir y acumular del ayllu con la lógica del Capital”.
Así el ayllu se muestra como funcionando en la reproducción del capital. Los
“indígenas” de “tierras altas” despliegan en su desplazamiento territorial estrategias
concretas: “la población equipada con el solo ethos del ayllu, toma espacios
territoriales bajo la lógica del control de los pisos ecológicos y desarrolla
la práctica de la libertad económica”.
Por su parte, el katarista Moisés Gutiérrez entiende que
“Actualmente, dentro de la
dinámica económica de los aymaras, de los quechuas, existe lo que viene a ser
el ayni, y eso demuestra la dinámica expansión en la producción y el comercio
en lo económico. Ahí se va generando un gran desarrollo, un gran avance; la
dinámica fundamental del ayni viene a ser la competencia y el vivir bien niega
el sentido de la competencia del ayni”.
Lo que está sucediendo en
Bolivia, la forma en que algunos aspectos “culturales” andinos funcionan en la
expansión del comercio capitalista nos obliga a confrontar la imagen idealizada
del “mundo indígena” o de la “cosmovisión andina” y problematizarnos, entre
otros tantos temas, el sentido de esta reterritorialización en la
transformación de la identidad nacional en Bolivia. El capitalismo funciona en
Bolivia con “valores”, con rasgos andinos, como el ayni. Este funcionamiento da
lugar a la reconfiguración en las clases sociales entre los aymaras y quechuas,
entre los kollas.
Además, hay que hacer notar que
entre los kollas se percibe una vocación hegemónica en tanto actores que articulan
el espacio, pero a la vez despliegan sus acciones culturales envolviendo a los
“otros”. Es decir que los aymaras y quechuas, en su despliegue económico, no
expresan algún afán separatista o de formar un proyecto al margen de los otros,
sean las minorías étnicas nombradas como “indígenas de tierras bajas” o las
minorías étnicas “blancoides”. Más al contrario, vemos como el núcleo
articulador de lo nacional en Bolivia son los andinos, quienes han ocupado toda
Bolivia. Articulan económicamente el país, a la vez que le dan contenido
“nacional” con sus expresiones culturales (por ejemplo: alasitas, ch’alla,
merendadas, diabladas, caporales, Todo Santos, etc.). Este fenómeno va a tomar
ribetes políticos en la medida que haya una confrontación de intereses entre
las viejas elites y la emergente “burguesía comercial indígena”, y la
referencia espacial en la vida de los kollas se politizará como territorio.
Pero esto también tiene otras
implicaciones, como el hecho de que los “indígenas ricos”, en tanto clase
social burguesa en formación, entren en relaciones con la burguesía “blanca” de
Santa Cruz para ampliar la frontera agrícola, por ejemplo. Es decir que a pesar
de que estos grupos tienen diferencias étnicas, los aspectos económicos de
clase los están acercando cada vez más; aunque también, como ya se dijo, cabe
la posibilidad de una disputa. Por otra parte, la reterritorialización kolla
que se vive en Bolivia, y las actividades económicas implícitas, conlleva
confrontación con las otras minorías, los “indígenas de tierras bajas”, por lo
que una política seria de estado no puede obviar este fenómeno. Pero, además,
es casi tonto obviar los matrimonios entre un aymara y una mosetén, por
ejemplo, dando como resultado que el aymara pueda tener acceso a tierras de la
familia de su esposa.
Los problemas implicados en la
“reconfiguración nacional” en Bolivia no son motivo de debate o análisis en
ningún espacio, salvo escasas excepciones. En esto incide mucho la patética
imagen de un indígena como ser virginal sin manchas ni pecados occidentales.
Con tal forma de ver (mejor sería decir: de cerrar los ojos) ante los procesos
actuales, los proyectos pachamamistas quedan en las buenas intenciones de
algunos despistados, mientras entre los “indígenas” las diferencias de clase
crecen. No debería extrañar que emerja una derecha aymara, como también una
izquierda del mismo origen, pero entre estas expresiones políticas las luchas
serán básicamente de clase, pues lo que está pasando con lo nacional en Bolivia
es que los problemas étnicos están tomando contornos cada vez más marcados en
sentido de clase. Básicamente la derecha ya no será identificada como “blanca”
y la izquierda ya no será dirigida por “blancos”. Se están dando las
condiciones sociales para que estos polos políticos sean la expresión ya no
tanto de diferencias étnicas (blancos-ricos/indígenas-pobres) sino de clase:
“Indios contra indos”.
No faltarán quienes crean que lo
que está pasando en Bolivia es la muestra de que los aymaras y quechuas son
alienados o ya no “son indígenas” porque no respetan su cultura y se han vuelto
capitalistas y colonialistas. Pero tales creencias son solo la muestra de la
patética situación en que se encuentran quienes dicen “saber qué es y no es
indígena”. Lo cierto es que los cambios que se están dando en Bolivia, en
las estructuras de clase y en las “estructuras étnicas”, son un reto a encarar,
pues son parte de las condiciones de lucha que debemos afrontar.
Nota: El presente artículo se publicó
originalmente en el periódico Pukara n1º 104, abril del 2015.